miércoles, 2 de marzo de 2016

Otegi, historia de la venganza contra una paz inconveniente

El 13 de octubre de 2009 la Policía Nacional al mando del juez Baltasar Garzón entraba al asalto en la sede del sindicato LAB de San Sebastián, donde estaban reunidos destacados políticos de la izquierda abertzale. Diez personas fueron detenidas, entre ellas  Arnaldo Otegi, Rafa Díaz Usabiaga, Rufi Etxeberria o Sonia Jacinto. Otros como Miren Zabaleta, Arkaitz Rodríguez o  Txelui Moreno fueron detenidos en otros puntos del País Vasco. Caía así, según explicaron fuentes judiciales y reprodujo buena parte de la prensa, el "último intento de reconstruir la estructura de Batasuna", una iniciativa supuestamente ordenada por ETA y ejecutada por los detenidos.

Esta fue la teoría judicial-policial con la que se llevó a cabo la operación Bateragune de aquel octubre y con la que se presentó a los detenidos ante el tribunal en un juicio que, como era de esperar, confirmó la hipotesis de partida. Casi 7 años después de la detención, cuando Otegi pone un pie en la calle el relato judicial que lo metió entre rejas ha perdido toda credibilidad en contraste con los hechos consumados, que dejan fuera de juego la conexión entre la reconstrucción de Batasuna y estar a las órdenes de ETA. En este tiempo la izquierda abertzale se ha dotado de un partido, Sortu, que suple el papel de Batasuna, y concurre a las elecciones de forma legal e incluso gobierna algunas instituciones sin mayor sobresalto. La "estructura política", por tanto, ha sido "reconstruida". Y, pese a eso, ETA ya no existe. El grupo terrorista cometió su último atentado en 2010 y anunció el cese definitivo de la violencia en octubre del 2011, tras la conferencia de paz de Aiete.

Con estos dos hechos en la mano, hoy es imposible sostener que la construcción de un partido abertzale sirviera para mantener viva a ETA. Más bien se ha demostrado lo contrario. ETA ha desaparecido en perfecta correlación con la profundización del movimiento abertzale en su apuesta por las vías democráticas. Y, cuando ese argumento principal en el que se basó la condena ha quedado desmentido por el tiempo, toca analizar los porqués.

Es difícil valorar los objetivos que perseguían  en la operación Bateragune policías y jueces, instructores o tribunales, sin caer en el juicio de intenciones. Tampoco ayuda a aclararlo la confusión conceptual que han rodeado los procesos judiciales en torno a la izquierda abertzale desde hace al menos dos décadas, desde la instauración del llamado "Todo es ETA", doctrina por la que la banda terrorista deja de ser solo la organización que comete actos terroristas y comienza a serlo toda aquella que tiene una afinidad ideológica, tiene contacto de algún tipo o comparte algunos de sus objetivos políticos. El andamiaje jurídico de los últimos tiempos, hecho a medida de un determinado enfoque de la política antiterrorista del Estado, bien pudo convertir la condena de Otegi y los 5 del Bateragune en una mera inercia judicial. Así lo sostienen algunos, que recuerdan que condenas así se han dado por el efecto arrastre de unas sentencias sobre otras.

Pero, en el caso de Otegi, lo que sabemos ahora es tan potente en relación al relato con el que se construyó la sentencia que ni siquiera ese babel jurídico es suficiente para explicar el caso. ¿Cómo es posible que acabara en prisión por estar a las órdenes de ETA un hombre que en el momento de su detención trataba de dinamizar una propuesta política que, ya en su propia concepción, abogaba con claridad por el abandono de la violencia? ¿Cómo pudo castigarse e intentar pararse una estrategia de la izquierda abertzale que ahora se ha demostrado facilitadora –cuando no desencadenadora– del fin de ETA? Las respuestas a estas preguntas son tan complicadas que solo pueden entenderse atendiendo a los antecedentes y al contexto político vasco y español del final de la década de los 2000.

Historia de una paz frustrada

En los años 2000-2001 en País Vasco se acababa de romper el último intento de diálogo para acabar con el conflicto armado. Hubo una enorme decepción por parte de todos los agentes que habían participado y ETA volvió a matar. Es en este contexto de pesimismo cuando ocurre un hecho que será semilla de todo lo demás. En algún momento del inicio del milenio, Arnaldo Otegi y el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, se comienzan a ver entre las cuatro paredes del caserío Txillarre, en Elgoibar, invitados por su amigo común Pello Rubio. El objetivo era poco más que comer y charlar de política, actividad y ambiente distendidos para limar unas posiciones políticas que parecían irreconciliables.

Los encuentros se prolongaron durante años y acabaron fructificando. Los dos hombres acordaron unos principios comunes y un esquema para un hipotético diálogo futuro. El ejercicio era poco más que una ficción, ya que no tenía posibilidades de producirse mientras el PP gobernaba, algo que todos consideraban seguro al menos en la siguiente legislatura. Pero en el año 2004 España convulsionó. Zapatero llegó al gobierno  de forma inesperada tras los atentados del 11M y pronto Eguiguren le transmitió que había posibilidades reales de sentarse a negociar con la izquierda abertzale.

Eguiguren pide la liberación de Otegi y el acercamiento de presos de ETA
Jesús Eguiguren, expresidente del PSE EFE
 
La negociación no se hizo esperar. Fue complicada desde el primer día, y se  malogró cuando daba los primeros pasos. Su fracaso ocurrió por una suerte de factores que, sin ánimo de ser exhaustivo, pueden resumirse en que ETA tenía facciones internas enfrentadas, algunas contrarias al proceso de paz, que el Gobierno no fue capaz de cumplir los compromisos que había adquirido por –entre otras cosas– la enorme presión de sectores conservadores en las estructuras del Estado, que la mesa política de Loiola en la que PSE, PNV y Batasuna intentaban llegar a un acuerdo político nunca logró ese acuerdo, que las negociaciones "técnicas" ni siquiera acabaron de arrancar o que una parte de los estamentos de ETA dicidieron en un momento meter prisa al proceso como los grupos armados suelen hacerlo, segando vidas. Todo se fue al traste con un atentado con el que ETA asesinó a dos personas en la terminal 4 del Aeropuerto de Barajas el 30 de octubre de 2006. Hubo unas pocas reuniones más en Suiza, al menos hasta mayo de 2007, pero el diálogo no encontró camino.

La frustración política volvió a ser brutal en Euskal Herria. ETA volvió a actuar en toda su crudeza, con 6 asesinados entre 2007 y 2008. La represión judicial contra toda organización que oliera a abertzale se recrudeció y la cúpula nacional de Batasuna cayó en la redada de Garzón. El PSOE, acosado por la presión del entorno del PP, quería dar la imagen de tolerancia 0 delante del mundo de ETA.

El efecto en el clima social fue tremendo. Eguiguren lo ha descrito como "la victoria de los más duros de ambos polos". Los sectores que siempre habían estado contra el proceso de paz se sintieron cargados de razones y pudieron exhibir que el diálogo contra los terroristas era un error, cuando no una claudicación, y que la derrota de ETA solo llegaría con una victoria judicial y policial, en la más pura lógica militar. La política antiterrorista volvió a un estado previo a 2004. La recuperación y auge de este relato marcaría la percepción tanto de los poderes del Estado como de la opinión pública española sobre la efervescencia abertzale de los años siguientes.

Historia de una paz unilateral

El cambio en la opinión pública española no fue el más importante. El atentado de la T4 había hecho que algo muy profundo se moviera en la izquierda abertzale. Y, particularmente, en Arnaldo Otegi, que además entre junio de 2007 y agosto de 2008 estuvo en prisión por un delito de enaltecimiento del terrorismo. Las reflexiones de aquellos 15 meses en prisión se expresan con toda claridad en el libro "El tiempo de las luces", una larga entrevista del periodista de Gara Fermin Munarriz a Otegi publicado en 2012.

"La persistencia o mantenimiento de la lucha armada", explica Arnaldo Otegi a  Munarriz, "además de conceder al Estado una excusa perfecta para distorsionar el conflicto político y distorsionarlo en un esquema antiterrorista, impedía la acumulación de fuerzas para alcanzar nuestros fines".

Durante aquel periodo de internamiento Otegi había desarrollado toda su teoría sobre la necesidad del cambio de ciclo en la izquierda abertzale, que pasa, entre otras cosas, por la negación de la violencia. Su reflexión se basa en la constatación de que la izquierda abertzale había conseguido sentar al gobierno Español a la mesa de negociación, pero ETA había hecho saltar por los aires las posibilidades de acuerdo político con el atentado. ETA, o al menos una parte importante de ETA, ya no era capaz de actuar en virtud de objetivos políticos como en décadas pasadas, y ya solo actuaba para autoperpetuarse. De pronto se hizo evidente ante los ojos de Otegi que la estrategia armada era un estorbo para los objetivos políticos abertzales.

El dirigente independentista observó en prisión además que la hipótesis del cambio de rumbo, que él mantenía en un círculo íntimo cuando estaba en la calle, era ya compartida por amplios sectores de la militancia abertzale, por lo que consideró que estaba madura para impulsarla a su salida. Los ejes de su propuesta eran, por un lado, construir una nueva formación abertzale en forma de vanguardia que renegara de la violencia; por otro formar un polo de amplio espectro que aglutinara a toda la izquierda nacionalista vasca, de Alternatiba a EA y, por último, utilizar la unilateralidad como nueva herramienta de presión. En resumen, para finales de 2008 Otegi estaba convencido de que la sociedad vasca debía avanzar en una agenda propia independentista y no violenta para forzar al Estado a dar pasos hacia la autodeterminación.

Otegi llama a "vaciar las cárceles" en una grabación en el mitin de EH Bildu
Campaña de Laura Mintegi para lehendakari por EH Bildu EFE
 
En esto trabajará durante el año siguiente, buscando la complicidad con los sectores más jóvenes del movimiento. En noviembre de 2008, Otegi concede una entrevista a Gara donde ya pone de manifiesto la mayoría de sus tesis del momento. En marzo de 2009, pone de largo su propuesta en una rueda de prensa, donde comienza a verse que la del histórico dirigente no es una idea aislada sino que crea importantes adhesiones en ámbitos inesperados del movimiento abertzale. Mientras tanto se están produciendo reuniones con diferentes sectores abertzales, de los que saldrá la ponencia "Argitzen", el documento donde con más claridad se ponen de manifiesto las nuevas coordenados políticas, que impulsarán un amplio debate entre la militancia independentista vasca.

El que entonces se llamó "debate estratégico" fue un hito porque todo el mundo tenía claro que, de triunfar la ponencia defendida por Otegi, a ETA no le quedaba otro camino que la soledad o el cese de la violencia. Por primera vez en décadas, en la izquierda abertzale los "políticos" tienen la iniciativa respecto a los "militares", y eso deja a la mermada ETA del momento definitivamente muerta políticamente. Pero las organizaciones terroristas como ETA tienen potencia de fuego más allá de su capacidad política, y para Otegi y los suyos, conocedores de otros conflictos armados como el irlandés, esto será una preocupación constante durante el "debate estratégico" y explica su empeño en que el movimiento sea lento para que la izquierda abertzale lo haga junta y entera, dejando las menores bolsas de apoyo posible a la estrategia armada.

La ponencia Argitzen convencerá a las bases en un debate en el que se calcula que participan unas 7.000 personas y cristalizará en el documento Zutik Euskal Herria, carta central de toda la actual estrategia abertzale y que deja sin amparo político a la violencia  por primera vez en la historia de la izquierda abertzale. En marzo de 2010 se produce la Declaración de Bruselas, donde personalidades internacionales piden a ETA un alto el fuego "permanente y verificable". ETA responderá en septiembre de ese año, a la reflexión que se está haciendo en el movimiento político en 2010, en un comunicado asegurando que hacía algunos meses habían tomado "la decisión de no llevar a cabo acciones armadas ofensivas". En enero de 2011, ETA perseveraría en el camino abierto, anunciando un alto el fuego "permanente, general y verificable".

Historia de una venganza

La estrategia de Otegi funcionaba y el fin de la violencia de ETA llegaba como nunca había llegado hasta el momento, esto es, de forma unilateral, impulsada desde el movimiento abertzale y sin condiciones previas. La situación rompía el relato instalado en la opinión pública española sobre la necesidad de la victoria policial para acabar con ETA. Durante aquel periodo fue frecuente la expresión "tregua trampa" pronunciada por políticos, analistas y periodistas españoles para explicar los pasos que daba el mundo abertzale, imposibles de calzar en una historia en la que la pacificación en Euskadi nunca podría venir desde la propia izquierda abertzale.

Sortu espera que el TEDH "enmiende" el fallo del Constitucional sobre Otegi
Sortu hace campaña por la liberación de los presos EFE
 
A los sectores de la opinión pública sinceramente golpeados por el fracaso del proceso de paz anterior se le suman los cálculos políticos. Para febrero 2011 nacía Sortu y poco después Bildu, que constituían la formación de un polo político con amplia capacidad  electoral, como se vio en las elecciones locales y a las diputaciones de mayo de aquel año, en las que Bildu se convierte en la fuerza con más representantes en los ayuntamientos vascos.

Un mes después de aquella victoria en las urnas comienza el juicio de Otegi. En aquella sala, ninguno de los argumentos que la propia realidad presta, como el alto el fuego permanente, el impulso de Otegi por la apuesta de la izquierda abertzale por las vías pacíficas o la actividad legal de las nuevas formaciones abertzales, son tenidos en cuenta. Al contrario, el tribunal ve instrumentalización de ETA en los pasos que la habían llevado al cese, y considera que la actividad política de Otegi, en hechos como la primera rueda de prensa de 2009, las reuniones en el sindicato LAB o la elaboración de documentos sobre la nueva estrategia política, responden a una voluntad del grupo terrorista.

Especialmente relevantes son las argumentaciones jurídicas que hacen dos magistrados en la sentencia que rebaja las penas de Otegi y Díaz Usabiaga en 2012. En ellas los miembros del tribunal piden, uno de ellos, la repetición del juicio y, el otro, la absolución, al entender que no se ha respetado la presunción de inocencia de los condenados. Lo que el tribunal había juzgado eran hechos políticos, por lo que la sentencia vista a día de hoy, solo se puede circunscribir a la venganza contra unos hechos que rompían el relato establecido política y judicialmente sobre el fin de ETA.

La paz había llegado, por fin, pero de manera inesperada e inconveniente para quienes mantenían que esta solo era posible con un derrota policial. Y, sin embargo, se había producido mediante el viraje político de la propia izquierda abertzale, un hecho que era precisamente la argamasa del auge político de sus formaciones. Otegi y sus cinco compañeros pagaron en prisión haber arrebatado al Estado una victoria militar sobre ETA que daban por segura y una victoria política sobre el independentismo vasco que era entonces necesaria.