El 25 de mayo de 2015, Oussama murió al caer por uno de los
acantilados que da acceso al puerto. Acababa de cumplir la mayoría de
edad y, a pesar de haber estado tutelado por la Ciudad Autónoma de
Melilla, no tenía permiso de residencia. Seis meses más tarde, Monssif,
del que no se había concretado su edad, murió también, esta vez de
hipotermia al intentar cruzar a nado el medio kilómetro de distancia
para alcanzar el barco en el que pretendía llegar a la península.
La última muerte de un menor no acompañado en Melilla fue la de
Hamza, de 15 años, en marzo de este año, también de hipotermia al
intentar llegar al barco. Hasta entonces Hamza estaba en régimen de acogida
en el centro de menores Fuerte Purísima. Un niño más murió también,
pero al intentar llegar a nado desde Nador hasta Melilla. “En ninguna de
las muertes, la Ciudad Autónoma de Melilla tomó responsabilidades y se
encargó de la repatriación de los cuerpos a sus ciudades de origen”,
señalan desde la asociación Harraga.
Estas cuatro muertes son la cara más dramática de la marginación a la
que se ven abocados cientos de niños y niñas que llegan al territorio
español por la frontera sur. La exclusión del sistema educativo, la
extinción de los permisos de residencia a la mayoría de edad, la
violencia y malas condiciones generales del centro de acogida son
algunos de los problemas que enfrentan los menores extranjeros no acompañados (MENA) que llegan a Melilla, según se desprende del informe De niños en peligro a niños peligrosos, elaborado por la asociación Harraga, constituida en enero de este año y surgida de la ONG Prodein.
Esta asociación, cuyo nombre viene del dariya (árabe magrebí) y
significa “el que quema fronteras en busca de una vida mejor”, trabaja
actualmente con 83 menores que viven en las calles de Melilla, la
mayoría de ellos procedentes de Fez. “Los niños con los que trabajamos
se autodenominan como harraga”, explica Sara Olcina, miembro de esta
asociación. El informe explica cómo la cultura migratoria en la que
estos niños viven se hace latente en las canciones y palabras que
emplean para hacer referencia a los distintos tipos de migración, como
‘risky’ –como denominan a intentar entrar en el barco sin que la policía
les vea o les huelan los perros–, o ‘Ghorba’ –Europa–.
Según explican desde Harraga, el fenómeno de la migración infantil
se inicia en nuestro país a mediados de la década de los noventa y su
presencia en los sistemas de protección de menores se generaliza en toda
España hacia el año 2000. “En la actualidad, la llegada de MENA es
constante, sobre todo a las comunidades de Canarias y Andalucía, así
como a las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, habiendo experimentado
un fuerte incremento en los últimos años”, señala el informe.
Según los datos más recientes de la Dirección General de Policía
recogidos por Harraga, en 2013 se contaban 4.059 MENA, de los cuales
2.841 estaban en centros de menores y los otros 1.218 se habían fugado
de estos centros. Sólo en Melilla, la Policía tenía censados en 2013 un
total de 403 menores no acompañados, de los que 151 estaban viviendo en
la calle.
El estudio realizado por Harraga muestra que, de los 91 niños que
viven en las calles de Melilla entrevistados, más de la mitad tienen
entre 16 y 17 años y el 84% llevan viviendo en esta ciudad entre un mes y
tres años. A pesar de ser menores de edad, ninguno de ellos tiene el
permiso de residencia, tal como obliga la legislación. Casi todos ellos
han pasado por el centro de menores Fuerte Purísima y el 25% entra y
sale de este centro de forma continua. La mayor parte de los niños
entrevistados han permanecido en el centro de menores menos de seis
meses, un 15%, duró menos de una semana y sólo el 7% ha aguantado allí
más de un año.
“Pero ¿qué mueve a los niños a abandonar el sistema de protección de
menores español?”. Ésa es la principal pregunta que intenta responder el
informe presentado por Harraga.
“Esto no es un hotel’
Es una de las frases que más escuchan los menores que llegan a Fuerte
Purísima, centro de menores de Melilla gestionado durante varios años
por Clece (Grupo ACS) y actualmente por Arquisocial. En marzo de 2016,
el centro acogía a 360 niños, más del doble de su capacidad. El 92% de
los niños entrevistados afirman que la razón para fugarse del centro es la “violencia sistemática”,
y el 75% concretan que es la violencia que ejercen sobre ellos los
educadores el principal motivo para no permanecer allí. Preguntados
sobre a qué tipo de violencia se refieren, todos los niños entrevistados
denunciaron “golpes” y “palizas”.
Las malas condiciones higiénicas del centro fueron la segunda razón
más presente (el 36% de los niños entrevistados), sobre todo por las
chinches en las camas. Otras razones para fugarse del centro de menores
son las duchas de agua fría, la mala calidad de la comida, la
superpoblación, la ropa en pésimas condiciones –sólo les facilitan una
muda de verano y otra de invierno– y, en algunos casos –el 2,2%–, la
medicación que les suministran para dormirlos.
La estancia en el centro de menores tampoco garantiza a estos niños
que puedan regularizar su situación administrativa. “Según los datos
recogidos y las distintas experiencias vividas en primera persona,
podemos afirmar que los niños son engañados entre
trámites burocráticos y vacíos legales”, explica el informe. En la
mayoría de los casos, los niños se ven obligados a abandonar el centro
el mismo día que cumplen la mayoría de edad “sin ser informados
absolutamente de nada”.
A pesar de que la legislación obliga a que se certifique la estancia
en España de los menores tomando la Guardia Civil sus huellas en un
plazo de nueve meses, el estudio señala que muchos de ellos no han
‘huellado’ ninguna vez aun llevando en Melilla mucho más de nueve meses.
Todos contra los MENA
El informe de Harraga incluye también un estudio de opinión sobre la
opinión de los vecinos de Melilla sobre el fenómeno MENA. Según este
estudio, el 30% de los entrevistados afirmaban que los niños de la calle
les daban pena y hasta el 70% que “no deberían estar en la calle porque
roban, molestan, dan miedo y mala imagen a la ciudad”. En concreto, el
60% de los encuestados afirmaron sentir miedo cuando los ven y los
relacionan con robos, agresiones, violaciones o apuñalamientos, a pesar
de que el 90% de los encuestados también admitieron que nunca habían sufrido robos o agresiones por parte de niños extranjeros no acompañados.
“En todos esos meses de acompañamiento, hemos sido testigos de cómo
los pedófilos se acercan a los niños, frecuentando en vehículos las
zonas donde suelen estar, proponiendo cobijo y drogas en sus casas, en
los parques de la ciudad aprovechando las idas y venidas de los niños en
busca de sustento y alimento. Consideramos que hay una dejadez absoluta
por parte de la Fiscalía para abordar este tema, puesto que es, por
desgracia, una realidad muy común”, explica la asociación Harraga en el
informe De niños en peligro a niños peligrosos.
“Todos los días en las prensa local aparecen dos, tres o cuatro
noticias sobre los MENA”, lamenta Olcina, quien señala que
la criminalización de los menores ante la opinión pública no se
corresponde con las cifras de criminalidad. Desde el Juzgado de Menores
de Melilla, el magistrado Álvaro Salvador señala que el número de
delitos cometidos por menores extranjeros no acompañados no llega al
10%. Sin embargo, según apunta el informe de Harraga, en el último año
han sido 12 los menores no acompañados que fueron ingresados en el
reformatorio Baluarte de Melilla. Siete de ellos fueron ingresados en
régimen cautelar y posteriormente fueron puestos en libertad sin cargos
tras pasar hasta seis meses de plazo máximo legal.