El artículo estrambótico Diez enfermedades inventadas, gentileza de las farmacéuticas recibió numerosos comentarios, muchos a favor y otros muchos fieramente en contra de lo que allí contábamos. Concretamente, el grueso de los comentaristas se lanzó a la yugular del autor (el que suscribe) por culpa al déficit de atención o TDAH, una enfermedad presuntamente pergeñada por los laboratorios para vender anfetaminas a cascoporro a los chavales.
Tal fue el aluvión de críticas, que estuvimos a punto de rectificar y corregir lo de “inventada” por “sobrediagnosticada”, tras leer esta entrevista con Allen Frances. Sucede, sin embargo, que nosotros, como Esperanza Aguirre (que prestaba su rostro al artículo de la controversia), somos poco de rectificar, preferimos avisar al Séptimo de Caballería: entrevistamos al psicólogo Marino Pérez, que en su último libro ‘Volviendo a la normalidad’ desmonta el trampantojo médico-farmacéutico en torno al TDAH.
Nos han criticado con bastante virulencia por catalogar el déficit de atención como enfermedad inventada, al mismo nive que la “cara de bicicleta” o el trastorno por atracón. ¿Existe tal cosa como el TDAH?
No se puede considerar ni un diagnóstico clínico, ni una enfermedad. Otra cosa distinta es que sea una etiqueta que describe unos cuantos comportamientos problemáticos en los niños. Pero son eso: problemas, no enfermedades.
¿Quién diseña y concibe estas enfermedades?
En nuestro anterior libro ‘La invención de los trastornos psicológicos’ demostrábamos cómo ciertos problemas de la vida los han convertido en diagnósticos formales con el propósito de comercializar una medicación. No se están definiendo entidades clínicas, sino problemas cotidianos, y en el caso del TDAH, muy propio de los niños como la ¿, el nerviosismo, los cambios de humor.
¿Son los niños los que fallan o es nuestro modo de vida el que les hace unos inadaptados?
Sin duda alguna. Esta problemática tiene que ver con el funcionamiento de nuestra sociedad. Los padres tienen menos tiempo y menos espacio físico de esparcimiento, menos ocasión de educar. Por otra parte, es una sociedad que nos estimula constantemente a que estemos entretenidos y a que nuestros actos tengan un resultado inmediato. Hay unas condiciones de vida social que propicia una serie de problemas que la propia sociedad no tolera.
Nosotros [el libro está escrito a seis manos, con Héctor González y Fernando García de Vinuesa] negamos que sean enfermedades. En este caso el remedio que se busca no sólo es desproporcionado sino nocivo a largo plazo. Como suele decirse, el remedio es peor que la enfermedad.
Porque el remedio se llama “anfetaminas”. ¿No resulta paradójico que un estimulante se utilice para apaciguar a un niño hiperactivo?
Los preparados más frecuentes son efectivamente anfetaminas, pero lo que hacen es facilitar una concentración para determinadas tareas, pero consigue el mismo efecto que busque alguien que tome café para concentrarse o el que tiene tomar un Red Bull para conducir. En el caso de los niños, esa tranquilización que los padres celebran lo que está haciendo es desinteresar al niño por otras cosas, quitándole la curiosidad de los niños. Esa concentración es en realidad un dopaje.
O sea, que la medicación no “cura” nada.
Los padres deben saber que la medicación no es un tratamiento que esté corrigiendo desequilibrios químicos que estuvieran en la base de estos “síntomas” sino que el efecto ventajoso que está ofreciendo es más un dopaje que un tratamiento: administración de fármacos o sustancias estimulantes que aumentan el rendimiento artificialmente, en este caso el de tareas escolares. Se trata del mismo efecto de las anfetaminas que siempre han tomado los estudiantes en épocas de examen. De ninguna manera corrige causas y a largo plazo puede incluso tener consecuencias indeseadas.
Hace ya dos décadas que se diagnostica el TDAH. ¿Se conoce alguno de estos efectos a largo plazo?
En la versión oficial, se entiende que el TDAH es una enfermedad crónica, de modo que para seguir en la vida adulta se necesita medicación para evitar problemas de conducción, matrimoniales o laborales. La moda que se está implantando progresivamente es el TDAH adulto.
Los pocos estudios que hay acerca de los efectos a largo plazo, se ha encontrado que a los 6 años tenían un rendimiento escolar peor que aquellos que fueron diagnosticados con TDAH pero no tomaron medicación. También encontró problemas cardiovasculares, lo que no es sorprendente, habida cuenta de que este tipo de pastillas producen un aumento de la presión sanguínea y un ritmo cardíaco acelerado.
Hay colegas suyos de profesión que creen que los diagnósticos de TDAHdeberían aumentar en España, donde sólo se diagnostica al 1% de los niños, cuando este porcentaje “debería ser” del 5%. ¿Quedan demasiadas anfetaminas por vender?
Es una estimación estadística que se da entre el 5 y el 7%, aunque el 20%, aunque los test para el TDAH adulto, cualquier persona que se le olviden cosas, que no termine los proyectos a tiempo, entraría fácilmente en la categoría de TDAH. Creo que este tipo de estadísticas son muy interesadas: tratan de convertir a buena parte de la población en pacientes. España es uno de los países, junto con EEUU, en los que es más común el diagnóstico, mientras en Francia no tiene este prevalencia, una prueba de que la distribución de la supuesta dolencia no es homogénea. En Quebec en 1997 dieron cobertura legal al TDAH y después de 14 años se encontró que el diagnóstico aumentó mucho más que en el resto de Canadá.
¿Cuál es la situación en España?
En España l TDAH está incluido en la LOMCE como una necesidad especial, así que es previsible que el diagnóstico aumente de una forma exponencial en el futuro. Si alguna Comunidad Autónoma no lo incluyera, probablemente la diagnosis sería menor allí. Hay padres que están pidiendo que a sus hijos les diagnostiquen para obtener una serie de beneficios.
La inmensa mayoría de los niños son diagnosticados por un pequeño grupo de pediatras, que tienen, digamos, una sensibilidad especial. El mismo niño que está diagnosticado en un centro no lo estaría en otro, está muy mediado por campañas de sensibilización.
Allen Frances, psiquiatra que dirigió el DSM-IV, sostiene que la prevalencia de la hiperactividad es del 2-3%, mucho más baja que la diagnosticada (11% en EEUU), pero aun así reconoce su existencia.
Frances es un crítico feroz, pero en relación con el TDAH únicamente es crítico con el sobrediagnóstico. La postura es coherente porque como director del DSM-IV se dio la carta de naturaleza a esta enfermedad. Nuestro planteamiento no es sólo que se sobrediagnostica sino que no hay ninguna entidad o trastorno clínico. Es como si estuviéramos hablando de las posesiones demoníacas y se criticara que se determinen demasiadas posesiones. No: aquí debemos determinar primero si existen las posesiones.
Sorprende que la sociedad se haya podido rendir tan fácilmente al designio de las farmacéuticas…
En las nuevas generaciones parece que los padres tienen que acudir a expertos, neurólogos, psiquiatras, terapeutas para educar a sus hijos. En buena medida esto sucede porque la gente ha perdido el sentido común. Ni los padres ni los abuelos tenían ningún problema con si sus niños se aburrían. Los niños no desbordaban a sus padres. Curiosamente esto se ha perdido en nuestra sociedad, cuando supuestamente más formados y mejor informados deberían estar los padres. Al verse desbordados, los padres también están habituados a que las cosas se solucionan milagrosamente con una píldora, una medicación.
Público
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Y los muchachos del barrio le llamaban loca: