domingo, 17 de marzo de 2019

El Estado te puede expropiar los hijos


La privacidad familiar ocasiona el que a su sombra se puedan producir abusos. Constantemente nos llegan noticias de niños golpeados, abandonados, desatendidos por sus familias. Lo ideal sería que parientes, amigos o vecinos ayudaran a resolver el problema, pero eso no suele ocurrir por desconocimiento o indiferencia, porque hace tiempo que la política acabó con lo que había de tejido social. Será inevitable pues, que en tales casos intervenga el Estado.

Pero una intervención buena en su intención se puede volver perversa por el procedimiento empleado. La Ley de Protección Jurídica del Menor es el procedimiento empleado. Regula que la Administración pueda invadir la privacidad familiar so pretexto del “interés superior del menor”, propiciando unos procedimientos infinitamente peores que los males que trata de corregir. En realidad es una Ley de Des-protección Jurídica de la familia, un torpedo en la línea de flotación de la dignidad y privacidad familiar.

Como resultado se oye decir con frecuencia que “las Comunidades Autónomas roban niños”. Eso no es cierto sino peor, porque lo hacen a cobijo de la mencionada Ley. Los “arrebatan”, los “expropian” como quien embarga un cachivache. Os imagináis el cataclismo interior de un niño de tres o cinco años, a quien sus papás dejaron muy de mañana en la guardería, y de repente aparecen dos sujetos desconocidos que se llevan a la criatura, sin explicación o contándole que los papás enfermaron o que son peligrosos o cualquier otra milonga. Tratad de imaginar las vivencias del pequeño y tratad de imaginar que le ocurriese a vuestro hijo. Si el chaval oyó alguna vez la palabra “secuestro” ¿podrá dudar de lo que le está ocurriendo?

“Pero” eso ocurre bajo la supervisión de jueces y fiscales: apariencia garantista mendaz por inconsistente y fácil de burlar, porque la ejercen sobre una labor que la mencionada Ley encomienda a las Comunidades Autónomas y éstas a su vez la encomiendan a supuestos técnicos, ONGs, Fundaciones y a Empresas con notorio afán de lucro. Intereses mil subvencionados en los que se extravía el Interés Superior del Menor.

Ya de entrada, cómo podríamos confiar en la gestión de Comunidades Autónomas que están siendo incapaces de evitar que, bajo su jurisdicción y responsabilidad, año tras año centenares de niños estén pasando hambruna, durmiendo a la intemperie o esnifando pegamento. Según datos oficiales recientes 2´4 millones de niños en nuestro país viven en la pobreza. De éstos, 630.000 se encuentran en situación de pobreza extrema. Cáritas e infinidad de otras entidades todos los años se lo vienen advirtiendo. Por eso las Comunidades Autónomas necesitan protagonizar el rol acusador para no protagonizar el rol culpable.

Por otra parte, se trataría de ofrecer a esos niños algo mejor que lo que le ofrecen los padres que lo estén haciendo mal. Lo cual es imposible, porque no se trata de lo que una institución quiera ofrecer sino de lo que el niño necesita; y lo que el niño necesita es una buena crianza, que no es labor profesional ni institucional sino parental e íntima. Implicación de la que la Administración se escuda proclamando la “distancia óptima” profesional.

A los niños nunca les sobra tener padres; les sobran sus carencias o deterioros. Cuando un niño necesita ayuda es evidente que su familia necesita ayuda; lo que el niño no necesita es que le arrebaten lo único que le va a durar, porque la Institución al cumplir la mayoría de edad los deja en la calle, pero en peor situación: desarraigados y resentidos.

Y para mayor inri vivimos bajo unos gobiernos servilmente sometidos a los dictados financieros, con lo cual, la supuesta bienintencionada expropiación de hijos se ha convertido en un descomunal negocio: cuando un niño es expropiado, su tiempo, sus expectativas de futuro, el tiempo y el futuro de sus padres son colonizados por un ejército de interventores profesionales subvencionados: hemos transitado de la sociedad de consumo a una sociedad de consumidores y consumidos en la que muchos viven de administrar los padecimientos ajenos. Inevitable secuela de una legislación aberrante que deshumaniza y embrutece a los que la aplican. A parte de lo que cada cual en su fuero interno se proponga ser o hacer ¿qué son los supuestos “técnicos” de los que habla la Ley? sino comisarios políticos en el más puro estilo bolchevique.

Si el Estado aplica al cuidado de estos niños un sustancioso presupuesto, un mínimo de 3.000 euros/mes  por niño expropiado ¿qué otro provecho de semejante gasto podría sacar?: El que toda la aparente labor social se convierta en un sistema policiaco de control omnímodo e impune. Los supuestos técnicos, los trabajadores sociales y otros profesionales, adquieren así un poder que da grima. Se podrán filtrar donde ni la policía puede hacerlo sin una orden judicial. Cúidate de pedirles ayuda porque sus informes podrán servir para arrebatarte los hijos.

Si ni el niño ni su familia reciben esos dineros que el Estado dice asignarles ¿a dónde van tales subsidios?: a la multitud de gestores de expropiaciones y acogimientos. ¡Qué negocio tan sofisticado, de aspecto tan discreto y altruista! Probablemente ni los que lo realizan lo vivencien como tráfico de niños, pero no por ello deja de ser una atrocidad. Recientemente conocí una madre a quien le habían arrebatado tres hijos. La ONG que los acoge recibe 9.000 euros al mes por cuidar a esas tres criaturas. ¿Os imagináis lo que cualquier familia y su vecindario podrían hacer recibiendo 9.000 euros cada mes? Recientemente di una conferencia en Palma de Mallorca. Entre los que asistieron había 14 madres/padres a quienes habían arrebatado sus hijos. Como almas heridas hablaban de “mafias”, sin tapujos. No me parece honesto ignorar sus relatos y reclamaciones escudándose en la frase “esos papás algo habrán hecho”.

Por algo se están inventando las “familias profesionales” de acogida; porque al voluntariado no se le paga y goza de tener opinión; pero a los “profesionales” sí, se les paga, y a cambio se les puede exigir docilidad.

En una sociedad normal, sana, los chiquillos viven a costa de sus papás mientras son menores; pero los que legislan se están inventando la cuadratura del círculo, un voluntariado-asalariado, el mundo al revés: papás asalariados “por acoger niños”. Y como los niños no son tontos y saben que el que paga manda, pues ¡a mandar!

Llegados a este punto me parece urgente una advertencia política: Cuándo estaremos dispuestos a enterarnos de que la dicotomía derecha/izquierda falleció de ancianidad hace más de medio siglo. China por ejemplo exhibe un comunismo y un capitalismo, de lo más unánimes.

Quienes están legislando sobre Menores tal vez se imaginen ser de derechas o izquierdas, pero en realidad son de lo más unánimes. En Mallorca por ejemplo incluso los de Podemos ya han opinado que en asuntos de Menores “los técnicos están más preparados que los jueces”, lo cual aunque pudiera ser cierto no debiera ahorrarnos garantías jurídicas.




De la anécdota que sigue, hablando de unanimidad, doy fe en primera persona:

De 1976 a 1979, Landelino Lavilla fue Ministro de Justicia del Gobierno de Adolfo Suárez. Decidió que algunos entendidos elaborasen un “Estatuto del Menor”, una legislación especial para proteger a la infancia. Y se desvivió en hacer propaganda de lo democrático que iba a ser. Pero cuando lo llevó al parlamento al Estatuto del Menor le habían cambiado hasta los entresijos y le llamaron Ley de Protección Jurídica del Menor. “Derechas” e “Izquierdas” de entonces, Alianza Popular, el Partido Comunista, el Partido Socialista Obrero Español y demás grupos parlamentarios, la aprobaron con entusiasmo unánime, sin formular una sola pregunta ni poner una sola objeción.

No podía ser de otro modo porque la Ley de Protección Jurídica del Menor la había redactado la Interpol en Schengen para toda Europa y ya estaba aprobada antes de ir al Parlamento.

Sospecho que por el tono de algunos de estos párrafos no faltará quien les atribuya excesivo apasionamiento; será si consideran más importante guardar la compostura y las buenas maneras que el que te arrebaten los hijos.