¡Cómo cambia el mundo! En el trono imperial ya no se sienta un
actor de western y fanático religioso. Ahora el papel lo interpreta
un abogado defensor de los derechos civiles y fumeta confeso. Barack
Obama apuesta públicamente por la legalización porque “la
marihuana no es más peligrosa que el alcohol o el tabaco”, y
critica las desproporcionadas penas por consumo y cómo estas afectan
especialmente a minorías como la negra o la hispana. Ni los
guionistas del Príncipe de Bel Air se lo habrían currado tanto.
Colorado y Washington han legalizado ya la marihuana incluso con
fines recreativos, y otros 21 estados están en proceso de legalizar
su uso terapéutico.
Uruguay ya la ha legalizado, y en muchos países sus gobiernos han
lanzado el debate sobre la legalización (México, Colombia, Chile,
Argentina, Portugal, Reino Unido, Marruecos, etc.). ¡Qué raro todo!
Las últimas décadas han estado marcadas por las políticas de
“tolerancia cero” en el tema de las drogas a nivel mundial, salvo
Holanda. Aunque por supuesto esta tolerancia cero sólo afecta al
común de los mortales, ya que se persigue al consumidor y al camello
de barrio (miles y miles de personas se están pudriendo en cárceles
de todo el mundo por posesión o trapicheo a pequeña escala),
mientras los narcos se pasean en yates con presidentes autonómicos.
Y esto es así porque para luchar consecuentemente contra el
narcotráfico hay que meter mano a banqueros, constructores,
concejales de urbanismo y consejeros autonómicos, cómplices
necesarios al menos para blanquear los beneficios. Y no mandar a la
policía a los institutos.
Y de repente, se inicia un vertiginoso cambio de tendencia hacia la
legalización del cannabis, con argumentos para todos los gustos:
desde los beneficios sociales que tendría la legalización vía
impuestos hasta sus cualidades médicas, pasando por la defensa de
las libertades individuales y el aumento de las garantías para el
consumidor al regularizarse su comercialización. Todo esto
acompañado por la aparición de numerosos estudios científicos que
revelan las propiedades terapéuticas del cannabis o la relativa
inocuidad de su consumo, zafiamente divulgados por los medios de
comunicación a modo de lubricante. Aunque obviamente ni a Obama ni a
Mohamed VI le preocupan ni nuestra salud ni nuestras libertades.
Para entender este tipo de movimientos políticos del capital, es
preciso ir más allá de las apariencias y buscar quién se
beneficia de la jugada (recordemos que la ola prohibicionista contra
la marihuana se inició en los años 20 por presiones de la industria
algodonera y petroquímica estadounidense, ya que el cáñamo
competía con las prendas de algodón y se quería generalizar el uso
del nylon. De hecho, la Declaración de Independencia de Estados
Unidos y su Constitución están redactadas en papel de cáñamo).
Detrás de la tendencia legalizadora se encuentra un lobby encabezado
por Open Society Foundations, una ong dedicada a “facilitar las
transiciones desde sociedades autoritarias hacia otras abiertas y
democráticas”. Estos bienhechores todavía no han fichado a
Michael Knight, pero su fundador es el multimillonario George Soros,
uno de los principales accionistas de Monsanto. ¡Aquí estaba la
trampa! Este gigante agroalimentario es pionero en la extensión de
cultivos transgénicos, ya desde los 90. Entonces se argumentaba que
los transgénicos servirían para paliar el hambre en el mundo y para
luchar contra el efecto invernadero (a través del biodiésel)
gracias a su enorme productividad. Claro, claro. Más de una década
después no han hecho más generalizar la miseria entre el
campesinado de las regiones en las que se han implantado, han
modificado sustancialmente los ecosistemas y aún desconocemos los
efectos a largo plazo de consumir alimentos genéticamente
modificados. Eso sí, se han forrado gracias a las patentes. Ya están
trabajando en nuevas semillas de marihuana genéticamente
modificadas. Tener el monopolio sobre el comercio mundial de
marihuana es un gran negocio, han apostado fuerte. Hay que haber
fumado demasiado para no percibir los peligros económicos y sociales
de este nuevo tinglado.
Las drogas están ahí. No hay que satanizarlas ni banalizar sus
riesgos en todos los aspectos. Abogamos por la
despenalización del consumo (medida tomada por el gobierno de Correa
en Ecuador) y el autocultivo. Porque la represión del consumo en los
barrios sólo sirve para complicarle la vida a la gente normal y de
paso criminalizar a la juventud. También nos oponemos a las medidas
privativas de libertad para el menudeo y para las “mulas”
(personas desesperadas, utilizadas por los narcos, que arriesgan su
libertad e incluso su vida para introducir modestas cantidades de
droga por la frontera a cambio de una miseria), ya que suponen un
gran gasto público (unos 16000 euros al año por preso) y un enorme
sufrimiento para miles de familias (en el estado español, el 25% de
los hombres y el 45% de las mujeres que están en prisión han sido
condenadas por delitos contra la salud pública). Pero no apostamos
por la legalización, a los mafiosos sí queremos verles entre rejas,
y también a los corruptos que les amparan y facilitan sus negocios.
La droga es una de las peores lacras de nuestros barrios, pero somos
conscientes de que las respuestas judiciales y administrativas nunca
acabarán con el problema. La única manera de acabar con ella es
modificando sustancialmente las condiciones de vida que facilitan la
aparición de conductas adictivas en la población: exclusión
social, paro, sobreexplotación laboral, urbanismo alienante, etc. Y
sobre todo, generalizar el acceso a la cultura y ofrecer la
perspectiva de un futuro digno a las nuevas generaciones.
Por cierto, el Reino de España es el único país de la Unión
Europea que permite el cultivo de transgénicos a gran escala.
¿Terminaremos viendo a Marianico y a Rubalcárcel animando a los
jóvenes a emprender en el maravilloso mundo de la jardinería
creativa? Tiempo al tiempo.