En el programa ‘En el
punto de mira’, sobre vientres de alquiler en Ucrania, se entrevista a una
joven pareja española que va a tener descendencia gracias a una madre de
alquiler ucraniana. Los muy competitivos precios de este país han puesto la
subrogación al alcance de la clase media (del total de 40 – 50.000 euros que
pagan las familias de intención, los investigadores del programa no logran
averiguar la cifra exacta de lo que recibe la mujer gestante, pero es bastante
menos de los 8.000 € por criatura que aparecen anunciados en la prensa
ucraniana como cebo para las mujeres). La joven madre contratante española de
26 años muestra una minúscula camiseta de un equipo de futbol para el bebé y
dice: “Cuando empiezas un proceso así siempre te entran ganas de comprar
cosas”.
Matt y Chad, una pareja
gay norteamericana, relatan en su blog paso a paso el proceso de subrogación de
sus dos niños en India. Durante la gestación publican: “Estamos embarazados de
x semanas” y describen minuciosamente el desarrollo fetal y las sensaciones del
embarazo en primera persona. La mujer india embarazada madre de sus hijos,
apenas es mencionada en el inmenso blog: “Hemos conocido a nuestra subrogada,
hemos hablado con ella y con su marido, y hemos ido a ecografías con ella.
Confío en que no hay coerción, y que ella ha asumido libremente este arreglo.
No tengo ninguna duda de que los beneficios que su familia va a ingresar con
este contrato van a ser fenomenalmente positivos”. Una vez llegados al mundo
sus dos hijos varones, han contado con los servicios de dos mujeres (cocinera y
niñera) 6 días a las semana.
En esta familia de cuatro
varones se hace realidad una utopía patriarcal. Las mujeres, todas ellas
subalternas y a su disposición a través de contratos legales ofrecen a los
varones servicios variados: gestar, limpiar, cuidar, cocinar, parir, fregar,
planchar, etc.; y todo ello sin necesidad de relacionarse directamente con
ellas ni de que sean partícipes de una vida social reservada a quienes habitan
en el espacio superior de los gestores del mundo. Un mundo feliz sin guerra de
sexos en el que las mujeres –un tercio dedicadas a servicios sexuales, un
tercio en el precariado y un tercio de privilegiadas con poder político y que
son sus aliadas— finalmente tendrían cada una su lugar fijo al servicio del
capital, y en el que la misoginia –compartida por las propias mujeres– sería un
elemento tan básico como el aire que se respira…
La emergencia de la
maternidad subrogada tiene cuatro causas:
La causa principal, y
verdadera fuerza motriz de la normalización de este fenómeno es la expectativa
de negocio que supone: es una actividad con un potencial de crecimiento enorme
y capaz de producir beneficios netos espectaculares. El segundo motor es el
deseo de bebés de una sociedad donde reproducirse se ha convertido en un
privilegio y en la que las mujeres entregan su juventud al mercado laboral. Ese
deseo, transformado en consumo narcisista, genera una postmoderna demanda de
criaturas deconstruidas de su vínculo primigenio y convertidas en mercancía.
La tercera y cuarta causa
no son motores sino fundamentos. Uno es la tecnología: el poder triunfante de
la racionalidad humana, extrayendo de la naturaleza, una vez más, un
rendimiento al que se le da un valor añadido. Y el cuarto es el puntal sobre el
que se funda este negocio, el sustrato en el que enraíza y del que se nutre: la
milenaria subyugación de las mujeres y la cosificación de sus cuerpos al
servicio de los intereses del patriarcado.
Es importante no perder
de vista el hecho de que la subrogación es, en esencia, trata de bebés. Pero
para esquivar el inconveniente de que en nuestras sociedades es ilegal
comerciar con seres humanos, la compra-venta se disfraza de alquiler, en este
caso de vientres, una explotación que, aunque también cosifica a personas, se
trata de algo a lo que estamos mucho más acostumbrados, ya que mientras que el
esclavismo ha sido hace tiempo erradicado en nuestras sociedades, el
patriarcado todavía goza de buena salud.
¿Altruismo?
Desde que se empezó a
regular esta práctica, se han promocionado relatos y teorías que presentaban la
maternidad subrogada como un acto “altruista” por parte de las gestantes. Que
tal cosa pueda ser creíble en el caso de la subrogación comercial, solo se
explica como una anomalía propia del contexto actual de cinismo y posverdad, y
tiene su único fundamento en las declaraciones hechas por algunas gestantes
americanas durante procesos de subrogación generalmente en régimen abierto (una
modalidad hoy muy minoritaria y que implica un contacto continuado entre
gestante y cliente), olvidando que sus palabras, como vendedoras de un servicio
que son, responden a la máxima de “el cliente siempre tiene la razón”. Las
madres de alquiler deben cumplir con todos los términos de su contrato durante
nueve meses y hacer realidad los deseos de los contratantes, y si el relato
fantasmático del altruismo, además de satisfacer al cliente, tiene la ventaja
de proporcionarles a ellas una autoimagen más aceptable, pues mejor que mejor.
En cuanto a la
“autentica” subrogación “altruista”, en Reino Unido se dan unos 10 – 20 casos
anuales. Y como botón de muestra de en qué consisten los resortes psicológicos
de ese “altruismo”, escuchemos cómo lo relata una madre subrogada británica:
“Siempre quise tener hijos, pero nunca tuve la oportunidad”. Amanda Benson, que
dice no haber sido madre en solitario por no tener la capacidad económica para
ello, decidió entonces ser madre para otros. Eligió una pareja gay porque pensó
que “aceptarían de mejor grado el que una mujer forme parte de su familia” y
gestó dos hijos para ellos. Este testimonio pone en evidencia cómo la
subrogación (ya sea comercial o no) se vale siempre de las dos opresiones
estructurales básicas del patriarcado: la precariedad y la subyugación
interiorizada por las mujeres. La profundidad de este sometimiento crea “fuerza
de trabajo reproductivo” lista para ser explotada; y en nuestras sociedades
poscapitalistas el patriarcado ha llegado a ser tan perfecto y sofisticado que
a veces incluso es posible consumar la expropiación sin que ni siquiera sea
necesario darle apariencia de intercambio. Hay cientos de casos judiciales –no
tan visibles en los medios como los de los felices padres con sus bebés fruto
de la subrogación— de madres gestantes que acaban reclamando derechos sobre las
criaturas que han parido; pero incluso en Reino Unido, que tiene una regulación
garantista y supuestamente respetuosa para con las madres, un juez puede
finalmente obligar a la madre a entregar al bebé que gestó altruistamente para
una pareja de padres intencionales.
El varón como creador de
vida
Una de las pulsiones
–quizá la más básica – del patriarcado es su voluntad de apropiarse de la
capacidad procreadora de las mujeres. En las culturas patriarcales de todo el
planeta existen mitos y creencias que responden un mismo relato-base: aunque la
mujer nutre y “cocina” en su vientre a los bebés, es la semilla y el poder
místico de los varones lo que les dota de forma e identidad humana; la
maternidad tan solo proveería “materia prima”, puesto que las mujeres no tienen
poder creativo, son los varones quienes lo tienen, y por eso son superiores.
Aristóteles compartía esta visión, y también muchos Padres de la Iglesia.
Esta necesidad patriarcal
de negar y degradar la centralidad femenina en la procreación es visible en el
hecho de que Zeus, personificación del patriarcado occidental, acumula partos
fantasmáticos: Dionisos surgió de su propio muslo, y Atenea, de su cabeza.
Apolo, hijo de Zeus y encarnación de un orden patriarcal consolidado, explica así
en Las Euménides, el papel de las madres en la generación de las criaturas:
“….Reconoce tú la verdad de mis razones. No es la madre la engendradora del que
llaman su hijo, sino solo nodriza del germen sembrado en sus entrañas. Quien
con ella se junta es el que engendra. La mujer es como huéspeda que recibe en
hospedaje el germen de otro y le guarda, si el cielo no dispone de otra cosa”.
Al parecer Apolo ya tenía
en mente el alquiler de vientres. Es obvio el nexo existente entre la
preeminencia simbólica dada a la mágica intervención masculina en la concepción
a lo largo de la historia, y los poderes legales que un varón puede llegar a
reclamar hoy sobre un bebé por la sola aportación de su espermatozoide. Y no es
casual el hecho de que en general las criaturas producto de madres de alquiler
solo tengan filiación paterna al llegar a este mundo: son criaturas nacidas del
padre. Los padres contratantes, cual Zeus postmodernos, son, al llegar al país
de destino, los únicos creadores de su descendencia, y esto es posible gracias
a la fuerza legal del espermatozoide.
El negocio de la
subrogación cuenta con la ventaja de que se apoya en un clima cultural e
ideológico surgido de la postmodernidad en el que la pública negación de
esencias, aprioris y universales, se ha convertido en una vía fácil y
democrática de acceder a la categoría de moderno. Y nada mejor que la
maternidad para negarlos todos a la vez.
Uno de los hitos en el
triunfo del constructivismo en las ciencias sociales fue el cuestionamiento por
parte del antropólogo americano David M. Schneider de las bases sobre las que
se había fundado el estudio del parentesco: con su artículo de 1972 ‘¿De qué va
el parentesco?’ puso patas arriba el mundo de la Antropología. Schneider
criticaba el etnocentrismo de lo que él denominó la “doctrina de la unidad
genealógica de la humanidad” que consiste en asumir apriorísticamente que los
“hechos biológicos de la reproducción” son efectivamente el principio que
establece universalmente el parentesco y la filiación. Como evidencia de que
eso no es así, Schneider señalaba el hecho de que en muchas culturas la
vinculación entre personas se explica a través de principios relacionados con
la nutrición, los cuidados mutuos o la convivencia, y no por compartir material
genético como hacemos los occidentales.
Pero Schneider -como la
mayoría de los antropólogos y analistas sociales— cuando piensa en los “hechos
biológicos de la reproducción” piensa androcéntricamente sobre todo en el coito
y en la contribución masculina. Lo que Schneider olvida y sin embargo es obvio
para cualquiera que no vuele permanentemente en el mundo abstracto de los
constructos, es que el principal “hecho biológico de la reproducción” no es el
coito sino la gestación y su desenlace, el parto; si Schneider fuera mujer no
habría pensado el parentesco como algo ajeno a la biología. Sin embargo, la
crítica de Schneider sí que es válida en lo referente al coito, la paternidad y
su construcción social, que como nos muestra la comparación intercultural, es
variada y no necesariamente ligada a la genética; mientras que,
independientemente de cuál sea su representación simbólica, de la maternidad
biológica –entendida como gestación y parto- siempre se ha derivado
automáticamente una maternidad social en todos las sociedades conocidas. Hasta
ahora.
La subrogación no sería
posible sin la preeminencia otorgada a los gametos en el “hecho reproductivo”;
y este valor preferente es de signo netamente patriarcal: es por ser los
gametos lo único que el varón aporta a la procreación, por lo que tienen esa
preeminencia legal y son principio generador de derechos. En la subrogación se
anulan los derechos por parto y se enfatizan los derechos por vinculación
genética, una forma de vinculación que es abstracta, por más que los genes efectivamente
reproduzcan características de uno, ya que la transmisión de gametos no implica
necesariamente ningún contacto físico ni vínculo emocional con la criatura a la
que dará lugar.
La función de los gametos
en la procreación es nimia en relación a la enormidad del proceso de gestación
de nueve meses en los que se desarrollará un embrión, luego un feto y
finalmente una criatura. Quizá esa función sea comparable al rol que una llave
y una cerradura tienen en un viaje de 900 km en coche. Que un proceso corporal
íntimo tan costoso y arriesgado pueda ser expropiado, regulado y mercantilizado
nos da la medida de la deshumanización y la decadencia de nuestras sociedades.
El patriarcapitalismo
parece haber encontrado hoy la manera de hacer que aquello que creímos que eran
avances para las mujeres se tornen cadenas: mientras que las demandas de
igualdad, transmutadas en igualitarismo, sirven hoy de justificación a
paternidades tóxicas y expropiadoras, los avances en el control de la
fertilidad y la reproducción han sido convertidos en los instrumentos de
explotación más sofisticados de los que jamás haya dispuesto el patriarcado. La
normalización de la maternidad subrogada es una derrota para el feminismo, una
derrota que se suma a otras, como las custodias compartidas impuestas o la
imparable feminización de la pobreza, y todas ellas están relacionadas con la
vivencia de la maternidad. El feminismo arrastra desde hace décadas un error de
concepto y de estrategia en lo relativo a la representación de la maternidad. Y
difícilmente se podrá recuperar el terreno perdido frente al patriarcado sin
cambiar el discurso.