¿Qué pasa con los centros de menores?

 PRIMERA PARTE

Recientemente la llamada opinión pública se ha visto sacudida al presentar el Defensor del Pueblo su Informe sobre centros de protección de menores con trastornos de conducta y en situación de dificultad social, en el que se denuncia la terrible situación que viven los menores en los llamados centros terapéuticos. Lo mismo ocurre en los centros de reforma. Los centros de reforma están destinados al cumplimiento de medidas judiciales, es decir, donde se interna a los menores condenados por haber cometido algún delito. En los centros terapéuticos se interna a aquellos menores a los que se diagnostica un trastorno de conducta, menores que no han cometido ningún delito pero que son psiquiatrizados. En estos centros se interna a niños incluso menores de 10 años, y que al estar en situación de protección, no tienen un tiempo definido de internamiento, pudiendo estar encerrados hasta la mayoría de edad.

Así, antes de profundizar en la institucionalización de los niños, convertidos al instante en menores, es necesario puntualizar brevemente algunas ideas: en primer lugar es necesario reiterar la muy dudosa capacidad de los psicólogos para etiquetar a los niños que se encuentran en situación de pobreza. son diagnósticos de escasísima base científica que sirven a intereses de índole muy distinta a los que luego haremos referencia.

Asumida la ausencia de base científica, nos ocupamos a continuación de otro equívoco socialmente aceptado: el concepto de delincuencia juvenil no es más que un equívoco rentable formado a base de extrapolaciones injustas, atribuciones erróneas y sobre todo estudios interesados a cargo de instituciones determinadas encargadas de garantizar la estructura social efectivamente existente.

Si nos ceñimos a la realidad y dejamos de lado eufemismos, buenas intenciones y neolenguas de las leyes escritas pensando siempre en el bien posterior del menor, sólo podemos decir que ambos tipos de centros no son sino cárceles para niños (estando además los terapéuticos en un limbo jurídico), cumpliendo exactamente la misma función que tienen las prisiones para adultos: venganza institucionalizada y ocultamiento de las consecuencias de la exclusión social generada por el sistema socioeconómico capitalista. Las consecuencias sobre el individuo encarcelado son igualmente destructivas.
Malos tratos en los centros de menores
En los centros de menores se producen malos tratos de todo tipo; físicos, psicológicos e incluso ambientales.

La propia estructura arquitectónica de los centros es maltratdora o contenedora como aseguran los inventores del nuevo lenguaje sobre menores. Todas las instalaciones se diseñan pensando en la vigilancia y las medidas de seguridad, no en su habitabilidad. Las habitaciones son celdas, generalmente con graves problemas de ventilación debido a las ventanas de seguridad. Las celdas de aislamiento, "mazmorras medievales" según Múgica, son indescriptibles. Todas las dependencias se rigen por la seguridad, todo a base de puertas metálicas, ventanas de seguridad, cerrojos y demás. Los espacios de los que disponen los menores son mínimos, y su libertad de movimientos es nula. Incluso para ir al baño se abren y cierran puertas, cerrojos, controles, etc.

El mobiliario, muy limitado, suele estar bastante deteriorado y es de tipo carcelario (camastros de metal amarrados al suelo, lavabos metálicos, etc). Las carencias materiales son la norma, al igual que los problemas de climatización (frío/calor).

En definitiva, los centros son físicamente hostiles e inhóspitos. La estancia en ellos es sensorialmente muy desagradable, a todos los niveles. Y debemos recordar que estos centros son instituciones totales, de donde los chavales no pueden salir, quedando mucho tiempo todo su mundo reducido al interior del centro. Por tanto, su mundo físico se limita a un entorno hostil, desagradable, incómodo, despersonalizador... y no pueden cambiar esta situación. Estas condiciones ambientales generan por sí solas un continuo malestar, elevados niveles de ansiedad y como dicen los propios chavales, mucho "agobio".

Este agobio se vuelve insoportable al estar la vida en el centro totalmente regulada por la normativa interna (la escrita y la no escrita, una especie de "tradición de centro"). Aunque existen variaciones entre la de un centro y otro, todas son muy similares. Estas delirantes normativas, cuya aplicación es capaz de desquiciar al adulto más estable, se basan en una durísima y absurda disciplina cuya única finalidad es anular por completo la resistencia y la voluntad del menor. El menor ni siquiera puede decidir cuándo ir al baño, cuándo beber agua o cuando y sobre qué temas hablar con sus compañeros. En algunos centros esta situación es llevada hasta la psicosis permanente, llegando a prohibirse todo contacto físico del menor con los demás menores o con los trabajadores del centro. Incluso se llega a sancionar la "comunicación visual no autorizada" como manera de prevenir que los menores "preparen algo".

Este ambiente terriblemente opresor convierte la existencia del menor en un esfuerzo continuo por evitar ser sancionado. Algo prácticamente imposible, ya que aunque mantenga una constante alerta, el acoso y derribo "educativo" de los trabajadores le llevarán a perder los nervios en alguna ocasión, empezando así el ritual sancionador, llevando al menor a un auténtico infierno.
Aislamiento
El abanico de posibles sanciones es amplio (sobre todo en los centros terapéuticos, donde la falta total de control externo posibilita que todo tipo de vejaciones se cuelen como medidas educativas creativas). Pero sin duda la estrella es la separación de grupo. Bajo este eufemismo se esconden las penas de aislamiento, que pueden durar hasta siete días consecutivos. Pero como las sanciones se pueden ir acumulando, los periodos de aislamiento se encadenan y el menor puede llegar a pasarse meses en aislamiento. Para un menor es muy fácil terminar en esta situación, ya que un insulto, una mala contestación, la negativa a obedecer una orden, eructar o "mirar de manera desafiante" conlleva separación de grupo.

El aislamiento es una tortura, un atentado directo contra la dignidad y la salud mental de cualquier persona, más para un niño. De hecho, es relativamente frecuente que durante el aislamiento se produzcan conductas autolíticas, y se dispara el riesgo de suicidio. Este hecho es tan evidente que Naciones Unidas prohibe el aislamiento en el caso de los menores de edad.
Medicación
Otro tema controvertido es la medicación. En los centros terapéuticos y en algunos de reforma, los chavales están literalmente drogados, obligados a ingerir de manera crónica altas dosis de psicofármacos (generando graves problemas a los menores, también a largo plazo). Incluso esta medicación se llega a utilizar como sanción. A todo lo anterior, por tanto, se suma una nueva forma de anulación personal, sibilina pero muy poderosa: la camisa de fuerza química. Muchas veces personal sin formación sanitaria suministra esta medicación, pero generalmente ésta es supervisada por psiquiatras. En realidad esto no tiene gran importancia, Mengele también era médico. Todo esto se hace no sólo vulnerando una vez más la normativa internacional, sino que también se viola la propia legislación española (Ley de Autonomía del Paciente).
Malos tratos físicos
El maltrato físico también es habitual, normalmente camuflado en las llamadas contenciones físicas realizadas por vigilantes de seguridad y/o educadores. Durante estas contenciones, de las que se abusa constantemente siendo muchas veces utilizadas como forma de vejar, someter y agredir al niño, se pueden producir lesiones, ya que suelen realizarse con mucha violencia. Y aunque no sea un fenómeno generalizado, también se producen agresiones físicas directas, en ocasiones auténticas palizas, que por supuesto quedan impunes. Se recurre de manera habitual también a la llamada contención mecánica, que no es más que el engrilletamiento de los niños, llegando en algunos centros a pasar horas e incluso días atados a la cama.

Otras barbaridades educativas
Muchas otras vulneraciones de derechos básicos se cometen en nombre de la normativa. Perder el tiempo de ocio es tan habitual o más que la separación de grupo (además, conlleva que el menor esté separado del grupo mientras los demás menores realizan actividades de ocio). Y aunque el menor no sea sancionado, da relativamente lo mismo, ya que el tiempo libre es muy escaso (el resto del tiempo se emplea en actividades sin ningún tipo de valor real), y siempre está supervisado. Generalmente consiste en estar sentado en una sala viendo la televisión o escuchando música, y se verá o escuchará lo que decida el educador. Y si el educador decide que se juega al parchís, pues se tiene que jugar al parchís. Un ocio controlado, supervisado y siempre en una habitación. Dentro del ocio no se contempla la posibilidad de practicar deporte, ya que esta es una actividad del centro, obligatoria para todos. Salvo los sancionados, que no harán ningún tipo de ejercicio físico (con el aumento de la ansiedad que esto conlleva, y más a estas edades).

En ocasiones se utilizan formas encubiertas de maltrato físico, como obligar a realizar ejercicio hasta la extenuación. Se permiten los registros con desnudo integral, y en algunas ocasiones se ha denunciado que los menores son obligados a realizar flexiones mientras se encuentran completamente desnudos en presencia del personal del centro.

A todo esto hay que sumar el trato despectivo, humillante, los insultos, la violencia verbal, los continuos gritos y amenazas, etc, que son el pan nuestro de cada día.

El acceso a la cultura se mutila en nombre de la educación, ya que el equipo del centro también se convierte en tribunal inquisidor que decide incluso qué lecturas, películas o tipo de música pueden ser contraproducentes para el supuesto proceso educativo que se está llevando a cabo con el menor. Es tan lamentable que podemos ver a educadores escuchando determinadas canciones para discernir sobre su idoneidad para los menores. Por supuesto todo tipo de material político está vetado.

Las comunicaciones del menor con el exterior están muy limitadas, tanto las visitas como las llamadas telefónicas (contraviniendo una vez más las indicaciones de Naciones Unidas). Sólo las personas previamente autorizadas podrán comunicar con el menor, y por regla general sólo se autoriza a familiares directos (pareja, amigos, etc. suelen quedar así excluídos del mundo del menor durante su encierro). Esto es especialmente grave en los centros terapéuticos, donde al no haber control judicial, la decisión sobre las comunicaciones recae exclusivamente en el equipo directivo del propio centro. En teoría la correspondencia es libre, pero no es infrecuente que sea leída y/o retenida si lo consideran oportuno.

En cuanto a la formación, en teoría importante para esa entelequia que llaman reinserción, poco hay que decir, salvo que existe más en el papel que en la realidad. El modelo de escuela que ya fracasó con el menor antes de su encierro, difícilmente va a funcionar entre rejas. Y más ante la falta de medios de todo tipo. En los centros terapéuticos muchas veces los niños no están escolarizados (recordemos que hablamos de criaturas incluso de ocho añitos). En cualquier caso, sólo parece garantizarse, en reforma, la Educación Secundaria Obligatoria, y para menores de dieciséis años. En general, el acceso del menor a la cultura (fundamental para su desarrollo) se considera una pérdida de tiempo. Y la formación laboral se suele limitar a la explotación del menor, al que se le encomiendan las labores de mantenimiento del centro que deberían desarrollar los inexistentes equipos de mantemiento profesionales. En algunos centros la explotación laboral es más directa, al realizar éstos trabajos de manufactura de productos que se venderán en el mercado y cuyos beneficios económicos obviamente nunca repercutirán en los chavales.
Consecuencias
El paso de los chavales por estos centros de aniquilación personal no resuelve ninguno de los problemas reales que tenían antes de ser privados de libertad, y que no eran pocos.

No podemos olvidar el perfil de estos muchachos. Aunque últimamente se esfuercen en tergiversar la realidad y tratar de convencernos de que los menores internados en centros son jóvenes de clase media, descontrolados porque nunca han tenido límites en casa sino que han sido colmados de caprichos y parabienes y por eso se han convertido en "pequeños dictadores", la verdad es bien distinta. Sin olvidar que cada niño es especial, único e irrepetible, es fácil encontrar un hilo conductor en la vida de la mayoría de estos chicos: la pobreza y la exclusión social. Provienen de barrios marginales, nacidos en el seno de familias con muchas carencias de todo tipo, donde el paro crónico de los progenitores y sus consecuencias psicosociales son la tónica general, donde con frecuencia asoman el abuso del alcohol y otras drogas. Casi invariablemente, estos chicos son también víctimas del fracaso escolar (del que no está demás recordar que no son culpables), lo que determinará que sus recursos cognitivos sean generalmente limitados a la hora de resolver problemas de la vida diaria.

En definitiva, niños que desde la cuna han vivido en un ambiente hostil y estimularmente empobrecido, con la violencia social añadida que supone su situación de exclusión social (recordar aquí que la condición de excluido es un hecho pasivo, no se elige sino que viene impuesta). Estos poderosos condicionantes llevan al niño a ir adquiriendo unos patrones de conducta y pensamiento que le permiten sobrevivir con normalidad en este ambiente anormalizado, pero que choca con los patrones ideales de conducta y pensamiento de los no excluidos.

Las relaciones que el niño establece con el medio van generando una estructura de personalidad determinada en la que podemos reconocer ciertos rasgos identitarios (siempre teniendo en cuenta que cada niño es único e irrepetible). Dentro de estos rasgos sobresalen algunos de especial relevancia:

Comenzamos por un rasgo cuya relevancia obliga a dejarlo aquí sistematizado:la confusión de rasgos de su perfil psicológico y fisiológico que denotan un evidente retraso, y de características que dejan entrever una biografía en la que el niño ha debido hacerse cargo de responsabilidades anticipadamente. En definitiva, no se trata de un crecimiento acelerado o excesivamente lento sino, más exactamente, de una distorsión completa de su desarrollo a todos los niveles: fisiológico, cognitivo y emocional fundamentalmente.

La capacidad de digerir el sufrimiento y la soledad. Si tuviéramos que buscar un origen desde el que fundamentar un estudio de la personalidad de los adolescentes que nos ocupan, quizá fuera la soledad su piedra angular. Una soledad que muchos de ellos cuando comienzan a madurar asumen como innegociable, imposible de eliminar. A esta soledad va siempre adherida la fuerza interior para digerir dolores de cualquier índole, como si ellos fueran un ingrediente necesario para construir el día a día; conviven con él quizá porque les falta la estima necesaria para acudir al adulto más cercano y quejarse, pero esto sólo se explica desde la certeza aprendida de que sus dolores nunca son lo primero para nadie a su alrededor. Cobra aquí especial relevancia la crueldad de la ausencia de figuras de referencia dentro de los educadores, tal y como trataremos más adelante.

Desatención selectiva: han desarrollado mecanismos psíquicos para desatender todo aquello que no les resulta adaptativamente útil desde su situación de excluidos. Tienen una espectacular habilidad para reconocer situaciones o ambientes cercanos a la clandestinidad, están sobreadaptados a situaciones de tensión o de conflicto, pero, a la vez, se muestran incapaces de seguir el discurso del maestro durante una clase entera o demuestran una indiferencia total hacia todo lo relacionado con los aprendizajes inútiles desde su condición de excluido.

Otro rasgo de singular relevancia es la actitud defensiva y la agresividad como mecanismo de defensa. Para comprender porqué saltan instintivamente estos resortes incluso cuando desde nuestra perspectiva están injustificados, exponemos la cadena causal que los genera: primero son las condiciones de explotación y la falta de calidad de vida; como consecuencia el desequilibrio vivencial entre satisfacciones y frustraciones, y cuando esto es muy frecuente, la consiguiente vivencia de la realidad como intolerable; luego la necesidad de poner en juego mecanismos de defensa basados en una aparente dureza emocional.

Extrema dependencia o falta de autonomía. Podemos asumir la autonomía como el rasgo fundamental de la madurez del sujeto. Esta autonomía, que nos permite sentirnos a un tiempo solos y dueños de nuestro proyecto vital, es justamente aquello que hemos logrado merced a un proceso de maduración cognitiva y afectiva que a estos niños les ha sido negada desde siempre: las relaciones que los adultos han generado con ellos y que los centros reproducen sistemáticamente han estado basadas en la dominación y en el abuso y nunca han logrado un espacio en el que establecerse y ser respetados, en ninguna de las esferas de su vida. Para ser autónomo es necesario haberse sentido antes a salvo en algún lugar y en algún momento y esto es justamente aquello de lo que estos niños adolecen.

Tomando como punto de referencia estos rasgos identitarios que el contexto ha generado se produce su catalogación de delincuente juvenil que puede ir acompañada de un diagnóstico psiquiátrico sobrevenido.

Llegados a este punto en el que prevalece la etiqueta social sobre su condición de persona, pasa de ser un niño en peligro a un menor peligroso y por tanto pasa a ser objeto de represión. Y llega al centro de menores. Y allí su vida se convierte en un continuo sinsentido. Porque le han dado el cambiazo: aunque siga llevando muy adentro el paro familiar, el alcoholismo paterno y la desesperación de sus hermanitos, sus problemas pasan a ser los que le marcan en la vida cotidiana del centro. No tiene que preocuparse por tener para comer, sino por evitar el aislamiento y ganarse el privilegio de poder hablar por teléfono con su madre. Ya no tiene que enfrentarse a los problemas reales que le planteaba su dura condición vital, porque ya no tiene vida propia, sino que debe defenderse como pueda de los constantes ataques del centro hacia su condición de persona. Su mundo real desaparece poco a poco de su mente, ya que su mundo pasa a ser la mentira del centro de reeducación (¿qué es eso de reeducar?). Se van debilitando poco a poco sus vínculos sociales, porque ahora vive en la sociedad artificial del centro, con reglas y formas ajenas a la vida real. "Lo de fuera" poco a poco se convierte en algo ajeno al niño.
 

Cuando recupere su libertad, el chaval tendrá totalmente destruída la poca autoestima que tenía antes de ser preso. Tendrá serias dificultades para relacionarse de nuevo con la gente "de fuera", incluso con los suyos, ya que separar de la sociedad no sólo impide aprender a socializarse correctamente, sino que merma las habilidades previamente adquiridas por el chaval. Muchos de ellos además sufrirán un fuerte estrés postraumático, y mucho tiempo después de estar libre seguirá escuchando los cerrojos al cerrar los ojos. Su afectividad estará embotada, aturdida, descontrolada, y tardará mucho tiempo en recuperarla, si es que alguna vez lo consigue. En resumen, aunque físicamente esté en libertad, su mente puede que siga encarcelada. Y la libertad vigilada posterior al encierro afianzará esta sensación de seguir preso de alguna manera.

Pero cuando el menor recupere su libertad, el paro familiar seguirá presente, al igual que el alcoholismo y todas las carencias de su barrio. Sólo que posiblemente algunos de los suyos ya no estén, o ya no estén para él. Su situación vital será la misma que la anterior a su ingreso en el centro, pero su capacidad de adaptación a esa realidad será menor, y sus lazos sociales estarán más deteriorados. Muchos terminarán en la cárcel, algunos encontrarán una muerte prematura, otros conseguirán salir adelante pero a pesar de y no gracias a su estancia en los centros de menores. Aun así, estos supervivientes, dignos de admiración, también habrán sufrido un gran daño interior, que de una forma u otra les acompañará durante toda su vida. 




 SEGUNDA PARTE



El porqué de las cosas

¿Por qué pasa todo esto en los centros de menores? Respondemos a esta pregunta con otra, formulada en su día por una menor internada en un centro terapéutico: ¿cómo es posible que le quiten la tutela a mis padres para dársela a una empresa?
Esta pregunta, que sólo puede responderse bajo la lógica del llamado libre mercado, es la clave. ¿Cómo es posible que la vida de estos niños dependa de empresas de servicios subcontratadas por las administraciones? Es posible porque los niños de las familias sin recursos, como no pueden ser consumidores, han pasado a ser bienes de consumo. Se han convertido en objetos susceptibles de generar beneficios a terceros.

Para entender cómo hemos llegado a esto, es necesario hacer un breve repaso a la historia social de nuestro país. Lo haremos a través de la historia de la pobreza y su evolución.
Pobreza carencial

Nos situamos todavía bajo el franquismo. La inmigración del campo a la ciudad había generado barrios nuevos, muchos de ellos a base de infraviviendas, donde sus habitantes viven en situación de pobreza, una pobreza que todos identificamos con carencias materiales por falta de recursos económicos. Este tipo de pobreza carencial generaba en el resto de la población o bien indiferencia o bien pena, tristeza. Despertaba solidaridad y empatía en la red social a la que pertenecía.
Pobreza criminalizada

Curiosamente a este tipo de pobreza llegamos de la mano de la democracia. Un periodo políticamente convulso y de crisis económica. Poco a poco las tremendas ilusiones de cambio se van disipando a medida que aumenta la desesperanza al irse comprobando los efectos de la gran traición que sufrimos los trabajadores en los llamados Pactos de La Moncloa. Se va consolidando lo que llamaron Transición. La desilusión se apodera de muchos activistas sociales, que vuelven desencantados a sus casas, por lo que se resiente y mucho la capacidad de resistencia del tejido social. En los barrios, se va abandonando la calle y cada vez la vida es más puertas para adentro. De manera consciente, los dirigentes de la izquierda política van desarticulando el tejido social. Tras la derrota colectiva, se impone la búsqueda de soluciones individuales para salir adelante. La solidaridad activa se resiente. Y se remata conscientemente. Los medios de comunicación de masas, de la mano del Ministerio del Interior, inician una feroz campaña "publicitaria", inventándose un término trágicamente famoso también hoy día: la inseguridad ciudadana. De repente los titulares ya no hablan del paro que azota el país (es época de reconversiones industriales), sino que un sinfín de delitos, muchos de ellos cometidos por niños, atenazan la conciencia de la opinión pública. Esta miserable campaña (similar a la que sufrimos hoy día) surte efecto, y la seguridad ciudadana se convierte en una obsesión. Quienes piden mano dura no son los de siempre, sino las personas normales de los barrios normales.

Todo esto coincide con la violentísima irrupción de la heroína, que empieza a causar estragos. Casi nadie se acuerda ya de este silencioso genocidio que acabó con toda una generación de jóvenes en los barrios obreros. Y se culpa de ello a los más débiles. Los habitantes de las barriadas más marginales son presentados ante la opinión pública como magnates del narcotráfico. Qué curioso que gentes sin recursos ni para garantizar su subsistencia de un día para otro contaran con la organización, la logística y el dinero para fletar aviones y barcos con toneladas y toneladas de heroína. A día de hoy hace falta ser muy obtuso para creerlo.

En definitiva, que aquellos pobres que antes despertaban la solidaridad de sus conciudadanos, ahora son los culpables de todos los males de la sociedad. Dan miedo, y hay que protegerse de ellos. Los pobres son así criminalizados, objeto no ya de solidaridad sino de represión. Han quedado socialmente excluidos. Con todas las consecuencias que tiene la exclusión social sobre quien la sufre, y sobre el resto de la sociedad, ya que las conductas delictivas se disparan por esta misma exclusión. Pero así de paso se justifica la represión y la campaña mediática emprendida contra los "niños navajeros". Una vez más, una profecía autocumplida.
Mercantilización de la pobreza

El capital no estaba dispuesto a tener un importante porcentaje de la población al margen de sus tasas de beneficios. Al no poder explotarlos ni extraerles la plusvalía, se convertían en un estorbo y en un gasto. Utilizarles como chivo expiatorio ya no era suficiente. Y por eso idearon cómo exprimirles y a la vez dejarles postrados para siempre en su situación de indefensión extrema al margen de la sociedad.

Llegó el momento del liberalismo salvaje, especialmente tras el colapso del estalinismo en Europa del Este. La burguesía se embarcó entonces en una orgía de privatizaciones de la que los servicios sociales tampoco se salvaron. Se crean multitud de empresas disfrazadas de ongs y fundaciones benéficas que se entregan en cuerpo y alma al control social. Un ejército de educadores, trabajadores sociales y psicólogos se dedicarán, a partir de entonces, a fiscalizar la vida de los más pobres, jugando a ser "secretas" en nombre de la ciencia y la solidaridad. Ingentes cantidades de dinero público pasan a manos de "entes solidarios" que gestionan los servicios sociales, haciendo desaparecer legalmente todo ese dineral que el Estado destina a los pobres, dinero que los pobres nunca ven ni sienten. Los pobres sólo ven informes, reproches, amenazas y atentados contra su dignidad e intimidad familiar. Todo el mundo se cree con derecho a decirles qué tienen que hacer y cómo tienen que vivir. Se les disecciona en multitud de "mesas del menor" y foros absurdos donde estos nuevos policías sociales se creen con el derecho de ser jueces y verdugos. Todo ello por su bien, claro está. Que los pobres lo son porque no saben vivir decentemente. Con lo que además tenemos coartada ideológica: si no salen de su situación es porque no quieren, ¡con la cantidad de recursos que se destinan a ayudarles! Y como los niños dan más pena, pueden ser más rentables. Así que se los expropian a sus padres y se los entregan a empresarios sin escrúpulos disfrazados de filántropos (alguno habrá que en su narcisismo se lo llegará a creer) que gestionan centros de primera estancia, centros de acogida, centros terapéuticos y centros de reforma, gestión que dicen realizar siempre pensando en lo mejor para el menor. Que si no funcionan no es porque las llamadas intervenciones estén mal diseñadas o porque sus fines no sean los declarados, sino porque los niños son tan malos y desagradecidos que no quieren aprovechar su estancia en los centros.

Y así es como hemos llegado a convertir a los niños pobres en objetos de los que extraer un rendimiento económico. Perverso pero eficaz, hay que reconocerlo.
Fundación Internacional O´Belen, un ejemplo paradigmático
La Fundación Internacional O´Belen es una de esas organizaciones sinónimo de lucro que surgieron en los años 90 al calor de la mercantilización de la pobreza. Inicialmente se decantaron por el mercado más impune por innovador, el de la psiquiatrización, convirtiéndose en los pioneros en los centros terapéuticos. También decidieron ser los pioneros en investigar sobre los trastornos del comportamiento, más que nada por lo de justificar su negocio, ampliarlo y de paso darle cobertura científica a las atrocidades que cometen. Así que se embarcaron en el Proyecto Esperi (que nunca acaba, extendiéndose en el tiempo mientras duren las subvenciones, que chupar del bote público no es algo secundario para los mercenarios de la ciencia), que según sus promotores (Fundación O´Belen, Fundación Iberdrola y Fundación Accenture) permite desarrollar una herramienta de diagnóstico precoz de los trastornos del comportamiento en menores. Sin sentir el más mínimo rubor, se permiten el lujo de asegurar que el 20% de los niños y adolescentes españoles tienen este trastorno. ¡Qué gran mercado se han creado! Ellos mismos son los encargados de realizar una investigación que determina que sus servicios no sólo son necesarios, sino que cada vez lo son más. Hace falta tener muy poca vergüenza para intentar colar esto como ciencia. Por muchos psiquiatras de renombre que recientemente están intentando fichar para sus patéticos y también subvencionados congresos. Pero como el negocio va viento en popa, todo el mundo asume u otorga mediante el silencio y la subvención indiscriminada a estos elementos.

O´Belen no se conforma con la gestión de los centros terapéuticos para atender en ellos a los chavales que se adecuan a sus servicios según los criterios que ellos mismos se han inventado, sino que han extendido el negocio a todo lo relativo a menores. Obviamente ya han metido el hocico en el mundo de las medidas judiciales para menores infractores. Ni tampoco le han hecho ascos a abrir todos los centros de acogida que pueden, que aunque menos rentables que los terapéuticos y los reformatorios, también dan dinerito. Cómo no, si también es un gran negocio. Pero van más allá. También controlan en algunas comunidades autónomas lo relacionado con el acogimiento familiar y los procesos de adopción. Y no se iban a olvidar de los PRIS (Plan Regional de Integración Social) que también forman parte del negocio. Y además en doble sentido: gestionan varios de estos cursos de formación laboral (trincando la consecuente subvención pública), y posteriormente a través de la empresa solidaria Aspira que creó, explota directamente a muchos chavales, ya que primero trabajan gratis haciendo para ellos las prácticas y posteriormente incorpora a algunos de ellos a la plantilla, incumpliendo no sólo los distintos convenios colectivos sino incluso el Estatuto de los Trabajadores en esta bonita e integradora empresa.

Para que no queden dudas del carácter lucrativo de esta fundación, sólo es necesario ver quienes son los componentes de eso que llaman "entidad benéfica sin ánimo de lucro": altos directivos de importantes empresas y políticos de segunda fila que se iban quedando sin poltrona. Algunos nombres bastarán: Emilio Pinto (presidente de la FIOB, ex portavoz del PP en Sigüenza), Carlos Moreno (ex concejal en Sigüenza del PP, miembro de la Diputación de Guadalajara como no adscrito tras ser expulsado del PP), Jose Carlos Moratilla (ex presidente de la Diputación de Guadalajara por el PSOE, tras cambiarse la chaqueta del CDS donde se inició en esto de los asuntos públicos), Jose Morales (subdirector territorial en Madrid de Ibercaja), Javier Herrero (consejero delegado de Iberdrola) o Manuel Pizarro (ex presidente de Endesa y número dos en las listas del PP en las últimas elecciones generales). Y como no podía ser de otra manera, también cuentan con el manto protector de la Iglesia, siendo miembro fundador de O´Belen Manuel Ureña, arzobispo de Zaragoza.

En resumen, en lugar de eminentes psicólogos, pedagogos y educadores, así como destacadas figuras comunitarias (lo que esperaríamos si ingenuamente nos creyéramos aquello del altruismo a favor de los niños desamparados) nos encontramos con un curioso elenco de políticos profesionales derechistas de segunda fila e importantes empresarios, todos ellos bendecidos por un Arzobispo.

Esta Fundación se financia en más de un 90% del dinero que le entregan las distintas administraciones, es decir, del dinero de nuestros impuestos. Sin embargo, cuenta con patrocinadores, entre los que destacan Peugeot, Grupo Lábaro, Alvargómez Gestión Inmobiliaria y la Diputación de Guadalajara (es decir, más dinero público). Ante esta tozuda realidad, para seguir creyendo en el no afán de lucro es necesario un verdadero auto de fe.



TERCERA PARTE

El papel del educador en los centros de menores
Seguramente sea una de las figuras más importantes dentro de un centro de menores, y quizá por eso mismo es una de las más desconocidas.

Al acercarnos al mundo del educador, lo primero que llama la atención es la enorme precariedad laboral que existe en el sector, equiparable a la existente en las cadenas de comida rápida. Es otro de los beneficios de la privatización: contratos a fin de obra, sueldos no siempre mileuristas, horas y turnos extra ni pagados ni agradecidos, etc. Esta situación precaria favorece a su vez una represión laboral y una persecución sindical muy acusada (como la sufrida por los compañeros de CGT en el centro Los Rosales, gestionado en Madrid por Siglo XXI), lo que permite a la patronal del sector silenciar a base de despidos y no renovaciones cualquier actividad sindical que se salga del amarillismo y cualquier discrepancia metodológica que se pueda plantear. Ante esta situación y la terrible presión institucional que lleva hacia el maltrato, es cuando podemos empezar a comprender que la mayoría de los educadores en centros de menores son los que ya no trabajan en ellos. La mayoría de los contratados no llega al año de permanencia (muchos ni al mes), y tras esta traumática experiencia la mayoría abandonan para siempre el sector profesional de "lo social".

Ya tenemos una visión de la realidad laboral del educador. Pero esta patética situación (a la que hemos llegado con la connivencia de los partidos de la izquierda parlamentaria y por la pasividad de los sindicatos de clase mayoritarios) no justifica que se maltrate a los chavales. Porque, si bien es verdad que protocolos, normativas, tradiciones de cada institución y demás son por sí solas generadoras de dinámicas profundamente dañinas, no podemos olvidar que la mano ejecutora del maltrato en última instancia es el educador.
¿Qué educadores hay en los centros de menores?
Ya hemos visto que la mayoría de las personas que entran en contacto con este mundo sumergido al margen de la realidad (en los centros de menores, al igual que en los centros penitenciarios para adultos, no se viven 365 días al año, sino el mismo día 365 veces) huyen despavoridas de él. De forma que se produce una especie de "selección natural" a la inversa. Así que vamos a intentar exponer una tipología descriptiva de los profesionales del sector. Encontramos tres subtipos fundamentales: el sádico, el tonto útil y el educador propiamente dicho.

El sádico: Afortunadamente no son muchos (aunque tampoco son pocos), pero su papel suele ser preponderante en la vida y funcionamiento de los centros. La pequeñez personal que sienten en su vida extramuros tratan de resolverla erigiéndose en dioses intramuros, descargando sus frustraciones vitales sobre los menores, totalmente indefensos ante el poder absoluto que la institución otorga al educador sobre el menor. Su "acción educativa" se sustenta en el recurso continuo al aislamiento, la amenaza, el grito, el insulto y la vejación permanente. Suelen ser los que mayores barbaridades cometen en nombre de la contención física. Desquician a los menores con su persecución constante, casi siempre en base a nimiedades e incluso ante paranoicas conspiraciones de los menores que ellos mismos inventan. Puede parecer incluso que estuvieran jugando a ser policías, montando y desmontando tramas con el único fin aparente de elevar su ego a costa de infligir un sufrimiento añadido a los menores (saltándose a la torera la normativa cuando lo creen conveniente, para así endurecerla y ponerla a su servicio personal, todo ello de manera impune incluso cuando la dirección del centro tiene conocimiento de ello).

Este colectivo de sádicos está compuesto por un amplio elenco de sujetos: porteros de discoteca, ex vigilantes de seguridad, monitores de gimnasio, ex militares, ex legionarios, etc...pero también por diplomados y licenciados universitarios.

El tonto útil: Bastante jóvenes, generalmente recién titulados, y avalados por un buen curriculum académico. Son los componentes mayoritarios de los equipos educativos. No han tenido ningún contacto previo con nada que se parezca a la exclusión social; eso sí, alguno de ellos ha trabajado alguna vez como monitor de ocio y tiempo libre, por aquello de "siempre he querido trabajar con chavales", que queda muy bien en la entrevista de trabajo.

Tolerantes y progresistas por definición, se acercan al mundo de los centros (y al de la marginación) llenos de buena voluntad y vocación, pero no exentos de cierto tufillo clasista y paternalista propio del ambiente universitario: ellos son los que saben qué le conviene a la gente, y se creen capacitados y por ello con derecho a entrometerse y juzgar la vida de los demás, y a indicarles lo que tienen que hacer con sus vidas, eso sí siempre por su bien.

Su principal cualidad es la incoherencia: se muestran todopoderosos con los críos y sumamente inseguros y sumisos con el resto, especialmente con sus superiores, con la empresa y con quienes se muestran aparentemente seguros de lo que están haciendo (los sádicos).

De manera consciente no suelen maltratar a nadie, pero su labor en el centro suele limitarse a ser meros aplicadores de normativas como autómatas, convirtiéndose en fieles correas de transmisión del maltrato institucionalmente ideado. Como buenos y sumisos estudiantes que han sido siempre (en las reuniones de equipo "toman apuntes"), muestran un feroz espíritu acrítico (que para algo el sistema educativo funciona como funciona), lo que les lleva a asumir como propios los valores de la empresa solidaria de la que forman parte (aceptando alegremente condiciones laborales draconianas por el bien de los niños). Aunque parezca mentira, llegan a creerse que todo lo que hacen es por el bien del menor...¡interiorizan que engrilletar y aislar aun niño es educativo!

Por regla general, junto al acriticismo más indigno, se muestran especialmente timoratos. Esta debilidad de caracter, por no hablar abiertamente de cobardía infame, les lleva a mirar continuamente para otro lado, limitándose a reírle las gracias a los sádicos de los que hablábamos antes. E incluso algunos tratan de imitarles convencidos de que así harán mejor su trabajo (y algún día serán ascendidos a coordinadores).

El educador: Es decir, el que educa. Son pocos, y generalmente aislados dentro de los centros. Se trata de personas que consideran que lo importante no es la consejería de Bienestar Social, ni sus técnicos, ni la fundación que paga su nómina...sino los chavales. Honradamente trata de hacer su trabajo. Es consciente o ha ido tomando consciencia de la realidad de los centros, y ha decidido quedarse a pesar de todo y de todos. Sabe o intuye que la espada de Damocles pende sobre él continuamente en forma de despido, pero aun así decide ser educador y no dejarse llevar por lo más fácil: actuar como carcelero.

La privación de libertad siempre tiene nefastas consecuencias, más para los niños. Pero incluso en estos purgatorios, se puede llegar a realizar una labor educativa, por mínima que sea, y es necesaria mientras los centros sigan existiendo. Pero la honradez y las ganas de trabajar por los chavales no son suficientes. El educador debe reunir ciertas características personales que le permitan ser útil para este tipo de labor. Lo primero que necesita un educador es una sólida formación, tanto académica como vital. Sin esta formación, muchas situaciones se le escaparán de las manos, ya que tendrá que afrontar situaciones muy complejas y problemáticas que exijan tanto un amplio conocimiento como el hecho de "tener calle". Su madurez personal será fundamental, ya que muchas situaciones le van a afectar personalmente y debe saber encajarlas. Y le van a afectar porque si ha decidido ser educador y no carcelero, sólo podrá trabajar desde el compromiso. Debe comprometerse con el chaval, trabajando desde el encuentro personal, acercándose a él, rompiendo con la distancia que impone la institución (y muchas veces las absurdas teorías que le habrán explicado en la facultad). Pero inevitablemente, al menos en un primer momento, será recibido por el chaval con desprecio, hostilidad e incluso agresividad (algo normal, resultado del propio encierro y de su propia historia de vida). Pero para no responder devolviendo esa misma hostilidad y agresividad (utilizando el poder que le otorga la institución), el educador debe tener una fuerte resistencia a la frustración, ya que la muchas veces nula respuesta incial del chaval, al igual que la resistencia de la institución ante todas las iniciativas que llegue a plantear, es muy frustrante.

Además, el educador debe gozar de una importante creatividad, para tratar de paliar la enorme pobreza a todos los niveles de su lugar de trabajo, lo que será fundamental para potenciar las cualidades innatas de cada chaval. Y también debe ser muy flexible. Esta flexibilidad no sólo permitirá al educador entender al menor y sus circunstancias, sino que le ayudará a aplicar la normativa de la forma menos dañina posible para el menor.

Este conjunto de cualidades llevarán al educador a ganarse cierta autoridad ante los menores. Pero una autoridad personal (es decir, de alguna manera le facilitará ser adulto de referencia para el menor), no una autoridad impuesta por ley (que no es autoridad sino capacidad para ejercer poder autoritario sobre otro, a través de la fuerza o la amenaza de su utilización). Y si a todo esto le sumamos una fuerte capacidad empática, podremos empezar a hablar de proceso educativo. Esta empatía implica estar cercanos al chaval, no para ser uno de ellos, pero sí para conseguir cierta intimidad con él, sin abusar del poder que tiene como educador, sin imponer su criterio, pero manteniendo el rol de adulto de referencia. Así, poco a poco, cuando el chico perciba la autenticidad personal del educador, podrá vencer las lógicas resistencias y prevenciones previas y podrán comenzar a recorrer juntos el camino de intercambios personales en que consiste en realidad eso tan raro de educar. Si es capaz de escuchar y estar cerca del chico, si es capaz de crear espacios y tiempos de encuentro personal, que son como islas en un mar de agresión institucional, el chaval será capaz de pararse a reflexionar, e interpretar de manera autocrítica su vida. Si el educador es capaz de llegar a esto, tal vez el internamiento pueda servir para algo más que para someter, humillar, castigar y llenar de odio y rabia las entrañas del menor.
¿Qué es educar?
Si en el apartado anterior comenzábamos definiendo al educador como aquel que intenta educar, nos enfrentamos ahora a la necesidad de definir esta labor. Debemos partir de la aclaración de que es un proceso vital que se da en cualquier sociedad desde que esta existe. No es una categoría profesional. No es exclusiva de una élite que deba gozar de un prestigio especial. Todos somos educados y todos educamos cada vez que nos relacionamos con un niño. La diferencia (de grado) radica en el compromiso que el educador asume en la vida del niño al intentar hacerse cargo de su proceso educativo, de por sí viciado por una biografía marcada por el abandono sistemático y la exclusión social.

Así, asumido el fracaso de la institucionalización que acabamos de revisar, cobra especial relevancia la alternativa de generar espacios de encuentro personal con el niño excluido. Es necesario constatar el punto de partida: educar solo puede ser un ejercicio afectivo que se funda en el vínculo entre el adulto y el niño al que estamos formando.

Así, es bajo este prisma desde el que debemos entender la apuesta que se basa en la renuncia a las relaciones basadas en la dominación y la cosificación. Construir un modo de intervención que genere vínculos personales a partir de la intención de aquel que educa de sumergirse en la realidad que el niño al que quiere educar vive: su familia, su estatus económico, su biografía anterior, etc...Hacer un minucioso acopio de datos que formen parte de su universo de sentido para, con ello, comenzar a construir un vínculo empático. Un encuentro personal, fuera de espacios creados artificialmente y basados en la despersonalización de todo aquello que rodea la intervención institucionalizada con el niño y generador, en sí mismo, de sentido afectivo para ambos.

Desde esto, el adulto se acerca al niño al que quiere educar si se acerca a su mundo y le comprende desde él. Conseguido esto, su intervención con él seguirá todo el tiempo fundamentada en el vínculo que les une y deberá responder a la intención de sanar, o al menos, paliar las deficiencias que ha ido descubriendo en el mundo que le rodeaba. El niño es víctima de un contexto en el que sus necesidades han sido sistemáticamente ignoradas o diferidas durante toda su vida y el educador ha podido comprobarlo; igualmente ha entendido el origen de sus mecanismos de defensa, sus bloqueos, etc...con lo que su contacto estará fundado en la empatía que éstos le hayan despertado y en la confianza que el niño vaya aprendiendo a tener en un adulto que comienza a ser una figura de referencia para él.

El adulto debe anticipar altruistamente sus esfuerzos y dejar de esperar consecuencias inmediatas de sus actos -rasgo que probablemente haya aprendido de alguna de las novísimas escuelas de psicología infantil y juvenil o de alguno de los múltiples modos de intervención con menores en exclusión social que pueden ser aprendidos actualmente en las universidades y en el mundo laboral que rodea el trabajo con la pobreza y la niñez-, para mostrarse en una relación auténticamente humana.

De todas las desventuras y satisfacciones que ésta generara debemos especificar especialmente una intención: sólo puedo organizar -o construir, en la mayoría de los casos- el mundo íntimo de un niño si organizo su mundo exterior, si normalizo su modo de relación con la realidad que le rodea, si garantizo su seguridad y su estabilidad tanto inmediata como, sobre todo, a medio plazo. Desde la calma, la serenidad, la paciencia, la perseverancia y la tenacidad ir construyendo un mundo con sentido alrededor del niño o adolescente, para que él pueda ir reconstruyendo su mundo íntimo. Sólo esto nos garantiza un intento honesto de trabajo con niños en situación de exclusión social.