PÁGINAS

jueves, 25 de agosto de 2016

El burkini o la complejidad

El debate del burkini no debería haberse producido tal como lo ha hecho por varias razones: creo que una forma muy extendida de racismo, de desprecio por culturas diferentes, es confundir todo lo que nos parece raro: todo es taparse, todo es lo mismo. Y así, lo mismo es el hiyab (pañuelo o velo) que el burka, todo es "velo". El hiyab no tiene que ver con el burka, sino que es un pañuelo que cubre la cabeza y con el que se puede hacer una vida completamente normal. Que las mujeres adultas tienen derecho a llevar hiyab, está fuera de dudas.

El derecho a llevar la cabeza cubierta y a ocultar las formas corporales, por más sexista que sea, está protegido por la libertad religiosa y por el derecho a la propia imagen. El burkini es un traje muy parecido a los que viste la gente que hace surf. Exactamente ¿qué derecho o que norma se está vulnerando al vestirse toda entera de neopreno al ir a la playa? La respuesta a esta pregunta creo que es importante.

¿Es sexista taparse el cuerpo o la cabeza por pudor religioso? Pues sí lo es, como muchas de nuestras costumbres y también de nuestras vestimentas diferenciadas. Casi todo lo que nosotras tengamos que hacer para ganar valoración o consideración, y ellos no, es sexista. Somos depositarias del pudor y ellos no, somos depositarias de las tradiciones con nuestras vestimentas y ellos no, somos objetos sexuales y ellos no, pero esa es, ahora, otra cuestión.

Podemos y debemos legislar contra la obligatoriedad y a favor de la libertad de elegir de todas las mujeres, y debemos proteger a aquellas que eligen en contra de la voluntad de sus parientes o su (nuestra) cultura. Proteger la libertad incluye proteger la de quienes hacen cosas que no compartimos, que no nos gustan o que, incluso, hacen cosas en contra de lo que creemos que son sus verdaderos intereses; me temo que la democracia es eso.

No puedo en este artículo explicar cuáles creo que deben ser los límites a la libertad, pero los hay. Si bien la libertad religiosa es importante, proteger activamente la igualdad entre hombres y mujeres debe tener como poco el mismo valor. El Estado, así, tiene que moverse entre la complicada defensa de la libertad religiosa y la defensa de la igualdad de género.

Islamofobia

 

Pero, en todo caso, resulta que en Europa sí hay un problema grave de racismo y xenofobia islamófoba. Lo suficientemente grave como para que nos lo tomemos en serio y como para ser beligerantes ante cualquier avance. No hay otra razón para que en Francia se prohíba el burkini que no sea alentar políticamente la xenofobia. El debate europeo sobre la vestimenta de las mujeres musulmanas se ha dado siempre en nombre de la seguridad y nunca de la igualdad, y esos dirigentes que tratan de prohibir el burkini son los mismos que mantienen trato más que amigable con países que segregan y torturan a las mujeres.

Son los que no mueven un dedo por acabar con otras instituciones y prácticas sexistas que padecemos las mujeres europeas, así que está más que claro que el debate del burkini no es más que una excusa para ganar votos o para alentar la xenofobia y el racismo. Eso debería bastar para que fuéramos muy críticas con ese empeño. Tenemos que ser capaces de matizar y no usar la brocha gorda porque en las circunstancias actuales no condenar el racismo siempre que se produce es alentarlo.
No obstante, dejó de tratar sobre el burkini y se volcó hacia lo de siempre, 
muticulturalismo/universalismo; libertad de elección/estructura opresiva y aleteando siempre debajo el oportunismo racista de los de siempre. La manera de luchar contra el fascismo y el racismo no puede ser un relativismo completamente acrítico.

Parece evidente que igual que existe la xenofobia y el fascismo europeo, existe un fascismo islamista que se está extendiendo y que propone, entre otras cosas y de manera muy importante, un patriarcado extremo y brutal. El velo integral estaba desapareciendo en aquellos países en los que había dejado de ser obligatorio y que estaban transitando hacia una mayor secularización cultural e igualdad de género.
 
La manera en que todos los proyectos democráticos árabes han sido abortados desde hace décadas por las potencias occidentales es tema para otro artículo, pero tiene mucho que ver con lo que aquí tratamos. El resultado es el crecimiento de un fundamentalismo religioso de corte fascista que ha generado un aumento del velo integral incluso en mujeres que viven fuera de sus países de origen o que se convierten no ya al Islam, sino directamente al wahabismo. Y eso está ocurriendo para desesperación de muchas mujeres árabes que se dejaron la vida luchando contra el integrismo religioso.

Muy a menudo frivolizamos y no damos la suficiente importancia a las vidas y a las luchas de las mujeres que sufren en los países en los que se está imponiendo, con ayuda de Occidente, el fundamentalismo wahabista. ¿Dónde nos situamos cada una de nosotras en esa lucha?

Parece que a veces pensemos que las mujeres musulmanas o de cultura islámica están más habituadas que nosotras al burka, "allá ellas y sus costumbres". Eso es también una forma brutal de racismo en la que incurrimos a menudo, como, por cierto, nos acusan en muchas ocasiones feministas árabes que llevan toda la vida luchando contra el fundamentalismo religioso. ¿Dónde nos situamos en esa pelea?
El miedo al etnocentrismo no puede impedirnos defender la universalidad de los derechos humanos, uno de los cuales es el derecho de las mujeres a la igualdad. Y nos importa, no solo por solidaridad con ellas, sino por nosotras mismas. No creo que haya un ellas y un nosotras. Primero, muchas de esas mujeres son europeas, nacidas y educadas aquí, somos nosotras mismas; y segundo porque el patriarcado es universal y el destino de todas las mujeres está entrelazado.

Que exista mucho sexismo en nuestra propia cultura no nos imposibilita a las feministas para debatir o criticar el sexismo en otras culturas, no digamos ya formas de sexismo que crecen entre nosotras; como entrelazados están todos los fascismos, por cierto. Me parece sospechoso que el relativismo se aplique siempre mucho menos cuando hablamos de la defensa de la mayoría de los derechos humanos, y mucho más cuando hablamos de costumbres, leyes, instituciones, que afectan a las mujeres.

No suelo escuchar lo del pensamiento colonialista cuando hablamos de igualdad económica, por ejemplo, o de pobreza, de derechos lgtb, cuando nos posicionamos con determinados pueblos minoritarios, cuando hablamos de injusticia ecológica, que cuando hablamos de mujeres. De todos los derechos humanos parece que los de las mujeres son siempre los más relativos. Creo que el miedo al etnocentrismo no puede paralizar la crítica a las violaciones de los derechos humanos de las mujeres en otras culturas, y esas mujeres a su vez pueden y deben alertarnos sobre el sexismo que nosotras hemos naturalizado y a veces no vemos.

Finalmente, este tema, como la mayoría de los debates feministas contemporáneos, parece pivotar sobre el binomio libre elección/constricción estructural. Simplificando dolorosamente lo que es un tema de enorme complejidad también, diría que es absurdo no reconocer las estructuras sociales, culturales, económicas, todas ellas patriarcales, y las instituciones que oprimen y dirigen una parte importante de nuestros comportamientos, pensamientos e ideología.

Más absurdo aún es cuando esto se hace desde posiciones de izquierdas que llevan toda la vida tratando de visibilizar, precisamente, esas estructuras y ese sistema en el que el poder anida. Si aplicáramos el concepto de libre elección nuda a otras cuestiones sociales, haríamos desaparecer las estructuras y los constreñimientos sistémicos que obligan a las personas a hacer determinadas elecciones que, finalmente, no son tales. Esto que se ve muy claro cuando hablamos de clase o raza, no se ve tan claro cuando hablamos de mujeres cuya supuesta libre elección hace desaparecer cualquier estructura opresiva o sistémica.

Pero, al mismo tiempo, sabiendo esto, es imposible no reconocer hoy día a las mujeres un gran espacio de agencia y libre elección. E infantilizar a las mujeres musulmanas lo hacemos muy a menudo. Las mujeres que se ponen las prendas que debatimos, nos gusten más o menos, son adultas, argumentan, reivindican derechos fundamentales también; son universitarias, trabajan, estudian, discuten con sus maridos, son creyentes y toman sus propias decisiones, como nosotras. No es posible, literalmente no es posible, no escucharlas.

Mucha o poca, mediatizada más o menos, dirigida más o menos, constreñida por el patriarcado y el capitalismo, como las de todos, ese espacio de agencia individual tiene que ser reconocido y cualquier proyecto emancipador tiene que tenerlo en cuenta. Hablamos con ellas, discutimos con ellas, pero no es posible hablar sobre ellas como si ellas no estuvieran. Todas y cada de una de nosotras y nosotros construimos nuestras vidas en el vértice entre lo que queremos hacer, lo que podemos hacer y lo que creemos que queremos hacer.

Tenemos que contar con eso y trabajar a partir de eso. Terminaré diciendo que entiendo que estos debates son muy virulentos porque las mujeres sentimos que estamos debatiendo sobre nuestras propias vidas; no es algo ajeno ni teórico, son nuestras vidas las que están en juego.  Creo que ante cuestiones de esta trascendencia hay que admitir las dudas, los grises y los matices y luchar por no caer en cierto fundamentalismo del debate, que también se da mucho.