Daniel Martínez (Guanyem CCOO Federació de Sanitat) para El Militante 
Decía Rudolf Virchow, médico alemán del siglo XIX, “La medicina es una ciencia social y la política no es más que medicina a gran escala”. Es decir, pese al papel fundamental que juega el sistema sanitario en el abordaje agudo de muchas enfermedades, por encima de todo, lo que determina la salud de la población (salud pública) son las condiciones en las que vive: jornada laboral, seguridad en el puesto de trabajo, precariedad en los contratos, seguro de desempleo y otros servicios de protección social, exposición a agentes tóxicos, disfrutar de una vivienda digna, acceso a una alimentación de calidad, agua potable, etc.
La crisis
 capitalista está arrasando tanto las conquistas en el sistema sanitario
 como en la salud pública. La salud de los trabajadores está en la 
picota.
Y es que 
por mucho que desde la derecha, y la socialdemocracia que le hace el 
juego, se jacten de haber sido capaces de recortar en sanidad y en 
prestaciones sociales sin repercusiones en la calidad de la asistencia, 
las cifras hablan por sí solas. El presupuesto estatal de Sanidad se ha 
reducido un 10’6% desde la llegada del PP, la media de reducción de 
gasto por habitante en las autonomías ha sido de un 10’4% y en el caso 
de Catalunya (bajo la batuta de CiU y el consentimiento de ERC), el 
sablazo ha sido de un 16% en Sanitat y un 12% en Benestar Social i 
Família. A día de hoy en Catalunya tenemos en lista de espera para ser 
operadas a 27.643 personas más que en 2010. En el Hospital de Bellvitge 
falleció un paciente tras llevar 22 meses en lista para ser operado de 
una hernia abdominal y en la Vall d’Hebrón el jefe de servicio de 
Cirugía Cardíaca denunció la muerte a causa de los recortes de dos 
pacientes que estaban en espera, tras lo cual fue cesado de su cargo. 
Otros ejemplos de medidas draconianas son la eliminación de la 
asistencia 24 horas en 58 CAPs, además de que 31 han reducido horario y 4
 han cerrado; el presupuesto en ambulancias ha disminuido un 12% y 1.134
 camas de hospital se han inutilizado, etc.
Para 
valorar la calidad de un sistema sanitario un indicador muy utilizado es
 el porcentaje de hospitalizaciones evitables por atención primaria 
sobre el total de hospitalizaciones (cuanto mayor es el porcentaje peor 
la calidad). Durante el gobierno de CiU en Catalunya hemos pasado de un 
13’2 a un 16’4%. Si a esto le sumamos los recortes en transporte 
sanitario y que la mayoría de cierres de CAPs se han producido en zonas 
rurales (donde suele vivir población envejecida con dificultades para 
desplazase a un hospital), no hace falta ser muy lúcido para concluir 
las dramáticas consecuencias que estas medidas comportan.
La otra 
cara de los recortes en sanidad es el empeoramiento de las condiciones 
laborales. Lo que supone un doble ataque (a profesionales y pacientes), 
ya que todo retroceso en derechos, todo despido de un compañero, tendrá 
una traslación en la calidad de la atención recibida por los usuarios. 
En Catalunya, solo en el ICS (existen muchos otros proveedores públicos 
de salud), se han perdido más de 1.500 puestos de trabajo y el conjunto 
de trabajadores públicos de la sanidad (también la concertada) han 
tenido que sufrir un recorte en su salario de un 5% por parte del Estado
 además de un 3% autonómico, sumado a la eliminación total o parcial de 
las pagas extras de 2012 y 2013.
El modelo sanitario que pretenden imponer
Todas 
estas medidas tienen como objetivo final sacar tajada del suculento 
negocio que algunos quieren hacer de la sanidad. La estrategia es muy 
clásica: primero devaluar lo público, segundo hacer una campaña 
mediática para desprestigiarlo y finalmente privatizarlo.
Como no 
se atreven de golpe y porrazo a acabar con la sanidad pública, siguen 
todo tipo de caminos intermedios que preparan el terreno y generan 
jugosos beneficios para los magnates de la privada. Un claro ejemplo lo 
tenemos en el Consorci Sanitari de Lleida, una institución que pretende 
agrupar al conjunto de servicios sanitarios de la provincia bajo la 
excusa de una mayor coordinación. El aspecto central aquí es que la 
fórmula “consorcio” permite adscribirse a un régimen jurídico privado, 
sitúa sus finanzas fuera del control del Parlament y allana el camino a 
integrar instituciones con ánimo de lucro dentro los centros públicos. 
Parece evidente dónde reside el interés de constituir consorcios cuando 
uno conoce que estos representan el 20% de los servicios sanitarios 
públicos catalanes pero en cambio acumulan el 95% de los casos de 
corrupción. Dos ejemplos, de los muchos que hay, son los 2’4 millones de
 euros desaparecidos en manos de los gestores de los Hospitales de 
Blanes y Calella, así como el escándalo de los directivos del Hospital 
de Sant Pau que cobraban sueldos de decenas de miles de euros sin acudir
 a su puesto de trabajo.
También, 
en esta línea se encuentra el ejercicio de la institución privada 
Barnaclínic dentro de las instalaciones del Hospital Clínic de 
Barcelona. Se utiliza la excusa de que atendiendo a pacientes de mutuas 
con recursos y profesionales públicos se consigue financiación que 
repercute en la calidad del sistema. Pero esto es una falacia. Las zonas
 de trabajo, tecnologías y recursos humanos son limitados, mientras un 
paciente de la privada es atendido por vía exprés un paciente de la 
pública sigue en lista de espera. Sin mencionar que Barnaclínic le 
adeuda al hospital más de 1 millón de euros.
No menos 
alarmante es el hecho de los conciertos que muchas autonomías tienen con
 hospitales privados pertenecientes a grupos como el IDC Salud-Quirón. 
Del dinero de los trabajadores salen jugosos beneficios repartidos entre
 accionistas. Por si esto fuera poco, los recortes no han afectado por 
igual a pública y a privada-concertada. En el caso de Catalunya, 
mientras en 2010 el presupuesto para la privada-concertada apenas 
llegaba al 50% del gasto total en sanidad, en 2014 ya superó el 54%. 
Junto a Catalunya, como campeonas del desmantelamiento de la sanidad 
pública, cabe premiar a Madrid. Las dos comunidades autónomas que más 
fondos públicos destinan a la gestión privada de la sanidad.
Claramente
 lo que pretenden es poco a poco imponer un sistema donde la sanidad 
pública sea algo residual, destinado a los sectores más pobres de la 
sociedad, y donde cualquiera que quiera recibir una atención de una 
mínima calidad se vea obligado a pagarse una mutua. Boi Ruiz, consejero 
catalán de Sanidad y antiguo presidente de la patronal sanitaria 
catalana, no lo pudo dejar más claro: “La salud depende de uno mismo, no
 del Estado. No hay un derecho a la salud”. Albano Dante, antaño miembro
 editor de la revista Cafè amb Llet (conocida por destapar los 
escándalos de corrupción de la sanidad catalana) y ahora diputado por 
Catalunya Sí que es Pot, ha denunciado el vínculo de la Assamblea 
Nacional Catalana con la sanidad privada. En sus documentos 
programáticos, firmados por destacados directivos de la patronal 
sanitaria, apuestan por el copago y elogian el sistema de la 
privada-concertada.
Pretenden
 crear un sistema a la imagen y semejanza del de EEUU. ¿Pero… es un 
sistema así más eficiente u obtiene mejores resultados en salud? Los 
datos claramente lo niegan. Estados Unidos es el país del mundo con un 
mayor gasto en sanidad por habitante y sin embargo un 16% de la 
población censada carece de cualquier tipo de cobertura y la que tienen 
62 millones de ciudadanos se considera insuficiente. La consecuencia de 
esto es que entre 45.000 y 100.000 pacientes mueren al año por falta de 
atención médica. Para muchos de los que tienen la suerte de poderse 
costear la atención que su enfermedad requiere la situación no es muy 
halagüeña tampoco, en EEUU cada minuto 2 personas se convierten en 
pobres debido al pago de servicios sanitarios. El 60% de la gente que 
entra en bancarrota lo hace por tener que hacer frente a deudas con las 
aseguradoras médicas.
En este 
siniestro plan para potenciar las mutuas encaja al dedillo el proyecto 
Visc+ Convergència, el cual pretende vender los datos sanitarios de los 
pacientes de la pública a empresas privadas. Degradan la sanidad pública
 y fuerzan a que quien pueda permitírselo se costee una mutua, no sin 
antes darle la información a las aseguradoras de qué problemas de salud 
tiene esa persona, para que con esa información puedan encarecer las 
pólizas.
La salud es política
En 
palabras del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud 
GREDS-ENCOMET* : “La lucha de clases constituye un elemento fundamental 
de una política igualitaria radical de salud pública”. Y esto es así 
tanto porque la lucha de clases es el motor de las mejoras en sanidad 
como el único camino que lleva a la mejora de las condiciones de vida de
 los trabajadores. La peor epidemia de nuestro tiempo es la desigualdad 
social, y así lo reconoce la CIE (Clasificación Internacional de 
Enfermedades), que sitúa la pobreza extrema como la principal causa de 
enfermedad del planeta.
Cuando 
uno hace afirmaciones así piensa en países del “Tercer mundo”, pero nada
 más lejos de la realidad. La desigualdad en salud inunda nuestra 
sociedad occidental. Un estudio realizado en los años 90 por 
profesionales del Harlem Hospital determinó que es menos probable llegar
 a los 65 años en dicho barrio que en Bangladesh. Reclamaron ser 
declarados zona catastrófica pero recibieron el silencio por respuesta. 
Dos décadas después y una crisis económica salvaje de por medio la 
situación no ha hecho más que empeorar.
En el 
Reino Unido, país donde más se han investigado los determinantes 
sociales de salud, se estima que al año se producen 42.000 muertes en 
pacientes de entre 16 y 74 años por vivir en condiciones socioeconómicas
 desfavorecidas. Esto equivale a decir que en el Reino Unido cada día se
 estrella un avión con la gente más pobre del país.
¿Es 
diferente la situación en el Estado español? Desgraciadamente no. Por 
dar algunas cifras, se calcula que al año se producen 35.000 muertes 
“socialmente evitables”, lo que vendrían a ser 4 muertes a la hora; 
120.000 muertes/año por accidente o enfermedad laboral (7.000 por 
cáncer); 1 de cada 4 trabajadores respira tóxicos cancerígenos en su 
puesto de trabajo; y en Barcelona, por ejemplo, la diferencia en 
esperanza de vida entre los barrios más ricos y los más pobres llega 
casi a los 10 años. Está demostradísimo que en la salud y la esperanza 
de vida influye más el código postal que factores como el sistema 
sanitario o ser fumador.
Por 
tanto, mejorar la salud de los trabajadores jamás pasará únicamente por 
los avances científicos ni por la promoción de estilos de vida 
saludables. La mejora de la salud pública no responde a la suma de 
pequeños esfuerzos individuales, se trata de una tarea colectiva que 
debe enmarcarse en la lucha de los trabajadores por la transformación 
social. Parafraseando otra vez a Virchow: “La mejora de la medicina 
alargará la vida humana, pero la mejora de las condiciones sociales 
permitirá lograr ese fin más rápidamente y con mayor éxito (…) La receta
 se puede resumir así: democracia plena y sin restricciones”.
*Muchos de los datos utilizados en este artículo provienen de trabajos del grupo de investigación GREDS-EMCONET http://www.upf.edu/greds-emconet/es/