PÁGINAS

jueves, 17 de abril de 2014

¿Legalizar la marihuana?

 ¡Cómo cambia el mundo! En el trono imperial ya no se sienta un actor de western y fanático religioso. Ahora el papel lo interpreta un abogado defensor de los derechos civiles y fumeta confeso. Barack Obama apuesta públicamente por la legalización porque “la marihuana no es más peligrosa que el alcohol o el tabaco”, y critica las desproporcionadas penas por consumo y cómo estas afectan especialmente a minorías como la negra o la hispana. Ni los guionistas del Príncipe de Bel Air se lo habrían currado tanto. Colorado y Washington han legalizado ya la marihuana incluso con fines recreativos, y otros 21 estados están en proceso de legalizar su uso terapéutico.

Uruguay ya la ha legalizado, y en muchos países sus gobiernos han lanzado el debate sobre la legalización (México, Colombia, Chile, Argentina, Portugal, Reino Unido, Marruecos, etc.). ¡Qué raro todo!

Las últimas décadas han estado marcadas por las políticas de “tolerancia cero” en el tema de las drogas a nivel mundial, salvo Holanda. Aunque por supuesto esta tolerancia cero sólo afecta al común de los mortales, ya que se persigue al consumidor y al camello de barrio (miles y miles de personas se están pudriendo en cárceles de todo el mundo por posesión o trapicheo a pequeña escala), mientras los narcos se pasean en yates con presidentes autonómicos. Y esto es así porque para luchar consecuentemente contra el narcotráfico hay que meter mano a banqueros, constructores, concejales de urbanismo y consejeros autonómicos, cómplices necesarios al menos para blanquear los beneficios. Y no mandar a la policía a los institutos.

Y de repente, se inicia un vertiginoso cambio de tendencia hacia la legalización del cannabis, con argumentos para todos los gustos: desde los beneficios sociales que tendría la legalización vía impuestos hasta sus cualidades médicas, pasando por la defensa de las libertades individuales y el aumento de las garantías para el consumidor al regularizarse su comercialización. Todo esto acompañado por la aparición de numerosos estudios científicos que revelan las propiedades terapéuticas del cannabis o la relativa inocuidad de su consumo, zafiamente divulgados por los medios de comunicación a modo de lubricante. Aunque obviamente ni a Obama ni a Mohamed VI le preocupan ni nuestra salud ni nuestras libertades.

Para entender este tipo de movimientos políticos del capital, es preciso ir más allá de las apariencias y buscar quién se beneficia de la jugada (recordemos que la ola prohibicionista contra la marihuana se inició en los años 20 por presiones de la industria algodonera y petroquímica estadounidense, ya que el cáñamo competía con las prendas de algodón y se quería generalizar el uso del nylon. De hecho, la Declaración de Independencia de Estados Unidos y su Constitución están redactadas en papel de cáñamo).

Detrás de la tendencia legalizadora se encuentra un lobby encabezado por Open Society Foundations, una ong dedicada a “facilitar las transiciones desde sociedades autoritarias hacia otras abiertas y democráticas”. Estos bienhechores todavía no han fichado a Michael Knight, pero su fundador es el multimillonario George Soros, uno de los principales accionistas de Monsanto. ¡Aquí estaba la trampa! Este gigante agroalimentario es pionero en la extensión de cultivos transgénicos, ya desde los 90. Entonces se argumentaba que los transgénicos servirían para paliar el hambre en el mundo y para luchar contra el efecto invernadero (a través del biodiésel) gracias a su enorme productividad. Claro, claro. Más de una década después no han hecho más generalizar la miseria entre el campesinado de las regiones en las que se han implantado, han modificado sustancialmente los ecosistemas y aún desconocemos los efectos a largo plazo de consumir alimentos genéticamente modificados. Eso sí, se han forrado gracias a las patentes. Ya están trabajando en nuevas semillas de marihuana genéticamente modificadas. Tener el monopolio sobre el comercio mundial de marihuana es un gran negocio, han apostado fuerte. Hay que haber fumado demasiado para no percibir los peligros económicos y sociales de este nuevo tinglado.

Las drogas están ahí. No hay que satanizarlas ni banalizar sus riesgos en todos los aspectos.  Abogamos por la despenalización del consumo (medida tomada por el gobierno de Correa en Ecuador) y el autocultivo. Porque la represión del consumo en los barrios sólo sirve para complicarle la vida a la gente normal y de paso criminalizar a la juventud. También nos oponemos a las medidas privativas de libertad para el menudeo y para las “mulas” (personas desesperadas, utilizadas por los narcos, que arriesgan su libertad e incluso su vida para introducir modestas cantidades de droga por la frontera a cambio de una miseria), ya que suponen un gran gasto público (unos 16000 euros al año por preso) y un enorme sufrimiento para miles de familias (en el estado español, el 25% de los hombres y el 45% de las mujeres que están en prisión han sido condenadas por delitos contra la salud pública). Pero no apostamos por la legalización, a los mafiosos sí queremos verles entre rejas, y también a los corruptos que les amparan y facilitan sus negocios.

La droga es una de las peores lacras de nuestros barrios, pero somos conscientes de que las respuestas judiciales y administrativas nunca acabarán con el problema. La única manera de acabar con ella es modificando sustancialmente las condiciones de vida que facilitan la aparición de conductas adictivas en la población: exclusión social, paro, sobreexplotación laboral, urbanismo alienante, etc. Y sobre todo, generalizar el acceso a la cultura y ofrecer la perspectiva de un futuro digno a las nuevas generaciones.


Por cierto, el Reino de España es el único país de la Unión Europea que permite el cultivo de transgénicos a gran escala. ¿Terminaremos viendo a Marianico y a Rubalcárcel animando a los jóvenes a emprender en el maravilloso mundo de la jardinería creativa? Tiempo al tiempo.