Se cumplen 30 años de las históricas movilizaciones del curso 86/87, que concluyeron con una clara victoria del movimiento estudiandil sobre el PSOE de Felipe González, Barrionuevo, Rubalcaba, etc.
A la clase obrera nunca nadie nos regaló nada. Ni le debemos al PSOE la educación que hemos conocido las últimas décadas. Todo fue fruto de la lucha consciente y organizada de la juventud obrera.
Además, en aquellas luchas se forjó el Sindicato de Estudiantes, que 30 años después sigue siendo la organización juvenil más importante del estado español. Para conmemorar su aniversario, han publicado un libro, 30 años de lucha, imprescindible para entender la historia de nuestra "democracia".
Treinta años después siguen levantando la bandera de la lucha, enfrentándose desde el primer momento al nuevo tripartito de facto presidido por Rajoy, convocando de nuevo a la huelga a la juventud obrera estudiantil el próximo 24 de noviembre, tras el éxito del 26 de octubre. Además, los próximos 19 y 20 de noviembre celebrarán en Rivas (Madrid) su XVIII Congreso.
Desde el Colectivo No a O´Belen queremos aprovechar la ocasión para felicitar públicamente al Sindicato de Estudiantes por su trayectoria, y para agradecer su apoyo incondicional desde el primer momento en la lucha contra la Fundación O´Belen y en defensa de los derechos de los niños y las niñas.
A modo de modesto homenaje, reproducimos a continuación el artículo Una lucha histórica, un triunfo ejemplar. Las movilizaciones del curso 1986/1987, escrito por Juan Ignacio Ramos (portavoz del Sindicato de Estudiantes durante estas movilizaciones)
Una lucha histórica, un triunfo ejemplar
Las movilizaciones del curso 1986/1987
Se ha cumplido el trigésimo
aniversario de la maravillosa lucha de los estudiantes de 1986/1987.
Aquel movimiento de masas de la juventud, el más importante de la
historia de nuestro país en los últimos treinta años, mostró la enorme
capacidad revolucionaria de una generación: la de los jóvenes de las
ciudades y localidades obreras de todo el país. Durante cerca de tres
meses, más de tres millones de estudiantes movilizados en numerosas
huelgas generales y manifestaciones de masas ocuparon el centro de toda
la atención política, causaron un hondo impacto en las filas del
movimiento obrero y lograron arrancar concesiones históricas al gobierno
de Felipe González. Fue la primera gran victoria de una lucha de masas
frente a la socialdemocracia, y marcó el nacimiento de una organización
que se ha convertido en la referencia revolucionaria de la juventud de
todo el Estado: el Sindicato de Estudiantes.
Es difícil describir la trascendencia
de aquella lucha. Basta repasar los periódicos de aquella época, las
imágenes de la televisión, las cintas de los informativos radiofónicos
para hacerse una idea de la magnitud y envergadura de aquel movimiento.
Para los que participamos en la primera línea, supuso una gran escuela
de táctica y estrategia revolucionaria, en la que todas las cuestiones
esenciales que se plantean en una lucha de clases fueron abordadas
brillantemente y con éxito. Pero, por encima de todo, aquellos tres
meses de movilización demostraron la viabilidad del programa del
marxismo revolucionario, cuyas consignas e ideas se fusionaron en todos
los momentos decisivos con la voluntad de millones de jóvenes por
cambiar sus condiciones de estudio y de vida.
El contexto político
En octubre de 1982 el PSOE, encabezado
por Felipe González y Alfonso Guerra, cosechó un triunfo electoral sin
precedentes. Más de diez millones de votos barrieron a la derecha de la
escena política y encaramaron a un partido de izquierdas al gobierno del
país. No existían precedentes. Ni siquiera en las elecciones que se
celebraron durante la Segunda República el PSOE había recibido tal
caudal de apoyo.
Después de la traición a las
aspiraciones revolucionarias de los trabajadores que los dirigentes
reformistas de la izquierda perpetraron en los años setenta, pactando
con la burguesía la mal llamada Transición política, un profundo
sentimiento de rabia y frustración se apoderó de millones de
trabajadores y jóvenes. Entre 1975 y 1979, la clase obrera del conjunto
del Estado libró una lucha a muerte contra la dictadura protagonizando
un movimiento huelguístico formidable y grandes manifestaciones de
masas.
La correlación de fuerzas era tan
favorable a los trabajadores que la clase dominante y el aparato del
Estado de la dictadura no pudieron recurrir a un nuevo golpe militar.
Sus representantes más perspicaces se basaron en los dirigentes obreros
para desmovilizar a los trabajadores. Las direcciones del PCE, del PSOE,
de CCOO y UGT, abandonaron cualquier perspectiva de lucha por el
socialismo aceptando el “consenso” que les ofrecían los capitalistas.
Sobre la base de esta política de colaboración de clases, jalonada por
numerosos acuerdos como los Pactos de la Moncloa o la Constitución, los
trabajadores fueron empujados a sus casas. La clase dominante pudo
recomponer la situación y estabilizar su poder. Desde 1977 hasta 1982,
los diferentes gobiernos de derecha de la Unión de Centro Democrático
(UCD) atacaron sin piedad el nivel de vida de la clase obrera, al tiempo
que iban cercenando todas las conquistas arrancadas en los años
anteriores.
Tras el fracasado golpe de Estado de
febrero de 1981, un clamor a favor del “cambio” se elevó desde lo más
profundo de la sociedad. Una vez que la vía revolucionaria quedó
cerrada, millones de trabajadores junto con la inmensa mayoría de la
juventud confiaron en la vía electoral para cambiar sus vidas. Al fin y
al cabo esa era la única opción defendida por los dirigentes reformistas
del PSOE y el PCE. Ese clamor que culminó en el gran triunfo electoral
de 1982, abrió una gran esperanza para los oprimidos.
Los marxistas de Izquierda
Revolucionaria (conocidos también por nuestro periódico El Militante),
señalábamos en aquellos años la disyuntiva que se presentaba para el
nuevo gobierno de Felipe González: o bien aplicaba un programa
socialista basándose en la fuerza de esos diez millones de votos, lo que
implicaba necesariamente luchar contra el sabotaje de los grandes
capitalistas, o bien aceptaba la lógica del sistema y se plegaba a sus
intereses. No se podía gobernar para dos amos a la vez.
Pocos meses después de la formación
del gobierno, la respuesta a este interrogante no tardó en llegar. El
gobierno del PSOE comenzó a aplicar una furiosa política de
contrarreformas sociales y de ataques contra los trabajadores, el
empleo, los salarios y los derechos democráticos. Entre 1982 y 1986 se
llevaron a cabo numerosas reconversiones en el sector siderúrgico, en el
naval, en la minería…que provocaron el despido de miles de
trabajadores. El movimiento reaccionó protagonizando grandes huelgas
(Sagunto, Euskalduna, Asturias…) que fueron reprimidas duramente por la
policía y causaron un profundo desencanto. El gobierno del PSOE no sólo
no cumplía con sus promesas sino que se enfrentaba con su base social.
También se llevaron a cabo ataques a
los derechos laborales de los trabajadores y recortes en las pensiones
que fueron respondidos con la convocatoria de la primera huelga general
del mandato socialista por parte de CCOO, el 20 de junio de 1985. En
otros ámbitos la actitud del gobierno era similar o peor. Felipe
González no sólo no resolvió la cuestión nacional, negándose a aceptar
el derecho de autodeterminación en las nacionalidades históricas, sino
que se alió con las posiciones más reaccionarias del nacionalismo
español y del aparato del Estado. En su siniestro haber quedó el impulso
de una nueva fase de guerra sucia en Euskal Herria, con la
organización, financiación y encubrimiento de los asesinatos del GAL.
Uno de los aspectos que más movilizó
el apoyo de la juventud durante la campaña electoral socialista de
octubre de 1982 fue el compromiso del PSOE de sacarnos de la OTAN, a la
que el Estado español se había incorporado por obra y gracia del último
gobierno de la UCD. Pero como ocurrió con todos los demás aspectos del
programa socialista, el eslogan “OTAN de entrada no” se transformó en un
apoyo entusiasta a la Alianza y una total capitulación ante el
imperialismo norteamericano.
En el otoño de 1985 y la primavera de
1986 cientos de miles de trabajadores y jóvenes participamos activamente
en manifestaciones y actos por todo el país reclamando el no a la OTAN.
Finalmente, en el referéndum convocado a tal efecto, el porcentaje de
votos afirmativos superó a los contrarios. No obstante algo quedó en
evidencia: en menos de cuatro años de gobierno la autoridad de Felipe
González y su apoyo social se vieron seriamente comprometidos.
Se prepara el movimiento
Fue en el otoño de 1985 cuando los
marxistas de Izquierda Revolucionaria-El Militante impulsamos la
creación del Sindicato de Estudiantes, que en aquel momento se
denominaba Comité Promotor del Sindicato de Estudiantes. Los primeros
núcleos se organizaron en Euskal Herria: en Pamplona y Vitoria
impulsamos varias huelgas exitosas en enseñanzas medias y logramos
agrupar a decenas de estudiantes detrás de la idea de dotar al
movimiento estudiantil de una organización estable, que luchase por una
enseñanza pública democrática, laica y científica, y por el acceso de
los hijos de los trabajadores a la universidad.
En aquel momento, el sistema educativo
heredado de la dictadura y apuntalado por la política de recortes de la
UCD seguía manteniendo excluido a una parte decisiva de la juventud de
la clase obrera. Las cifras publicadas por el Instituto Nacional de
Estadística respecto al nivel de estudios de la sociedad española eran
apabullantes: En 1981, el 7,92% de la población eran analfabetos; el
23,05% carecían de estudios; un 42,42% tenían estudios de primaria, un
12,15% había llegado a cursar la segunda etapa de EGB y tan solo el
7,38% tenían estudios de secundaria. En cuanto a la universidad, solo un
3% de privilegiados habían pasado por ella.
Cualquiera se podía imaginar que la
llegada del PSOE a La Moncloa podría cambiar sustancialmente este estado
calamitoso del sistema educativo. Sus promesas en este ámbito eran
muchas, desde la extensión de la edad de escolarización obligatoria a
los 16 años, el incremento del presupuesto, sacar la religión de las
escuelas e institutos públicos o democratizar la enseñanza con la
participación activa de los profesores, los padres y los propios
estudiantes en la gestión cotidiana de los centros. Incluso nombraron
como ministro de Educación a José María Maravall, destacado miembro de
la intelectualidad socialista e hijo de un eminente historiador, que
prometió rápidos y contundentes cambios.
Al igual que en todos los demás
aspectos de la acción política del gobierno, el PSOE no hizo apenas nada
por transformar el panorama de la enseñanza pública. En los
presupuestos educativos presentados para el curso escolar 1986/87,
defendidos por Maravall con la anuencia del “jefe” del Ministerio de
Economía, el inefable Carlos Solchaga, se proponía un recorte sustancial
del gasto educativo: un descenso del 15% en las inversiones en el
conjunto del sistema, que para la EGB alcanzaba el 32,34% y en las
escuelas infantiles el 28%. Las becas subían cinco puntos menos que la
previsión de inflación; se mantenían a 265.077 jóvenes menores de 16
años sin escolarizar. Se recortaba en un 50% el presupuesto que el
propio gobierno había presentado dentro de sus actuaciones educativas
para los años 1984-1987. El presupuesto de este plan en el capítulo
dedicado a inversiones en Universidad se reducía en un 60%. Según
declaraciones públicas del Ministerio de Educación (MEC), su intención
era “acercar el precio de las tasas universitarias al coste real de la
educación universitaria, hasta cubrir con lo recaudado en este capítulo
el 20% del presupuesto educativo”. Es decir, que las tasas académicas
que pagaban en aquel momento los estudiantes universitarios rondaran las
250.000 pesetas. Es fácil imaginar quién podía acceder a la universidad
y a quien se excluía por su extracción social y de renta.
En 1986, el 28,5% de los presupuestos
del MEC estaban destinados a subvencionar la enseñanza privada, en total
más de 116.000 millones de pesetas. Mientras tanto, el Ministerio
dedicaba tan solo el 4,79% del presupuesto a la compra de bienes y
servicios y el 9,2% a inversión (así era normal el nivel de absoluta
indigencia en lo referido a bibliotecas o laboratorios dignos). De
hecho, la enseñanza secundaria obligatoria, que sólo se extendía hasta
los catorce años, no era gratuita: había que desembolsar al principio de
cada curso escolar tasas de matriculación. Capítulo aparte era la
Formación Profesional, un auténtico desagüe dedicado a aparcar a miles
de estudiantes fracasados del sistema general y que en su inmensa
mayoría provenían de las familias obreras.
Esta situación incluía la pervivencia
de miles de chiringuitos educativos que no reunían las mínimas
condiciones que el MEC establecía, pero que seguían funcionando
impunemente para mayor beneficio de sus propietarios.
A la degradación en las condiciones de
la enseñanza pública se unía la falta de futuro para la juventud. La
tasa de desempleo juvenil para los menores de 25 años rondaba el 40%,
más de tres millones de jóvenes, y en los barrios obreros, carentes de
las mínimas infraestructuras culturales o deportivas, la juventud se
cocía en el vertedero de la droga y la marginalidad.
Este era el substrato que alimentaba
la rabia y la frustración de millones de jóvenes en todo el país, y fue
el Sindicato de Estudiantes la única organización que las canalizó.
Todas las condiciones para una explosión de la juventud estaban
madurando. Pero sin el papel del factor subjetivo, esto es, de una
dirección a la altura de aquellas circunstancias, todo ese vapor se
habría disipado en luchas aisladas. El Sindicato de Estudiantes, y los
marxistas que lo dirigíamos, actuamos como el pistón que transforma el
vapor en potencia y fuerza material.
En el mes de noviembre de 1986 se
celebró una asamblea en la facultad de Matemáticas de la Universidad
Complutense de Madrid. La asamblea estaba convocada por estudiantes no
admitidos en la Universidad, víctimas del numerus clausus que les
cerraba el acceso porque su nota de selectividad no era suficiente para
entrar en la carrera deseada. En aquella reunión los militantes del SE
en Madrid fueron elegidos para el comité de lucha que se organizó con la
intención de convocar una movilización y extender el conflicto al
conjunto del movimiento de Enseñanzas Medias y Universidad. Fue el
comienzo de la batalla.
El 12 de noviembre de ese año, más de
3.000 estudiantes convocados por el comité de no admitidos y por el SE
marcharon desde el Arco de Triunfo de La Moncloa hasta la sede del MEC
en la calle Alcalá nº 42. En aquel momento tuvimos que manifestarnos por
la acera de Gran Vía ante la prohibición gubernativa de ocupar la
calzada. Pero la manifestación fue un éxito y decidimos dar un paso
adelante. En la reunión organizada inmediatamente después de esta
primera manifestación, los militantes del SE propusimos convocar una
jornada de huelga y manifestación para el 4 de diciembre. La idea era
basarnos en los núcleos del Sindicato de Estudiantes del conjunto del
Estado y en el apoyo de los militantes marxistas de Izquierda
Revolucionaria para extender la lucha. Era una apuesta arriesgada, pero
confiábamos en la respuesta del movimiento y en la enorme insatisfacción
que se traslucía en los barrios obreros.
La convocatoria del 4 de diciembre de
1986 desbordó las previsiones más optimistas: una marea de decenas de
miles de jóvenes recorrió las calles de numerosas ciudades del Estado
sorprendiendo al gobierno, a los medios de comunicación de la burguesía,
a los dirigentes de la izquierda reformista y también ¡cómo no! a los
grupúsculos que se autoproclamaban los más revolucionarios del
movimiento estudiantil. El movimiento de masas se iniciaba y no acabaría
hasta tres meses más tarde.
Los estudiantes entran en acción. La huelga del 4 de diciembre
“Pero hombre, si no vais a ser más de
5.000”. Así respondía el subdelegado del gobierno de Madrid a los
representantes del SE la misma mañana del 4 de diciembre, cuando estos
últimos le requerían para que se aceptara prolongar el recorrido de la
manifestación hasta la sede del Ministerio de Educación (MEC) en la
calle Alcalá. Finalmente, y tras un tira y afloja infructuoso de más de
una hora, la Delegación del Gobierno solo permitiría la manifestación
desde el Arco de Triunfo en Moncloa hasta la Plaza de España.
Pocas horas más tarde, sobre la una
del mediodía, más de 100.000 jóvenes no sólo no finalizaron su marcha en
el punto decidido por el delegado del gobierno sino que, paralizando el
tráfico y llenando la calzada de las arterias más importantes de la
ciudad, recorrieron toda la Gran Vía, llegaron a la Plaza de Cibeles y
culminaron su histórica hazaña en las puertas del Ministerio de
Educación. A pesar de la prohibición, la fuerza demostrada por el
movimiento en la calle se impuso sobre la actitud represiva del delegado
del gobierno.
Está de más decir que esta maravillosa
respuesta también sorprendió a los militantes del Sindicato de
Estudiantes. Éramos optimistas, pero esta manifestación desbordó
cualquier previsión. Improvisando como pudimos, organizamos la cabecera
de la manifestación, desplegamos las pancartas y comenzamos a gritar
consignas. Mientras tanto, compañeros del SE y de Izquierda
Revolucionaria repartían miles de panfletos al tiempo que llamaban a la
afiliación al Sindicato. Al cabo de dos horas más de 900 estudiantes
habían rellenado las hojas de inscripción.
En la semana anterior a la huelga, el
SE convocó en su pequeño local de la calle Francisco Navacerrada de
Madrid, una reunión con representantes de institutos de Enseñanza Media.
A la llamada respondieron más de cuarenta jóvenes provenientes de
localidades obreras del sur (Móstoles, Getafe, Leganés…), de San Blas,
Vallecas, Moratalaz, Carabanchel, Centro… En la reunión se fue
estructurando un comité de lucha para coordinar la acción del 4 de
diciembre y dar continuidad al movimiento. Pero si algo marcó aquella
cita fue el debate sobre las bandas fascistas y la actitud a mantener
frente a ellas.
Sabíamos por diferentes fuentes que
los gánsteres fascistas de Bases Autónomas (BBAA) tenían previsto
intervenir en la manifestación. Esta amenaza sólo podía ser combatida
con energía y decisión a través de un servicio de orden serio, que
tuviese las ideas claras y estuviese preparado para repeler su
presencia. En aquella reunión se produjo una acalorada discusión al
respecto. Reflejando la confusión política de los primeros momentos de
la lucha, y la inexperiencia de muchos activistas que meses más tarde se
convertirían en dirigentes naturales del movimiento, las ideas que los
marxistas defendimos para combatir a los matones fascistas fueron
rechazadas por muchos de los asistentes. Predominaba el prejuicio
democrático de que también “los fachas” tenían derecho a manifestarse.
Finalmente fue la experiencia, el movimiento vivo de la lucha, el medio
por el que se resolvió la discusión.
En la manifestación del 4 de diciembre
las bandas fascistas actuaron. A la altura del metro de Santo Domingo
unos cuarenta fascistas armados con barras de hierro, cuchillos, bates
de béisbol, cadenas y otras armas, cargaron contra la manifestación. La
marcha se rompió por la mitad en medio de las carreras y gritos de
pánico de cientos de jóvenes. Pero pasó algo inesperado. En medio de
aquel desconcierto, miles de estudiantes reaccionaron con valentía y
arrojo. En la plaza de Callao nos pudimos reagrupar y en base a las
indicaciones de compañeros más experimentados logramos cercar a los
fascistas. En ese momento, cuando estaban acorralados por miles de
estudiantes que no íbamos a permitir que aquellos canallas reventaran la
manifestación, apareció súbitamente la policía en una decena de
furgonetas y establecieron un cordón para proteger a los fascistas.
Estos “valientes” fueron salvados por las fuerzas de “orden público” de
la furia de miles de jóvenes despejando definitivamente la confusión que
podía existir en la cabeza de los activistas estudiantiles. Como Lenin
explicó en no pocas ocasiones: la escuela de la vida enseña.
La experiencia quedó grabada a sangre y
fuego en la conciencia de decenas de miles de estudiantes. En la
reunión posterior convocada por el SE el 6 de diciembre, con más de 200
representantes de centros de estudios de Madrid, hubo un acuerdo
unánime: teníamos que defender nuestras manifestaciones de las bandas
fascistas de forma contundente y sin confiar en la policía. Así nació la
“Guardia Roja” del movimiento, el famoso Servicio de Orden del SE
integrado por más de 2.000 jóvenes organizados a partir de los comités
de autodefensa que establecimos en decenas de centros de Enseñanza Media
de todo Madrid.
La huelga general del 4 de diciembre
fue un rotundo éxito, no sólo en Madrid, también en otras ciudades donde
los marxistas teníamos presencia y llamamos a la lucha. Fue el caso de
Barcelona, de Zaragoza, de Sevilla, de Vitoria, de Vigo, de Málaga, de
Avilés, de Pamplona… El movimiento expresó en la acción el profundo
sentimiento de descontento que dominaba a la juventud de todo el país.
A las puertas del Ministerio de
Educación, decenas de miles de jóvenes gritaban su rabia contra la
política del gobierno socialista. Fue tal el impacto y la sorpresa, que
las autoridades educativas reaccionaron enviando a un funcionario a la
calle para invitar a subir a los representantes de los estudiantes. En
ese momento, una delegación del SE junto con miembros del comité de
estudiantes no admitidos entramos en el edificio observados con sorpresa
por ujieres, funcionarios y guardias civiles que lo custodiaban.
Después de un paseo por su laberíntico interior llegamos al despacho del
secretario de Estado de Educación, Alfredo Pérez Rubalcaba. Las caras
de Rubalcaba y sus acompañantes, entre los cuales se encontraba su
responsable de prensa Miguel Barroso, eran un auténtico poema. Muy
contrariados por lo que estaba sucediendo debajo de la ventana de su
despacho, sólo acertaban a preguntar quiénes éramos y de dónde habíamos
salido.
A partir de ese momento empezó una
táctica por parte del gobierno que se prolongó durante los tres meses
que duró la lucha. Aparentando un gran interés por negociar, Rubalcaba,
el auténtico estratega del Ministerio, junto con el ministro Maravall y
los medios de comunicación afines, especialmente El País y el grupo
Prisa, intentaron crear la sensación en la opinión pública de que el
gobierno dialogaba con los estudiantes pero éstos, “comandados” por unos
líderes “al margen de la realidad”, se cerraban en banda a aceptar
ningún acuerdo.
El objetivo era obvio: presentarnos
como elementos “radicales” para aislar nuestra lucha y provocar el
rechazo de miles de padres que podrían cansarse de que sus hijos
permaneciesen durante meses sin clases. Pero esta estratagema les falló y
sus planes se convirtieron en un fracaso desde el primer momento. Los
marxistas que encabezábamos el SE éramos plenamente conscientes de que
si el movimiento estudiantil quería vencer necesitaba ganarse el apoyo y
la simpatía de la clase obrera y sus organizaciones. Así pues, la
estrategia del SE fue orientar a decenas de miles de jóvenes a las
fábricas, a los locales sindicales y a los mercados. El SE editó decenas
de miles de hojas llamando a la solidaridad del movimiento obrero con
un sencillo lenguaje de clase, explicando a los trabajadores las razones
de la lucha, y emplazando a CCOO y UGT a apoyar las movilizaciones,
incluyendo una huelga general unitaria de obreros y estudiantes. El
impacto de esta propaganda entre miles de trabajadores y sindicalistas
fue formidable.
Esta táctica, junto con la unificación
la movilización estudiantil a escala estatal y la organización
democrática del movimiento, sobre la base de los Comités de Huelga y el
fortalecimiento del SE, crearon las condiciones para la victoria
posterior.
Extender y unificar la lucha
Después del gran éxito de la huelga
del 4 de diciembre quedaba la tarea de continuar. Era evidente que el
gobierno no iba a reaccionar por esta primera embestida, a pesar de su
carácter masivo y su extensión. Los medios de comunicación de la
burguesía se dividieron en la cobertura dada al 4 de diciembre. Mientras
El País, con múltiples conexiones con el aparato socialdemócrata,
intentaba minimizar el balance de la huelga y ninguneaba al SE
llamándolo “el autodenominado Sindicato de Estudiantes”, otros medios
impresos, especialmente los periódicos conservadores y de derechas como
Diario 16, dirigido en aquel entonces por Pedro J. Ramírez o el católico
Ya, hoy desaparecido, daban una cobertura mucho más amplia, entendiendo
que de esta forma desgastaban al gobierno.
En cualquier caso era un error pensar
que la lucha se iba a ganar a base de titulares de prensa. Al contrario
que otros grupos, nosotros siempre tuvimos muy claro que no podíamos
confiar en la cobertura que pudiésemos obtener en los medios de
comunicación. Por ese motivo, sólo nos basamos en la capacidad de
movilización de la clase trabajadora y la juventud, en su nivel de
conciencia, y es al desarrollo de estos dos factores a los que dedicamos
todas nuestras fuerzas.
Como ya se ha señalado, el primer paso
fue dar un cauce de organización a los miles de estudiantes que estaban
dispuestos a participar en los comités de huelga de los centros y en el
propio SE. Organizamos reuniones en todos los territorios del Estado y
cosechamos avances inimaginables. En pocos días los afiliados al SE
crecieron por varios miles, y los comités de huelga se extendieron por
todos los institutos. Apoyándonos en el aparato de propaganda de
Izquierda Revolucionaria, editamos decenas de miles de carnés, cientos
de miles de hojas y carteles. La independencia económica por la que los
verdaderos revolucionarios siempre han luchado y que se concretaba,
entre otros logros, en disponer de un aparato de propaganda propio
demostró su enorme papel en estos meses. No dependíamos más que de
nosotros y del apoyo que fuésemos capaces de conquistar en el
movimiento.
Basándonos en estas ideas nos lanzamos
a la convocatoria de la huelga general del 17 de diciembre. Era
necesario volver a golpear antes de las vacaciones de navidad y dar un
paso adelante en la extensión de la lucha. En esta ocasión la
preparación de la huelga fue muy superior en calidad y cantidad a la
anterior.
El 13 de diciembre organizamos una
gran asamblea en la sede de UGT de Avenida de América en Madrid. En esta
reunión se juntaron representantes del SE de todo el Estado y miembros
de los diferentes Comités de Huelga que se habían formado en los
institutos de Madrid. Era un sábado a las seis de la tarde y desde las
cuatro no dejaba de caer un aguacero torrencial. Pero el movimiento no
falló. Más de 800 estudiantes llenaron el salón de actos para escuchar a
los representantes del SE y participar en el debate con iniciativas y
propuestas que luego serían sometidas a votación. La táctica presentada
por el SE era volver a la huelga y a las manifestaciones el 17 de
diciembre.
En esa ocasión, como en las
posteriores, argumentábamos la necesidad de que el movimiento adoptase
una respuesta unificada y disciplinada, y que su fuerza se hiciese valer
en una gran jornada de lucha. Durante años el movimiento estudiantil
había actuado de una manera dispersa, sin coordinación, o más bien
conscientemente descoordinado por las mal llamadas “coordinadoras” de
estudiantes que no eran más que plataformas de acción de diferentes
organizaciones políticas rivalizando entre sí por el protagonismo de la
lucha. De lo que se trataba era de golpear todos juntos a la misma hora y
con la mayor fuerza. Para ello era necesaria la organización de la
huelga, con propaganda, con comités, con servicio de orden, y además
ganar el apoyo de las organizaciones obreras, de los sindicatos y las
asociaciones de padres de alumnos.
En el debate se respiraba el ambiente
de euforia y de fuerza por el éxito del día 4 de diciembre. Muchos
estudiantes insistían en la necesidad de adoptar medidas radicales y la
que causaba mayor sensación era la huelga indefinida. Esta consigna
contaba con un gran apoyo y reflejaba la voluntad de lucha de los
estudiantes, su disposición a llegar hasta el final. Sin embargo, la
huelga indefinida en los primeros compases del movimiento ofrecía otros
peligros que debían ser contemplados. Sin una organización poderosa en
los centros de estudio, la huelga indefinida podría desembocar en el
vaciamiento de los institutos y que estos fuesen ocupados tan sólo por
los elementos más activos de la primera hornada. El SE no estaba en
contra de la huelga indefinida por principio, pero considerábamos esta
consigna prematura. Era necesario aumentar el grado de organización y de
confianza del movimiento en sus propias fuerzas, unificar sólidamente a
la vanguardia con el conjunto del movimiento.
Después de un intenso y apasionado
debate se votaron las dos propuestas en discusión: huelga indefinida o
la jornada del 17 de diciembre. Por un estrecho margen se decidió el
respaldo a la convocatoria del 17 de diciembre. De todas formas el SE
nunca se opuso frontalmente a la huelga indefinida. Nuestra postura fue
flexible, pues se trataba de elevar el nivel de comprensión y de
organización de miles de estudiantes que despertaban a la lucha política
por primera vez. Aquellos centros de estudio que votaban
democráticamente por la huelga indefinida también contaban con el
respaldo del SE. Nuestra posición era la misma para el conjunto del
movimiento estudiantil: ¡Organizar, organizar y organizar!
Y así fue, miles de estudiantes
demostraron que la lucha es capaz de despertar una creatividad
inimaginable. Todos los sentimientos más elevados de la juventud se
transformaron en una fuerza imparable: la solidaridad, el desafío a la
represión, el debate de ideas, la construcción de estructuras que
impulsasen hacia adelante el movimiento. Los centros de estudio se
transformaron en un gran parlamento de debate político, de aprendizaje
acelerado para toda una generación. Desde el SE explicábamos la relación
entre nuestros problemas como jóvenes estudiantes y la política del
gobierno, denunciábamos constantemente su negativa a romper con los
intereses de los grandes banqueros, los monopolios, los grandes
empresarios. Ligábamos la lucha por los derechos democráticos de los
estudiantes y por el incremento de los recursos para la enseñanza
pública a la necesidad de transformar la sociedad en líneas socialistas.
Sí, queríamos arrancar mejoras, reformas que nos beneficiasen, pero en
todo momento las conectábamos con un horizonte más amplio de combate por
el socialismo. Miles de jóvenes escucharon por primera vez los nombres
de Marx, Engels, Lenin o Trotsky en cientos de asambleas y reuniones que
se celebraban sin cesar. También se discutía sobre el Estado, la
policía, las bandas fascistas y la mejor táctica a llevar para asegurar
la victoria. Fueron meses vibrantes en los que la experiencia práctica
del movimiento se fundió en una gigantesca y continua discusión de
ideas.
Desde el SE propusimos la organización
de Comités de Huelga en cada centro de estudio. Comités que estuviesen
integrados por todos los estudiantes que lo quisieran, excepto los
fascistas, y que los involucraran en todas las tareas que el movimiento
exigía. En cada Comité se organizó, como mínimo, una Comisión de
Propaganda, dedicada a realizar pancartas, cartelones, panfletos,
comunicados de prensa. Otra de Finanzas, dedicada a obtener los recursos
necesarios para costear las acciones y los materiales que
necesitábamos, que recaudara apoyo entre el profesorado, en mercados de
la zona, en los cortes de tráfico que organizábamos, en los polígonos
industriales cercanos. También una Comisión de Autodefensa, en la que se
reclutase a los compañeros que formarían parte del Servicio de Orden y
que se encargarían de defender las manifestaciones.
Nunca antes se había visto algo
semejante. Los Comités de Huelga se crearon, se desarrollaron y
englobaron a decenas de miles de jóvenes que se transformaron en
activistas estudiantiles, en la espina dorsal de un ejército poderoso y
disciplinado. Estos comités de centros se coordinaban enviando sus
delegados a un comité de huelga provincial que se reunía todas las
semanas. Comités provinciales que en algunas ciudades como Madrid
englobaban a cerca de trescientos delegados.
Paso a paso, el movimiento de cara al
17 de diciembre, en muy pocos días, ganó gran envergadura. El SE había
golpeado con fuerza y se encontraba ya a la cabeza de la movilización.
El frente único estudiantil
En los días previos a la huelga del 4
de diciembre, los militantes del SE y de Izquierda Revolucionaria en
Madrid nos dirigimos a otras organizaciones con el fin de plantear la
unidad de acción y crear un frente de lucha lo más amplio posible.
Mantuvimos reuniones con representantes estudiantiles de las Juventudes
Comunistas (UJCE), de los Colectivos de Jóvenes Comunistas (CJC) y de
otras organizaciones, hoy desaparecidas, pero que en aquella época
mantenían una presencia en el movimiento estudiantil como era el caso de
la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y el Movimiento Comunista (MC).
La respuesta del conjunto de estas organizaciones fue invariablemente la
misma: no había ambiente para convocar ninguna acción de lucha; al
contrario, consideraban que el movimiento estudiantil atravesaba por un
profundo reflujo. Los más cínicos de ellos utilizaban calificativos
insultantes hacia los estudiantes cuestionando su nivel de conciencia.
Ante esta actitud decepcionante, que
llevó a todas estas organizaciones a boicotear la huelga del 4 de
diciembre como vulgares esquiroles, nos encogimos de hombros y
continuamos firmemente orientándonos a las masas del movimiento,
confiando en los sectores más avanzados del mismo y elevando a través de
nuestra propaganda el nivel de conciencia del conjunto de los
estudiantes.
Pero obviamente, el éxito del día 4 de
diciembre no pasó desapercibido para los “líderes” de estas
organizaciones. Despertaron de su letargo acusando muy duramente el
golpe. Se comprobó que su perspectiva y su caracterización del
movimiento eran equivocadas de cabo a rabo. No sólo no habían previsto
nada sino que permanecieron al margen de las manifestaciones, de las que
muchos se enteraron por la prensa. La reacción histérica de estos
grupos no se hizo esperar y con una rapidez sorprendente se precipitaron
hacia la organización de la “Coordinadora” de estudiantes para disputar
la dirección del movimiento al SE. El carácter burocrático de esta
maniobra se vio claramente en la manera en que organizaron este
engendro.
El martes 16 de diciembre, un día
antes de la huelga del 17 convocada por el SE, todas estas
organizaciones convocaron una asamblea en la Facultad de Historia de la
Universidad Complutense para dar vida a la Coordinadora. Por supuesto,
todos los estudiantes allí presentes no eran representantes de
asambleas, sino en su gran mayoría militantes de estas organizaciones.
La excusa de que el SE no representaba a nadie, reiterada machaconamente
en las intervenciones de los elementos más sectarios, no se conciliaba
con la realidad. De hecho, los “jefes” de la coordinadora tuvieron la
cara dura de llamar a la manifestación del día 17 considerando suya la
convocatoria. Los representantes del SE en esa asamblea les plantearon
concretamente: ¿dónde esta vuestra propaganda llamado a la huelga del
17? ¿Dónde están vuestros Comités de Huelga? ¿Dónde está vuestro
Servicio de Orden para combatir a los fascistas? ¿Dónde estabais el 4 de
diciembre? Para los elementos más lúmpenes que comandaban esta maniobra
aquellas preguntas carecían de importancia. En la práctica esos asuntos
no les preocupaban. Lo demostraron cuando en la intervención del
representante del SE organizaron una trifulca estruendosa y, ante la
firmeza mostrada por el orador del Sindicato, recurrieron a un método
más expeditivo: le metieron un puñetazo y le arrebataron el micrófono.
Aquella mascarada de reunión, absolutamente burocratizada y
antidemocrática, era el preludio del gran fracaso que cosecharían sus
promotores.
17 de diciembre: tres millones en la calle
El miércoles 17 de diciembre la huelga
general convocada por el SE en todo el país fue un éxito histórico. Más
de tres millones de estudiantes de Enseñanza Secundaria y Universidad
vaciaron las aulas, y cerca de un millón se manifestaron en todo el
país. Más de 150 manifestaciones fueron organizadas por el SE, muchas de
ellas en coordinación con los estudiantes de muchas localidades donde
todavía el SE no estaba implantado. En Madrid asistieron a la
manifestación más de 200.000 estudiantes. Cifras históricas se
registraron en Barcelona, Zaragoza, Valencia, Sevilla, Málaga, Gijón,
Vigo, Bilbao… en fin, en todas las ciudades y localidades donde hubiera
estudiantes. El movimiento confirmó las perspectivas del SE demostrando
que la explosión juvenil no era flor de un día.
Sobre la experiencia de la
manifestación del 4 de diciembre el movimiento había sacado lecciones
muy importantes. Los fascistas volvieron a hacer acto de presencia en
Madrid, pero en esta ocasión fueron recibidos como se merecían. El
servicio de orden del SE integrado por más de mil jóvenes procedentes de
los barrios obreros más golpeados de la ciudad y las localidades del
sur, entre los que destacaban por su arrojo y valentía los compañeros
del FP Primero de Mayo de Entrevías y los estudiantes del FP Parla,
dieron buena cuenta de estos elementos. Al primer intento de agredir a
la manifestación, una masa compacta del Servicio de Orden dirigida por
compañeros experimentados de Izquierda Revolucionaria repelió con éxito
la embestida. Los fascistas corrieron como ratas no sin antes tener que
vérselas con nuestro Servicio de Orden, un auténtico ejército
revolucionario al servicio del movimiento de la juventud. Nada ni nadie
iba a impedir que nuestra lucha continuara y mucho menos los fascistas,
enviados a nuestras manifestaciones como perros de presa para
amedrentarnos con su violencia e impedir que la movilización continuase.
El combate físico contra estas bandas de mamporreros se convirtió en un
gran triunfo del movimiento. A partir de ese día, los fascistas se
cuidaron mucho de intentar nuevas aventuras.
En otro aspecto fundamental para la
lucha, los sindicatos obreros, a los que nos habíamos dirigido
activamente, reaccionaron. CCOO, y muy especialmente Marcelino Camacho,
prestó un gran apoyo al SE. Nos ayudaron prestándonos locales para
mantener reuniones, así como con propaganda, Lo mismo ocurrió con la
UGT, remisa en un principio, pero finalmente abierta a prestar su
colaboración. Era evidente que muchos dirigentes sindicales veían con
desconfianza al movimiento de los jóvenes y mucho más la política del SE
que los emplazaba constantemente a la huelga general para unificar el
movimiento obrero y estudiantil y obligar al gobierno del PSOE a
realizar concesiones sustanciales. Pero era tal la simpatía en la base
de los sindicatos, era tal el apoyo del conjunto de la clase obrera a la
lucha de sus hijos, que los dirigentes sindicales tenían que mantener
un equilibrio: oponerse a la lucha juvenil habría sido, en aquellas
circunstancias, un suicidio político.
En la manifestación de Madrid del 17
de diciembre participaron en al cabecera del SE Marcelino Camacho y
Nicolás Redondo, secretario general de la UGT. Aquella presencia tenía
mucho más valor que un mero símbolo. Para millones de trabajadores, los
máximos líderes de sus organizaciones estaban junto al movimiento
estudiantil remarcando la justicia de sus demandas. Este hecho nos abría
la puerta directamente de las fábricas, de los comités de empresa y de
las asambleas de trabajadores que, como después veremos, fueron
utilizadas como tribunas de agitación por el SE.
La demostración de fuerza del día 17
de diciembre causó estupor en las filas del gobierno y del Ministerio de
Educación. Rubalcaba, que se había manifestado extraordinariamente
arrogante en la primera reunión mantenida con el SE tras el 4 de
diciembre, llegando despedirse con un “encantado de haberos conocido
chicos, pero creo que no nos volveremos a ver”, tuvo que tragarse sus
palabras. Y nos volvió a ver, ¡vaya si nos vio!
Inmediatamente, el Ministerio llamó al
pequeño local del SE para convocarnos a una reunión urgente. Cuando nos
trasladamos a la sede ministerial y fuimos recibidos por Rubalcaba y
sus asesores, nos dimos cuenta que no habían entendido nada. Frente a un
movimiento que se había convertido en un incendio social, los
responsables del Ministerio adoptaron una postura dilatoria. Nada de
concesiones importantes, sino marear la perdiz en torno a los “grandes
esfuerzos” del gobierno en materia educativa. Confiaban en agotarnos y
en agotar al movimiento. Pensaban que el periodo de las vacaciones de
navidad provocaría la desmovilización, y que la lucha se diluiría como
un azucarillo en agua. Estaban completamente equivocados.
Preparando la gran batalla
Las navidades de 1986 fueron días de
actividad frenética. El pequeño local del SE en Madrid era un hervidero
de reuniones con cientos de estudiantes que querían participar en la
organización del movimiento.
Sin embrago, el movimiento tuvo que
lidiar con un imprevisto. La actitud de la llamada “Coordinadora”
actuaba como una rémora en la lucha. Las diferencias en cuanto al
programa, la táctica y la estrategia que proponía el Sindicato de
Estudiantes y las defendidas por la “Coordinadora” empezaban a
presentarse con mucha más nitidez a los ojos de miles de estudiantes y
activistas.
La Coordinadora no fue en ningún
momento un organismo democrático y de coordinación de comités de huelga.
Era un frente mal avenido de diferentes organizaciones que maniobraban
entre ellas para obtener un protagonismo que los estudiantes no les
reconocían. En cualquier caso, todo el mundo tiene derecho a dirigirse
al movimiento con sus ideas y pelear por que su programa y la táctica
que consideran más adecuada prevalezca. Pero es necesario utilizar un
método honesto y los dirigentes de la Coordinadora eran unos
experimentados maniobreros que sustituían el debate de ideas por las
calumnias y las mentiras.
Realmente era vergonzoso ver a
militantes de organizaciones que se reclamaban de izquierdas y que
integraban este organismo insistir una y otra vez en sus apariciones
públicas en una idea profundamente reaccionaria: que la lucha
estudiantil era “apolítica”. Tenían un afán enfermizo por desvincularse
de la política, limitando exclusivamente el contenido de la movilización
a aspectos educativos, marginándolos de los problemas generales de la
juventud y la clase obrera. Con este discurso era inevitable que
conectaran con los sectores más atrasados del movimiento y, por
supuesto, con los más pequeñoburgueses.
De la misma manera se oponían a la
orientación que el SE planteaba hacia el movimiento obrero organizado. A
su oportunismo orgánico había que añadir su sectarismo pues, como
buenos ultraizquierdistas, consideraban a las organizaciones obreras un
bloque reaccionario, sin distinguir entre las direcciones reformistas y
la base militante de los sindicatos.
Apelaban a la “democracia” del
movimiento, al carácter “horizontal” y no jerárquico en la toma de
decisiones. Pero estas baratijas ideológicas que parecían parte de un
programa más radical escondían la mayor de las burocratadas. En la
coordinadora no se elegían representantes de los centros, no había
métodos de elección y revocabilidad, de tal manera que las decisiones se
adoptaban en función de quien más gritaba o del grupo que movilizaba a
más individuos a las reuniones. Era típico de la Coordinadora que las
batallas por el orden del día o por la mesa presidencial se prolongasen
por horas.
También en lo referido a la táctica,
los dirigentes de la Coordinadora apelaban a la “democracia” del
movimiento, esto es, a que cada Coordinadora local o autonómica
decidiera por su cuenta y “autónomamente” su calendario de acciones. De
esta manera los prejuicios localistas predominaban en el esquema de
lucha de estos “genios” y los intereses generales del movimiento se
tenían que subordinar a aquellos. En la práctica, si esta táctica
hubiese prevalecido habría conducido a la ruina de la movilización. La
característica fundamental de las luchas del 86/87 fue que, por primera
vez en su historia, el movimiento estudiantil golpeaba a la misma hora y
el mismo día en todo el Estado. Esa fuerza tremenda fue decisiva para
derrotar al Ministerio. Fragmentar al movimiento en decenas de acciones
inconexas y aisladas era la mejor manera de aislarlo y propiciar su
derrota a manos de sus poderosos enemigos. Al contrario, extender y
unificar la lucha, mostrar la fuerza disciplinada de los estudiantes,
era una de las claves para la victoria.
En las semanas siguientes, la
Coordinadora se transformó en una plataforma de todas las organizaciones
para luchar contra el SE y los marxistas. Era más importante
combatirnos que organizar las movilizaciones. Era curioso observar como
en la Coordinadora convivían desde pequeños grupos anarquistas, pasando
por sectas autodenominadas “marxistas-leninistas”, “trotskistas”, hasta
las Juventudes Socialistas. Esta última organización, o mejor dicho el
PSOE, eran muy conscientes de que la Coordinadora, por su carácter y
contenido, ofrecía una oportunidad de oro para sabotear la lucha. Por
esta razón el gobierno decidió enviar a sus reuniones a todos sus
“representantes” en el movimiento estudiantil, dirigidos por Javier de
Paz y David Balsa. Y ocurrió algo inevitable. En una de las reuniones de
la Coordinadora en el mes de enero de 1987, las JJSS hicieron un
despliegue de fuerzas, movilizando en autobuses a militantes de todo el
país, y coparon la reunión eligiendo como portavoz a David Balsa. En
base a esta maniobra pretendían dinamitar la Coordinadora desde dentro y
transformarla en un instrumento afín al gobierno. Claro está que esta
sucia estratagema fue denunciada por el otro sector pero, al fin y al
cabo, ellos mismos se habían convertido en víctimas de los métodos de
una política falsa que, con ahínco, habían defendido desde el primer
momento.
El Sindicato de Estudiantes resistió
todas estas maniobras y presiones apelando a las asambleas generales de
estudiantes donde siempre defendimos consecuentemente nuestras ideas
revolucionarias. Tuvimos que soportar todo tipo de calumnias. Una de
ellas, la que más prevaleció en el tiempo y que fue extendida por todos
los grupos y organizaciones que nos combatieron, fue que el Sindicato de
Estudiantes era en realidad un “montaje del PSOE”. Incluso hoy se
pueden leer patéticos artículos en algunas páginas web insistiendo en
esta misma idea. En realidad se trataba de una calumnia que no tuvo
ningún eco entre la juventud, pues tan sólo gente que actúa de mala fe,
carece de argumentos políticos y está al margen de la lucha real se
puede creer que el gobierno del PSOE se autorganizase una movilización
de masas que se prolongó durante tres meses y les obligó a realizar
concesiones que en ningún caso habían contemplado. Los dirigentes y
portavoces del SE nunca ocultaron sus ideas: eran marxistas
revolucionarios y demostraron, en la arena de la lucha de masas, que
esto era algo más que una etiqueta.
La movilización del 23 de enero. El gobierno recurre a la represión
Rubalcaba y los estrategas del
Ministerio de Educación eran personas experimentadas. Hicieron todo lo
posible por aislar al SE y cercarlo en las negociaciones por un cordón
de organizaciones afines. Después del 17 de diciembre abrieron la
negociación con el SE, pero incluyeron en las reuniones a otros: La
Confederación Española de Asociaciones de Estudiantes (CEAE),
organización fantasma sin ninguna presencia en los centros y vinculada
estrechamente al aparato de las Juventudes Socialistas. Y junto a la
CEAE, la Coordinadora, a la que no tardarían en escindirla, colocando a
sus muchachos al frente de la misma, sobre todo en la mesa de
negociación.
En cualquier caso, los representantes
del SE éramos absolutamente conscientes de que no conseguiríamos en la
mesa de negociación lo que no hubiéramos sido capaces de conquistar en
la calle a través de la movilización. A diferencia de los dirigentes
sindicales reformistas, sólo confiábamos en la voluntad de lucha de los
estudiantes y todos nuestros esfuerzos se dirigieron a fortalecerla,
extenderla hasta el último rincón y vincularla a la clase obrera. Lo
demás vendría por añadidura. Si éramos capaces de generar un movimiento
masivo, romperíamos la resistencia del gobierno.
El SE había establecido un Comité de
Huelga Central, que se reunía diariamente y coordinaba todas las
acciones con los Comités de Huelga del resto del Estado. Un papel
decisivo en la organización de la lucha fue jugado por los compañeros de
la imprenta de Izquierda Revolucionaria, desde donde se imprimía la
masa de volantes, octavillas, panfletos y carteles que inundaron los
centros de estudio. Sin el sacrificio de estos compañeros, que durmieron
en la propia imprenta en muchas ocasiones para hacer frente a la
demanda de propaganda, hubiera sido imposible la victoria. También fue
importante la comisión de prensa que organizamos en nuestro local
central, dedicada cotidianamente a combatir la intoxicación informativa
del MEC y las mentiras que se propagaban contra el movimiento
estudiantil y el SE.
La cuestión más importante por encima
de cualquier otro aspecto fue dar continuidad al movimiento y asegurar
que la movilización siguiente fuera aún mayor que la del 17 de
diciembre. Estaba claro que el gobierno sólo cedería si la lucha
aumentaba y la presión sobre el Ministerio se hacía insoportable.
En ese periodo el SE aumentó
formidablemente su influencia: se crearon secciones del SE en numerosas
ciudades y localidades de todo el Estado; se afiliaron miles de
estudiantes y se establecieron centenares de nuevos Comités de Huelga.
La lucha del día 17 había logrado que nuevas capas entraran en la
acción, ampliando nuestros horizontes.
Finalmente se tomó una decisión:
convocar una semana de movilizaciones entre el 19 y el 23 de enero que
culminase con manifestaciones de masas el día 23. Se trataba de
endurecer la presión y asestar un duro golpe a la táctica dilatoria del
Ministerio.
Para organizar la semana de lucha, se
convocó una reunión de representantes de los Comités de Huelga
provinciales en Madrid el 18 de enero, a la que acudieron delegados de
38 provincias. La reunión fue un auténtico ejemplo de democracia
estudiantil y ratificó, después de un prolongado debate, la propuesta de
la dirección del SE. El desafío estaba lanzado.
La semana de movilizaciones fue un
éxito rotundo. En la práctica, cientos de centros de enseñanza media no
habían reanudado las clases a la vuelta de vacaciones: se encontraban en
huelga indefinida. Pero en estos centros la propaganda del SE había
encontrado un gran eco. No había contradicción entre la huelga
indefinida, que en muchos institutos se organizaba a través de la
ocupación permanente de las instalaciones por parte de los estudiantes, y
la estrategia que proponía el SE. También es cierto que, en base a la
experiencia del movimiento, muchos activistas y delegados estudiantiles
se iban convenciendo de la necesidad de que la huelga fuera activa y que
no se dispersasen las fuerzas. La llamada del SE a luchar de manera
unificada, todos juntos y a la misma hora, fue apoyada entusiastamente
por la vanguardia del movimiento estudiantil.
El 23 de enero de 1987, después de
tres días de acciones en las que participaron decenas de miles de
estudiantes, la huelga volvió a ser unánime. De nuevo más de tres
millones de estudiantes paralizaron por completo los institutos y
numerosas facultades. Las manifestaciones fueron masivas, aún superiores
a las del día 17 de diciembre, con nuevas capas participando.
Pero en esta ocasión, el gobierno
intentó romper el movimiento recurriendo a la represión policial.
Pensaban que de esta manera aterrarían a la juventud e introducirían una
cuña entre los estudiantes y los trabajadores. Esta actitud sucia y
reaccionaria no doblegó al movimiento, al contrario, lo radicalizó y le
proporcionó nuevas fuerzas.
En la manifestación de Madrid una
nueva masa compacta de más de 200.000 estudiantes desfiló desde Legazpi
hasta la calle Alcalá, pasando por la Glorieta de Atocha y la Plaza de
Cibeles. La imagen era impresionante. Precediendo a la manifestación,
tres cordones del Servicio de Orden, con más de 500 estudiantes,
defendían la seguridad del recorrido. En los laterales otros 1.500
jóvenes con sus brazaletes completaban nuestra “Guardia Roja”. A la
altura de Cibeles, el Servicio de Orden decidió parar la manifestación.
En ese momento un grupo numeroso de 2.000 jóvenes se estaba enfrentando a
la policía en la calle de Alcalá, cerca ya de donde debía concluir la
manifestación. ¿Quiénes eran estos jóvenes? En su mayoría eran elementos
procedentes del lumpen, organizados en torno a los grupos fascistas de
los clubes de fútbol, mezclados con otros elementos marginales de los
barrios de Madrid. Es cierto que también había estudiantes que
consideraban un deber moral enfrentarse a cualquier precio con la
policía, demostrando así su valor “revolucionario”. En cualquier caso,
estos sectores hacían el juego al gobierno y a los medios de
comunicación de la burguesía, que pretendían presentar al movimiento
estudiantil, y a la juventud en general, como una panda de degenerados,
holgazanes y pendencieros, interesados tan solo en la violencia
gratuita.
Desde el SE combatimos el papel
pernicioso de estos sectores que solo pretendían desmoralizar y
disgregar la lucha ejemplar de millones de estudiantes. En la práctica
no tenían ningún interés en la movilización, tan sólo en mostrar su
impotencia a través de actos de violencia. Los medios de comunicación no
perdieron el tiempo y elevaron a algunos de ellos a la categoría de
héroes “antisistema”, como en el caso del yonqui más famoso de la
historia: el Cojo Manteca. De esta forma desviaban la atención de los
hechos realmente importantes, la movilización de tres millones de
jóvenes y lo ocultaban tras la farsa de la “violencia” juvenil.
Además esta actuación tenía otras
consecuencias. Daba la excusa perfecta a la policía, dirigida por el,
tristemente famoso ministro del Interior, José Barrionuevo, para lanzar
una represión indiscriminada contra el movimiento. Efectivamente, así
actuaron las fuerzas policiales ese día.
Ante la algarada montada en la calle
Alcalá, nuestro Servicio de Orden se adelantó para interponerse y
proteger la manifestación. En ese momento decenas de policías
antidisturbios cargaron contra nuestros compañeros que resistieron
valerosamente la embestida defendiéndose con lo que tenía a su alcance.
Las fuerzas policiales utilizaron todo su armamento, el botijo desde el
que lanzaban chorros de agua, y mucho peor, armas de fuego que
dispararon contra los estudiantes. En medio de una batalla frontal
contra la manifestación, un grupo de policías quedó aislado y dispararon
hiriendo en el glúteo a la estudiante María Luisa Prada. Las escenas de
pánico se sucedían en medio de una batalla campal y cargas brutales de
los antidisturbios.
Por fortuna, la acción criminal de la
policía no acabó con la vida de María Luisa. La reacción del SE fue
clara y contundente. No sólo exigimos la dimisión del ministro de
Interior, Barrionuevo, sino que denunciamos públicamente a la policía y
organizamos una huelga general contra la represión el lunes 26 de enero
en todo el Estado, que fue secundada masivamente.
La situación se había puesto realmente
seria y la posición del gobierno estaba completamente comprometida. En
aquel momento el SE amenazó con romper el diálogo si el ministro en
persona no participaba en la negociación y se comprometía a escuchar a
los estudiantes realizando concesiones sustanciales. Además, nuestra
propaganda dirigida al movimiento obrero estaba surtiendo efecto.
Algunos dirigentes de CCOO, especialmente Marcelino Camacho,
contemplaban seriamente la convocatoria de una huelga general en un
momento en que sectores de trabajadores se incorporaban a la acción,
como los mineros de Río Tinto en Huelva o los jornaleros andaluces.
La lucha entra en una fase crucial
El gobierno finalmente accedió a que
el ministro Maravall participase en las negociaciones. Fue todo un
espectáculo verlo sentado en una misma mesa con los representantes del
SE, intentando componer excusas e incluso reconociendo que el gobierno
podía hacer un esfuerzo mayor. En un momento dado de la negociación,
Maravall llegó a comprometerse a la gratuidad de la enseñanza
secundaria, pero en ese mismo instante fue cortado con brusquedad por
Rubalcaba que rechazó esta posibilidad aduciendo la escasez de fondos
del Ministerio.
Para el SE era absolutamente necesario
dar un paso más en la lucha, pues se advertía la mella que la
movilización estaba provocando en el gobierno. En aquellos días, el
diario El País, que se caracterizaba por sus ataques al SE y su interés
por desprestigiar la lucha, publicó una encuesta sobre las
movilizaciones: una inmensa mayoría de los preguntados apoyaban a los
estudiantes frente a los que respaldaban al gobierno. Era su forma de
advertir a Felipe González de la necesidad de buscar una salida.
Mientras tanto, los Comités de Huelga
continuaban su actividad. Una de las páginas más sobresalientes de
aquellos meses fue la fusión del movimiento estudiantil con la clase
obrera. Desde el primer momento el SE había orientado sus esfuerzos a
ganar el apoyo y la simpatía de los trabajadores. Nos dirigíamos a sus
líderes en los sindicatos, a los que apremiábamos a convocar una huelga
general. Pero no nos quedábamos ahí. Organizamos cientos de piquetes de
estudiantes en decenas de localidades y ciudades de todo el país para ir
a las puertas de las fábricas y poder dialogar con los obreros. En
numerosas fábricas fuimos recibidos con fraternidad por los
sindicalistas que nos permitieron hablar en el tiempo del bocadillo, o
bien organizaban asambleas después de la jornada de trabajo. En todas
estas acciones recibimos el apoyo entusiasta de miles de trabajadores
que nos aplaudían a rabiar y echaban dinero a nuestras cajas de
resistencia. En poco menos de tres meses recogimos cerca de ¡diez
millones de pesetas (60.000 euros)! de apoyo del movimiento obrero en
colectas públicas. Así fue capaz el movimiento estudiantil y el SE de
financiar la lucha retomando las mejores tradiciones de la clase obrera.
Exactamente igual hicimos en cientos
de mercados y plazas públicas, a los que grupos de estudiantes se
dirigían con su propaganda para recabar apoyo de las mujeres de la clase
obrera. Fue una experiencia extraordinaria, clave para la gran victoria
posterior.
En aquel contexto, también se
apreciaba el cansancio que algunos sectores del movimiento estaban
acusando. Dos meses de acciones ininterrumpidas valían la pena si se
obtenían frutos. Y, por el momento, el gobierno seguía rechazando
cualquier concesión fundamental.
En esas circunstancias el SE decidió
dar un golpe decisivo. Por un lado demostrando que la movilización
estudiantil seguía manteniendo toda su fuerza. Por otro lado, ampliar la
lucha. Esto último se logró a través de dos medidas: movilizaciones
conjuntas con los trabajadores y la organización de una gran marcha a
Madrid del movimiento estudiantil de todo el Estado.
Las movilizaciones de febrero
En el Comité Estatal de Huelga
celebrado a principios de febrero se decidió la táctica a seguir: semana
de lucha del 9 al 13 de febrero, con manifestaciones unitarias junto a
los trabajadores el día 11 por la tarde y una gran marcha a Madrid el
día 13. El órdago era a la grande.
Todos los comités locales de huelga se
dispusieron a un trabajo intenso de propaganda, agitación y
organización. Sabíamos perfectamente que posiblemente estábamos ante el
último cartucho que el movimiento podía quemar. Contábamos a nuestro
favor con el apoyo de la población y el desgaste del gobierno, y en
contra, con el cansancio de un sector del movimiento que empezaba a
tener dudas en un triunfo claro.
La semana de lucha nos volvió a
sorprender a todos. El movimiento sacaba energías de reserva y nuevas
capas se incorporaban a la acción elevando la moral de los más
veteranos. En ese momento el SE aparecía ya como la dirección
indiscutible del movimiento estudiantil, mientras la Coordinadora se
descomponía en múltiples querellas internas.
Las manifestaciones unitarias del día
11 fueron un éxito. A pesar de la pasividad de muchas direcciones
provinciales de CCOO y UGT, y de que aquel día fue lluvioso en todo el
Estado, decenas de miles de estudiantes y miles de trabajadores ocuparon
las calles. En Madrid más de 20.000 desfilaron bajo un aguacero con un
grito ensordecedor: “Obreros y estudiantes, unidos adelante”. El
movimiento consiguió su objetivo pero lo mejor estaba por llegar.
Los días previos a la marcha estatal
del día 13 fueron de incertidumbre. El SE no tenía experiencia en
organizar una marcha de tal envergadura y las dudas surgían. Por todo el
país los militantes del Sindicato se dedicaban a ultimar los detalles y
lograr el apoyo de las federaciones de padres y de los sindicatos para
financiar los autobuses. Ya en las horas previas sabíamos que la marcha
iba a ser histórica: las dificultades se estaban sorteando
favorablemente y la moral era enorme.
El 13 de febrero por la mañana, horas
antes de la marcha, CCOO había convocado una reunión de delegados en el
salón de actos de su local madrileño de la calle Lope de Vega. A la cita
acudieron cerca de 3.000 delegados para escuchar a Marcelino Camacho y
Agustín Moreno. Pero también había otros invitados. Los dirigentes de
CCOO presentaron a los representantes de la Coordinadora y del SE que
tomarían la palabra en el acto. El miembro de la Coordinadora describió
aspectos secundarios de la lucha, en una intervención superficial y sin
garra. Cuando el representante del Sindicato se dirigió a la asamblea,
una ovación estruendosa con todos los asistentes en pie elevó la
temperatura de la sala confiriendo una gran emoción al momento. Las
primeras palabras del portavoz del SE fueron claras: “la lucha de la
juventud estudiantil de los barrios obreros es una lucha de clase y
forma parte de otra más amplia, el combate de los trabajadores por su
liberación y por la transformación socialista de la sociedad”. El salón
de actos se vino abajo. El discurso fue interrumpido en más de seis
ocasiones, y se podía apreciar la emoción en los rostros de muchos
trabajadores asistentes. Finalmente y ante el entusiasmo general,
Marcelino Camacho invitó a dar por terminada la reunión y a que todos
los asistentes se sumaran a la marcha estudiantil que iba a empezar
minutos después. Y así, cerca de tres mil delegados obreros se fundieron
en aquella manifestación, emocionados de caminar junto a sus hijos, en
una cita que se convirtió por derecho propio en un acontecimiento
histórico. Como dato a reseñar, en la colecta que realizamos en aquella
asamblea obrera obtuvimos más de 100.000 pesetas de apoyo.
La Marcha a Madrid fue gigantesca.
Después de tres meses de movilizaciones, cerca de 200.000 estudiantes de
todo el país desfilaban por el centro de la capital desafiando al
gobierno. Las banderas de Euskal Herria, de Catalunya, de Galiza, de
Andalucía, de Extremadura, de todos los territorios y las enseñas rojas
del SE se confundían con los gritos de miles de gargantas. La
movilización era de por sí un triunfo inapelable.
La manifestación fue abierta por un
cortejo de cientos de jóvenes en moto, los mensajeros, que estaban en
huelga y aceptaron orgullosos la invitación del SE a participar ese día
junto con nosotros.
En esta ocasión también se volvió a
demostrar el maravilloso papel del Servicio de Orden en la defensa de la
manifestación. Los mismos elementos lúmpenes que actuaron el 23 de
enero intentaron el mismo juego a la altura de la calle Barquillo. Pero
en esta ocasión sus planes fueron frustrados por nuestros compañeros que
resistieron sus provocaciones y les hicieron correr por las calles
aledañas.
La Marcha a Madrid fue el golpe de
gracia al gobierno, que constataba su aislamiento y el peligro de que el
movimiento estudiantil confluyera en una huelga general con los
trabajadores. En ese momento, el Ministerio de Educación capituló.
Una victoria histórica
A las pocas horas de finalizar la
Marcha sobre Madrid, el Ministerio llamó a una nueva reunión a los
representantes del SE. La propuesta del MEC no se parecía en nada a las
anteriores. Si bien es cierto que no contemplaba la retirada de la
selectividad, uno de los puntos importantes de la plataforma
reivindicativa, las concesiones que se presentaban eran claras y
rotundas:
1. 40.000 millones de pesetas adicionales al presupuesto educativo en curso para inversiones en los centros.
2. La gratuidad de la Enseñanza Media, es decir, la supresión de las tasas académicas en este tramo.
3. Beca de tasas universitarias, para garantizar la gratuidad de la matrícula universitaria a las familias obreras.
4. Creación de 67.840 plazas escolares en enseñanza media con un coste de 30.000 millones de pesetas.
5. Un incremento del 25% de las becas en 1987 y un 40% en 1988.
6. Un incremento del 30% del dinero dedicado a los gastos corrientes de los institutos.
7. Reconocimiento del derecho a huelga de los estudiantes de Enseñanza Secundaria.
8. Reconocimiento legal del Sindicato de Estudiantes y de las asociaciones estudiantiles.
9. Ninguna represalia contra los
estudiantes que habían participado en la lucha. Repetición de los
exámenes que hubieran coincidido con las jornadas de movilización.
Después de tres meses de lucha, el
movimiento estudiantil arrancaba una victoria sin precedentes al
gobierno, victoria que tendría consecuencias inmediatas para el conjunto
de la clase obrera, preparando el terreno de lo que un año más tarde
sería la huelga general más importante de la historia, la huelga general
del 14 de diciembre de 1988.
Mientras estábamos reunidos con los
representantes del Ministerio hubo todavía una escena antológica
protagonizada por el propio ministro Maravall. Al final de la exposición
en la que informaban de las concesiones a las que estaban dispuestos,
el señor ministro se descolgó exigiendo que el SE dirigiera un
comunicado a los medios de comunicación “respaldando las medidas del
gobierno”. Era una maniobra mezquina, en la que intentaban que el SE
apareciera como un escudero dócil y fiel del Ministerio. En ese momento
el SE exigió que se firmara un preacuerdo en el que quedaran por escrito
todas esas concesiones, que serían sometidas a discusión en los Comités
de Huelga y en las asambleas de los centros para su ratificación. En
caso contrario, el Sindicato se levantaría de la mesa y convocaría
nuevas movilizaciones. La cara de espanto del ministro reflejaba su
desconcierto ante la ¬reacción del SE. Finalmente, el gobierno y el MEC
aceptaron recoger por escrito en un preacuerdo los compromisos ofrecidos
en la reunión, y este fue ratificado en cientos de asambleas
estudiantiles.
En la rueda de prensa organizada en
una de las salas del Ministerio, los representantes del Sindicato de
Estudiantes se dirigieron a los periodistas con las siguientes palabras:
“Esta es una victoria histórica y el resultado de una lucha larga y
ejemplar. Hemos ganado la mayoría de nuestras reivindicaciones, y ahora
es el momento de consolidar nuestras conquistas, volver a clase y
organizarnos y prepararnos para el próximo asalto, en que ganaremos
todas las reivindicaciones que quedan pendientes. La lucha es larga y
continúa. Pero hemos demostrado que nosotros, los estudiantes, somos
gente consciente que sabe cómo conducir una lucha de manera organizada.
Hemos derrotado por KO al Ministerio en el primer asalto. De ahora en
adelante nada volverá a ser igual en este país”.
Treinta años después de aquella lucha
histórica, el Sindicato de Estudiantes se ha consolidado como la mayor
organización de la juventud de todo el Estado, la que cuenta con más
raíces en el movimiento y mayor capacidad de movilización. Este inmenso
logro ha sido posible gracias al trabajo tenaz de miles de estudiantes y
cientos de cuadros que han perseverado en la construcción de esta
organización, especialmente en los momentos más difíciles. Y toda esta
energía ha sido encauzada gracias a unas ideas, las ideas del marxismo
revolucionario, que hace treinta años demostraron su viabilidad
práctica.