El debate del burkini no debería haberse producido tal
como lo ha hecho por varias razones: creo que una forma muy extendida de
racismo, de desprecio por culturas diferentes, es confundir todo lo que
nos parece raro: todo es taparse, todo es lo mismo. Y así, lo mismo es
el hiyab (pañuelo o velo) que el burka, todo es "velo". El hiyab no
tiene que ver con el burka, sino que es un pañuelo que cubre la cabeza y
con el que se puede hacer una vida completamente normal. Que las
mujeres adultas tienen derecho a llevar hiyab, está fuera de dudas.
El derecho a llevar la cabeza cubierta y a ocultar las
formas corporales, por más sexista que sea, está protegido por la
libertad religiosa y por el derecho a la propia imagen. El burkini es un
traje muy parecido a los que viste la gente que hace surf. Exactamente
¿qué derecho o que norma se está vulnerando al vestirse toda entera de
neopreno al ir a la playa? La respuesta a esta pregunta creo que es
importante.
¿Es sexista taparse el cuerpo o la cabeza por pudor
religioso? Pues sí lo es, como muchas de nuestras costumbres y también
de nuestras vestimentas diferenciadas. Casi todo lo que nosotras
tengamos que hacer para ganar valoración o consideración, y ellos no, es
sexista. Somos depositarias del pudor y ellos no, somos depositarias de
las tradiciones con nuestras vestimentas y ellos no, somos objetos
sexuales y ellos no, pero esa es, ahora, otra cuestión.
Podemos y debemos legislar contra la obligatoriedad y a favor de la
libertad de elegir de todas las mujeres, y debemos proteger a aquellas
que eligen en contra de la voluntad de sus parientes o su (nuestra)
cultura. Proteger la libertad incluye proteger la de quienes hacen cosas
que no compartimos, que no nos gustan o que, incluso, hacen cosas en
contra de lo que creemos que son sus verdaderos intereses; me temo que
la democracia es eso.
No puedo en
este artículo explicar cuáles creo que deben ser los límites a la
libertad, pero los hay. Si bien la libertad religiosa es importante,
proteger activamente la igualdad entre hombres y mujeres debe tener como
poco el mismo valor. El Estado, así, tiene que moverse entre la
complicada defensa de la libertad religiosa y la defensa de la igualdad
de género.
Islamofobia
Pero, en todo
caso, resulta que en Europa sí hay un problema grave de racismo
y xenofobia islamófoba. Lo suficientemente grave como para que nos lo
tomemos en serio y como para ser beligerantes ante cualquier avance. No
hay otra razón para que en Francia se prohíba el burkini que no sea
alentar políticamente la xenofobia. El debate europeo sobre la
vestimenta de las mujeres musulmanas se ha dado siempre en nombre de
la seguridad y nunca de la igualdad, y esos dirigentes que tratan de
prohibir el burkini son los mismos que mantienen trato más que amigable
con países que segregan y torturan a las mujeres.
Son
los que no mueven un dedo por acabar con otras instituciones y
prácticas sexistas que padecemos las mujeres europeas, así que está más
que claro que el debate del burkini no es más que una excusa para ganar
votos o para alentar la xenofobia y el racismo. Eso debería bastar para
que fuéramos muy críticas con ese empeño. Tenemos que ser capaces de
matizar y no usar la brocha gorda porque en las circunstancias actuales
no condenar el racismo siempre que se produce es alentarlo.
No obstante, dejó de tratar sobre el burkini y se volcó hacia lo de
siempre,
muticulturalismo/universalismo; libertad de elección/estructura
opresiva y aleteando siempre debajo el oportunismo racista de los de
siempre. La manera de luchar contra el fascismo y el racismo no puede
ser un relativismo completamente acrítico.
Parece
evidente que igual que existe la xenofobia y el fascismo europeo, existe
un fascismo islamista que se está extendiendo y que propone, entre
otras cosas y de manera muy importante, un patriarcado extremo y brutal.
El velo integral estaba desapareciendo en aquellos países en los que
había dejado de ser obligatorio y que estaban transitando hacia una
mayor secularización cultural e igualdad de género.
La manera en que todos los proyectos democráticos árabes han sido
abortados desde hace décadas por las potencias occidentales es tema para
otro artículo, pero tiene mucho que ver con lo que aquí tratamos. El
resultado es el crecimiento de un fundamentalismo religioso de corte
fascista que ha generado un aumento del velo integral incluso en mujeres
que viven fuera de sus países de origen o que se convierten no ya al
Islam, sino directamente al wahabismo. Y eso está ocurriendo para
desesperación de muchas mujeres árabes que se dejaron la vida luchando
contra el integrismo religioso.
Muy a
menudo frivolizamos y no damos la suficiente importancia a las vidas y a
las luchas de las mujeres que sufren en los países en los que se está
imponiendo, con ayuda de Occidente, el fundamentalismo wahabista. ¿Dónde
nos situamos cada una de nosotras en esa lucha?
Parece que a veces pensemos que las mujeres musulmanas o de cultura
islámica están más habituadas que nosotras al burka, "allá ellas y sus
costumbres". Eso es también una forma brutal de racismo en la que
incurrimos a menudo, como, por cierto, nos acusan en muchas ocasiones
feministas árabes que llevan toda la vida luchando contra el
fundamentalismo religioso. ¿Dónde nos situamos en esa pelea?
El miedo al etnocentrismo no puede impedirnos defender la universalidad
de los derechos humanos, uno de los cuales es el derecho de las mujeres
a la igualdad. Y nos importa, no solo por solidaridad con ellas, sino
por nosotras mismas. No creo que haya un ellas y un nosotras. Primero,
muchas de esas mujeres son europeas, nacidas y educadas aquí, somos
nosotras mismas; y segundo porque el patriarcado es universal y el
destino de todas las mujeres está entrelazado.
Que
exista mucho sexismo en nuestra propia cultura no nos imposibilita a las
feministas para debatir o criticar el sexismo en otras culturas, no
digamos ya formas de sexismo que crecen entre nosotras; como
entrelazados están todos los fascismos, por cierto. Me parece sospechoso
que el relativismo se aplique siempre mucho menos cuando hablamos de la
defensa de la mayoría de los derechos humanos, y mucho más
cuando hablamos de costumbres, leyes, instituciones, que afectan a las
mujeres.
No suelo escuchar lo del pensamiento
colonialista cuando hablamos de igualdad económica, por ejemplo, o de
pobreza, de derechos lgtb, cuando nos posicionamos con determinados
pueblos minoritarios, cuando hablamos de injusticia ecológica, que
cuando hablamos de mujeres. De todos los derechos humanos parece que los
de las mujeres son siempre los más relativos. Creo que el miedo al
etnocentrismo no puede paralizar la crítica a las violaciones de los
derechos humanos de las mujeres en otras culturas, y esas mujeres a su
vez pueden y deben alertarnos sobre el sexismo que nosotras hemos
naturalizado y a veces no vemos.
Finalmente, este
tema, como la mayoría de los debates feministas contemporáneos, parece
pivotar sobre el binomio libre elección/constricción estructural.
Simplificando dolorosamente lo que es un tema de enorme complejidad
también, diría que es absurdo no reconocer las estructuras sociales,
culturales, económicas, todas ellas patriarcales, y las instituciones
que oprimen y dirigen una parte importante de nuestros
comportamientos, pensamientos e ideología.
Más
absurdo aún es cuando esto se hace desde posiciones de izquierdas que
llevan toda la vida tratando de visibilizar, precisamente, esas
estructuras y ese sistema en el que el poder anida. Si aplicáramos el
concepto de libre elección nuda a otras cuestiones sociales, haríamos
desaparecer las estructuras y los constreñimientos sistémicos que
obligan a las personas a hacer determinadas elecciones que, finalmente,
no son tales. Esto que se ve muy claro cuando hablamos de clase o raza,
no se ve tan claro cuando hablamos de mujeres cuya supuesta libre
elección hace desaparecer cualquier estructura opresiva o sistémica.
Pero, al mismo tiempo, sabiendo esto, es imposible no reconocer hoy día
a las mujeres un gran espacio de agencia y libre elección. E
infantilizar a las mujeres musulmanas lo hacemos muy a menudo. Las
mujeres que se ponen las prendas que debatimos, nos gusten más o menos,
son adultas, argumentan, reivindican derechos fundamentales también;
son universitarias, trabajan, estudian, discuten con sus maridos, son
creyentes y toman sus propias decisiones, como nosotras. No es posible,
literalmente no es posible, no escucharlas.
Mucha
o poca, mediatizada más o menos, dirigida más o menos, constreñida por
el patriarcado y el capitalismo, como las de todos, ese espacio de
agencia individual tiene que ser reconocido y cualquier proyecto
emancipador tiene que tenerlo en cuenta. Hablamos con ellas,
discutimos con ellas, pero no es posible hablar sobre ellas como si
ellas no estuvieran. Todas y cada de una de nosotras y nosotros
construimos nuestras vidas en el vértice entre lo que queremos hacer, lo
que podemos hacer y lo que creemos que queremos hacer.
Tenemos que contar con eso y trabajar a partir de eso. Terminaré
diciendo que entiendo que estos debates son muy virulentos porque las
mujeres sentimos que estamos debatiendo sobre nuestras propias vidas; no
es algo ajeno ni teórico, son nuestras vidas las que están en juego.
Creo que ante cuestiones de esta trascendencia hay que admitir las
dudas, los grises y los matices y luchar por no caer en cierto
fundamentalismo del debate, que también se da mucho.