jueves, 14 de julio de 2016

El espectáculo debe continuar


el espectaculo_primera vocal 

Os dejamos un espléndido post encontrado en la red; su autora es Vybra, a quien no conocemos, pero le damos las gracias por compartir sus palabras.

Otro día más, el tic tac de un reloj que nadie escucha empieza la danza inquietante de sus agujas persiguiéndose y no olvida marcar ni un solo segundo para completar el minuto de las horas de los días de mi condena.

Cada mañana, los rayos de luz que entran por la ventana reflejan en la pared la sombra de las rejas que me mantienen encarcelada y, nada más abrir los ojos, se me borra la sonrisa al verlas.
Es de día. Levántate, dúchate, vístete, desayuna y siéntate… A esperar. Eso hago, esperar y moverme con la inercia robótica que otorga a mi cuerpo verme obligada a cumplir normas. Te acostumbras, ya no te rebelas, y el día a día me convierte en el fantasma errante de mi propia existencia. Obedece. Ahora terapia, más tarde sala común a hacer manualidades. A las 12:00 un poco de gimnasia y a las 13:00 la comida, pero no tardes o lo más suave que te puede ocurrir es que te la comas fría. Recoge tus cosas, hoy no toca lectura, aléjate de la ventana, siéntate erguida y no te rías que, hoy, no hay reparto de sonrisas. No te saltes la siesta y finge que estás dormida, las galletas rancias de la merienda y el sucedáneo de cacao son una maravilla y no pienses demasiado que a las 20:00 la cena pondrá fin a tu día en compañía. Recoge, de nuevo, aséate y tómate la pastilla que evita que molestes, ya que de noche los locos tienen la fea costumbre de creer posibles sus fantasías. No sueñes, duerme. Que los sueños solo están permitidos fuera de estas paredes.

Y así, día tras día. Un hoy tan igual al ayer como idéntico al mañana.

Recuerdo las razones por las que he acabado aquí, cómo olvidarlas si aún no han inventado el fármaco que haga que los seres humanos no suframos las consecuencias de nuestros actos. Un diagnóstico, un veredicto y el mundo se detuvo para mí, dejándome flotando en el abismo. Una palabra que te marca como letra escarlata en tu solapa y la vida, literalmente, se para. Incapacitada.
Y así empieza mi condena con un “Es por tu bien”, “Has perdido la razón”, “Necesitas ayuda” o cualquiera de los formatos de palabras o putas frases hechas que la persona con la que hablas elija. Te encierran. Y te rebelas. Gritas, pataleas, te niegas a someterte y, al final, claudicas por mera supervivencia.

Aprendes a ser invisible, te vuelves más inteligente y obedeces. Olvidas que odias ducharte antes de las 9, que nunca te gustaron las galletas María, que odias que te obliguen a recogerte el pelo y te reconcilias con las heridas que te han conducido al exilio de la locura. Aprendes a bajar la voz y a esconderte sutilmente en la habitación, a decir lo que esperan que digas y te tragas sin protestar cualquier medicina que te prescriban. Saltas cuando toca, lloras cuando te lo autorizan y así transcurren los días, entre terapias para devolverme la cordura y mi mente usando la locura para no perderme definitivamente.

Y así, a solas, pese a estar rodeada de gente, traspaso las paredes del hospital que me retiene y vivo nuevamente. De una merienda con amigas me traslado, sin moverme, a la terraza de tu casa para observar cómo te relajas con tu copa de vino y la música alta. De ahí a devorar panteras rosas, a pisar tierra mojada, a tomar un café de madrugada y a besarte con pasión. Los días pesan y pasan lentamente mientras aprendo la manera de sentirme libre sin serlo. Soñando me gusta aún más cómo hueles, las gotas de rocío mojando mi cara y la sonrisa cómplice de mis amigos ante mis bromas. Adoro salir el sábado por la noche con mi mejor vestido y, sin saber dónde me llevará, viajar aferrada a tu mano.

Pero, sin embargo, aquí sigo. Preguntándome cuánto tardará mi vida en volver a la normalidad, cuándo podré hacer realidad todo lo que hasta hace tan solo unos días parecía una utopía. Esperando, cada maldito día, a que el reloj se mueva más deprisa y la ley me devuelva de nuevo la libertad que tanto necesito.

Volver, solo eso. A decidir, a no pedir permiso, a sentarme como me plazca, a usar mis bragas, a ponerme tacones y a comer sin tenedores tan solo porque me da la gana. Poder gritar, comer profiteroles, andar desnuda, reír sin miedo, caminar sin prisa, bailar en la calle, robar sonrisas, atacar a tus pantalones para declararte la guerra y tener sexo contigo aprovechando la intimidad que otorgan los rincones.

Quizá sea mañana o quizá el jueves. Tal vez el viernes me traiga la libertad… Pero hoy el espectáculo debe continuar y yo estoy hasta los cojones de esperar, de ser un expediente más, de la burocracia y de cualquiera que se dirija a mí utilizando el imperativo.

Se apagan las luces, el día termina, y toca cerrar los ojos a la certeza de aprender que no existe mayor desafío que el de permanecer cuerdo en este mundo de locos.