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martes, 31 de octubre de 2017

Seguridad material y salud mental

Actualmente la mayoría de los periódicos más leídos tienen una sección específica con noticias diarias dedicada a la Salud y al Bienestar. La tendencia predominante para abordar la mayoría de cuestiones que preocupan a los lectores es la de considerar la salud como algo relacionado con un estilo de vida concreto del que hay que conocer los principales secretos. La idea transversal a todas estas secciones es que hay un vínculo entre la salud y una serie de actitudes y comportamientos individuales que integran una buena alimentación, ejercicio físico y descanso. El yoga, la comida ecológica y la práctica del mindfullness empiezan a dominar casi todos estos espacios dedicados a informar sobre salud. El mensaje fundamental que transmiten es que si no te encuentras bien, si estás estresado, cansado o irritado es tú responsabilidad porque no estás poniendo en práctica un estilo de vida al alcance de todos. Hay una infinidad de listas de las 10 cosas que debes cambiar en tu vida para tener salud y bienestar, solo debes convertirte en una especie de emprendedor del cuidado a ti mismo.

Los beneficios de muchas de las prácticas que se sugieren son indudables y la mayoría se sustentan en grandes consensos científicos. Pero la cuestión que parece desaparecer en todo este universo es eso que los especialistas en salud pública llaman los determinantes sociales de la salud. La dimensión colectiva de la salud individual debería ser uno de los pilares para sostener nuestra idea sobre cómo tener una vida saludable. Los determinantes sociales de la salud son todos aquellos elementos que componen la situación de las personas, donde nacen, crecen, viven y mueren, eso que los blogs llaman y reducen en muchas ocasiones a “tú estilo de vida”. 

El problema que parece obviarse es que esto implica fundamentalmente tu lugar y condiciones de trabajo, la vivienda, el barrio y la manera en la que está organizado tu sistema nacional de salud. Cómo afectan estas cuestiones a las personas individuales es la consecuencia del modo en que se distribuyen los recursos, el dinero y en definitiva el poder en los diferentes niveles de nuestra sociedad. Esta perspectiva es cada vez más predominante entre quienes estudian empíricamente las causas del deterioro o mejora en la salud colectiva.

En el año 1980 se publicaba en Reino Unido el Informe Black. Un informe elaborado por expertos en salud pública, dirigidos por Douglas Black que había encargado algunos años antes la Secretaría de Estado de Servicios Sociales. Ahí se elaboraba uno de las investigaciones más importantes que buscaban las causas y la magnitud de las desigualdades en salud de la población británica. Este informe fue el modelo en el que se basó la elaboración del primer informe sobre desigualdades y salud en España en 1996 de una comisión científica que había puesto en marcha el Ministerio de Sanidad y Consumo del PSOE en 1993. Desde entonces, aunque el número de trabajos y estudios ha ido aumentando, este enfoque ha ido desapareciendo de la práctica política de nuestros gobernantes con honrosas excepciones de algunos ayuntamientos de izquierdas.

Otro hito sobre el análisis de los Determinantes sociales de la salud es el propuesto por una Comisión de la Organización Mundial de la Salud hace 10 años. El principal elemento ético que debía guiar el trabajo de esta comisión en el año 2007 antes de la gran crisis, era el concepto de equidad en salud, es decir: “la ausencia de diferencias de salud injustas y evitables entre grupos o poblaciones definidos socialmente, económicamente, demográficamente o geográficamente”.

Curiosamente, cuando la OMS nos advierte sobre el impacto para la salud que puede tener comer embutidos o carnes rojas hablamos del tema durante meses a la hora de la comida, pero cuando esta misma organización nos está advirtiendo de que la desigual distribución del poder y de renta también genera fortísima inequidad en la salud, como indica de manera indiscutible el informe final de la Comisión sobre Determinantes sociales de la salud, esta información apenas parece tener impacto entre la mayoría de medios de comunicación.

Uno de los puntos claves sobre los que se advierte en este informe es sobre las consecuencias en la salud mental que tiene estas grandes y profundas desigualdades sociales. El concepto de salud mental es complicado de definir. Por salud mental podemos entender, según la definición de la OMS, que es la más seguida seguramente por la comunidad científica, “un estado de bienestar completo, en el que el individuo es capaz de desarrollar plenamente sus capacidades, superar las tensiones de la vida, trabajar de manera productiva y provechosa y contribuir con sus aportaciones a la comunidad “(WHO, 2001) pero también sabemos que es una definición que peca un tanto de ambiciosa y si nos basamos en la misma definición textual nuestras sociedades henchidas de paro involuntario y pobreza tendrían muchos déficits de salud mental.

La pérdida del empleo constituye uno de los principales factores de riesgo de aparición de problemas de salud mental tales como la ansiedad, el insomnio, la depresión y las conductas disociales y autolesivas. En la UE las formas más comunes de enfermedad mental son la ansiedad y la depresión y se espera que la depresión sea la primera o segunda causa de enfermedad durante el año 2020 en el mundo desarrollado. Este tipo de enfermedades pueden afectar a cualquier tipo de personas pero hay colectivos sociales que son mucho más vulnerables. Desempleados, inmigrantes pobres, personas con bajos niveles de educación, jóvenes sin empleo y personas mayores que viven solas son sólo algunos de estos grupos. Las personas que viven cerca de la línea de la pobreza y que tienen bajos ingresos suelen estar sometidos a un grandísimo estrés psicosocial de manera constante, lo cual termina por afectar al conjunto de su ciclo vital. Por esto mismo la depresión es bien sabido que está fuertemente relacionada con la pobreza, el desempleo y factores vinculados a la desigualdad social.

Desde el año 2008 hemos vivido un gigantesco y trágico experimento social sobre todas estas correlaciones. Las consecuencias de la gestión de la crisis y el fortísimo incremento de la desigualdad han sido desastrosas para la salud mental de una parte significativa de la población. El desmembramiento de las políticas que permitían mantener entornos de estabilidad y seguridad durante la mayor parte del ciclo vital para las personas han tenido consecuencias directas sobre la salud mental de las personas. Tal vez es el momento de recordar que el Reino de España es el tercer país de la UE donde más ha crecido el riesgo de pobreza desde 2008. Actualmente es uno de los países por la cola de los 28. Al final del 2016 tenía 12,82 millones de personas en riesgo de pobreza, dos millones y medio más que en 2007 antes de la crisis.

Buscar políticas que permitan reducir la desigualdad al mismo tiempo que generan una seguridad material se vuelve una cuestión central.

Es aquí que para muchos expertos las características de una política como una Renta Básica que permite la seguridad de unos ingresos en cualquier situación, sin condiciones y como derecho subjetivo, se vuelven con un grandísimo potencial en la salud pública de la población. En diciembre de 2016 la prestigiosa revista British Medical Journal escribía sobre este tema incidiendo en los específicos efectos en la salud que una Renta Básica podría tener comparado con las tradicionales políticas de protección social focalizadas y condicionadas para los pobres. Los resultados empíricos que aporta la experimentación con Renta Básica cuando se toman en consideración indicadores vinculados no solo a la salud general, como puede ser el número de hospitalizaciones o diagnóstico de enfermedades, si no al aumento o disminución del estrés, sugieren que los beneficios para la salud y en especial la salud mental de una Renta Básica pueden ser muchísimas.

Las razones parecen ser principalmente dos: la renta básica, al concederse a todas las personas y no sólo a las que en ese momento pueden demostrar que son estadísticamente pobres, termina por percibirse por la población como un seguro general contra la pobreza y eso genera una gran estabilidad psicológica. Aunque en este momento uno pueda no estar siendo un beneficiario neto del ingreso, sabe que siempre tiene derecho en caso de que su situación vital cambie a peor. La segunda razón es la que se deriva de su incondicionalidad. Esto no solo permite liberar tiempo en cuanto a las trabas burocráticas por las que debes demostrar que efectivamente eres considerado pobre con todo lo que puede suponer de estigma social y sus efectos psicológicos comprobados nada positivos. Si no que te permite negociar en el mercado laboral con muchas más garantías de que no vas a aceptar trabajos en condiciones que puedan perjudicar tu salud. Estos dos elementos combinados parece que pueden generar grandes cambios en la percepción y asimilación del riesgo y la inseguridad de las personas a lo largo de su ciclo vital.

Esta perspectiva nos obliga también a empezar a considerar las grandes ventajas en términos de costes sobre los sistemas nacionales de salud de una medida como la Renta Básica. Es razonable asumir la gran cantidad de ahorro que esto puede suponer cuando se quieren calcular los costes de una Renta Básica universal comparados a toda una serie de medidas que no irían al origen de estos problemas de salud si no solo a sus efectos individuales. Según las estimaciones del European Journal of Neurology, el coste económico que podrían suponer los problemas de salud mental serían de casi 800.000 millones sólo en Europa, de los cuales el 37% corresponden a costes directos en servicios sanitarios, el 23% a costes no sanitarios (cuidados informales) y el 40% a costes indirectos cómo la pérdida de productividad laboral o la discapacidad crónica, entre otros.

En otras palabras, algo como la Renta Básica supondría seguramente grandes ahorros en los sistemas nacionales de salud, a la vez que sería una política mucho más efectiva para lograr grandes objetivo de salud pública.

Si estás preocupado por tu salud y la de las personas que están a tu alrededor la evidencia empírica dice que lo más racional es luchar contra la desigualdad y la pobreza. El verdadero secreto para poder tener una vida saludable colectivamente podría estar en construir entornos de seguridad material lo suficientemente potentes como una Renta Básica incondicional.