Generalmente, los medios de comunicación y ciertos “expertos” nos dibujan un inquietante panorama de paulatino e incesante aumento de la violencia ejercida por menores de edad, tanto en el ámbito escolar como en el familiar (argumentado en el aumento significativo de denuncias de padres agredidos por sus hijos).
Por regla general, analizan los motivos de esta supuesta situación de la siguiente manera: si bien se asume que problemas extra familiares influyen, como la falta de conciliación de la vida laboral y familiar o el papel de los modelos televisivos, los videojuegos, etc., centran la explicación en las relaciones familiares. Suelen afirmar que la génesis de la situación descrita se encuentra, probablemente, en los cambios sucedidos en las relaciones familiares, especialmente en la falta de límites con que crecen los niños. Habríamos pasado de un modelo educativo autoritario (familia de “ordeno y mando”) a un modelo educativo laxo e incluso inexistente (por dejación de funciones en los padres), lo que lleva a los niños a crecer sin límites, haciendo lo que les apetece en cada momento (apuntando al hedonismo y comodidad de los padres como razón de este estilo educativo).
Explican que si bien el cariño es imprescindible, también lo es el “no”, el límite, la prohibición de determinados comportamientos, la frustración o la postergación del placer. De lo contrario, afirman, el joven será un tirano y además tendrá problemas de identidad. Para que esto no ocurra, es necesario inculcar la cultura del esfuerzo. Y suelen concluir sus disertaciones apelando a la necesidad de recuperar valores básicos como el respeto, la responsabilidad, el esfuerzo, la entrega, la generosidad, la paciencia…para evitar así que nuestros hijos lleguen a ser, incluso, unos psicópatas.
Ante semejante panorama, lo primero que hay que hacer es analizar las premisas de las que parten tanto medios de comunicación como los habituales “expertos”. Por lo general, la falta de datos concretos a nuestra disposición y el bombardeo mediático sobre la violencia escolar y el aumento de hijos que agreden a sus padres dificulta esta labor.
No obstante, esgrimir como argumento el aumento del número de denuncias interpuestas por padres maltratados por sus hijos para justificar la existencia de una problemática creciente no es del todo correcto, ya que el número de denuncias no tiene porqué ser un indicativo fiable de la evolución de una problemática concreta (más bien da pistas sobre el tratamiento social que recibe el problema); de lo contrario, tendríamos que afirmar que la violencia de género ha aumentado de manera exponencial en los últimos 40 años. Entonces, ¿realmente ha aumentado la violencia de los hijos a sus padres, o simplemente hemos focalizado la atención sobre un fenómeno ya existente? Y de ser así, ¿por qué?
Quizá la irrupción del proyecto Recurra ayude a responder, al menos en parte, a estas preguntas. Ya que podríamos estar creando primero la necesidad de nuestros servicios para luego ofrecerlos “altruistamente”. Este proyecto ha organizado “Campus Unidos” (en Brea de Tajo). Se trata de un centro especializado en el internamiento de menores que agreden a sus padres. Surge de la colaboración de Javier Urra y la empresa Ginso, Urra, psicólogo además de contertulio habitual en radio y televisión, es autor de libros como ¿Qué ocultan nuestros hijos? O El pequeño dictador. Por su parte, Ginso es una entidad supuestamente sin ánimo de lucro cuyo presidente es un empresario de la construcción que tras la promulgación de la Ley del Menor del 2000 (que posibilitó la gestión privada de los centros de menores) diversificó sus negocios hacia la construcción de centros de reforma y su posterior gestión a través de conciertos con las comunidades autónomas. Precisamente en Brea de Tajo construyó (por 157 millones de euros) y gestiona el centro Teresa de Calcuta, denunciado en numerosas ocasiones por distintos colectivos sociales por el trato que reciben los menores internados y donde el pasado verano falleció el joven Ramón Barrios en circunstancias aún no aclaradas.
Con todo lo anterior no se pretende negar la existencia de la problemática, pero sí apuntar que, en cualquier caso, la solución no puede venir ni desde el sensacionalismo periodístico y la criminalización de los chavales ni desde la óptica del lucro empresarial. Sin duda el problema existe (aunque posiblemente no al nivel que nos tratan de vender), pero lo que debemos hacer es analizarlo para aportar soluciones, no aprovecharlo para intentar revertir la rueda histórica del desarrollo social (y mucho menos para intentar aumentar los mecanismos de control social, vaciando de interioridad a las familias).
Algo similar ocurre con la violencia escolar. El bombardeo mediático junto a una campaña constante y marcadamente ideológica sobre el sistema educativo han dibujado un panorama donde la violencia escolar (por una supuesta falta de autoridad del profesorado) es el pan nuestro de cada día, desde finales de los 90. Sin embargo, esta realidad contrasta con los datos obtenidos en una investigación realizada de manera conjunta por el Defensor del Pueblo de España y UNICEF, donde se concluye que la violencia escolar en todas sus formas ha disminuido sensiblemente en la última década.
Y de este informe también podemos inferir, al menos en parte, otra conclusión contradictoria con lo que medios y “expertos” nos plantean: al crecer sin límites, el niño se convierte en un joven déspota que hará lo que sea por conseguir sus objetivos inmediatos; sin embargo la conflictividad en las aulas (tanto hacia iguales como hacia el profesorado) se desarrolla fundamentalmente en el primer ciclo de la ESO, mientras que en los últimos cursos de la ESO y en el bachillerato la violencia escolar se reduce de manera significativa. ¿Cómo sería posible que una supuesta falta de límites, o de autoridad del profesorado, conlleve el desarrollo de jóvenes violentos, si esta violencia se reduce al acercarse a la edad adulta? ¿O es que esas familias laxas han modificado su modelo educativo a los 15 años? ¿O los profesores de repente ganan autoridad al pasar de curso?
Sobre los límites
Al parecer la solución que nos venden es evidente: decir “no” a los niños, ponerles límites, prohibir. Analicemos esta afirmación. Indudablemente, no podemos permitir que un niño pequeño haga lo que quiera en todo momento. Y para su desarrollo es fundamental dotarle de un estructura y ciertas rutinas (horarios de comidas, de baño, de acostarse, etc). Pero a medida que va creciendo, para poder desarrollarse, el locus de control (inicialmente totalmente externo) debe ir desplazándose, para que el niño vaya adquiriendo autonomía y pueda hacerse responsable de sí mismo.
Cuando se habla de límites, por lo general siempre nos referimos a prohibir, de alguna manera constreñir al niño. Sin embargo, no olvidemos que un niño es, ante todo y por naturaleza, pura expansión. Y no olvidemos que aprendemos fundamentalmente por imitación y por ensayo-error. Es decir, que para aprender (en el sentido de interiorizar valores, conductas, etc.) es necesario tener libertad para equivocarse. Sólo si el niño va tomando sus propias decisiones, podrá ir madurando y responsabilizándose de sus actos. La imitación es la otra pata del aprendizaje, de tal manera que el mejor “límite” que puede tener un niño es el autocontrol, la serenidad, la madurez y la responsabilidad de sus adultos de referencia. Autocontrol también a la hora de poner límites al niño.
Para que un niño llegue a ser un joven maduro y responsable, es básico inculcarles el autocontrol. No es lo mismo que impongamos límites a los niños que el que ellos aprendan a limitarse. Cuando imponemos límites a los niños, mantenemos el locus de control externo, lo que, de no ir desplazándose hacia un locus de control interno, impedirá su desarrollo madurativo, dejando al joven en una especie de infantilismo perpetuo (lo que provoca conductas caprichosas, la inmediatez de los objetivos, el narcisismo, la idiocia moral, etc.). Es necesario insistir: para llegar al autocontrol, a la responsabilidad, en definitiva para madurar emocional y conductualmente, es muy necesario que el niño goce de una libertad que le permita ir relacionándose con el entorno y comprenderlo por sí mismo (para llegar a comprenderse a sí mismo y a los demás), sin el filtro que suponen los límites externos, sin el filtro del “controlador” de sus conductas. Aunque se equivoque muchas veces y esto genere “problemas” a los adultos.
Sin embargo, la tendencia actual parece ser la contraria. Por mucho que mass media y supuestos expertos de todo pelaje nos digan que el problema de los más jóvenes es su falta de límites, la realidad, en nuestra opinión, es bien diferente. A día de hoy, en la práctica para un menor de edad todo está prohibido o bien es obligatorio. ¿Dónde queda su libertad de decisión y por tanto su posibilidad de ir responsabilizándose de sí mismo y de los demás?
Por otro lado, se suele contraponer en cierto modo el hecho de transmitir valores, poner límites y prohibiciones con la ternura y el cariño. Sin embargo, la ternura y el cariño, el amor en todas sus formas, es el único límite realmente efectivo. Cuando nos sentimos aceptados, queridos y respetados, tendemos a intentar no dañar ni ofender a quienes nos quieren y queremos. Por alguna razón, siempre que se habla de límites y contención pensamos en cercenar posibilidades, coartar al otro, frustarle, cuando precisamente lo que más limita nuestra conducta es estar contento y feliz, cómodo, en un lugar determinado y con ciertas personas por las que tenemos un especial aprecio.
Dicho todo lo anterior, también es cierto que el autocontrol no siempre funciona, y más en personas que aún lo están desarrollando. Por eso en ocasiones, sólo en ocasiones, se necesitarán límites externos. Pero no todo vale a la hora de limitar.
Los límites no deben nunca suplantar al autocontrol. De lo contrario, infantilizamos al chaval y en consecuencia no podremos responsabilizarle de sus futuras conductas.
Quien limite, a su vez deberá ser coherente con el límite impuesto a la otra persona.
Los límites, que deben ser ocasionales, no pueden convertirse en la tónica habitual. Puesto que lo normal es controlarse y el descontrol es lo excepcional, el límite debe ser algo puntual y no cronificarse.
Además, los límites deben ser siempre razonados y consensuados (lo que no implica la absurdez de estar negociando y renegociando todo constantemente).
Por último, insistir en una idea. Los límites externos tienden a despersonalizar al limitado, mientras que el afecto y el cariño no sólo son el “límite” más efectivo a la hora de contener, sino que personalizan, dotando de autoestima y favoreciendo el desarrollo del autocontrol. Nada sujeta más que una mano abierta.
Sobre la familia
En las últimas décadas la sociedad española ha vivido importantísimos cambios sociológicos, conllevando profundas transformaciones tanto en las relaciones familiares como en el propio concepto de familia. Sin duda, la familia autoritaria, modelo casi exclusivo en el pasado, ha ido dando paso a la irrupción de nuevos modelos educativos, más basados en el diálogo y la aceptación mutua que en la imposición.
Además, la fuerte irrupción de la mujer en el mercado laboral ha facilitado la evolución de los roles del padre y de la madre, equiparándolos, avanzando significativamente hacia la igualdad de género (tanto social como familiarmente). Sin embargo, también ha supuesto que, al trabajar ambos cónyuges en cada vez más hogares, los hijos pasen mucho más tiempo solos o bajo la atención de otras personas (por ejemplo, en comedores escolares, etc.). Lo que, obviamente, dificulta el proceso educativo por parte de los padres. Suele reconocerse este hecho, pero se le resta importancia, prefiriendo hacer un juicio moral sobre la supuesta negligencia paternal de muchas familias (llegando a hablar de dejación de funciones) por mera comodidad. Esta generalización es peligrosa, ya que, en el fondo, culpabiliza a las familias que puedan tener algún tipo de problema con sus hijos de sus problemas.
La deficitaria protección a la familia en la sociedad actual (por mucho que los defensores del sistema se erijan así mismos como próceres de los valores familiares) tiene consecuencias en la crianza de los hijos. Para empezar, la baja por maternidad de tan sólo 16 semanas hace que el bebé se separe de su principal cuidador durante muchas horas al día, en un momento crucial para el desarrollo del niño. Esta situación contrasta con países con niveles de protección social mucho más avanzados. Por ejemplo, en Suecia el permiso de maternidad alcanza los dos años, edad mucho más adecuada para que el pequeño se separe de su cuidador principal, lo que facilita enormemente su proceso madurativo.
A esto hay que añadirle la nula conciliación de la vida laboral y familiar que existe en nuestro país. Curioso que quienes suelen quejarse amargamente del cambio de modelo familiar en nuestro país defiendan sin pudor la flexibilización (aún más) del mercado laboral.
Sin duda, una buena manera de prevenir futuros problemas familiares es modificar nuestro sistema de protección social y regular el mercado laboral para facilitar la conciliación familiar. Problemas de origen social requieren soluciones sociales.
A lo largo de las últimas décadas, fruto del desarrollo socioeconómico y cultural del país, se ha ido produciendo otro importante cambio en la estructura familiar, que tiene consecuencias en la crianza y educación de los hijos: la reducción de la familia extensa y su peso en la vida cotidiana del núcleo familiar. Antes, cuando surgían problemas con un hijo, por regla general toda la familia (abuelos, tíos, e incluso vecinos y amigos) se implicaban de forma natural en el asunto. A día de hoy, es más fácil que los problemas se enquisten, al verse reducidos los apoyos y las posibilidades de actuación, aumentando así la “necesidad” de intervención.
A la hora de afrontar los problemas familiares, no existen fórmulas mágicas ni recetarios de manual. Si, como profesionales, hemos de intervenir con una familia, lo primero que tenemos que hacer es ganarnos el respeto y la confianza de sus miembros, de tal forma que ellos mismos legitimicen nuestra intervención. Para lograrlo, será fundamental evitar los juicios morales y huir de las imposiciones que desde nuestra posición de poder nos veamos tentados a intentar realizar. Y por supuesto, nuestro acercamiento a la realidad familiar siempre partirá del más profundo respeto a su intimidad. Se trata de colaborar con la familia, no de “intervenirla”.
Será fundamental no partir de clichés ni de categorías preestablecidas, ya que cada situación y cada familia son únicas e irrepetibles. Tendremos que conocer el origen de la problemática y actuar de manera holística. Por ejemplo, nuestra actuación ante un hijo que agrede a sus padres será diferente según la etiología concreta. No es lo mismo que un hijo agreda a sus padres por haber crecido sin ninguna limitación a su ego, que el problema radique en una patología psiquiátrica del vástago, o que el niño haya crecido y ya pueda devolver los golpes.
Colectivo No a O´Belen