Actualmente
la mayoría de los periódicos más leídos tienen una sección específica
con noticias diarias dedicada a la Salud y al Bienestar. La tendencia
predominante para abordar la mayoría de cuestiones que preocupan a los
lectores es la de considerar la salud como algo relacionado con un
estilo de vida concreto del que hay que conocer los principales
secretos. La idea transversal a todas estas secciones es que hay un
vínculo entre la salud y una serie de actitudes y comportamientos
individuales que integran una buena alimentación, ejercicio físico y
descanso. El yoga, la comida ecológica y la práctica del mindfullness
empiezan a dominar casi todos estos espacios dedicados a informar sobre
salud. El mensaje fundamental que transmiten es que si no te encuentras
bien, si estás estresado, cansado o irritado es tú responsabilidad
porque no estás poniendo en práctica un estilo de vida al alcance de
todos. Hay una infinidad de listas de las 10 cosas que debes cambiar en
tu vida para tener salud y bienestar, solo debes convertirte en una
especie de emprendedor del cuidado a ti mismo.
Los beneficios de muchas de las prácticas
que se sugieren son indudables y la mayoría se sustentan en grandes
consensos científicos. Pero la cuestión que parece desaparecer en todo
este universo es eso que los especialistas en salud pública llaman los
determinantes sociales de la salud. La dimensión colectiva de la salud
individual debería ser uno de los pilares para sostener nuestra idea
sobre cómo tener una vida saludable. Los determinantes sociales de la
salud son todos aquellos elementos que componen la situación de las
personas, donde nacen, crecen, viven y mueren, eso que los blogs llaman y
reducen en muchas ocasiones a “tú estilo de vida”.
El problema que
parece obviarse es que esto implica fundamentalmente tu lugar y
condiciones de trabajo, la vivienda, el barrio y la manera en la que
está organizado tu sistema nacional de salud. Cómo afectan estas
cuestiones a las personas individuales es la consecuencia del modo en
que se distribuyen los recursos, el dinero y en definitiva el poder en
los diferentes niveles de nuestra sociedad. Esta perspectiva es cada vez
más predominante entre quienes estudian empíricamente las causas del
deterioro o mejora en la salud colectiva.
En el año 1980 se publicaba en Reino Unido
el Informe Black. Un informe elaborado por expertos en salud pública,
dirigidos por Douglas Black que había encargado algunos años antes la
Secretaría de Estado de Servicios Sociales. Ahí se elaboraba uno de las
investigaciones más importantes que buscaban las causas y la magnitud de
las desigualdades en salud de la población británica. Este informe fue
el modelo en el que se basó la elaboración del primer informe sobre
desigualdades y salud en España en 1996 de una comisión científica que
había puesto en marcha el Ministerio de Sanidad y Consumo del PSOE en
1993. Desde entonces, aunque el número de trabajos y estudios ha ido
aumentando, este enfoque ha ido desapareciendo de la práctica política
de nuestros gobernantes con honrosas excepciones de algunos
ayuntamientos de izquierdas.
Otro hito sobre el análisis de los Determinantes sociales de la salud
es el propuesto por una Comisión de la Organización Mundial de la Salud
hace 10 años. El principal elemento ético que debía guiar el trabajo de
esta comisión en el año 2007 antes de la gran crisis, era el concepto
de equidad en salud, es decir: “la ausencia de diferencias de salud
injustas y evitables entre grupos o poblaciones definidos socialmente,
económicamente, demográficamente o geográficamente”.
Curiosamente, cuando la OMS nos advierte sobre el impacto para la
salud que puede tener comer embutidos o carnes rojas hablamos del tema
durante meses a la hora de la comida, pero cuando esta misma
organización nos está advirtiendo de que la desigual distribución del
poder y de renta también genera fortísima inequidad en la salud, como
indica de manera indiscutible el informe final de la Comisión sobre
Determinantes sociales de la salud, esta información apenas parece tener
impacto entre la mayoría de medios de comunicación.
Uno de los puntos claves sobre los que se advierte en este informe es
sobre las consecuencias en la salud mental que tiene estas grandes y
profundas desigualdades sociales. El concepto de salud mental es
complicado de definir. Por salud mental podemos entender, según la
definición de la OMS, que es la más seguida seguramente por la comunidad
científica, “un estado de bienestar completo, en el que el individuo es
capaz de desarrollar plenamente sus capacidades, superar las tensiones
de la vida, trabajar de manera productiva y provechosa y contribuir con
sus aportaciones a la comunidad “(WHO, 2001) pero también sabemos que es
una definición que peca un tanto de ambiciosa y si nos basamos en la
misma definición textual nuestras sociedades henchidas de paro
involuntario y pobreza tendrían muchos déficits de salud mental.
La pérdida del empleo constituye uno de los principales factores de
riesgo de aparición de problemas de salud mental tales como la ansiedad,
el insomnio, la depresión y las conductas disociales y autolesivas. En
la UE las formas más comunes de enfermedad mental son la ansiedad y la
depresión y se espera que la depresión sea la primera o segunda causa de
enfermedad durante el año 2020 en el mundo desarrollado. Este tipo de
enfermedades pueden afectar a cualquier tipo de personas pero hay
colectivos sociales que son mucho más vulnerables. Desempleados,
inmigrantes pobres, personas con bajos niveles de educación, jóvenes sin
empleo y personas mayores que viven solas son sólo algunos de estos
grupos. Las personas que viven cerca de la línea de la pobreza y que
tienen bajos ingresos suelen estar sometidos a un grandísimo estrés
psicosocial de manera constante, lo cual termina por afectar al conjunto
de su ciclo vital. Por esto mismo la depresión es bien sabido que está
fuertemente relacionada con la pobreza, el desempleo y factores
vinculados a la desigualdad social.
Desde el año 2008 hemos vivido un gigantesco y trágico experimento
social sobre todas estas correlaciones. Las consecuencias de la gestión
de la crisis y el fortísimo incremento de la desigualdad han sido
desastrosas para la salud mental de una parte significativa de la
población. El desmembramiento de las políticas que permitían mantener
entornos de estabilidad y seguridad durante la mayor parte del ciclo
vital para las personas han tenido consecuencias directas sobre la salud
mental de las personas. Tal vez es el momento de recordar que el Reino
de España es el tercer país de la UE donde más ha crecido el riesgo de
pobreza desde 2008. Actualmente es uno de los países por la cola de los
28. Al final del 2016 tenía 12,82 millones de personas en riesgo de
pobreza, dos millones y medio más que en 2007 antes de la crisis.
Buscar políticas que permitan reducir la desigualdad al mismo tiempo
que generan una seguridad material se vuelve una cuestión central.
Es aquí que para muchos expertos las características de una política
como una Renta Básica que permite la seguridad de unos ingresos en
cualquier situación, sin condiciones y como derecho subjetivo, se
vuelven con un grandísimo potencial en la salud pública de la población.
En diciembre de 2016 la prestigiosa revista British Medical Journal
escribía sobre este tema incidiendo en los específicos efectos en la
salud que una Renta Básica podría tener comparado con las tradicionales
políticas de protección social focalizadas y condicionadas para los
pobres. Los resultados empíricos que aporta la experimentación con Renta
Básica cuando se toman en consideración indicadores vinculados no solo a
la salud general, como puede ser el número de hospitalizaciones o
diagnóstico de enfermedades, si no al aumento o disminución del estrés,
sugieren que los beneficios para la salud y en especial la salud mental
de una Renta Básica pueden ser muchísimas.
Las razones parecen ser
principalmente dos: la renta básica, al concederse a todas las personas y
no sólo a las que en ese momento pueden demostrar que son
estadísticamente pobres, termina por percibirse por la población como un
seguro general contra la pobreza y eso genera una gran estabilidad
psicológica. Aunque en este momento uno pueda no estar siendo un
beneficiario neto del ingreso, sabe que siempre tiene derecho en caso de
que su situación vital cambie a peor. La segunda razón es la que se
deriva de su incondicionalidad. Esto no solo permite liberar tiempo en
cuanto a las trabas burocráticas por las que debes demostrar que
efectivamente eres considerado pobre con todo lo que puede suponer de
estigma social y sus efectos psicológicos comprobados nada positivos. Si
no que te permite negociar en el mercado laboral con muchas más
garantías de que no vas a aceptar trabajos en condiciones que puedan
perjudicar tu salud. Estos dos elementos combinados parece que pueden
generar grandes cambios en la percepción y asimilación del riesgo y la
inseguridad de las personas a lo largo de su ciclo vital.
Esta perspectiva nos obliga también a empezar a considerar las
grandes ventajas en términos de costes sobre los sistemas nacionales de
salud de una medida como la Renta Básica. Es razonable asumir la gran
cantidad de ahorro que esto puede suponer cuando se quieren calcular los
costes de una Renta Básica universal comparados a toda una serie de
medidas que no irían al origen de estos problemas de salud si no solo a
sus efectos individuales. Según las estimaciones del European Journal of Neurology, el
coste económico que podrían suponer los problemas de salud mental
serían de casi 800.000 millones sólo en Europa, de los cuales el 37%
corresponden a costes directos en servicios sanitarios, el 23% a costes
no sanitarios (cuidados informales) y el 40% a costes indirectos cómo la
pérdida de productividad laboral o la discapacidad crónica, entre otros.
En otras palabras, algo como la Renta Básica supondría seguramente
grandes ahorros en los sistemas nacionales de salud, a la vez que sería
una política mucho más efectiva para lograr grandes objetivo de salud
pública.
Si estás preocupado por tu salud y la de las personas que están a tu
alrededor la evidencia empírica dice que lo más racional es luchar
contra la desigualdad y la pobreza. El verdadero secreto para poder
tener una vida saludable colectivamente podría estar en construir
entornos de seguridad material lo suficientemente potentes como una
Renta Básica incondicional.