PÁGINAS

martes, 4 de julio de 2017

Maternidad subrogada: vosotras parís, nosotros decidimos



En el programa ‘En el punto de mira’, sobre vientres de alquiler en Ucrania, se entrevista a una joven pareja española que va a tener descendencia gracias a una madre de alquiler ucraniana. Los muy competitivos precios de este país han puesto la subrogación al alcance de la clase media (del total de 40 – 50.000 euros que pagan las familias de intención, los investigadores del programa no logran averiguar la cifra exacta de lo que recibe la mujer gestante, pero es bastante menos de los 8.000 € por criatura que aparecen anunciados en la prensa ucraniana como cebo para las mujeres). La joven madre contratante española de 26 años muestra una minúscula camiseta de un equipo de futbol para el bebé y dice: “Cuando empiezas un proceso así siempre te entran ganas de comprar cosas”.

Matt y Chad, una pareja gay norteamericana, relatan en su blog paso a paso el proceso de subrogación de sus dos niños en India. Durante la gestación publican: “Estamos embarazados de x semanas” y describen minuciosamente el desarrollo fetal y las sensaciones del embarazo en primera persona. La mujer india embarazada madre de sus hijos, apenas es mencionada en el inmenso blog: “Hemos conocido a nuestra subrogada, hemos hablado con ella y con su marido, y hemos ido a ecografías con ella. Confío en que no hay coerción, y que ella ha asumido libremente este arreglo. No tengo ninguna duda de que los beneficios que su familia va a ingresar con este contrato van a ser fenomenalmente positivos”. Una vez llegados al mundo sus dos hijos varones, han contado con los servicios de dos mujeres (cocinera y niñera) 6 días a las semana.

En esta familia de cuatro varones se hace realidad una utopía patriarcal. Las mujeres, todas ellas subalternas y a su disposición a través de contratos legales ofrecen a los varones servicios variados: gestar, limpiar, cuidar, cocinar, parir, fregar, planchar, etc.; y todo ello sin necesidad de relacionarse directamente con ellas ni de que sean partícipes de una vida social reservada a quienes habitan en el espacio superior de los gestores del mundo. Un mundo feliz sin guerra de sexos en el que las mujeres –un tercio dedicadas a servicios sexuales, un tercio en el precariado y un tercio de privilegiadas con poder político y que son sus aliadas— finalmente tendrían cada una su lugar fijo al servicio del capital, y en el que la misoginia –compartida por las propias mujeres– sería un elemento tan básico como el aire que se respira…

La emergencia de la maternidad subrogada tiene cuatro causas:

La causa principal, y verdadera fuerza motriz de la normalización de este fenómeno es la expectativa de negocio que supone: es una actividad con un potencial de crecimiento enorme y capaz de producir beneficios netos espectaculares. El segundo motor es el deseo de bebés de una sociedad donde reproducirse se ha convertido en un privilegio y en la que las mujeres entregan su juventud al mercado laboral. Ese deseo, transformado en consumo narcisista, genera una postmoderna demanda de criaturas deconstruidas de su vínculo primigenio y convertidas en mercancía.

La tercera y cuarta causa no son motores sino fundamentos. Uno es la tecnología: el poder triunfante de la racionalidad humana, extrayendo de la naturaleza, una vez más, un rendimiento al que se le da un valor añadido. Y el cuarto es el puntal sobre el que se funda este negocio, el sustrato en el que enraíza y del que se nutre: la milenaria subyugación de las mujeres y la cosificación de sus cuerpos al servicio de los intereses del patriarcado.

Es importante no perder de vista el hecho de que la subrogación es, en esencia, trata de bebés. Pero para esquivar el inconveniente de que en nuestras sociedades es ilegal comerciar con seres humanos, la compra-venta se disfraza de alquiler, en este caso de vientres, una explotación que, aunque también cosifica a personas, se trata de algo a lo que estamos mucho más acostumbrados, ya que mientras que el esclavismo ha sido hace tiempo erradicado en nuestras sociedades, el patriarcado todavía goza de buena salud.
¿Altruismo?

Desde que se empezó a regular esta práctica, se han promocionado relatos y teorías que presentaban la maternidad subrogada como un acto “altruista” por parte de las gestantes. Que tal cosa pueda ser creíble en el caso de la subrogación comercial, solo se explica como una anomalía propia del contexto actual de cinismo y posverdad, y tiene su único fundamento en las declaraciones hechas por algunas gestantes americanas durante procesos de subrogación generalmente en régimen abierto (una modalidad hoy muy minoritaria y que implica un contacto continuado entre gestante y cliente), olvidando que sus palabras, como vendedoras de un servicio que son, responden a la máxima de “el cliente siempre tiene la razón”. Las madres de alquiler deben cumplir con todos los términos de su contrato durante nueve meses y hacer realidad los deseos de los contratantes, y si el relato fantasmático del altruismo, además de satisfacer al cliente, tiene la ventaja de proporcionarles a ellas una autoimagen más aceptable, pues mejor que mejor.

En cuanto a la “autentica” subrogación “altruista”, en Reino Unido se dan unos 10 – 20 casos anuales. Y como botón de muestra de en qué consisten los resortes psicológicos de ese “altruismo”, escuchemos cómo lo relata una madre subrogada británica: “Siempre quise tener hijos, pero nunca tuve la oportunidad”. Amanda Benson, que dice no haber sido madre en solitario por no tener la capacidad económica para ello, decidió entonces ser madre para otros. Eligió una pareja gay porque pensó que “aceptarían de mejor grado el que una mujer forme parte de su familia” y gestó dos hijos para ellos. Este testimonio pone en evidencia cómo la subrogación (ya sea comercial o no) se vale siempre de las dos opresiones estructurales básicas del patriarcado: la precariedad y la subyugación interiorizada por las mujeres. La profundidad de este sometimiento crea “fuerza de trabajo reproductivo” lista para ser explotada; y en nuestras sociedades poscapitalistas el patriarcado ha llegado a ser tan perfecto y sofisticado que a veces incluso es posible consumar la expropiación sin que ni siquiera sea necesario darle apariencia de intercambio. Hay cientos de casos judiciales –no tan visibles en los medios como los de los felices padres con sus bebés fruto de la subrogación— de madres gestantes que acaban reclamando derechos sobre las criaturas que han parido; pero incluso en Reino Unido, que tiene una regulación garantista y supuestamente respetuosa para con las madres, un juez puede finalmente obligar a la madre a entregar al bebé que gestó altruistamente para una pareja de padres intencionales.
El varón como creador de vida

Una de las pulsiones –quizá la más básica – del patriarcado es su voluntad de apropiarse de la capacidad procreadora de las mujeres. En las culturas patriarcales de todo el planeta existen mitos y creencias que responden un mismo relato-base: aunque la mujer nutre y “cocina” en su vientre a los bebés, es la semilla y el poder místico de los varones lo que les dota de forma e identidad humana; la maternidad tan solo proveería “materia prima”, puesto que las mujeres no tienen poder creativo, son los varones quienes lo tienen, y por eso son superiores. Aristóteles compartía esta visión, y también muchos Padres de la Iglesia.

Esta necesidad patriarcal de negar y degradar la centralidad femenina en la procreación es visible en el hecho de que Zeus, personificación del patriarcado occidental, acumula partos fantasmáticos: Dionisos surgió de su propio muslo, y Atenea, de su cabeza. Apolo, hijo de Zeus y encarnación de un orden patriarcal consolidado, explica así en Las Euménides, el papel de las madres en la generación de las criaturas: “….Reconoce tú la verdad de mis razones. No es la madre la engendradora del que llaman su hijo, sino solo nodriza del germen sembrado en sus entrañas. Quien con ella se junta es el que engendra. La mujer es como huéspeda que recibe en hospedaje el germen de otro y le guarda, si el cielo no dispone de otra cosa”.

Al parecer Apolo ya tenía en mente el alquiler de vientres. Es obvio el nexo existente entre la preeminencia simbólica dada a la mágica intervención masculina en la concepción a lo largo de la historia, y los poderes legales que un varón puede llegar a reclamar hoy sobre un bebé por la sola aportación de su espermatozoide. Y no es casual el hecho de que en general las criaturas producto de madres de alquiler solo tengan filiación paterna al llegar a este mundo: son criaturas nacidas del padre. Los padres contratantes, cual Zeus postmodernos, son, al llegar al país de destino, los únicos creadores de su descendencia, y esto es posible gracias a la fuerza legal del espermatozoide.

El negocio de la subrogación cuenta con la ventaja de que se apoya en un clima cultural e ideológico surgido de la postmodernidad en el que la pública negación de esencias, aprioris y universales, se ha convertido en una vía fácil y democrática de acceder a la categoría de moderno. Y nada mejor que la maternidad para negarlos todos a la vez.

Uno de los hitos en el triunfo del constructivismo en las ciencias sociales fue el cuestionamiento por parte del antropólogo americano David M. Schneider de las bases sobre las que se había fundado el estudio del parentesco: con su artículo de 1972 ‘¿De qué va el parentesco?’ puso patas arriba el mundo de la Antropología. Schneider criticaba el etnocentrismo de lo que él denominó la “doctrina de la unidad genealógica de la humanidad” que consiste en asumir apriorísticamente que los “hechos biológicos de la reproducción” son efectivamente el principio que establece universalmente el parentesco y la filiación. Como evidencia de que eso no es así, Schneider señalaba el hecho de que en muchas culturas la vinculación entre personas se explica a través de principios relacionados con la nutrición, los cuidados mutuos o la convivencia, y no por compartir material genético como hacemos los occidentales.

Pero Schneider -como la mayoría de los antropólogos y analistas sociales— cuando piensa en los “hechos biológicos de la reproducción” piensa androcéntricamente sobre todo en el coito y en la contribución masculina. Lo que Schneider olvida y sin embargo es obvio para cualquiera que no vuele permanentemente en el mundo abstracto de los constructos, es que el principal “hecho biológico de la reproducción” no es el coito sino la gestación y su desenlace, el parto; si Schneider fuera mujer no habría pensado el parentesco como algo ajeno a la biología. Sin embargo, la crítica de Schneider sí que es válida en lo referente al coito, la paternidad y su construcción social, que como nos muestra la comparación intercultural, es variada y no necesariamente ligada a la genética; mientras que, independientemente de cuál sea su representación simbólica, de la maternidad biológica –entendida como gestación y parto- siempre se ha derivado automáticamente una maternidad social en todos las sociedades conocidas. Hasta ahora.

La subrogación no sería posible sin la preeminencia otorgada a los gametos en el “hecho reproductivo”; y este valor preferente es de signo netamente patriarcal: es por ser los gametos lo único que el varón aporta a la procreación, por lo que tienen esa preeminencia legal y son principio generador de derechos. En la subrogación se anulan los derechos por parto y se enfatizan los derechos por vinculación genética, una forma de vinculación que es abstracta, por más que los genes efectivamente reproduzcan características de uno, ya que la transmisión de gametos no implica necesariamente ningún contacto físico ni vínculo emocional con la criatura a la que dará lugar.

La función de los gametos en la procreación es nimia en relación a la enormidad del proceso de gestación de nueve meses en los que se desarrollará un embrión, luego un feto y finalmente una criatura. Quizá esa función sea comparable al rol que una llave y una cerradura tienen en un viaje de 900 km en coche. Que un proceso corporal íntimo tan costoso y arriesgado pueda ser expropiado, regulado y mercantilizado nos da la medida de la deshumanización y la decadencia de nuestras sociedades.

El patriarcapitalismo parece haber encontrado hoy la manera de hacer que aquello que creímos que eran avances para las mujeres se tornen cadenas: mientras que las demandas de igualdad, transmutadas en igualitarismo, sirven hoy de justificación a paternidades tóxicas y expropiadoras, los avances en el control de la fertilidad y la reproducción han sido convertidos en los instrumentos de explotación más sofisticados de los que jamás haya dispuesto el patriarcado. La normalización de la maternidad subrogada es una derrota para el feminismo, una derrota que se suma a otras, como las custodias compartidas impuestas o la imparable feminización de la pobreza, y todas ellas están relacionadas con la vivencia de la maternidad. El feminismo arrastra desde hace décadas un error de concepto y de estrategia en lo relativo a la representación de la maternidad. Y difícilmente se podrá recuperar el terreno perdido frente al patriarcado sin cambiar el discurso.