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lunes, 14 de noviembre de 2016

La Otra Memoria Histórica. Curso 86/87. Historia del Sindicato de Estudiantes

Se cumplen 30 años de las históricas movilizaciones del curso 86/87, que concluyeron con una clara victoria del movimiento estudiandil sobre el PSOE de Felipe González, Barrionuevo, Rubalcaba, etc. 

A la clase obrera nunca nadie nos regaló nada. Ni le debemos al PSOE la educación que hemos conocido las últimas décadas. Todo fue fruto de la lucha consciente y organizada de la juventud obrera.

Además, en aquellas luchas se forjó el Sindicato de Estudiantes, que 30 años después sigue siendo la organización juvenil más importante del estado español. Para conmemorar su aniversario, han publicado un libro, 30 años de lucha, imprescindible para entender la historia de nuestra "democracia".

Treinta años después siguen levantando la bandera de la lucha, enfrentándose desde el primer momento al nuevo tripartito de facto presidido por Rajoy, convocando de nuevo a la huelga a la juventud obrera estudiantil el próximo 24 de noviembre, tras el éxito del 26 de octubre. Además, los próximos 19 y 20 de noviembre celebrarán en Rivas (Madrid) su XVIII Congreso. 

Desde el Colectivo No a O´Belen queremos aprovechar la ocasión para felicitar públicamente al Sindicato de Estudiantes por su trayectoria, y para agradecer su apoyo incondicional desde el primer momento en la lucha contra la Fundación O´Belen y en defensa de los derechos de los niños y las niñas.

A modo de modesto homenaje, reproducimos a continuación el artículo Una lucha histórica, un triunfo ejemplar. Las movilizaciones del curso 1986/1987, escrito por Juan Ignacio Ramos (portavoz del Sindicato de Estudiantes durante estas movilizaciones)

Una lucha histórica, un triunfo ejemplar
Las movilizaciones del curso 1986/1987
 
Se ha cumplido el trigésimo aniversario de la maravillosa lucha de los estudiantes de 1986/1987. Aquel movimiento de masas de la juventud, el más importante de la historia de nuestro país en los últimos treinta años, mostró la enorme capacidad revolucionaria de una generación: la de los jóvenes de las ciudades y localidades obreras de todo el país. Durante cerca de tres meses, más de tres millones de estudiantes movilizados en numerosas huelgas generales y manifestaciones de masas ocuparon el centro de toda la atención política, causaron un hondo impacto en las filas del movimiento obrero y lograron arrancar concesiones históricas al gobierno de Felipe González. Fue la primera gran victoria de una lucha de masas frente a la socialdemocracia, y marcó el nacimiento de una organización que se ha convertido en la referencia revolucionaria de la juventud de todo el Estado: el Sindicato de Estudiantes.
 
Es difícil describir la trascendencia de aquella lucha. Basta repasar los periódicos de aquella época, las imágenes de la televisión, las cintas de los informativos radiofónicos para hacerse una idea de la magnitud y envergadura de aquel movimiento. Para los que participamos en la primera línea, supuso una gran escuela de táctica y estrategia revolucionaria, en la que todas las cuestiones esenciales que se plantean en una lucha de clases fueron abordadas brillantemente y con éxito. Pero, por encima de todo, aquellos tres meses de movilización demostraron la viabilidad del programa del marxismo revolucionario, cuyas consignas e ideas se fusionaron en todos los momentos decisivos con la voluntad de millones de jóvenes por cambiar sus condiciones de estudio y de vida.
 
El contexto político
 
En octubre de 1982 el PSOE, encabezado por Felipe González y Alfonso Guerra, cosechó un triunfo electoral sin precedentes. Más de diez millones de votos barrieron a la derecha de la escena política y encaramaron a un partido de izquierdas al gobierno del país. No existían precedentes. Ni siquiera en las elecciones que se celebraron durante la Segunda República el PSOE había recibido tal caudal de apoyo.
 
Después de la traición a las aspiraciones revolucionarias de los trabajadores que los dirigentes reformistas de la izquierda perpetraron en los años setenta, pactando con la burguesía la mal llamada Transición política, un profundo sentimiento de rabia y frustración se apoderó de millones de trabajadores y jóvenes. Entre 1975 y 1979, la clase obrera del conjunto del Estado libró una lucha a muerte contra la dictadura protagonizando un movimiento huelguístico formidable y grandes manifestaciones de masas. 
 
La correlación de fuerzas era tan favorable a los trabajadores que la clase dominante y el aparato del Estado de la dictadura no pudieron recurrir a un nuevo golpe militar. Sus representantes más perspicaces se basaron en los dirigentes obreros para desmovilizar a los trabajadores. Las direcciones del PCE, del PSOE, de CCOO y UGT, abandonaron cualquier perspectiva de lucha por el socialismo aceptando el “consenso” que les ofrecían los capitalistas. Sobre la base de esta política de colaboración de clases, jalonada por numerosos acuerdos como los Pactos de la Moncloa o la Constitución, los trabajadores fueron empujados a sus casas. La clase dominante pudo recomponer la situación y estabilizar su poder. Desde 1977 hasta 1982, los diferentes gobiernos de derecha de la Unión de Centro Democrático (UCD) atacaron sin piedad el nivel de vida de la clase obrera, al tiempo que iban cercenando todas las conquistas arrancadas en los años anteriores.
 
Tras el fracasado golpe de Estado de febrero de 1981, un clamor a favor del “cambio” se elevó desde lo más profundo de la sociedad. Una vez que la vía revolucionaria quedó cerrada, millones de trabajadores junto con la inmensa mayoría de la juventud confiaron en la vía electoral para cambiar sus vidas. Al fin y al cabo esa era la única opción defendida por los dirigentes reformistas del PSOE y el PCE. Ese clamor que culminó en el gran triunfo electoral de 1982, abrió una gran esperanza para los oprimidos.
 
Los marxistas de Izquierda Revolucionaria (conocidos también por nuestro periódico El Militante), señalábamos en aquellos años la disyuntiva que se presentaba para el nuevo gobierno de Felipe González: o bien aplicaba un programa socialista basándose en la fuerza de esos diez millones de votos, lo que implicaba necesariamente luchar contra el sabotaje de los grandes capitalistas, o bien aceptaba la lógica del sistema y se plegaba a sus intereses. No se podía gobernar para dos amos a la vez.
 
Pocos meses después de la formación del gobierno, la respuesta a este interrogante no tardó en llegar. El gobierno del PSOE comenzó a aplicar una furiosa política de contrarreformas sociales y de ataques contra los trabajadores, el empleo, los salarios y los derechos democráticos. Entre 1982 y 1986 se llevaron a cabo numerosas reconversiones en el sector siderúrgico, en el naval, en la minería…que provocaron el despido de miles de trabajadores. El movimiento reaccionó protagonizando grandes huelgas (Sagunto, Euskalduna, Asturias…) que fueron reprimidas duramente por la policía y causaron un profundo desencanto. El gobierno del PSOE no sólo no cumplía con sus promesas sino que se enfrentaba con su base social.
 
También se llevaron a cabo ataques a los derechos laborales de los trabajadores y recortes en las pensiones que fueron respondidos con la convocatoria de la primera huelga general del mandato socialista por parte de CCOO, el 20 de junio de 1985. En otros ámbitos la actitud del gobierno era similar o peor. Felipe González no sólo no resolvió la cuestión nacional, negándose a aceptar el derecho de autodeterminación en las nacionalidades históricas, sino que se alió con las posiciones más reaccionarias del nacionalismo español y del aparato del Estado. En su siniestro haber quedó el impulso de una nueva fase de guerra sucia en Euskal Herria, con la organización, financiación y encubrimiento de los asesinatos del GAL.
 
Uno de los aspectos que más movilizó el apoyo de la juventud durante la campaña electoral socialista de octubre de 1982 fue el compromiso del PSOE de sacarnos de la OTAN, a la que el Estado español se había incorporado por obra y gracia del último gobierno de la UCD. Pero como ocurrió con todos los demás aspectos del programa socialista, el eslogan “OTAN de entrada no” se transformó en un apoyo entusiasta a la Alianza y una total capitulación ante el imperialismo norteamericano.
 
En el otoño de 1985 y la primavera de 1986 cientos de miles de trabajadores y jóvenes participamos activamente en manifestaciones y actos por todo el país reclamando el no a la OTAN. Finalmente, en el referéndum convocado a tal efecto, el porcentaje de votos afirmativos superó a los contrarios. No obstante algo quedó en evidencia: en menos de cuatro años de gobierno la autoridad de Felipe González y su apoyo social se vieron seriamente comprometidos.
 
Se prepara el movimiento
 
Fue en el otoño de 1985 cuando los marxistas de Izquierda Revolucionaria-El Militante impulsamos la creación del Sindicato de Estudiantes, que en aquel momento se denominaba Comité Promotor del Sindicato de Estudiantes. Los primeros núcleos se organizaron en Euskal Herria: en Pamplona y Vitoria impulsamos varias huelgas exitosas en enseñanzas medias y logramos agrupar a decenas de estudiantes detrás de la idea de dotar al movimiento estudiantil de una organización estable, que luchase por una enseñanza pública democrática, laica y científica, y por el acceso de los hijos de los trabajadores a la universidad.
 
En aquel momento, el sistema educativo heredado de la dictadura y apuntalado por la política de recortes de la UCD seguía manteniendo excluido a una parte decisiva de la juventud de la clase obrera. Las cifras publicadas por el Instituto Nacional de Estadística respecto al nivel de estudios de la sociedad española eran apabullantes: En 1981, el 7,92% de la población eran analfabetos; el 23,05% carecían de estudios; un 42,42% tenían estudios de primaria, un 12,15% había llegado a cursar la segunda etapa de EGB y tan solo el 7,38% tenían estudios de secundaria. En cuanto a la universidad, solo un 3% de privilegiados habían pasado por ella.
 
Cualquiera se podía imaginar que la llegada del PSOE a La Moncloa podría cambiar sustancialmente este estado calamitoso del sistema educativo. Sus promesas en este ámbito eran muchas, desde la extensión de la edad de escolarización obligatoria a los 16 años, el incremento del presupuesto, sacar la religión de las escuelas e institutos públicos o democratizar la enseñanza con la participación activa de los profesores, los padres y los propios estudiantes en la gestión cotidiana de los centros. Incluso nombraron como ministro de Educación a José María Maravall, destacado miembro de la intelectualidad socialista e hijo de un eminente historiador, que prometió rápidos y contundentes cambios.
 
Al igual que en todos los demás aspectos de la acción política del gobierno, el PSOE no hizo apenas nada por transformar el panorama de la enseñanza pública. En los presupuestos educativos presentados para el curso escolar 1986/87, defendidos por Maravall con la anuencia del “jefe” del Ministerio de Economía, el inefable Carlos Solchaga, se proponía un recorte sustancial del gasto educativo: un descenso del 15% en las inversiones en el conjunto del sistema, que para la EGB alcanzaba el 32,34% y en las escuelas infantiles el 28%. Las becas subían cinco puntos menos que la previsión de inflación; se mantenían a 265.077 jóvenes menores de 16 años sin escolarizar. Se recortaba en un 50% el presupuesto que el propio gobierno había presentado dentro de sus actuaciones educativas para los años 1984-1987. El presupuesto de este plan en el capítulo dedicado a inversiones en Universidad se reducía en un 60%. Según declaraciones públicas del Ministerio de Educación (MEC), su intención era “acercar el precio de las tasas universitarias al coste real de la educación universitaria, hasta cubrir con lo recaudado en este capítulo el 20% del presupuesto educativo”. Es decir, que las tasas académicas que pagaban en aquel momento los estudiantes universitarios rondaran las 250.000 pesetas. Es fácil imaginar quién podía acceder a la universidad y a quien se excluía por su extracción social y de renta.
 
En 1986, el 28,5% de los presupuestos del MEC estaban destinados a subvencionar la enseñanza privada, en total más de 116.000 millones de pesetas. Mientras tanto, el Ministerio dedicaba tan solo el 4,79% del presupuesto a la compra de bienes y servicios y el 9,2% a inversión (así era normal el nivel de absoluta indigencia en lo referido a bibliotecas o laboratorios dignos). De hecho, la enseñanza secundaria obligatoria, que sólo se extendía hasta los catorce años, no era gratuita: había que desembolsar al principio de cada curso escolar tasas de matriculación. Capítulo aparte era la Formación Profesional, un auténtico desagüe dedicado a aparcar a miles de estudiantes fracasados del sistema general y que en su inmensa mayoría provenían de las familias obreras.
 
Esta situación incluía la pervivencia de miles de chiringuitos educativos que no reunían las mínimas condiciones que el MEC establecía, pero que seguían funcionando impunemente para mayor beneficio de sus propietarios.
 
A la degradación en las condiciones de la enseñanza pública se unía la falta de futuro para la juventud. La tasa de desempleo juvenil para los menores de 25 años rondaba el 40%, más de tres millones de jóvenes, y en los barrios obreros, carentes de las mínimas infraestructuras culturales o deportivas, la juventud se cocía en el vertedero de la droga y la marginalidad.
 
Este era el substrato que alimentaba la rabia y la frustración de millones de jóvenes en todo el país, y fue el Sindicato de Estudiantes la única organización que las canalizó. Todas las condiciones para una explosión de la juventud estaban madurando. Pero sin el papel del factor subjetivo, esto es, de una dirección a la altura de aquellas circunstancias, todo ese vapor se habría disipado en luchas aisladas. El Sindicato de Estudiantes, y los marxistas que lo dirigíamos, actuamos como el pistón que transforma el vapor en potencia y fuerza material.
 
En el mes de noviembre de 1986 se celebró una asamblea en la facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense de Madrid. La asamblea estaba convocada por estudiantes no admitidos en la Universidad, víctimas del numerus clausus que les cerraba el acceso porque su nota de selectividad no era suficiente para entrar en la carrera deseada. En aquella reunión los militantes del SE en Madrid fueron elegidos para el comité de lucha que se organizó con la intención de convocar una movilización y extender el conflicto al conjunto del movimiento de Enseñanzas Medias y Universidad. Fue el comienzo de la batalla.
 
El 12 de noviembre de ese año, más de 3.000 estudiantes convocados por el comité de no admitidos y por el SE marcharon desde el Arco de Triunfo de La Moncloa hasta la sede del MEC en la calle Alcalá nº 42. En aquel momento tuvimos que manifestarnos por la acera de Gran Vía ante la prohibición gubernativa de ocupar la calzada. Pero la manifestación fue un éxito y decidimos dar un paso adelante. En la reunión organizada inmediatamente después de esta primera manifestación, los militantes del SE propusimos convocar una jornada de huelga y manifestación para el 4 de diciembre. La idea era basarnos en los núcleos del Sindicato de Estudiantes del conjunto del Estado y en el apoyo de los militantes marxistas de Izquierda Revolucionaria para extender la lucha. Era una apuesta arriesgada, pero confiábamos en la respuesta del movimiento y en la enorme insatisfacción que se traslucía en los barrios obreros.
 
La convocatoria del 4 de diciembre de 1986 desbordó las previsiones más optimistas: una marea de decenas de miles de jóvenes recorrió las calles de numerosas ciudades del Estado sorprendiendo al gobierno, a los medios de comunicación de la burguesía, a los dirigentes de la izquierda reformista y también ¡cómo no! a los grupúsculos que se autoproclamaban los más revolucionarios del movimiento estudiantil. El movimiento de masas se iniciaba y no acabaría hasta tres meses más tarde.
 
Los estudiantes entran en acción.  La huelga del 4 de diciembre
 
“Pero hombre, si no vais a ser más de 5.000”. Así respondía el subdelegado del gobierno de Madrid a los representantes del SE la misma mañana del 4 de diciembre, cuando estos últimos le requerían para que se aceptara prolongar el recorrido de la manifestación hasta la sede del Ministerio de Educación (MEC) en la calle Alcalá. Finalmente, y tras un tira y afloja infructuoso de más de una hora, la Delegación del Gobierno solo permitiría la manifestación desde el Arco de Triunfo en Moncloa hasta la Plaza de España. 
 
Pocas horas más tarde, sobre la una del mediodía, más de 100.000 jóvenes no sólo no finalizaron su marcha en el punto decidido por el delegado del gobierno sino que, paralizando el tráfico y llenando la calzada de las arterias más importantes de la ciudad, recorrieron toda la Gran Vía, llegaron a la Plaza de Cibeles y culminaron su histórica hazaña en las puertas del Ministerio de Educación. A pesar de la prohibición, la fuerza demostrada por el movimiento en la calle se impuso sobre la actitud represiva del delegado del gobierno.
 
Está de más decir que esta maravillosa respuesta también sorprendió a los militantes del Sindicato de Estudiantes. Éramos optimistas, pero esta manifestación desbordó cualquier previsión. Improvisando como pudimos, organizamos la cabecera de la manifestación, desplegamos las pancartas y comenzamos a gritar consignas. Mientras tanto, compañeros del SE y de Izquierda Revolucionaria repartían miles de panfletos al tiempo que llamaban a la afiliación al Sindicato. Al cabo de dos horas más de 900 estudiantes habían rellenado las hojas de inscripción.
En la semana anterior a la huelga, el SE convocó en su pequeño local de la calle Francisco Navacerrada de Madrid, una reunión con representantes de institutos de Enseñanza Media. A la llamada respondieron más de cuarenta jóvenes provenientes de localidades obreras del sur (Móstoles, Getafe, Leganés…), de San Blas, Vallecas, Moratalaz, Carabanchel, Centro… En la reunión se fue estructurando un comité de lucha para coordinar la acción del 4 de diciembre y dar continuidad al movimiento. Pero si algo marcó aquella cita fue el debate sobre las bandas fascistas y la actitud a mantener frente a ellas.
 
Sabíamos por diferentes fuentes que los gánsteres fascistas de Bases Autónomas (BBAA) tenían previsto intervenir en la manifestación. Esta amenaza sólo podía ser combatida con energía y decisión a través de un servicio de orden serio, que tuviese las ideas claras y estuviese preparado para repeler su presencia. En aquella reunión se produjo una acalorada discusión al respecto. Reflejando la confusión política de los primeros momentos de la lucha, y la inexperiencia de muchos activistas que meses más tarde se convertirían en dirigentes naturales del movimiento, las ideas que los marxistas defendimos para combatir a los matones fascistas fueron rechazadas por muchos de los asistentes. Predominaba el prejuicio democrático de que también “los fachas” tenían derecho a manifestarse. Finalmente fue la experiencia, el movimiento vivo de la lucha, el medio por el que se resolvió la discusión.
 
En la manifestación del 4 de diciembre las bandas fascistas actuaron. A la altura del metro de Santo Domingo unos cuarenta fascistas armados con barras de hierro, cuchillos, bates de béisbol, cadenas y otras armas, cargaron contra la manifestación. La marcha se rompió por la mitad en medio de las carreras y gritos de pánico de cientos de jóvenes. Pero pasó algo inesperado. En medio de aquel desconcierto, miles de estudiantes reaccionaron con valentía y arrojo. En la plaza de Callao nos pudimos reagrupar y en base a las indicaciones de compañeros más experimentados logramos cercar a los fascistas. En ese momento, cuando estaban acorralados por miles de estudiantes que no íbamos a permitir que aquellos canallas reventaran la manifestación, apareció súbitamente la policía en una decena de furgonetas y establecieron un cordón para proteger a los fascistas. Estos “valientes” fueron salvados por las fuerzas de “orden público” de la furia de miles de jóvenes despejando definitivamente la confusión que podía existir en la cabeza de los activistas estudiantiles. Como Lenin explicó en no pocas ocasiones: la escuela de la vida enseña.
 
La experiencia quedó grabada a sangre y fuego en la conciencia de decenas de miles de estudiantes. En la reunión posterior convocada por el SE el 6 de diciembre, con más de 200 representantes de centros de estudios de Madrid, hubo un acuerdo unánime: teníamos que defender nuestras manifestaciones de las bandas fascistas de forma contundente y sin confiar en la policía. Así nació la “Guardia Roja” del movimiento, el famoso Servicio de Orden del SE integrado por más de 2.000 jóvenes organizados a partir de los comités de autodefensa que establecimos en decenas de centros de Enseñanza Media de todo Madrid.
 
La huelga general del 4 de diciembre fue un rotundo éxito, no sólo en Madrid, también en otras ciudades donde los marxistas teníamos presencia y llamamos a la lucha. Fue el caso de Barcelona, de Zaragoza, de Sevilla, de Vitoria, de Vigo, de Málaga, de Avilés, de Pamplona… El movimiento expresó en la acción el profundo sentimiento de descontento que dominaba a la juventud de todo el país.
 
A las puertas del Ministerio de Educación, decenas de miles de jóvenes gritaban su rabia contra la política del gobierno socialista. Fue tal el impacto y la sorpresa, que las autoridades educativas reaccionaron enviando a un funcionario a la calle para invitar a subir a los representantes de los estudiantes. En ese momento, una delegación del SE junto con miembros del comité de estudiantes no admitidos entramos en el edificio observados con sorpresa por ujieres, funcionarios y guardias civiles que lo custodiaban. Después de un paseo por su laberíntico interior llegamos al despacho del secretario de Estado de Educación, Alfredo Pérez Rubalcaba. Las caras de Rubalcaba y sus acompañantes, entre los cuales se encontraba su responsable de prensa Miguel Barroso, eran un auténtico poema. Muy contrariados por lo que estaba sucediendo debajo de la ventana de su despacho, sólo acertaban a preguntar quiénes éramos y de dónde habíamos salido.
 
A partir de ese momento empezó una táctica por parte del gobierno que se prolongó durante los tres meses que duró la lucha. Aparentando un gran interés por negociar, Rubalcaba, el auténtico estratega del Ministerio, junto con el ministro Maravall y los medios de comunicación afines, especialmente El País y el grupo Prisa, intentaron crear la sensación en la opinión pública de que el gobierno dialogaba con los estudiantes pero éstos, “comandados” por unos líderes “al margen de la realidad”, se cerraban en banda a aceptar ningún acuerdo.
 
El objetivo era obvio: presentarnos como elementos “radicales” para aislar nuestra lucha y provocar el rechazo de miles de padres que podrían cansarse de que sus hijos permaneciesen durante meses sin clases. Pero esta estratagema les falló y sus planes se convirtieron en un fracaso desde el primer momento. Los marxistas que encabezábamos el SE éramos plenamente conscientes de que si el movimiento estudiantil quería vencer necesitaba ganarse el apoyo y la simpatía de la clase obrera y sus organizaciones. Así pues, la estrategia del SE fue orientar a decenas de miles de jóvenes a las fábricas, a los locales sindicales y a los mercados. El SE editó decenas de miles de hojas llamando a la solidaridad del movimiento obrero con un sencillo lenguaje de clase, explicando a los trabajadores las razones de la lucha, y emplazando a CCOO y UGT a apoyar las movilizaciones, incluyendo una huelga general unitaria de obreros y estudiantes. El impacto de esta propaganda entre miles de trabajadores y sindicalistas fue formidable.
 
Esta táctica, junto con la unificación la movilización estudiantil a escala estatal y la organización democrática del movimiento, sobre la base de los Comités de Huelga y el fortalecimiento del SE, crearon las condiciones para la victoria posterior.
 
Extender y unificar la lucha
 
Después del gran éxito de la huelga del 4 de diciembre quedaba la tarea de continuar. Era evidente que el gobierno no iba a reaccionar por esta primera embestida, a pesar de su carácter masivo y su extensión. Los medios de comunicación de la burguesía se dividieron en la cobertura dada al 4 de diciembre. Mientras El País, con múltiples conexiones con el aparato socialdemócrata, intentaba minimizar el balance de la huelga y ninguneaba al SE llamándolo “el autodenominado Sindicato de Estudiantes”, otros medios impresos, especialmente los periódicos conservadores y de derechas como Diario 16, dirigido en aquel entonces por Pedro J. Ramírez o el católico Ya, hoy desaparecido, daban una cobertura mucho más amplia, entendiendo que de esta forma desgastaban al gobierno.
 
En cualquier caso era un error pensar que la lucha se iba a ganar a base de titulares de prensa. Al contrario que otros grupos, nosotros siempre tuvimos muy claro que no podíamos confiar en la cobertura que pudiésemos obtener en los medios de comunicación. Por ese motivo, sólo nos basamos en la capacidad de movilización de la clase trabajadora y la juventud, en su nivel de conciencia, y es al desarrollo de estos dos factores a los que dedicamos todas nuestras fuerzas.
 
Como ya se ha señalado, el primer paso fue dar un cauce de organización a los miles de estudiantes que estaban dispuestos a participar en los comités de huelga de los centros y en el propio SE. Organizamos reuniones en todos los territorios del Estado y cosechamos avances inimaginables. En pocos días los afiliados al SE crecieron por varios miles, y los comités de huelga se extendieron por todos los institutos. Apoyándonos en el aparato de propaganda de Izquierda Revolucionaria, editamos decenas de miles de carnés, cientos de miles de hojas y carteles. La independencia económica por la que los verdaderos revolucionarios siempre han luchado y que se concretaba, entre otros logros, en disponer de un aparato de propaganda propio demostró su enorme papel en estos meses. No dependíamos más que de nosotros y del apoyo que fuésemos capaces de conquistar en el movimiento.
 
Basándonos en estas ideas nos lanzamos a la convocatoria de la huelga general del 17 de diciembre. Era necesario volver a golpear antes de las vacaciones de navidad y dar un paso adelante en la extensión de la lucha. En esta ocasión la preparación de la huelga fue muy superior en calidad y cantidad a la anterior.
 
El 13 de diciembre organizamos una gran asamblea en la sede de UGT de Avenida de América en Madrid. En esta reunión se juntaron representantes del SE de todo el Estado y miembros de los diferentes Comités de Huelga que se habían formado en los institutos de Madrid. Era un sábado a las seis de la tarde y desde las cuatro no dejaba de caer un aguacero torrencial. Pero el movimiento no falló. Más de 800 estudiantes llenaron el salón de actos para escuchar a los representantes del SE y participar en el debate con iniciativas y propuestas que luego serían sometidas a votación. La táctica presentada por el SE era volver a la huelga y a las manifestaciones el 17 de diciembre. 
 
En esa ocasión, como en las posteriores, argumentábamos la necesidad de que el movimiento adoptase una respuesta unificada y disciplinada, y que su fuerza se hiciese valer en una gran jornada de lucha. Durante años el movimiento estudiantil había actuado de una manera dispersa, sin coordinación, o más bien conscientemente descoordinado por las mal llamadas “coordinadoras” de estudiantes que no eran más que plataformas de acción de diferentes organizaciones políticas rivalizando entre sí por el protagonismo de la lucha. De lo que se trataba era de golpear todos juntos a la misma hora y con la mayor fuerza. Para ello era necesaria la organización de la huelga, con propaganda, con comités, con servicio de orden, y además ganar el apoyo de las organizaciones obreras, de los sindicatos y las asociaciones de padres de alumnos.
 
En el debate se respiraba el ambiente de euforia y de fuerza por el éxito del día 4 de diciembre. Muchos estudiantes insistían en la necesidad de adoptar medidas radicales y la que causaba mayor sensación era la huelga indefinida. Esta consigna contaba con un gran apoyo y reflejaba la voluntad de lucha de los estudiantes, su disposición a llegar hasta el final. Sin embargo, la huelga indefinida en los primeros compases del movimiento ofrecía otros peligros que debían ser contemplados. Sin una organización poderosa en los centros de estudio, la huelga indefinida podría desembocar en el vaciamiento de los institutos y que estos fuesen ocupados tan sólo por los elementos más activos de la primera hornada. El SE no estaba en contra de la huelga indefinida por principio, pero considerábamos esta consigna prematura. Era necesario aumentar el grado de organización y de confianza del movimiento en sus propias fuerzas, unificar sólidamente a la vanguardia con el conjunto del movimiento.
 
Después de un intenso y apasionado debate se votaron las dos propuestas en discusión: huelga indefinida o la jornada del 17 de diciembre. Por un estrecho margen se decidió el respaldo a la convocatoria del 17 de diciembre. De todas formas el SE nunca se opuso frontalmente a la huelga indefinida. Nuestra postura fue flexible, pues se trataba de elevar el nivel de comprensión y de organización de miles de estudiantes que despertaban a la lucha política por primera vez. Aquellos centros de estudio que votaban democráticamente por la huelga indefinida también contaban con el respaldo del SE. Nuestra posición era la misma para el conjunto del movimiento estudiantil: ¡Organizar, organizar y organizar!
 
Y así fue, miles de estudiantes demostraron que la lucha es capaz de despertar una creatividad inimaginable. Todos los sentimientos más elevados de la juventud se transformaron en una fuerza imparable: la solidaridad, el desafío a la represión, el debate de ideas, la construcción de estructuras que impulsasen hacia adelante el movimiento. Los centros de estudio se transformaron en un gran parlamento de debate político, de aprendizaje acelerado para toda una generación. Desde el SE explicábamos la relación entre nuestros problemas como jóvenes estudiantes y la política del gobierno, denunciábamos constantemente su negativa a romper con los intereses de los grandes banqueros, los monopolios, los grandes empresarios. Ligábamos la lucha por los derechos democráticos de los estudiantes y por el incremento de los recursos para la enseñanza pública a la necesidad de transformar la sociedad en líneas socialistas. Sí, queríamos arrancar mejoras, reformas que nos beneficiasen, pero en todo momento las conectábamos con un horizonte más amplio de combate por el socialismo. Miles de jóvenes escucharon por primera vez los nombres de Marx, Engels, Lenin o Trotsky en cientos de asambleas y reuniones que se celebraban sin cesar. También se discutía sobre el Estado, la policía, las bandas fascistas y la mejor táctica a llevar para asegurar la victoria. Fueron meses vibrantes en los que la experiencia práctica del movimiento se fundió en una gigantesca y continua discusión de ideas.
 
Desde el SE propusimos la organización de Comités de Huelga en cada centro de estudio. Comités que estuviesen integrados por todos los estudiantes que lo quisieran, excepto los fascistas, y que los involucraran en todas las tareas que el movimiento exigía. En cada Comité se organizó, como mínimo, una Comisión de Propaganda, dedicada a realizar pancartas, cartelones, panfletos, comunicados de prensa. Otra de Finanzas, dedicada a obtener los recursos necesarios para costear las acciones y los materiales que necesitábamos, que recaudara apoyo entre el profesorado, en mercados de la zona, en los cortes de tráfico que organizábamos, en los polígonos industriales cercanos. También una Comisión de Autodefensa, en la que se reclutase a los compañeros que formarían parte del Servicio de Orden y que se encargarían de defender las manifestaciones.
 
Nunca antes se había visto algo semejante. Los Comités de Huelga se crearon, se desarrollaron y englobaron a decenas de miles de jóvenes que se transformaron en activistas estudiantiles, en la espina dorsal de un ejército poderoso y disciplinado. Estos comités de centros se coordinaban enviando sus delegados a un comité de huelga provincial que se reunía todas las semanas. Comités provinciales que en algunas ciudades como Madrid englobaban a cerca de trescientos delegados.
 
Paso a paso, el movimiento de cara al 17 de diciembre, en muy pocos días, ganó gran envergadura. El SE había golpeado con fuerza y se encontraba ya a la cabeza de la movilización.
 
El frente único estudiantil
 
En los días previos a la huelga del 4 de diciembre, los militantes del SE y de Izquierda Revolucionaria en Madrid nos dirigimos a otras organizaciones con el fin de plantear la unidad de acción y crear un frente de lucha lo más amplio posible. Mantuvimos reuniones con representantes estudiantiles de las Juventudes Comunistas (UJCE), de los Colectivos de Jóvenes Comunistas (CJC) y de otras organizaciones, hoy desaparecidas, pero que en aquella época mantenían una presencia en el movimiento estudiantil como era el caso de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y el Movimiento Comunista (MC). La respuesta del conjunto de estas organizaciones fue invariablemente la misma: no había ambiente para convocar ninguna acción de lucha; al contrario, consideraban que el movimiento estudiantil atravesaba por un profundo reflujo. Los más cínicos de ellos utilizaban calificativos insultantes hacia los estudiantes cuestionando su nivel de conciencia.
 
Ante esta actitud decepcionante, que llevó a todas estas organizaciones a boicotear la huelga del 4 de diciembre como vulgares esquiroles, nos encogimos de hombros y continuamos firmemente orientándonos a las masas del movimiento, confiando en los sectores más avanzados del mismo y elevando a través de nuestra propaganda el nivel de conciencia del conjunto de los estudiantes.
 
Pero obviamente, el éxito del día 4 de diciembre no pasó desapercibido para los “líderes” de estas organizaciones. Despertaron de su letargo acusando muy duramente el golpe. Se comprobó que su perspectiva y su caracterización del movimiento eran equivocadas de cabo a rabo. No sólo no habían previsto nada sino que permanecieron al margen de las manifestaciones, de las que muchos se enteraron por la prensa. La reacción histérica de estos grupos no se hizo esperar y con una rapidez sorprendente se precipitaron hacia la organización de la “Coordinadora” de estudiantes para disputar la dirección del movimiento al SE. El carácter burocrático de esta maniobra se vio claramente en la manera en que organizaron este engendro.
 
El martes 16 de diciembre, un día antes de la huelga del 17 convocada por el SE, todas estas organizaciones convocaron una asamblea en la Facultad de Historia de la Universidad Complutense para dar vida a la Coordinadora. Por supuesto, todos los estudiantes allí presentes no eran representantes de asambleas, sino en su gran mayoría militantes de estas organizaciones. La excusa de que el SE no representaba a nadie, reiterada machaconamente en las intervenciones de los elementos más sectarios, no se conciliaba con la realidad. De hecho, los “jefes” de la coordinadora tuvieron la cara dura de llamar a la manifestación del día 17 considerando suya la convocatoria. Los representantes del SE en esa asamblea les plantearon concretamente: ¿dónde esta vuestra propaganda llamado a la huelga del 17? ¿Dónde están vuestros Comités de Huelga? ¿Dónde está vuestro Servicio de Orden para combatir a los fascistas? ¿Dónde estabais el 4 de diciembre? Para los elementos más lúmpenes que comandaban esta maniobra aquellas preguntas carecían de importancia. En la práctica esos asuntos no les preocupaban. Lo demostraron cuando en la intervención del representante del SE organizaron una trifulca estruendosa y, ante la firmeza mostrada por el orador del Sindicato, recurrieron a un método más expeditivo: le metieron un puñetazo y le arrebataron el micrófono. Aquella mascarada de reunión, absolutamente burocratizada y antidemocrática, era el preludio del gran fracaso que cosecharían sus promotores.
 
17 de diciembre: tres millones en la calle
 
El miércoles 17 de diciembre la huelga general convocada por el SE en todo el país fue un éxito histórico. Más de tres millones de estudiantes de Enseñanza Secundaria y Universidad vaciaron las aulas, y cerca de un millón se manifestaron en todo el país. Más de 150 manifestaciones fueron organizadas por el SE, muchas de ellas en coordinación con los estudiantes de muchas localidades donde todavía el SE no estaba implantado. En Madrid asistieron a la manifestación más de 200.000 estudiantes. Cifras históricas se registraron en Barcelona, Zaragoza, Valencia, Sevilla, Málaga, Gijón, Vigo, Bilbao… en fin, en todas las ciudades y localidades donde hubiera estudiantes. El movimiento confirmó las perspectivas del SE demostrando que la explosión juvenil no era flor de un día.
 
Sobre la experiencia de la manifestación del 4 de diciembre el movimiento había sacado lecciones muy importantes. Los fascistas volvieron a hacer acto de presencia en Madrid, pero en esta ocasión fueron recibidos como se merecían. El servicio de orden del SE integrado por más de mil jóvenes procedentes de los barrios obreros más golpeados de la ciudad y las localidades del sur, entre los que destacaban por su arrojo y valentía los compañeros del FP Primero de Mayo de Entrevías y los estudiantes del FP Parla, dieron buena cuenta de estos elementos. Al primer intento de agredir a la manifestación, una masa compacta del Servicio de Orden dirigida por compañeros experimentados de Izquierda Revolucionaria repelió con éxito la embestida. Los fascistas corrieron como ratas no sin antes tener que vérselas con nuestro Servicio de Orden, un auténtico ejército revolucionario al servicio del movimiento de la juventud. Nada ni nadie iba a impedir que nuestra lucha continuara y mucho menos los fascistas, enviados a nuestras manifestaciones como perros de presa para amedrentarnos con su violencia e impedir que la movilización continuase. El combate físico contra estas bandas de mamporreros se convirtió en un gran triunfo del movimiento. A partir de ese día, los fascistas se cuidaron mucho de intentar nuevas aventuras.
 
En otro aspecto fundamental para la lucha, los sindicatos obreros, a los que nos habíamos dirigido activamente, reaccionaron. CCOO, y muy especialmente Marcelino Camacho, prestó un gran apoyo al SE. Nos ayudaron prestándonos locales para mantener reuniones, así como con propaganda, Lo mismo ocurrió con la UGT, remisa en un principio, pero finalmente abierta a prestar su colaboración. Era evidente que muchos dirigentes sindicales veían con desconfianza al movimiento de los jóvenes y mucho más la política del SE que los emplazaba constantemente a la huelga general para unificar el movimiento obrero y estudiantil y obligar al gobierno del PSOE a realizar concesiones sustanciales. Pero era tal la simpatía en la base de los sindicatos, era tal el apoyo del conjunto de la clase obrera a la lucha de sus hijos, que los dirigentes sindicales tenían que mantener un equilibrio: oponerse a la lucha juvenil habría sido, en aquellas circunstancias, un suicidio político.
 
En la manifestación de Madrid del 17 de diciembre participaron en al cabecera del SE Marcelino Camacho y Nicolás Redondo, secretario general de la UGT. Aquella presencia tenía mucho más valor que un mero símbolo. Para millones de trabajadores, los máximos líderes de sus organizaciones estaban junto al movimiento estudiantil remarcando la justicia de sus demandas. Este hecho nos abría la puerta directamente de las fábricas, de los comités de empresa y de las asambleas de trabajadores que, como después veremos, fueron utilizadas como tribunas de agitación por el SE.
 
La demostración de fuerza del día 17 de diciembre causó estupor en las filas del gobierno y del Ministerio de Educación. Rubalcaba, que se había manifestado extraordinariamente arrogante en la primera reunión mantenida con el SE tras el 4 de diciembre, llegando despedirse con un “encantado de haberos conocido chicos, pero creo que no nos volveremos a ver”, tuvo que tragarse sus palabras. Y nos volvió a ver, ¡vaya si nos vio!
 
Inmediatamente, el Ministerio llamó al pequeño local del SE para convocarnos a una reunión urgente. Cuando nos trasladamos a la sede ministerial y fuimos recibidos por Rubalcaba y sus asesores, nos dimos cuenta que no habían entendido nada. Frente a un movimiento que se había convertido en un incendio social, los responsables del Ministerio adoptaron una postura dilatoria. Nada de concesiones importantes, sino marear la perdiz en torno a los “grandes esfuerzos” del gobierno en materia educativa. Confiaban en agotarnos y en agotar al movimiento. Pensaban que el periodo de las vacaciones de navidad provocaría la desmovilización, y que la lucha se diluiría como un azucarillo en agua. Estaban completamente equivocados.
 
Preparando la gran batalla
 
Las navidades de 1986 fueron días de actividad frenética. El pequeño local del SE en Madrid era un hervidero de reuniones con cientos de estudiantes que querían participar en la organización del movimiento.
 
Sin embrago, el movimiento tuvo que lidiar con un imprevisto. La actitud de la llamada “Coordinadora” actuaba como una rémora en la lucha. Las diferencias en cuanto al programa, la táctica y la estrategia que proponía el Sindicato de Estudiantes y las defendidas por la “Coordinadora” empezaban a presentarse con mucha más nitidez a los ojos de miles de estudiantes y activistas.
 
La Coordinadora no fue en ningún momento un organismo democrático y de coordinación de comités de huelga. Era un frente mal avenido de diferentes organizaciones que maniobraban entre ellas para obtener un protagonismo que los estudiantes no les reconocían. En cualquier caso, todo el mundo tiene derecho a dirigirse al movimiento con sus ideas y pelear por que su programa y la táctica que consideran más adecuada prevalezca. Pero es necesario utilizar un método honesto y los dirigentes de la Coordinadora eran unos experimentados maniobreros que sustituían el debate de ideas por las calumnias y las mentiras.
 
Realmente era vergonzoso ver a militantes de organizaciones que se reclamaban de izquierdas y que integraban este organismo insistir una y otra vez en sus apariciones públicas en una idea profundamente reaccionaria: que la lucha estudiantil era “apolítica”. Tenían un afán enfermizo por desvincularse de la política, limitando exclusivamente el contenido de la movilización a aspectos educativos, marginándolos de los problemas generales de la juventud y la clase obrera. Con este discurso era inevitable que conectaran con los sectores más atrasados del movimiento y, por supuesto, con los más pequeñoburgueses.
 
De la misma manera se oponían a la orientación que el SE planteaba hacia el movimiento obrero organizado. A su oportunismo orgánico había que añadir su sectarismo pues, como buenos ultraizquierdistas, consideraban a las organizaciones obreras un bloque reaccionario, sin distinguir entre las direcciones reformistas y la base militante de los sindicatos.
 
Apelaban a la “democracia” del movimiento, al carácter “horizontal” y no jerárquico en la toma de decisiones. Pero estas baratijas ideológicas que parecían parte de un programa más radical escondían la mayor de las burocratadas. En la coordinadora no se elegían representantes de los centros, no había métodos de elección y revocabilidad, de tal manera que las decisiones se adoptaban en función de quien más gritaba o del grupo que movilizaba a más individuos a las reuniones. Era típico de la Coordinadora que las batallas por el orden del día o por la mesa presidencial se prolongasen por horas.
 
También en lo referido a la táctica, los dirigentes de la Coordinadora apelaban a la “democracia” del movimiento, esto es, a que cada Coordinadora local o autonómica decidiera por su cuenta y “autónomamente” su calendario de acciones. De esta manera los prejuicios localistas predominaban en el esquema de lucha de estos “genios” y los intereses generales del movimiento se tenían que subordinar a aquellos. En la práctica, si esta táctica hubiese prevalecido habría conducido a la ruina de la movilización. La característica fundamental de las luchas del 86/87 fue que, por primera vez en su historia, el movimiento estudiantil golpeaba a la misma hora y el mismo día en todo el Estado. Esa fuerza tremenda fue decisiva para derrotar al Ministerio. Fragmentar al movimiento en decenas de acciones inconexas y aisladas era la mejor manera de aislarlo y propiciar su derrota a manos de sus poderosos enemigos. Al contrario, extender y unificar la lucha, mostrar la fuerza disciplinada de los estudiantes, era una de las claves para la victoria.
 
En las semanas siguientes, la Coordinadora se transformó en una plataforma de todas las organizaciones para luchar contra el SE y los marxistas. Era más importante combatirnos que organizar las movilizaciones. Era curioso observar como en la Coordinadora convivían desde pequeños grupos anarquistas, pasando por sectas autodenominadas “marxistas-leninistas”, “trotskistas”, hasta las Juventudes Socialistas. Esta última organización, o mejor dicho el PSOE, eran muy conscientes de que la Coordinadora, por su carácter y contenido, ofrecía una oportunidad de oro para sabotear la lucha. Por esta razón el gobierno decidió enviar a sus reuniones a todos sus “representantes” en el movimiento estudiantil, dirigidos por Javier de Paz y David Balsa. Y ocurrió algo inevitable. En una de las reuniones de la Coordinadora en el mes de enero de 1987, las JJSS hicieron un despliegue de fuerzas, movilizando en autobuses a militantes de todo el país, y coparon la reunión eligiendo como portavoz a David Balsa. En base a esta maniobra pretendían dinamitar la Coordinadora desde dentro y transformarla en un instrumento afín al gobierno. Claro está que esta sucia estratagema fue denunciada por el otro sector pero, al fin y al cabo, ellos mismos se habían convertido en víctimas de los métodos de una política falsa que, con ahínco, habían defendido desde el primer momento.
 
El Sindicato de Estudiantes resistió todas estas maniobras y presiones apelando a las asambleas generales de estudiantes donde siempre defendimos consecuentemente nuestras ideas revolucionarias. Tuvimos que soportar todo tipo de calumnias. Una de ellas, la que más prevaleció en el tiempo y que fue extendida por todos los grupos y organizaciones que nos combatieron, fue que el Sindicato de Estudiantes era en realidad un “montaje del PSOE”. Incluso hoy se pueden leer patéticos artículos en algunas páginas web insistiendo en esta misma idea. En realidad se trataba de una calumnia que no tuvo ningún eco entre la juventud, pues tan sólo gente que actúa de mala fe, carece de argumentos políticos y está al margen de la lucha real se puede creer que el gobierno del PSOE se autorganizase una movilización de masas que se prolongó durante tres meses y les obligó a realizar concesiones que en ningún caso habían contemplado. Los dirigentes y portavoces del SE nunca ocultaron sus ideas: eran marxistas revolucionarios y demostraron, en la arena de la lucha de masas, que esto era algo más que una etiqueta.
 
La movilización del 23 de enero. El gobierno recurre a la represión
 
Rubalcaba y los estrategas del Ministerio de Educación eran personas experimentadas. Hicieron todo lo posible por aislar al SE y cercarlo en las negociaciones por un cordón de organizaciones afines. Después del 17 de diciembre abrieron la negociación con el SE, pero incluyeron en las reuniones a otros: La Confederación Española de Asociaciones de Estudiantes (CEAE), organización fantasma sin ninguna presencia en los centros y vinculada estrechamente al aparato de las Juventudes Socialistas. Y junto a la CEAE, la Coordinadora, a la que no tardarían en escindirla, colocando a sus muchachos al frente de la misma, sobre todo en la mesa de negociación.
 
En cualquier caso, los representantes del SE éramos absolutamente conscientes de que no conseguiríamos en la mesa de negociación lo que no hubiéramos sido capaces de conquistar en la calle a través de la movilización. A diferencia de los dirigentes sindicales reformistas, sólo confiábamos en la voluntad de lucha de los estudiantes y todos nuestros esfuerzos se dirigieron a fortalecerla, extenderla hasta el último rincón y vincularla a la clase obrera. Lo demás vendría por añadidura. Si éramos capaces de generar un movimiento masivo, romperíamos la resistencia del gobierno.
 
El SE había establecido un Comité de Huelga Central, que se reunía diariamente y coordinaba todas las acciones con los Comités de Huelga del resto del Estado. Un papel decisivo en la organización de la lucha fue jugado por los compañeros de la imprenta de Izquierda Revolucionaria, desde donde se imprimía la masa de volantes, octavillas, panfletos y carteles que inundaron los centros de estudio. Sin el sacrificio de estos compañeros, que durmieron en la propia imprenta en muchas ocasiones para hacer frente a la demanda de propaganda, hubiera sido imposible la victoria. También fue importante la comisión de prensa que organizamos en nuestro local central, dedicada cotidianamente a combatir la intoxicación informativa del MEC y las mentiras que se propagaban contra el movimiento estudiantil y el SE.
 
La cuestión más importante por encima de cualquier otro aspecto fue dar continuidad al movimiento y asegurar que la movilización siguiente fuera aún mayor que la del 17 de diciembre. Estaba claro que el gobierno sólo cedería si la lucha aumentaba y la presión sobre el Ministerio se hacía insoportable.
 
En ese periodo el SE aumentó formidablemente su influencia: se crearon secciones del SE en numerosas ciudades y localidades de todo el Estado; se afiliaron miles de estudiantes y se establecieron centenares de nuevos Comités de Huelga. La lucha del día 17 había logrado que nuevas capas entraran en la acción, ampliando nuestros horizontes.
 
Finalmente se tomó una decisión: convocar una semana de movilizaciones entre el 19 y el 23 de enero que culminase con manifestaciones de masas el día 23. Se trataba de endurecer la presión y asestar un duro golpe a la táctica dilatoria del Ministerio.
 
Para organizar la semana de lucha, se convocó una reunión de representantes de los Comités de Huelga provinciales en Madrid el 18 de enero, a la que acudieron delegados de 38 provincias. La reunión fue un auténtico ejemplo de democracia estudiantil y ratificó, después de un prolongado debate, la propuesta de la dirección del SE. El desafío estaba lanzado.
 
La semana de movilizaciones fue un éxito rotundo. En la práctica, cientos de centros de enseñanza media no habían reanudado las clases a la vuelta de vacaciones: se encontraban en huelga indefinida. Pero en estos centros la propaganda del SE había encontrado un gran eco. No había contradicción entre la huelga indefinida, que en muchos institutos se organizaba a través de la ocupación permanente de las instalaciones por parte de los estudiantes, y la estrategia que proponía el SE. También es cierto que, en base a la experiencia del movimiento, muchos activistas y delegados estudiantiles se iban convenciendo de la necesidad de que la huelga fuera activa y que no se dispersasen las fuerzas. La llamada del SE a luchar de manera unificada, todos juntos y a la misma hora, fue apoyada entusiastamente por la vanguardia del movimiento estudiantil.
 
El 23 de enero de 1987, después de tres días de acciones en las que participaron decenas de miles de estudiantes, la huelga volvió a ser unánime. De nuevo más de tres millones de estudiantes paralizaron por completo los institutos y numerosas facultades. Las manifestaciones fueron masivas, aún superiores a las del día 17 de diciembre, con nuevas capas participando.
 
Pero en esta ocasión, el gobierno intentó romper el movimiento recurriendo a la represión policial. Pensaban que de esta manera aterrarían a la juventud e introducirían una cuña entre los estudiantes y los trabajadores. Esta actitud sucia y reaccionaria no doblegó al movimiento, al contrario, lo radicalizó y le proporcionó nuevas fuerzas.
 
En la manifestación de Madrid una nueva masa compacta de más de 200.000 estudiantes desfiló desde Legazpi hasta la calle Alcalá, pasando por la Glorieta de Atocha y la Plaza de Cibeles. La imagen era impresionante. Precediendo a la manifestación, tres cordones del Servicio de Orden, con más de 500 estudiantes, defendían la seguridad del recorrido. En los laterales otros 1.500 jóvenes con sus brazaletes completaban nuestra “Guardia Roja”. A la altura de Cibeles, el Servicio de Orden decidió parar la manifestación. En ese momento un grupo numeroso de 2.000 jóvenes se estaba enfrentando a la policía en la calle de Alcalá, cerca ya de donde debía concluir la manifestación. ¿Quiénes eran estos jóvenes? En su mayoría eran elementos procedentes del lumpen, organizados en torno a los grupos fascistas de los clubes de fútbol, mezclados con otros elementos marginales de los barrios de Madrid. Es cierto que también había estudiantes que consideraban un deber moral enfrentarse a cualquier precio con la policía, demostrando así su valor “revolucionario”. En cualquier caso, estos sectores hacían el juego al gobierno y a los medios de comunicación de la burguesía, que pretendían presentar al movimiento estudiantil, y a la juventud en general, como una panda de degenerados, holgazanes y pendencieros, interesados tan solo en la violencia gratuita.
 
Desde el SE combatimos el papel pernicioso de estos sectores que solo pretendían desmoralizar y disgregar la lucha ejemplar de millones de estudiantes. En la práctica no tenían ningún interés en la movilización, tan sólo en mostrar su impotencia a través de actos de violencia. Los medios de comunicación no perdieron el tiempo y elevaron a algunos de ellos a la categoría de héroes “antisistema”, como en el caso del yonqui más famoso de la historia: el Cojo Manteca. De esta forma desviaban la atención de los hechos realmente importantes, la movilización de tres millones de jóvenes y lo ocultaban tras la farsa de la “violencia” juvenil.
 
Además esta actuación tenía otras consecuencias. Daba la excusa perfecta a la policía, dirigida por el, tristemente famoso ministro del Interior, José Barrionuevo, para lanzar una represión indiscriminada contra el movimiento. Efectivamente, así actuaron las fuerzas policiales ese día.
 
Ante la algarada montada en la calle Alcalá, nuestro Servicio de Orden se adelantó para interponerse y proteger la manifestación. En ese momento decenas de policías antidisturbios cargaron contra nuestros compañeros que resistieron valerosamente la embestida defendiéndose con lo que tenía a su alcance. Las fuerzas policiales utilizaron todo su armamento, el botijo desde el que lanzaban chorros de agua, y mucho peor, armas de fuego que dispararon contra los estudiantes. En medio de una batalla frontal contra la manifestación, un grupo de policías quedó aislado y dispararon hiriendo en el glúteo a la estudiante María Luisa Prada. Las escenas de pánico se sucedían en medio de una batalla campal y cargas brutales de los antidisturbios.
 
Por fortuna, la acción criminal de la policía no acabó con la vida de María Luisa. La reacción del SE fue clara y contundente. No sólo exigimos la dimisión del ministro de Interior, Barrionuevo, sino que denunciamos públicamente a la policía y organizamos una huelga general contra la represión el lunes 26 de enero en todo el Estado, que fue secundada masivamente.
 
La situación se había puesto realmente seria y la posición del gobierno estaba completamente comprometida. En aquel momento el SE amenazó con romper el diálogo si el ministro en persona no participaba en la negociación y se comprometía a escuchar a los estudiantes realizando concesiones sustanciales. Además, nuestra propaganda dirigida al movimiento obrero estaba surtiendo efecto. Algunos dirigentes de CCOO, especialmente Marcelino Camacho, contemplaban seriamente la convocatoria de una huelga general en un momento en que sectores de trabajadores se incorporaban a la acción, como los mineros de Río Tinto en Huelva o los jornaleros andaluces.
 
La lucha entra en una fase crucial
 
El gobierno finalmente accedió a que el ministro Maravall participase en las negociaciones. Fue todo un espectáculo verlo sentado en una misma mesa con los representantes del SE, intentando componer excusas e incluso reconociendo que el gobierno podía hacer un esfuerzo mayor. En un momento dado de la negociación, Maravall llegó a comprometerse a la gratuidad de la enseñanza secundaria, pero en ese mismo instante fue cortado con brusquedad por Rubalcaba que rechazó esta posibilidad aduciendo la escasez de fondos del Ministerio.
 
Para el SE era absolutamente necesario dar un paso más en la lucha, pues se advertía la mella que la movilización estaba provocando en el gobierno. En aquellos días, el diario El País, que se caracterizaba por sus ataques al SE y su interés por desprestigiar la lucha, publicó una encuesta sobre las movilizaciones: una inmensa mayoría de los preguntados apoyaban a los estudiantes frente a los que respaldaban al gobierno. Era su forma de advertir a Felipe González de la necesidad de buscar una salida.
 
Mientras tanto, los Comités de Huelga continuaban su actividad. Una de las páginas más sobresalientes de aquellos meses fue la fusión del movimiento estudiantil con la clase obrera. Desde el primer momento el SE había orientado sus esfuerzos a ganar el apoyo y la simpatía de los trabajadores. Nos dirigíamos a sus líderes en los sindicatos, a los que apremiábamos a convocar una huelga general. Pero no nos quedábamos ahí. Organizamos cientos de piquetes de estudiantes en decenas de localidades y ciudades de todo el país para ir a las puertas de las fábricas y poder dialogar con los obreros. En numerosas fábricas fuimos recibidos con fraternidad por los sindicalistas que nos permitieron hablar en el tiempo del bocadillo, o bien organizaban asambleas después de la jornada de trabajo. En todas estas acciones recibimos el apoyo entusiasta de miles de trabajadores que nos aplaudían a rabiar y echaban dinero a nuestras cajas de resistencia. En poco menos de tres meses recogimos cerca de ¡diez millones de pesetas (60.000 euros)! de apoyo del movimiento obrero en colectas públicas. Así fue capaz el movimiento estudiantil y el SE de financiar la lucha retomando las mejores tradiciones de la clase obrera.
 
Exactamente igual hicimos en cientos de mercados y plazas públicas, a los que grupos de estudiantes se dirigían con su propaganda para recabar apoyo de las mujeres de la clase obrera. Fue una experiencia extraordinaria, clave para la gran victoria posterior.
 
En aquel contexto, también se apreciaba el cansancio que algunos sectores del movimiento estaban acusando. Dos meses de acciones ininterrumpidas valían la pena si se obtenían frutos. Y, por el momento, el gobierno seguía rechazando cualquier concesión fundamental.
 
En esas circunstancias el SE decidió dar un golpe decisivo. Por un lado demostrando que la movilización estudiantil seguía manteniendo toda su fuerza. Por otro lado, ampliar la lucha. Esto último se logró a través de dos medidas: movilizaciones conjuntas con los trabajadores y la organización de una gran marcha a Madrid del movimiento estudiantil de todo el Estado.
 
Las movilizaciones de febrero
 
En el Comité Estatal de Huelga celebrado a principios de febrero se decidió la táctica a seguir: semana de lucha del 9 al 13 de febrero, con manifestaciones unitarias junto a los trabajadores el día 11 por la tarde y una gran marcha a Madrid el día 13. El órdago era a la grande.
 
Todos los comités locales de huelga se dispusieron a un trabajo intenso de propaganda, agitación y organización. Sabíamos perfectamente que posiblemente estábamos ante el último cartucho que el movimiento podía quemar. Contábamos a nuestro favor con el apoyo de la población y el desgaste del gobierno, y en contra, con el cansancio de un sector del movimiento que empezaba a tener dudas en un triunfo claro.
 
La semana de lucha nos volvió a sorprender a todos. El movimiento sacaba energías de reserva y nuevas capas se incorporaban a la acción elevando la moral de los más veteranos. En ese momento el SE aparecía ya como la dirección indiscutible del movimiento estudiantil, mientras la Coordinadora se descomponía en múltiples querellas internas.
 
Las manifestaciones unitarias del día 11 fueron un éxito. A pesar de la pasividad de muchas direcciones provinciales de CCOO y UGT, y de que aquel día fue lluvioso en todo el Estado, decenas de miles de estudiantes y miles de trabajadores ocuparon las calles. En Madrid más de 20.000 desfilaron bajo un aguacero con un grito ensordecedor: “Obreros y estudiantes, unidos adelante”. El movimiento consiguió su objetivo pero lo mejor estaba por llegar.
 
Los días previos a la marcha estatal del día 13 fueron de incertidumbre. El SE no tenía experiencia en organizar una marcha de tal envergadura y las dudas surgían. Por todo el país los militantes del Sindicato se dedicaban a ultimar los detalles y lograr el apoyo de las federaciones de padres y de los sindicatos para financiar los autobuses. Ya en las horas previas sabíamos que la marcha iba a ser histórica: las dificultades se estaban sorteando favorablemente y la moral era enorme.
 
El 13 de febrero por la mañana, horas antes de la marcha, CCOO había convocado una reunión de delegados en el salón de actos de su local madrileño de la calle Lope de Vega. A la cita acudieron cerca de 3.000 delegados para escuchar a Marcelino Camacho y Agustín Moreno. Pero también había otros invitados. Los dirigentes de CCOO presentaron a los representantes de la Coordinadora y del SE que tomarían la palabra en el acto. El miembro de la Coordinadora describió aspectos secundarios de la lucha, en una intervención superficial y sin garra. Cuando el representante del Sindicato se dirigió a la asamblea, una ovación estruendosa con todos los asistentes en pie elevó la temperatura de la sala confiriendo una gran emoción al momento. Las primeras palabras del portavoz del SE fueron claras: “la lucha de la juventud estudiantil de los barrios obreros es una lucha de clase y forma parte de otra más amplia, el combate de los trabajadores por su liberación y por la transformación socialista de la sociedad”. El salón de actos se vino abajo. El discurso fue interrumpido en más de seis ocasiones, y se podía apreciar la emoción en los rostros de muchos trabajadores asistentes. Finalmente y ante el entusiasmo general, Marcelino Camacho invitó a dar por terminada la reunión y a que todos los asistentes se sumaran a la marcha estudiantil que iba a empezar minutos después. Y así, cerca de tres mil delegados obreros se fundieron en aquella manifestación, emocionados de caminar junto a sus hijos, en una cita que se convirtió por derecho propio en un acontecimiento histórico. Como dato a reseñar, en la colecta que realizamos en aquella asamblea obrera obtuvimos más de 100.000 pesetas de apoyo.
 
La Marcha a Madrid fue gigantesca. Después de tres meses de movilizaciones, cerca de 200.000 estudiantes de todo el país desfilaban por el centro de la capital desafiando al gobierno. Las banderas de Euskal Herria, de Catalunya, de Galiza, de Andalucía, de Extremadura, de todos los territorios y las enseñas rojas del SE se confundían con los gritos de miles de gargantas. La movilización era de por sí un triunfo inapelable.
 
La manifestación fue abierta por un cortejo de cientos de jóvenes en moto, los mensajeros, que estaban en huelga y aceptaron orgullosos la invitación del SE a participar ese día junto con nosotros.
 
En esta ocasión también se volvió a demostrar el maravilloso papel del Servicio de Orden en la defensa de la manifestación. Los mismos elementos lúmpenes que actuaron el 23 de enero intentaron el mismo juego a la altura de la calle Barquillo. Pero en esta ocasión sus planes fueron frustrados por nuestros compañeros que resistieron sus provocaciones y les hicieron correr por las calles aledañas.
 
La Marcha a Madrid fue el golpe de gracia al gobierno, que constataba su aislamiento y el peligro de que el movimiento estudiantil confluyera en una huelga general con los trabajadores. En ese momento, el Ministerio de Educación capituló.
 
Una victoria histórica
 
A las pocas horas de finalizar la Marcha sobre Madrid, el Ministerio llamó a una nueva reunión a los representantes del SE. La propuesta del MEC no se parecía en nada a las anteriores. Si bien es cierto que no contemplaba la retirada de la selectividad, uno de los puntos importantes de la plataforma reivindicativa, las concesiones que se presentaban eran claras y rotundas:
 
1. 40.000 millones de pesetas adicionales al presupuesto educativo en curso para inversiones en los centros.
2. La gratuidad de la Enseñanza Media, es decir, la supresión de las tasas académicas en este tramo.
3. Beca de tasas universitarias, para garantizar la gratuidad de la matrícula universitaria a las familias obreras.
4. Creación de 67.840 plazas escolares en enseñanza media con un coste de 30.000 millones de pesetas.
5. Un incremento del 25% de las becas en 1987 y un 40% en 1988.
6. Un incremento del 30% del dinero dedicado a los gastos corrientes de los institutos.
7. Reconocimiento del derecho a huelga de los estudiantes de Enseñanza Secundaria.
8. Reconocimiento legal del Sindicato de Estudiantes y de las asociaciones estudiantiles.
9. Ninguna represalia contra los estudiantes que habían participado en la lucha. Repetición de los exámenes que hubieran coincidido con las jornadas de movilización.
 
Después de tres meses de lucha, el movimiento estudiantil arrancaba una victoria sin precedentes al gobierno, victoria que tendría consecuencias inmediatas para el conjunto de la clase obrera, preparando el terreno de lo que un año más tarde sería la huelga general más importante de la historia, la huelga general del 14 de diciembre de 1988.
 
Mientras estábamos reunidos con los representantes del Ministerio hubo todavía una escena antológica protagonizada por el propio ministro Maravall. Al final de la exposición en la que informaban de las concesiones a las que estaban dispuestos, el señor ministro se descolgó exigiendo que el SE dirigiera un comunicado a los medios de comunicación “respaldando las medidas del gobierno”. Era una maniobra mezquina, en la que intentaban que el SE apareciera como un escudero dócil y fiel del Ministerio. En ese momento el SE exigió que se firmara un preacuerdo en el que quedaran por escrito todas esas concesiones, que serían sometidas a discusión en los Comités de Huelga y en las asambleas de los centros para su ratificación. En caso contrario, el Sindicato se levantaría de la mesa y convocaría nuevas movilizaciones. La cara de espanto del ministro reflejaba su desconcierto ante la ¬reacción del SE. Finalmente, el gobierno y el MEC aceptaron recoger por escrito en un preacuerdo los compromisos ofrecidos en la reunión, y este fue ratificado en cientos de asambleas estudiantiles.
 
En la rueda de prensa organizada en una de las salas del Ministerio, los representantes del Sindicato de Estudiantes se dirigieron a los periodistas con las siguientes palabras: “Esta es una victoria histórica y el resultado de una lucha larga y ejemplar. Hemos ganado la mayoría de nuestras reivindicaciones, y ahora es el momento de consolidar nuestras conquistas, volver a clase y organizarnos y prepararnos para el próximo asalto, en que ganaremos todas las reivindicaciones que quedan pendientes. La lucha es larga y continúa. Pero hemos demostrado que nosotros, los estudiantes, somos gente consciente que sabe cómo conducir una lucha de manera organizada. Hemos derrotado por KO al Ministerio en el primer asalto. De ahora en adelante nada volverá a ser igual en este país”.
 
Treinta años después de aquella lucha histórica, el Sindicato de Estudiantes se ha consolidado como la mayor organización de la juventud de todo el Estado, la que cuenta con más raíces en el movimiento y mayor capacidad de movilización. Este inmenso logro ha sido posible gracias al trabajo tenaz de miles de estudiantes y cientos de cuadros que han perseverado en la construcción de esta organización, especialmente en los momentos más difíciles. Y toda esta energía ha sido encauzada gracias a unas ideas, las ideas del marxismo revolucionario, que hace treinta años demostraron su viabilidad práctica.