El 13 de octubre de 2009 la Policía Nacional al mando 
del juez Baltasar Garzón entraba al asalto en la sede del sindicato LAB 
de San Sebastián, donde estaban reunidos destacados políticos de la 
izquierda abertzale. Diez personas fueron detenidas, entre ellas  Arnaldo Otegi, Rafa Díaz Usabiaga, Rufi Etxeberria o Sonia Jacinto. Otros como Miren Zabaleta, Arkaitz Rodríguez o  Txelui Moreno fueron
 detenidos en otros puntos del País Vasco. Caía así, según explicaron 
fuentes judiciales y reprodujo buena parte de la prensa, el "último 
intento de reconstruir la estructura de Batasuna", una iniciativa 
supuestamente ordenada por ETA y ejecutada por los detenidos.
 
 Esta fue la teoría judicial-policial con la que se llevó a cabo la 
operación Bateragune de aquel octubre y con la que se presentó a los 
detenidos ante el tribunal en un juicio que, como era de esperar, 
confirmó la hipotesis de partida. Casi 7 años después de la 
detención, cuando Otegi pone un pie en la calle el relato judicial que 
lo metió entre rejas ha perdido toda credibilidad en contraste con los 
hechos consumados, que dejan fuera de juego la conexión entre la 
reconstrucción de Batasuna y estar a las órdenes de ETA. En este tiempo 
la izquierda abertzale se ha dotado de un partido, Sortu, que suple el 
papel de Batasuna, y concurre a las elecciones de forma legal e incluso 
gobierna algunas instituciones sin mayor sobresalto. La "estructura 
política", por tanto, ha sido "reconstruida". Y, pese a eso, ETA ya no 
existe. El grupo terrorista cometió su último atentado en 2010 y anunció
 el cese definitivo de la violencia en octubre del 2011, tras la 
conferencia de paz de Aiete.
 Con estos dos hechos en la mano, hoy es imposible 
sostener que la construcción de un partido abertzale sirviera para 
mantener viva a ETA. Más bien se ha demostrado lo contrario. ETA ha 
desaparecido en perfecta correlación con la profundización del 
movimiento abertzale en su apuesta por las vías democráticas. Y, cuando 
ese argumento principal en el que se basó la condena ha quedado 
desmentido por el tiempo, toca analizar los porqués.
 Es difícil valorar los objetivos que perseguían  en la operación Bateragune policías
 y jueces, instructores o tribunales, sin caer en el juicio de 
intenciones. Tampoco ayuda a aclararlo la confusión conceptual que han 
rodeado los procesos judiciales en torno a la izquierda abertzale desde 
hace al menos dos décadas, desde la instauración del llamado "Todo es 
ETA", doctrina por la que la banda terrorista deja de ser solo la 
organización que comete actos terroristas y comienza a serlo toda 
aquella que tiene una afinidad ideológica, tiene contacto de algún tipo o
 comparte algunos de sus objetivos políticos. El andamiaje jurídico de 
los últimos tiempos, hecho a medida de un determinado enfoque de la 
política antiterrorista del Estado, bien pudo convertir la condena de 
Otegi y los 5 del Bateragune en una mera inercia judicial. Así lo 
sostienen algunos, que recuerdan que condenas así se han dado por el 
efecto arrastre de unas sentencias sobre otras.
 Pero,
 en el caso de Otegi, lo que sabemos ahora es tan potente en relación al
 relato con el que se construyó la sentencia que ni siquiera ese babel 
jurídico es suficiente para explicar el caso. ¿Cómo es posible que 
acabara en prisión por estar a las órdenes de ETA un hombre que en el 
momento de su detención trataba de dinamizar una propuesta política que,
 ya en su propia concepción, abogaba con claridad por el abandono de la 
violencia? ¿Cómo pudo castigarse e intentar pararse una estrategia de la
 izquierda abertzale que ahora se ha demostrado facilitadora –cuando no 
desencadenadora– del fin de ETA? Las respuestas a estas preguntas son 
tan complicadas que solo pueden entenderse atendiendo a los antecedentes
 y al contexto político vasco y español del final de la década de los 
2000.
Historia de una paz frustrada
 En los 
años 2000-2001 en País Vasco se acababa de romper el último intento de 
diálogo para acabar con el conflicto armado. Hubo una enorme decepción 
por parte de todos los agentes que habían participado y ETA volvió a 
matar. Es en este contexto de pesimismo cuando ocurre un hecho que será 
semilla de todo lo demás. En algún momento del inicio del milenio, 
Arnaldo Otegi y el presidente del PSE, Jesús Eguiguren, se comienzan a 
ver entre las cuatro paredes del caserío Txillarre, en Elgoibar, 
invitados por su amigo común Pello Rubio. El objetivo era poco más que 
comer y charlar de política, actividad y ambiente distendidos para limar
 unas posiciones políticas que parecían irreconciliables.
 Los encuentros se prolongaron durante años y acabaron fructificando. 
Los dos hombres acordaron unos principios comunes y un esquema para un 
hipotético diálogo futuro. El ejercicio era poco más que una ficción, ya
 que no tenía posibilidades de producirse mientras el PP gobernaba, algo
 que todos consideraban seguro al menos en la siguiente legislatura. 
Pero en el año 2004 España convulsionó. Zapatero llegó al gobierno  de forma inesperada tras los atentados del 11M y pronto Eguiguren le transmitió que había posibilidades reales de sentarse a negociar con la izquierda abertzale.
 
    
      
 Jesús Eguiguren, expresidente del PSE
 
 EFE
 
 
      
    
La negociación no se hizo esperar. Fue complicada desde el primer día, y se  malogró cuando
 daba los primeros pasos. Su fracaso ocurrió por una suerte de factores 
que, sin ánimo de ser exhaustivo, pueden resumirse en que ETA tenía 
facciones internas enfrentadas, algunas contrarias al proceso de paz, 
que el Gobierno no fue capaz de cumplir los compromisos que había 
adquirido por –entre otras cosas– la enorme presión de sectores 
conservadores en las estructuras del Estado, que la mesa política de 
Loiola en la que PSE, PNV y Batasuna intentaban llegar a un acuerdo 
político nunca logró ese acuerdo, que las negociaciones "técnicas" ni 
siquiera acabaron de arrancar o que una parte de los estamentos de ETA 
dicidieron en un momento meter prisa al proceso como los grupos armados 
suelen hacerlo, segando vidas. Todo se fue al traste con un atentado con
 el que ETA asesinó a dos personas en la terminal 4 del Aeropuerto de 
Barajas el 30 de octubre de 2006. Hubo unas pocas reuniones más en 
Suiza, al menos hasta mayo de 2007, pero el diálogo no encontró camino.
 La frustración política volvió a ser brutal en Euskal Herria. ETA 
volvió a actuar en toda su crudeza, con 6 asesinados entre 2007 y 2008. 
La represión judicial contra toda organización que oliera a abertzale se
 recrudeció y la cúpula nacional de Batasuna cayó en la redada de 
Garzón. El PSOE, acosado por la presión del entorno del PP, quería dar 
la imagen de tolerancia 0 delante del mundo de ETA.
 
El efecto en el clima social fue tremendo. Eguiguren lo ha descrito como
 "la victoria de los más duros de ambos polos". Los sectores que siempre
 habían estado contra el proceso de paz se sintieron cargados de razones
 y pudieron exhibir que el diálogo contra los terroristas era un error, 
cuando no una claudicación, y que la derrota de ETA solo llegaría con 
una victoria judicial y policial, en la más pura lógica militar. La 
política antiterrorista volvió a un estado previo a 2004. La 
recuperación y auge de este relato marcaría la percepción tanto de los 
poderes del Estado como de la opinión pública española sobre la 
efervescencia abertzale de los años siguientes.
Historia de una paz unilateral
 El cambio en la opinión pública española no fue el más importante. El 
atentado de la T4 había hecho que algo muy profundo se moviera en la 
izquierda abertzale. Y, particularmente, en Arnaldo Otegi, que además 
entre junio de 2007 y agosto de 2008 estuvo en prisión por un delito de 
enaltecimiento del terrorismo. Las reflexiones de aquellos 15 meses en 
prisión se expresan con toda claridad en el libro "El tiempo de las 
luces", una larga entrevista del periodista de Gara Fermin Munarriz a 
Otegi publicado en 2012.
 "La persistencia o mantenimiento de la lucha armada", explica Arnaldo Otegi a  Munarriz,
 "además de conceder al Estado una excusa perfecta para distorsionar el 
conflicto político y distorsionarlo en un esquema antiterrorista, 
impedía la acumulación de fuerzas para alcanzar nuestros fines".
 Durante aquel periodo de internamiento Otegi había desarrollado toda su
 teoría sobre la necesidad del cambio de ciclo en la izquierda 
abertzale, que pasa, entre otras cosas, por la negación de la violencia.
 Su reflexión se basa en la constatación de que la izquierda abertzale 
había conseguido sentar al gobierno Español a la mesa de negociación, 
pero ETA había hecho saltar por los aires las posibilidades de acuerdo 
político con el atentado. ETA, o al menos una parte importante de ETA, 
ya no era capaz de actuar en virtud de objetivos políticos como en 
décadas pasadas, y ya solo actuaba para autoperpetuarse. De pronto se 
hizo evidente ante los ojos de Otegi que la estrategia armada era un 
estorbo para los objetivos políticos abertzales.
 El 
dirigente independentista observó en prisión además que la hipótesis del
 cambio de rumbo, que él mantenía en un círculo íntimo cuando estaba en 
la calle, era ya compartida por amplios sectores de la militancia 
abertzale, por lo que consideró que estaba madura para impulsarla a su 
salida. Los ejes de su propuesta eran, por un lado, construir una nueva 
formación abertzale en forma de vanguardia que renegara de la violencia;
 por otro formar un polo de amplio espectro que aglutinara a toda la 
izquierda nacionalista vasca, de Alternatiba a EA y, por último, 
utilizar la unilateralidad como nueva herramienta de presión. En 
resumen, para finales de 2008 Otegi estaba convencido de que la sociedad
 vasca debía avanzar en una agenda propia independentista y no violenta 
para forzar al Estado a dar pasos hacia la autodeterminación.
 
    
      
 Campaña de Laura Mintegi para lehendakari por EH Bildu
 
 EFE
 
 
      
    
En esto trabajará durante el año siguiente, buscando la 
complicidad con los sectores más jóvenes del movimiento. En noviembre de
 2008, Otegi concede  una entrevista a Gara donde ya pone de manifiesto la mayoría de sus tesis del momento.
 En marzo de 2009, pone de largo su propuesta en una rueda de prensa, 
donde comienza a verse que la del histórico dirigente no es una idea 
aislada sino que crea importantes adhesiones en ámbitos inesperados del 
movimiento abertzale. Mientras tanto se están produciendo reuniones con 
diferentes sectores abertzales, de los que saldrá la ponencia 
"Argitzen", el documento donde con más claridad se ponen de manifiesto 
las nuevas coordenados políticas, que impulsarán un amplio debate entre 
la militancia independentista vasca.
 El que entonces 
se llamó "debate estratégico" fue un hito porque todo el mundo tenía 
claro que, de triunfar la ponencia defendida por Otegi, a ETA no le 
quedaba otro camino que la soledad o el cese de la violencia. Por 
primera vez en décadas, en la izquierda abertzale los "políticos" tienen
 la iniciativa respecto a los "militares", y eso deja a la mermada ETA 
del momento definitivamente muerta políticamente. Pero las 
organizaciones terroristas como ETA tienen potencia de fuego más allá de
 su capacidad política, y para Otegi y los suyos, conocedores de otros 
conflictos armados como el irlandés, esto será una preocupación 
constante durante el "debate estratégico" y explica su empeño en que el 
movimiento sea lento para que la izquierda abertzale lo haga junta y 
entera, dejando las menores bolsas de apoyo posible a la estrategia 
armada.
 La ponencia Argitzen convencerá a las bases 
en un debate en el que se calcula que participan unas 7.000 personas y 
cristalizará en el documento Zutik Euskal Herria, carta central de toda 
la actual estrategia abertzale y que deja sin amparo político a la 
violencia  por primera vez en la historia de la izquierda abertzale.
 En marzo de 2010 se produce la Declaración de Bruselas, donde 
personalidades internacionales piden a ETA un alto el fuego "permanente y
 verificable". ETA responderá en septiembre de ese año, a la reflexión 
que se está haciendo en el movimiento político en 2010, en un comunicado
 asegurando que hacía algunos meses habían tomado "la decisión de no 
llevar a cabo acciones armadas ofensivas". En enero de 2011, ETA 
perseveraría en el camino abierto, anunciando un alto el 
fuego "permanente, general y verificable".
Historia de una venganza
 La estrategia de Otegi funcionaba y el fin de la violencia de ETA 
llegaba como nunca había llegado hasta el momento, esto es, de forma 
unilateral, impulsada desde el movimiento abertzale y sin condiciones 
previas. La situación rompía el relato instalado en la opinión pública 
española sobre la necesidad de la victoria policial para acabar con ETA.
 Durante aquel periodo fue frecuente la expresión "tregua trampa" 
pronunciada por políticos, analistas y periodistas españoles para 
explicar los pasos que daba el mundo abertzale, imposibles de calzar en 
una historia en la que la pacificación en Euskadi nunca podría venir 
desde la propia izquierda abertzale.
 
    
      
 Sortu hace campaña por la liberación de los presos
 
 EFE
 
 
      
    
A los sectores de la opinión pública 
sinceramente golpeados por el fracaso del proceso de paz anterior se le 
suman los cálculos políticos. Para febrero 2011 nacía Sortu y poco 
después Bildu, que constituían la formación de un polo político con 
amplia capacidad  electoral, como se vio en las 
elecciones locales y a las diputaciones de mayo de aquel año, en las que
 Bildu se convierte en la fuerza con más representantes en los 
ayuntamientos vascos.
 Un mes después de 
aquella victoria en las urnas comienza el juicio de Otegi. En aquella 
sala, ninguno de los argumentos que la propia realidad presta, como el 
alto el fuego permanente, el impulso de Otegi por la apuesta de la 
izquierda abertzale por las vías pacíficas o la actividad legal de las 
nuevas formaciones abertzales, son tenidos en cuenta. Al contrario, el 
tribunal ve instrumentalización de ETA en los pasos que la habían 
llevado al cese, y considera que la actividad política de Otegi, en 
hechos como la primera rueda de prensa de 2009, las reuniones en el 
sindicato LAB o la elaboración de documentos sobre la nueva estrategia 
política, responden a una voluntad del grupo terrorista.
 Especialmente relevantes son las argumentaciones jurídicas que hacen 
dos magistrados en la sentencia que rebaja las penas de Otegi y Díaz 
Usabiaga en 2012. En ellas los miembros del tribunal piden, uno de 
ellos, la repetición del juicio y, el otro, la absolución, al entender 
que no se ha respetado la presunción de inocencia de los condenados. Lo 
que el tribunal había juzgado eran hechos políticos, por lo que la 
sentencia vista a día de hoy, solo se puede circunscribir a la venganza 
contra unos hechos que rompían el relato establecido política y 
judicialmente sobre el fin de ETA.
 La paz había 
llegado, por fin, pero de manera inesperada e inconveniente para quienes
 mantenían que esta solo era posible con un derrota policial. Y, sin 
embargo, se había producido mediante el viraje político de la propia 
izquierda abertzale, un hecho que era precisamente la argamasa del auge 
político de sus formaciones. Otegi y sus cinco compañeros pagaron en 
prisión haber arrebatado al Estado una victoria militar sobre ETA que 
daban por segura y una victoria política sobre el independentismo vasco 
que era entonces necesaria.
