Tradicionalmente, se asume con naturalidad que la ciencia es objetiva por definición. Y por lo tanto, lo que dice la ciencia va a misa. Nunca mejor dicho. Pero esta premisa que se tiene por verdad indiscutible no es sino una pretensión, en el mejor de los casos. De lo contrario, no habría discrepancias entre científicos, es decir, no habría varias “ciencias”. De hecho, todas las disciplinas científicas albergan distintas escuelas en su seno. Un ejemplo, ¿con qué verdad objetiva nos quedamos, con la de Piaget o con la de Vygotski? ¿O es que alguno de estos dos autores era menos científico que el otro?
Lo que sí es indudable es que todos los seres humanos, absolutamente todos, tenemos una manera de pensar, de enfocar la realidad, de entender el mundo que nos rodea, es decir, una filosofía. Y dicha filosofía condiciona, en mayor o menor medida, nuestra forma de relacionarnos con el mundo y nuestros actos. Y como seres humanos que son, a los científicos les ocurre exactamente lo mismo que al resto de los mortales. Por ello, aunque pudiéramos encontrar un investigador libre de cualquier presión social o material, no podría realizar una investigación objetiva al cien por cien, ya que su propia filosofía determinaría el objeto a estudiar, el método a utilizar e incluso la manera de analizar los resultados obtenidos y por tanto las conclusiones que obtenga de dicha investigación. Como vemos, la filosofía juega un importante papel en la ciencia, aunque esta idea sea generalmente ignorada e incluso defenestrada en aras de salvaguardar la sacrosanta objetividad de la ciencia.
Y esto suponiendo que eso que llamamos ciencia fuera una especie de ente abstracto situado por encima del bien y del mal. Porque no podemos olvidar que la ciencia la producen los hombres, que viven en una sociedad determinada. Por tanto, la ciencia no sólo se desarrolla en la sociedad, sino que es producto de la misma. Así, no es casualidad que el inicio del despegue del conocimiento científico actual se produjera con el desarrollo y ascenso de la burguesía como clase social, que logró superar el oscurantismo dominante durante el feudalismo. Y que la implantación mundial del capitalismo condujera a un avance tecnológico inimaginable anteriormente, necesario para el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero en la actualidad esto se ha vuelto en su contrario. El capitalismo, que en su fase inicial jugó un papel progresista para el desarrollo de la humanidad, en su fase decadente supone un lastre para el mismo, y por lo tanto, también para el desarrollo científico.
Pero volvamos a la objetividad de la ciencia. ¿Alguien niega que la Psicología o la Psiquiatría sean ciencia? Pues veamos lo objetivas que son ambas disciplinas. Todos tenemos en mente los frenopáticos del siglo XIX, por no hablar de los asilos y sanatorios anteriores. Pero no es necesario retrotaernos a la protohistoria de estas disciplinas. Basta recordar que hasta hace muy poco tiempo, los manuales de Psiquiatría consideraban la homosexualidad como un trastorno mental. Y por supuesto, existían científicas (y por tanto supuestamente asépticas y objetivas) técnicas terapeúticas para curarla. ¿Es que acaso estos renombrados psicólogos y psiquiatras, muchos de los cuales siguen ejerciendo la práctica y la docencia, no eran científicos?
Y no olvidemos la cobertura científica que la ciencia ha otorgado a determinadas políticas, como el darwinismo social justificando el colonialismo, los test de inteligencia en EEUU, o actualmente las tendencias genetistas que tratan de explicar todo desde el “gen” de cada cosa (no olvidemos que están buscando el gen de las adicciones e incluso el de la delincuencia, eliminando así cualquier responsabilidad del sistema social imperante en la génesis de estas lacras).
Dicho esto, analicemos lo que ocurre actualmente. Tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de los regímenes estalinistas, el neoliberalismo más salvaje se impuso como ideología dominante, y asistimos a una verdadera orgía de privatizaciones, que por supuesto también ha llegado a los servicios sociales. Esta privatización también ha llegado a la investigación científica y a la Universidad. La investigación, que ya estaba de alguna manera “supervisada” ya que se llevaba a cabo gracias a becas y subvenciones públicas, cada vez está más en manos de las empresas (el controvertido Plan Bolonia en parte no es más que la profundización y legalización de esta tendencia). Que una facultad de Psicología de una Universidad Pública realice una investigación sobre la ludopatía nos parece lógico. Ahora bien, cuando descubrimos que dicho estudio ha sido financiado por Casino Madrid, algo chirría en nuestro interior.
Los días 12 y 13 de febrero se realizó un Seminario científico llamado “Encuentro sobre Menores Extranjeros No Acompañados”. Nada que objetar a priori (al igual que con el estudio sobre ludopatía). Se trata de un tema muy importante en la sociedad actual y que sin duda requiere muchos esfuerzos para afrontarlo de la mejor manera posible. El encuentro se realiza en Madrid, en la Universidad Pontificia Comillas, por la Cátedra Santander de Derecho y Menores. Entre sus ponentes se encuentran miembros de dicha cátedra, distintos responsables políticos y miembros de la Fundación Diagrama Intervención Psicosocial. Al igual que con el caso de la ludopatía, algo vuelve a chirriar en nuestro interior.
Para empezar, el seminario se realiza en la Universidad Pontificia Comillas, que se define a sí misma como “una Universidad de la Iglesia, dirigida desde hace más de un siglo por la compañía de Jesús, la institución privada que cuenta con más Universidades en el mundo”. Para seguir, el seminario lo organiza la Cátedra Santander de Derecho y Menores, financiada por el Banco Santander. Y para terminar, cuenta con la participación de la Fundación Diagrama, empresa disfrazada de ong que obtiene pingües beneficios de la gestión de centros de menores. En resumen, tenemos a un negocio de la Iglesia, a los banqueros y a una empresa de servicios hablando de exclusión social. Las conclusiones de dicho seminario, los camuflen como los camuflen, sólo pueden ir en la dirección de aumentar los mecanismos de control social y en ver cómo sacar rendimiento económico de estos chicos (que para estas cosas se privatizaron los servicios sociales). Porque no olvidemos que quien paga al flautista elige la melodía. Eso sí, todo será muy científico, avalado por los templos del saber que son las universidades y siempre buscando “el interés superior del menor”.
Pero como apuntábamos en las primeras líneas de esta reflexión, hay varias ciencias. Por ejemplo, tan científicos son los psicólogos, psiquiatras, trabajadores sociales y educadores que trabajan en la Fundación Diagrama como los que colaboran con la Coordinadora de Barrios. Sin embargo, sus planteamientos son radicalmente diferentes, incluso mutuamente excluyentes. ¿Quién tiene razón? ¿Qué hacemos ante esta divergencia? Como consideramos que la neutralidad sólo es posible desde la indiferencia, creemos necesario tomar partido.
Y para ello pensamos que lo más adecuado es discernir qué intereses están detrás de cada planteamiento. Más allá de la verborrea y la demagogia, la Fundación Diagrama y similares empresas defienden en primer lugar y ante todo sus beneficios económicos, y por tanto, los intereses políticos y la visión de la sociedad de quienes le financian y dan cobertura social. Por el contrario, desde la Coordinadora de Barrios y similares colectivos se defienden los intereses de los chavales, ya que su labor sólo les reporta mucho trabajo, perder dinero, e incluso problemas en el más estricto ámbito personal. Y de las administraciones públicas no suelen recibir más que el más abyecto de los desprecios, llegando incluso a ser acusados públicamente de “pertenecer al entorno de ETA”.
Por lo tanto lo tenemos claro, tomamos partido por aquella ciencia que prima el interés de las personas sobre el poder, el prestigio y el dinero.
Pero con esto no es suficiente. ¿Por qué no iban a errar en sus planteamientos aquellos que defienden una determinada postura, por muy sacrificada que sea su labor, incluso aunque no saquen ningún beneficio a cambio? Sólo hay una manera de saberlo, haciendo ciencia nosotros mismos. Desde nuestra modesta pero firme posición, nos atrevemos a reclamar algo. Exigimos a todos aquellos que trabajan en “lo social” (de manera remunerada o no, en una empresa de servicios o en una asociación auténticamente sin ánimo de lucro) que hagan Ciencia. El pensamiento crítico es la base del hacer científico, o debería serlo. No podemos asumir las formas de actuar y trabajar de otros (y mucho menos los llamados protocolos) de manera acrítica, sean quienes sean. Ni siquiera la nuestra personal, sin mantener una constante crítica y autocrítica. De hecho, en ocasiones personas sin formación académica desarrollan una labor “científica” mucho más productiva en el día a día de la realidad social que los más laureados catedráticos.
La formación es una necesidad obvia. Pero no se puede limitar ésta a la educación formal universitaria, a tomar apuntes y luego memorizarlos para escupirlos en los exámenes. La profundización, el esfuerzo intelectual, el contraste de información y experiencias con distintos grupos como labor cotidiana es fundamental. Pero sin olvidar que la teoría sin praxis no sirve para nada. Es en nuestro trabajo diario donde tenemos la posibilidad de hacer Ciencia, con mayúsculas. Quien no tenga dudas, miedos, ansiedades y no sienta la necesidad y la obligación de cuestionar y reflexionar sobre sus actuaciones continuamente, no será ni psicólogo, ni educador, ni nada más que un prepotente y un peón al servicio de otros. Por lo tanto, compañeros, hagamos ciencia. Pero desde la creencia en lo que estamos haciendo. De lo contrario, dediquémonos a otra. Será lo mejor para los demás, y también para nosotros mismos.
COLECTIVO NO A O´BELEN