PÁGINAS

martes, 31 de octubre de 2017

Seguridad material y salud mental

Actualmente la mayoría de los periódicos más leídos tienen una sección específica con noticias diarias dedicada a la Salud y al Bienestar. La tendencia predominante para abordar la mayoría de cuestiones que preocupan a los lectores es la de considerar la salud como algo relacionado con un estilo de vida concreto del que hay que conocer los principales secretos. La idea transversal a todas estas secciones es que hay un vínculo entre la salud y una serie de actitudes y comportamientos individuales que integran una buena alimentación, ejercicio físico y descanso. El yoga, la comida ecológica y la práctica del mindfullness empiezan a dominar casi todos estos espacios dedicados a informar sobre salud. El mensaje fundamental que transmiten es que si no te encuentras bien, si estás estresado, cansado o irritado es tú responsabilidad porque no estás poniendo en práctica un estilo de vida al alcance de todos. Hay una infinidad de listas de las 10 cosas que debes cambiar en tu vida para tener salud y bienestar, solo debes convertirte en una especie de emprendedor del cuidado a ti mismo.

Los beneficios de muchas de las prácticas que se sugieren son indudables y la mayoría se sustentan en grandes consensos científicos. Pero la cuestión que parece desaparecer en todo este universo es eso que los especialistas en salud pública llaman los determinantes sociales de la salud. La dimensión colectiva de la salud individual debería ser uno de los pilares para sostener nuestra idea sobre cómo tener una vida saludable. Los determinantes sociales de la salud son todos aquellos elementos que componen la situación de las personas, donde nacen, crecen, viven y mueren, eso que los blogs llaman y reducen en muchas ocasiones a “tú estilo de vida”. 

El problema que parece obviarse es que esto implica fundamentalmente tu lugar y condiciones de trabajo, la vivienda, el barrio y la manera en la que está organizado tu sistema nacional de salud. Cómo afectan estas cuestiones a las personas individuales es la consecuencia del modo en que se distribuyen los recursos, el dinero y en definitiva el poder en los diferentes niveles de nuestra sociedad. Esta perspectiva es cada vez más predominante entre quienes estudian empíricamente las causas del deterioro o mejora en la salud colectiva.

En el año 1980 se publicaba en Reino Unido el Informe Black. Un informe elaborado por expertos en salud pública, dirigidos por Douglas Black que había encargado algunos años antes la Secretaría de Estado de Servicios Sociales. Ahí se elaboraba uno de las investigaciones más importantes que buscaban las causas y la magnitud de las desigualdades en salud de la población británica. Este informe fue el modelo en el que se basó la elaboración del primer informe sobre desigualdades y salud en España en 1996 de una comisión científica que había puesto en marcha el Ministerio de Sanidad y Consumo del PSOE en 1993. Desde entonces, aunque el número de trabajos y estudios ha ido aumentando, este enfoque ha ido desapareciendo de la práctica política de nuestros gobernantes con honrosas excepciones de algunos ayuntamientos de izquierdas.

Otro hito sobre el análisis de los Determinantes sociales de la salud es el propuesto por una Comisión de la Organización Mundial de la Salud hace 10 años. El principal elemento ético que debía guiar el trabajo de esta comisión en el año 2007 antes de la gran crisis, era el concepto de equidad en salud, es decir: “la ausencia de diferencias de salud injustas y evitables entre grupos o poblaciones definidos socialmente, económicamente, demográficamente o geográficamente”.

Curiosamente, cuando la OMS nos advierte sobre el impacto para la salud que puede tener comer embutidos o carnes rojas hablamos del tema durante meses a la hora de la comida, pero cuando esta misma organización nos está advirtiendo de que la desigual distribución del poder y de renta también genera fortísima inequidad en la salud, como indica de manera indiscutible el informe final de la Comisión sobre Determinantes sociales de la salud, esta información apenas parece tener impacto entre la mayoría de medios de comunicación.

Uno de los puntos claves sobre los que se advierte en este informe es sobre las consecuencias en la salud mental que tiene estas grandes y profundas desigualdades sociales. El concepto de salud mental es complicado de definir. Por salud mental podemos entender, según la definición de la OMS, que es la más seguida seguramente por la comunidad científica, “un estado de bienestar completo, en el que el individuo es capaz de desarrollar plenamente sus capacidades, superar las tensiones de la vida, trabajar de manera productiva y provechosa y contribuir con sus aportaciones a la comunidad “(WHO, 2001) pero también sabemos que es una definición que peca un tanto de ambiciosa y si nos basamos en la misma definición textual nuestras sociedades henchidas de paro involuntario y pobreza tendrían muchos déficits de salud mental.

La pérdida del empleo constituye uno de los principales factores de riesgo de aparición de problemas de salud mental tales como la ansiedad, el insomnio, la depresión y las conductas disociales y autolesivas. En la UE las formas más comunes de enfermedad mental son la ansiedad y la depresión y se espera que la depresión sea la primera o segunda causa de enfermedad durante el año 2020 en el mundo desarrollado. Este tipo de enfermedades pueden afectar a cualquier tipo de personas pero hay colectivos sociales que son mucho más vulnerables. Desempleados, inmigrantes pobres, personas con bajos niveles de educación, jóvenes sin empleo y personas mayores que viven solas son sólo algunos de estos grupos. Las personas que viven cerca de la línea de la pobreza y que tienen bajos ingresos suelen estar sometidos a un grandísimo estrés psicosocial de manera constante, lo cual termina por afectar al conjunto de su ciclo vital. Por esto mismo la depresión es bien sabido que está fuertemente relacionada con la pobreza, el desempleo y factores vinculados a la desigualdad social.

Desde el año 2008 hemos vivido un gigantesco y trágico experimento social sobre todas estas correlaciones. Las consecuencias de la gestión de la crisis y el fortísimo incremento de la desigualdad han sido desastrosas para la salud mental de una parte significativa de la población. El desmembramiento de las políticas que permitían mantener entornos de estabilidad y seguridad durante la mayor parte del ciclo vital para las personas han tenido consecuencias directas sobre la salud mental de las personas. Tal vez es el momento de recordar que el Reino de España es el tercer país de la UE donde más ha crecido el riesgo de pobreza desde 2008. Actualmente es uno de los países por la cola de los 28. Al final del 2016 tenía 12,82 millones de personas en riesgo de pobreza, dos millones y medio más que en 2007 antes de la crisis.

Buscar políticas que permitan reducir la desigualdad al mismo tiempo que generan una seguridad material se vuelve una cuestión central.

Es aquí que para muchos expertos las características de una política como una Renta Básica que permite la seguridad de unos ingresos en cualquier situación, sin condiciones y como derecho subjetivo, se vuelven con un grandísimo potencial en la salud pública de la población. En diciembre de 2016 la prestigiosa revista British Medical Journal escribía sobre este tema incidiendo en los específicos efectos en la salud que una Renta Básica podría tener comparado con las tradicionales políticas de protección social focalizadas y condicionadas para los pobres. Los resultados empíricos que aporta la experimentación con Renta Básica cuando se toman en consideración indicadores vinculados no solo a la salud general, como puede ser el número de hospitalizaciones o diagnóstico de enfermedades, si no al aumento o disminución del estrés, sugieren que los beneficios para la salud y en especial la salud mental de una Renta Básica pueden ser muchísimas.

Las razones parecen ser principalmente dos: la renta básica, al concederse a todas las personas y no sólo a las que en ese momento pueden demostrar que son estadísticamente pobres, termina por percibirse por la población como un seguro general contra la pobreza y eso genera una gran estabilidad psicológica. Aunque en este momento uno pueda no estar siendo un beneficiario neto del ingreso, sabe que siempre tiene derecho en caso de que su situación vital cambie a peor. La segunda razón es la que se deriva de su incondicionalidad. Esto no solo permite liberar tiempo en cuanto a las trabas burocráticas por las que debes demostrar que efectivamente eres considerado pobre con todo lo que puede suponer de estigma social y sus efectos psicológicos comprobados nada positivos. Si no que te permite negociar en el mercado laboral con muchas más garantías de que no vas a aceptar trabajos en condiciones que puedan perjudicar tu salud. Estos dos elementos combinados parece que pueden generar grandes cambios en la percepción y asimilación del riesgo y la inseguridad de las personas a lo largo de su ciclo vital.

Esta perspectiva nos obliga también a empezar a considerar las grandes ventajas en términos de costes sobre los sistemas nacionales de salud de una medida como la Renta Básica. Es razonable asumir la gran cantidad de ahorro que esto puede suponer cuando se quieren calcular los costes de una Renta Básica universal comparados a toda una serie de medidas que no irían al origen de estos problemas de salud si no solo a sus efectos individuales. Según las estimaciones del European Journal of Neurology, el coste económico que podrían suponer los problemas de salud mental serían de casi 800.000 millones sólo en Europa, de los cuales el 37% corresponden a costes directos en servicios sanitarios, el 23% a costes no sanitarios (cuidados informales) y el 40% a costes indirectos cómo la pérdida de productividad laboral o la discapacidad crónica, entre otros.

En otras palabras, algo como la Renta Básica supondría seguramente grandes ahorros en los sistemas nacionales de salud, a la vez que sería una política mucho más efectiva para lograr grandes objetivo de salud pública.

Si estás preocupado por tu salud y la de las personas que están a tu alrededor la evidencia empírica dice que lo más racional es luchar contra la desigualdad y la pobreza. El verdadero secreto para poder tener una vida saludable colectivamente podría estar en construir entornos de seguridad material lo suficientemente potentes como una Renta Básica incondicional.

sábado, 21 de octubre de 2017

Y tú, ¿a qué España te pareces más?

AÑOS 30



AÑOS 70



LA DICTADURA




 
LA DEMOCRACIA



 
OCTUBRE 2017



Nosotrxs lo tenemos claro 






 

jueves, 19 de octubre de 2017

Las contenciones mecánicas en psiquiatría y los agujeros negros que se tragan a las personas

Los hechos: Ibrahim es una persona que murió el día dos de diciembre de 2014 en la unidad de psiquiatría del hospital Gregorio Marañón. Pasó la noche amarrado a una cama con correas. Parece ser que había protagonizado un incidente con algún miembro del personal.
 
Eso es todo cuanto sabemos. Nada más.

Hemos intentado obtener más información, pero un enorme agujero negro se traga a muchas de las personas que mueren en las plantas de psiquiatría de este país. Solo sabemos su nombre y que era una persona migrante.

Con este texto queremos llamar la atención sobre la absoluta opacidad que existe en todo lo que respecta a las agresiones y muertes que tienen lugar en los contextos psiquiátricos. A no ser que exista algún tipo de contacto con la familia de la persona agredida o fallecida, carecemos de medios por los cuales acceder a la información que sería necesaria para que las organizaciones defensoras de los derechos humanos pudieran emitir un juicio objetivo sobre lo sucedido. De esta manera no hay defensa legal posible. O dicho en otras palabras: las personas con diagnóstico de salud mental nos encontramos en una situación de absoluta vulnerabilidad desde el mismo momento en que es emitido dicho diagnóstico. Y llegados a este punto, dentro de nuestra particular locura, no podemos dejar de preguntarnos a nosotros mismos: ¿cuánto vale nuestra vida una vez que cruzamos la puerta de un ingreso?

A quien se apresure a llamarnos alarmistas le instamos a reflexionar sobre los hechos que presentamos, así como sobre el hermetismo que los rodea. Las contenciones mecánicas causan muertos todos los años. De algunos nos enteramos, de otros no. De algunos tenemos unos pocos datos, de otros, como es el caso de Ibrahim, solo sabemos que murieron. Y que nadie dio explicación alguna. Esta es una situación en la que no solo los pacientes quedan desamparados (algo que en el caso de la salud mental parece solo preocupar a un número reducido de activistas y profesionales), sino en la que toda la asistencia psiquiátrica queda suspendida en un tiempo y espacio completamente escindidos de la sociedad y sus leyes. Esas son las condiciones idóneas tanto para la legitimación de los desmanes y asimetrías en las relaciones de poder como para garantizar que las personas atendidas no forman parte del cuerpo social. Es decir, que en un espacio donde nuestros derechos quedan suspendidos, es imposible que nos recuperemos de nuestro sufrimiento psíquico. Así de sencillo, pese a que los numerosos facultativos e investigadores del Gregorio Marañón (en este caso, pero tanto da, dado que estamos hablando de todo un sistema de atención y no de un caso concreto) no parecen reparar en ello. ¿Cómo recuperar la salud perdida en un lugar donde morir atado es un hecho intrascendente?

En lo que llevamos de 2017 sabemos de al menos dos muertes más donde concurren la psiquiatría y el uso de contenciones mecánicas: en A Coruña (febrero) y en Asturias (abril). Tampoco tenemos muchos más datos. Oscuridad. En ocasiones, los hospitales tratan de despachar la supuesta relación entre las correas y la muerte, se habla de “parada cardiorrespiratoria” para intentar despistar y alejar cualquier nexo entre la contención y el deceso: este se produjo porque el corazón se paró. Solo acontecimientos tan extremos como una defunción grabada en vídeo parece poder deshacer las defensas institucionales y forzar una remodelación en el modelo de asistencia, pasó en Italia… y ojalá se tomaran medidas en nuestro territorio sin necesidad de llegar a un caso semejante. Hasta el momento no hay asunción de responsabilidades porque sencillamente se ocultan los hechos, se minimizan y cubren con mantos de sombra hasta que el paso del tiempo desgasta cualquier posibilidad de acción y cambio reales.

Algunas personas y colectivos trabajamos por hacer llegar a la sociedad civil la realidad sobre el uso de correas, los peligros que acarrean y la necesidad de defender los derechos humanos. El camino es lento, pero estamos en ello. De momento son muchos los profesionales que se defienden apelando a que las cosas se han venido haciendo así, a que lo que vale en otros países (reducción o incluso abolición de las correas en psiquiatría) aquí no vale, a que hay poco personal y medios (lo sentimos, nuestros derechos humanos no pueden depender de carencias administrativas, valemos más que eso), a que solo se hacen las contenciones necesarias o que estas se basan en una evaluación objetiva de la situación y no en ningún tipo de prejuicio (transmutando una cuestión humana en una técnica sin el soporte epistemológico necesario). Es curioso que la propia Organización Mundial de la Salud prevenga contra ese tipo de argumentos y que siga sin hacérsele caso. Con el paso del tiempo la defensa de esta práctica será algo de lo que todos los actores implicados querrán renegar. Deberían darse cuenta de ello lo antes posible: facilitarían las cosas y evitarían un descrédito que crece de manera paulatina e inexorable.

Pero retomemos el hilo inicial: una muerte anónima en un hospital madrileño. ¿Qué hacer al respecto?, ¿qué exigencia poner sobre la mesa que difícilmente pueda ser cuestionada (o que al hacerlo desate contradicciones que nos permitan ir todavía más allá en la conquista de derechos)? Planteamos una cuestión básica: el fin de la opacidad. La existencia de registros de acceso público donde cada hospital presente la cantidad de veces que se han aplicado contenciones y la duración de las mismas. De esa manera se podrían establecer comparaciones y patrones de actuación (damos algunas pistas: apostamos a que saldría un mayor número de contenciones en los turnos de noche, en los recursos que atienden a una mayor cantidad de población y que se ataría más a varones de cierta envergadura, con independencia del trastorno descrito). Por otro lado, que cada contención sea registrada minuciosamente haría disminuir su práctica (tal y como ha quedado observado). Finalmente, el hecho de que hubiera números sobre la mesa permitiría arrojar luz y hacerse una idea de las dimensiones e implicaciones que tiene el uso de correas en psiquiatría. Por supuesto, cuando alguien perdiera la vida en un periodo que coincidiera con el hecho de estar sujeto mediante correas a una cama debería ser notificado, no escondido bajo la alfombra. Organismos independientes tendrían el acceso a todos los datos hospitalarios y se establecería una investigación. Nadie debe volver a morir y ser arrastrado hacia el interior de un agujero negro. Mientras esto sea así, seguiremos siendo potenciales muertos de segunda categoría, y por tanto, pacientes y ciudadanos de un rango inferior. El resto —los cantos a la rehabilitación, las campañas antiestigma pagadas por farmacéuticas, los derechos humanos que son mencionados pero no ejercidos, etc.— será pura palabrería. Concatenaciones de sílabas huecas que se esparcen sobre la ausencia de todos esos hombres y esas mujeres muertos por quienes no podemos preguntar.

domingo, 15 de octubre de 2017

El caballo cabalga de nuevo



Las condiciones de vida del pueblo trabajador bajo el capitalismo favorecen la aparición de todo tipo de problemas psicológicos y relacionales, que en no pocas ocasiones terminan desembocando en alcoholismo y otras adicciones. Y esto en periodos de crecimiento. Durante las crisis económicas (como la que llevamos una década sufriendo), la angustia asociada a la incertidumbre laboral y la desesperación que provoca el paro, disparan el abuso de tóxicos (legales e ilegales). 

Especialmente grave es la situación entre la juventud, sector que sufre de manera más severa las consecuencias de la crisis (tasas de fracaso escolar cercanas al 30%, paro juvenil rondando el 40% y una extrema precariedad entre los afortunados que encuentran empleo). Esta falta de expectativas para desarrollar un proyecto vital propio es el caldo de cultivo idóneo para la generalización del abuso crónico de drogas. Ante esta situación, ya se está detectando un lento pero progresivo aumento del consumo de heroína (en Barcelona ya es la primera causa de muerte entre los 15 y 40 años). 

Este hecho parece incomprensible debido a la estigmatización social de esta droga. No faltan los autodenominados expertos que lo achacan a que las nuevas generaciones no vivieron el drama social de la heroína de los años 80. Pero esta explicación, simplista en extremo, no es suficiente ni aun teniendo en cuenta la inutilidad de las campañas de prevención del tipo “a tope sin drogas”. Los motivos son mucho más profundos y tienen naturaleza política. 

Los 80. Crisis económica, reconversiones industriales. Paro. El mejor caldo de cultivo para las drogodependencias y la degradación social. Pero también para que la juventud se vuelva levantisca (contagiando al resto de la clase trabajadora). Y eso los gerifaltes del capital siempre tratan de evitarlo, al precio que sea. E iniciaron una campaña salvaje contra la juventud. Primero criminalizaron la pobreza, inventándose aquello de la “inseguridad ciudadana” con la colaboración de los medios de comunicación (que para eso son de su propiedad), mostrando especial saña con la juventud al crear el mito de los “niños navajeros”, los “bandoleros urbanos” y las “bandas juveniles” mafiosas. Y cuando el conjunto de la sociedad empezaba poco a poco a hacerse eco de este mensaje prefabricado, inundaron las calles de heroína. De la noche a la mañana, las venas de los barrios obreros se llenaron de veneno, ¡y tuvieron la desvergüenza de culpar a los más marginados y desprotegidos de semejante alarde de organización, planificación e infraestructura internacional!

Los efectos sociales fueron devastadores. La aparición en el ideario colectivo de la figura del “yonki” provocó un shock social. La campaña de criminalización de la pobreza y de la juventud se vio justificada ante el aumento de los índices de criminalidad fruto de la aparición de la heroína, lo que tuvo trágicas consecuencias a todos los niveles. Supuso el inicio de la desconfianza patológica entre vecinos, contribuyendo poderosamente a romper las fuertes redes sociales desarrolladas durante la lucha contra el franquismo, lo que a su vez mermó considerablemente la capacidad de respuesta social y recrudeció las situaciones de exclusión social, aumentando así la delincuencia e iniciándose una perversa espiral de degradación social de los barrios. Y obviamente, cada vez resonaban con más fuerza los rebuznos que pedían mano dura contra los delincuentes como solución.

Y lo consiguieron, terminando por ser más punitivos los códigos penales de la democracia que los de la dictadura. Y, de paso, la crisis económica y sobre todo sus verdaderos responsables pasaban a un segundo plano. Y la industria de la seguridad privada (vigilantes, puertas blindadas, rejas, alarmas, etc.) se convirtió en una de las más boyantes del país. Y lograron así eliminar “excedente poblacional” e inutilizaron a muchos miles más, que además se convirtieron en nueva fuente de beneficios para la patronal al aparecer el nuevo negocio de la desintoxicación (la punta de lanza de la privatización de los servicios sociales, al calor de la cual surgieron las empresas de control social disfrazadas de ong que además de dar dinerito han mantenido vigilada a la pobreza, controlando y sometiendo a los excluidos hasta hoy).

No faltó cierta contestación social, como la lucha de Madres Contra la Droga, que siendo conscientes de quien controlaba realmente los flujos del mercado de la droga se manifestaban una y otra vez frente a las comisarías. 


Pero a pesar de todo, es de recibo reconocer que el plan fue todo un éxito. Aunque hicieron trampa: exportaron el plan de Estados Unidos, donde en las décadas previas experimentaron con cierto éxito el control social a través de la introducción masiva de las drogas entre la juventud contestataria contra la guerra de Vietnam y en los barrios de mayoría afroamericana, que estaban cada vez más politizados.

Fue un genocidio silencioso y perfecto, ya que las víctimas fueron consideradas únicos culpables de su trágico destino. ¡Cuan miserables suenan hoy las palabras de Tierno Galván, llamando a la juventud a “colocarse”! 

Hoy en día, conscientes de la profundidad de la actual crisis económica y el probable aumento de la conflictividad social, pretenden repetir el mismo esquema. Llevan ya un tiempo denigrando a la juventud, intentando crear una falsa imagen al presentar a los jóvenes como una panda de vagos que no quieren estudiar ni trabajar (obviando las políticas privatizadoras, la degradación de la educación pública y la imposibilidad de encontrar un empleo mínimamente digno y estable en estos momentos), viciosos (deformando hasta el surrealismo el fenómeno del “botellón”) y violentos (exagerando hasta el delirio la violencia escolar y el todavía anecdótico fenómeno de las bandas juveniles). Además, con la intención de inocular el miedo a la inseguridad, incluso los telediarios se han convertido en una burda imitación del nefasto y felizmente desaparecido diario “El Caso” (y lo van consiguiendo de nuevo, duplicándose en los últimos años la población reclusa mientras los índices de criminalidad se han mantenido estables, a lo que hay que sumar el último endurecimiento del código penal). 

Considerando que es el momento adecuado, están abriendo el grifo otra vez, llenando lenta pero progresivamente nuestras calles de heroína (que por cierto, en su mayoría procede del ocupado Afganistán, desde el pseudoestado implantado por la OTAN en Kosovo ). O recuperamos la memoria histórica de nuestros barrios y nos organizamos para luchar contra los responsables últimos de esta lacra, o volveremos a ver cómo cárceles y cementerios se llenan con los nuestros. 

sábado, 14 de octubre de 2017

"Están recetando speed a niños y niñas"

Iñaki Redín Eslava, biólogo de 53 años, máster en Biotecnología Avanzada por la Universidad Autónoma de Barcelona y, actualmente, profesor en el Instituto de Enseñanza Secundaria Barañain. Padre de tres hijos y dibujante, acaba de publicar Educar sin drogas en la Editorial Katakrak, un ensayo —con ilustraciones propias— sobre adolescencia, alcohol, tabaco, cannabis y Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH).

 
¿Qué pinta el TDAH en tu libro? 

Mucho. El principio activo de los medicamentos recetados para tratar el TDAH es el metilfenidato. Este compuesto químico también es conocido como MPH: Miles Per Hour, la unidad de medida del velocímetro de los automóviles (speedometer en inglés). Hablamos del speed, la cocaína de los pobres que tanto se consumió en los años 80 y 90, con su ansiedad.

¿Qué quieres decir? 

Están recetando speed a niños y niñas. Al principio era un diagnóstico netamente masculino, pero ahora ya no es así. Hace ocho años, mi hijo mediano estaba pasando una mala época y le diagnosticaron TDAH. Nos pilló por sorpresa pero, al cabo del tiempo, vimos que aquello no iba bien y le sacamos de aquel programa. 

¿Cómo reaccionan las madres y los padres ante el tratamiento?
Tienen miedo y, cuando una persona está asustada, no razona. Como dijo Mark Twain: “Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada”. Ven que la cosa no funciona, pero no saben hasta dónde llega la madriguera del conejo en la que se han metido dándole speed a su hijo. Esa droga te lleva a un sitio al que no quieres ir. Cualquiera que la haya probado lo sabe de sobra. 

No tiene sentido, el speed es una droga que te pone ansioso. 

Efectivamente, no es lógico que un excitante sea lo más adecuado para una persona excitada. Sus defensores hablan del “efecto paradójico” sin que se les caiga la cara de vergüenza. En realidad, lo que hacen con ese niño es romperle el ciclo de vigilia-sueño. El menor pasa a tener un sueño de mala calidad y a estar casi siempre medio dormido o en estado de alerta. Si los padres y madres vieran cómo están sus hijos en el aula, abandonarían el tratamiento. Están en clase, pero no se enteran de nada. Es doblemente dramático porque las pastillas no solo no arreglan nada, sino que acaban provocando la enfermedad. 

¿Cómo es posible? 

Al cabo de un tiempo, esos chicos efectivamente no pueden mantener la atención, disminuye la comprensión lectora... y el trastorno se materializa de verdad. 

¿Esto solo pasa aquí? 

Bueno, estamos ante una moda psiquiátrica. Como en su tiempo lo fueron la dislexia, la paralexia, la dislalia o la discalculia... que afortunadamente no tenían medicamentos asociados como en este caso. En Francia hay una centésima parte de los casos y en los países nórdicos, directamente, no existe. Es cierto que está creciendo en nuestro entorno pero a nivel mundial —en términos relativos— solo estamos por detrás de EE.UU. No es un problema de código genético, como sugieren algunos, sino de código postal. Se está copiando un modelo fracasado como el estadounidense —el que instala detectores de metal y personal armado en las puertas de los centros— porque es más económico. Drogar es más barato que educar.

Un niño movido es sospechoso... 

Siempre ha habido niñas y niños movidos. A principios del siglo pasado, a los recién nacidos que lloraban les recetaban cuatro gotas de opio, en los años 20 era el Jarabe de Heroína Bayer. Ahora se están dando anfetaminas cuando todavía hay procesos judiciales en marcha contra médicos, psicólogos y psiquiatras por recetárselas a mujeres en los años ochenta para cuidar la dieta. 

De acuerdo, pero hay jóvenes que realmente tienen TDAH. 

No se puede tener lo que no existe. Cuando el consejero de Educación José Iribas activó el protocolo de derivación hace diez años, había uno o dos niños por instituto. Ahora hay uno o dos en cada aula. Es una enfermedad sin base fisiológica: hay muchos chavales diferentes y con problemas, pero eso no quiere decir que tengan TDAH. Ellos sufren mucho. Gorditos, flacos, inmaduros, los que han crecido en exceso, los gafotas... todos están juntos en la misma clase por fecha de fabricación —como los yogures— aunque su proceso de maduración sea diferente. Y luego están los que necesitan más atención que los demás o los que buscan su lugar en el mundo de manera más activa que el resto. El porcentaje de TDAH entre los nacidos en diciembre —los más pequeños de la clase— es altísimo. Hay que tener en cuenta que se empieza a diagnosticar a los cuatro años (en Navarra hay diagnosticados 14 casos de esa edad). Algunos llevan ocho años con pastillas. 

¿Qué ha desencadenado esta medicalización? 

Antes de 2007 los diagnósticos eran residuales. El TDAH es hijo de los recortes. Se ha subido la ratio de 25 a 35 alumnos por aula, han aumentado las horas de docencia, se han bajado los sueldos. En una clase de ese tamaño y con cuatro o cinco niños movidos, la enseñanza se hace difícil. ¿Solución? Fármacos. Ahora bien, el TDAH es prácticamente inexistente entre familias humildes o de inmigrantes... porque se ve normal que la vida les vaya peor. La última cifra publicada en Navarra en 2014 habla de 4.800 niños afectados. ¿Te imaginas ese número de personas con esguince de tobillo? Se estarían arreglando todas las aceras.

¿Es pues un fenómeno de clases medias? 

En un principio sí, aunque ahora nadie se libra del diagnóstico. Todos estos chicos y chicas van a rendir muy por debajo de sus capacidades. Siempre te queda la duda de hasta dónde habrían llegado si no los hubieran atiborrado con psicoestimulantes y les hubieran dejado madurar. 

Pero, ¿existe el TDAH en todos los modelos educativos, independientemente de la renta media de las familias en cada escuela o ikastola? 

Sí, pero lo importante es cómo se aborda el conflicto en cada caso. La enseñanza privada o concertada —en euskera o castellano— presume de recursos y dotaciones, pero la verdad es que, en los centros más elitistas, cuando tienen este tipo de problemas, invitan a los alumnos a irse a la red pública. Cosa que, por cierto, ocurre casi siempre. 

¿Qué habría que hacer? 

Necesitamos docentes, pero nos dan pastillas. Faltan recursos. Hay que hacer desdobles y atender la diversidad. Antes, los alumnos con más dificultades iban a una diversificación curricular que les permitía titularse y ahora la tendencia es no hacer nada con ellos. El espíritu de la LOMCE es no gastar dinero en las personas que tienen distintas capacidades. Es lo que se cuenta en la película distópica Gattaca: los mejores recursos solo están disponibles para los más aptos. Y el control de todo el proceso, en manos privadas.

¿Por qué? 

Los test se realizan en entidades públicas y privadas, pero algunas de estas últimas lo hacen con especial interés. Son las que, en épocas no muy lejanas, trataban la homosexualidad como una enfermedad. El TDAH es un negocio monumental.

¿Cuál es el procedimiento? 

Hay que rellenar un cuestionario de 18 preguntas (Snap-IV) que no tiene ninguna base científica y que en muchos países ni siquiera está reconocido. Si alguien sospecha de un niño o niña —en la familia o en la escuela— y le acaban haciendo la prueba, no tiene escapatoria. Primero lo derivan a neuropediatría para ver si tiene una meningitis mal curada o un tumor, y luego a salud mental para analizar si existe algún trastorno; y, si ambos análisis son negativos, la solución es... el tratamiento. En realidad, no existe ninguna prueba diagnóstica cerebral gráfica que diferencie entre un cerebro sano y un cerebro con TDAH. Sin embargo, sí que hay evidencia científica de las diferencias entre un cerebro tratado con speed y otro sin tratar. A los docentes no nos hace falta ninguna prueba para saber qué niño o niña está en tratamiento. Nos basta con observarlos durante una hora. 

¿Qué habría que hacer? 
 
Lo primero, cortar el grifo: no más diagnósticos de TDAH en Navarra. Luego haría falta un posicionamiento público del Colegio de Médicos y del Colegio de Psicología, que —en privado— reconocen, al menos, el sobrediagnóstico actual. La Consejería de Salud tendría que hacer una reevaluación de todos los diagnósticos realizados hasta la fecha. Los casos positivos tendrían que derivarse a adaptaciones curriculares que permitan titularse a los alumnos. Por cierto, el Gobierno del cambio no ha hecho nada al respecto. Les escribí a principio de legislatura y me contestaron eso de que: “Estamos trabajando en ello porque es un tema complejo”. Hasta hoy. 

viernes, 13 de octubre de 2017

La Otra Memoria Histórica. Viva la Escuela Moderna

El 13 de octubre de 1909 la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, asesinó a Francisco Ferrer i Guardia. Pero las balas sólo mataron al hombre, su obra es eterna.

 

miércoles, 4 de octubre de 2017

A mis vecinos fachas

Esto va dirigido a toda esa gente de bien que ha engalanado sus ventanas y balcones con la rojigualda, sin que haya fútbol. Aunque algunos aprovechasteis el mundial para sacarla sin miedo y ya no quitarla, pillines.

No os engañéis a vosotros mismos, no defendéis a los españoles, porque nunca os hemos visto defender otra cosa que la patria. O eso que entendéis por "patria": toros, fútbol e Iglesia (que no religión, representáis todo lo opuesto al mensaje de los Evangelios).

Ya asomásteis la patita con lo de la familia y el aborto, los refugiados, y con lo de "ayudas sociales para los españoles". Sólo participáis de la res pública (no hace falta hablar como escribe Ussía para ser culto, idiotas) para pedir que se le quiten derechos a los demás, para ir a misa y para votar al PP (ahora ya os podéis creer plurales, ya tenéis más opciones), nunca en busca de un bien colectivo (lo de la pegatina de Cruz Roja en la solapa que se acabe ya, por dios).

Lo del "maricón de la tele" os parece gracioso, pero sois profundamente homófobos, porque una cosa es la libertad y otra el libertinaje, que esto ya parece Sodoma y Gomorra. Criticáis a las mujeres "descocadas" que visten "provocativamente" pero lo de "irse de putas" está en la base de vuestro acervo cultural. Criticáis la coacción que sufren los hombres por la ley contra la violencia de género, pero empatizáis antes con el agresor que con la víctima, soltando falacias sobre supuestas denuncias falsas que os han contando en Okdiario. 

Tenéis todo el día en la boca a las Fuerzas y Cuerpos de Serguridad del Estado, pero los agentes os importan lo mismo que los españoles, una mierda. Porque nunca se os ha visto apoyando la democratización de la Guardia Civil como pide la AUGC, ni se os oye hablar por los bares de la equiparación salarial entre los distintos cuerpos  (estos días sí, para criticar a los mossos, aunque cuando abrían cabezas en las huelgas estudiantiles no os parecían tan malos).

También tenéis todo el día en la boca el orden público y el necesario cumplimiento de la ley para garantizar el funcionamiento del Estado de Derecho, pero votáis a delincuentes una y otra vez, orgullosos de hacerlo.

Y ahora tenéis la excusa de Catalunya. Habláis de convivencia y aplaudís con entusiasmo el guerracivilismo del gobierno y la brutalidad policial. Con el discurso de Felipe alguno hasta se habrá cuadrado frente a la televisión. No queréis que Catalunya se vaya pero la estáis echando.

Os creeis librepensadores, pero únicamente tratáis torpemente de repetir el argumentario de La Razón e Intereconomía (saberse la lista de los reyes godos no es sinónimo de cultura ni de inteligencia, mentecatos). Os creéis valientes pero no sois más que siervos temerosos del amo, chivatos y esquiroles.

Individualmente no sois nada, pero como minoría ruidosa sí tenéis peligro. Sin duda entre vosotros hay buena gente, sensible y solidaria. Pero como colectivo vuestra bandera no es la rojigualda, es la mezquindad. El problema es que ante la falta de alternativa, podéis arrastrar a los más despistados y desesperados. Además sois el caldo de cultivo social perfecto para la impunidad de las bandas fascistas. Pero lo más peligroso es que sois la base electoral de la reacción y la corrupción. Tener una cosa clara, esta vez no pasaréis.