domingo, 13 de noviembre de 2016

¡Alto, policía social!

Porque nos ha parecido muy interesante (y porque pensamos que desgraciadamente muchas veces los profesionales de servicios sociales no somos más que secretas sin placa y privatizados), a continuación reproducimos una entrada del blog de Belén Navarro, Trabajo Social y tal. Blog que recomendamos seguir.

¡Alto, policía social!

Hoy presento una subespecie de profesional de la intervención social: el policía social. El policía social guarda similitudes con la subespecie persona trabajadora social cuñá, ya analizada en este blog aunque las diferencias entre ambas subespecies conducen a establecer una categorización propia. Ya llevaba tiempo dándole vueltas al concepto, pero esta imagen ha sido definitiva:
 Este pantallazo es parte de unas instrucciones que he recibido acerca de cómo cumplimentar la nueva plataforma online del servicio de ayuda a domicilio (de la ley de dependencia). Se nos solicita que, en el momento en que suspendamos el servicio porque la persona se va de vacaciones (y no va a recibir servicio en el lugar de destino), cumplimentemos estos datos, entre ellos, el municipio de traslado y las señas del nuevo domicilio.

La pregunta es obligada: ¿Para qué demonios quiere saber la Junta de Andalucía dónde pasa una persona en situación de dependencia sus vacaciones? Según nuestros jefes, la Junta dice que es por trazabilidad ¿Son las personas en situación de dependencia pepinos, acaso?¿Boquerones?¿Jamones? No acierto a entenderlo.

Ironías aparte, es preocupante la alegría con la que algunas nos inmiscuimos en la intimidad de las personas y es aún más preocupante que lo habitual sea no cuestionar instrucciones como estas. Instrucciones que son en mi opinión, además de cuestionables, absurdas, y constituyen la primera de las señales de alerta para detectar a la policía social: Preguntar por preguntar, me refiero a pedir información que no necesitamos para trabajar. Pareciera que una vez se entra al circuito de los servicios sociales se está en nuestras manos y la administración (vía profesionales) tiene todo el derecho a meter las narices donde no le llaman.

La segunda de las señales de alerta es inferir sin preguntar, es decir, llegar a conclusiones sin siquiera preguntar a la persona, ya que algunos profesionales nos creemos más inteligentes y además está el hecho de que la gente suele mentiraunque como buenas policías sociales, los solemos pillar.

La tercera, un clásico: visitar por visitar (y si es sin avisar, mejor). Aquí no me detengo pues lo expliqué con detalle en una entrada que puedes leer aquí. Confesémoslo ¡Cuanto nos gustaría a algunas contar con órdenes de registro!

La cuarta, atender por atender: ¿Que la persona sólo quería llevarse la solicitud? ¡Nada de nada! Si quiere un papel que pase por cita previa, que para eso estamos ¿Que la persona solo quiere renovar el título de familia numerosa y lo puede atender la persona auxiliar o conserje? ¡Nada de nada! ¡Las personas atendidas son mías, son mi tesorooo! Luego vendremos a quejarnos de que la atención está saturada.

La quinta, partir de premisas ancladas en construcciones sociales. Por ejemplo: Los hijos deben cuidar de sus padres ¿Deben cuidar los hijos de sus padres? En principio sí, pero, por ejemplo ¿Deben cuidar los hijos a un padre maltratador que les ha arruinado la infancia? Pues no lo sé. Cuando interacciono con familias en las que hay una persona anciana con demencia me gusta preguntar cómo era la persona anteriormente a la enfermedad, porque me ofrece muchas claves de cómo es la relación ahora y puedo entender mejor a una hija que no abrace a un padre supuestamente adorable, con sus canas y sus arrugas.

El actual sistema de servicios sociales y muy especialmente los recortes en dependencia nos posicionan en un incómodo papel, consistente en explicar, explicar y explicar para priorizar la urgencia entre las urgencias y que pase filtro, tras filtro, tras filtro. Gestionamos miseria, esa es la verdad, pero hagámoslo con profesionalidad y, sobre todo, cuestionemos los métodos, los nuestros y los de los demás. Es la única manera de no acabar con la porra y el silbato.