Desde 1900, los niños más difíciles de Florida, aquellos a los que se les ponía la etiqueta de incorregibles, terminaban con sus huesos en la Escuela Industrial para Jóvenes Arthur G. Dozier de Marianna, una pequeña localidad a apenas 100 kilómetros de Tallahassee, la capital del estado.
El único delito de estos jóvenes supuestamente violentos era ser huérfanos, provenir de hogares con padres demasiado autoritarios o ser víctimas de abusos, físicos y sexuales. Daba igual, todos acababan realizando trabajos forzados en sus granjas con la connivencia de generaciones de políticos y jueces locales.
Cuando llegaban a su nuevo hogar ninguno de estos adolescentes podía siquiera imaginar la pesadilla que allí le esperaba. Un bonito y cuidado camino asfaltado, rodeado por una vivísima vegetación que rebosaba verdor, dirigía a los nuevos alumnos hasta los pabellones en los que se alojarían.
Por fuera, todo era idílico. El centro Arthur G. Dozier parecía un campus universitario. Los enormes y vistosos edificios de ladrillo naranja, la piscina olímpica o el campo de fútbol americano con la hierba perfectamente cortada servían para tranquilizar a los chavales que allí llegaban. Fueron la coartada perfecta para encubrir casi un siglo de maltrato juvenil.
“Detrás de toda esa belleza se escondían sangrientas palizas, violaciones e incluso asesinatos”, asegura Roger Dean Kiser, alumno de la Escuela Industrial entre 1959 y 1961. Según cuenta en la web de antiguos alumnos maltratados del centro, Kiser llegó al reformatorio con sólo 12 años. Acostumbrado a los orfanatos desde niño, creyó que su vida mejoraría allí. Pronto se dio cuenta de lo equivocado que estaba.
Una celda de tortura
“El demonio se escondía detrás de cada árbol, de cada edificio y de cada brizna de hierba”, comenta el ahora sexagenario residente quien, a pesar del tiempo pasado, aún recuerda como si fuese ayer “los gruesos muros de cemento de un pequeño edificio al que llamaban la ‘Casa Blanca’ y en el que se torturaba a todo aquel que se saltaba las reglas”.
Al poco de llegar a la Escuela Industrial para Jóvenes Arthur G. Dozier, Kiser visitó por primera vez aquella mazmorra encalada. Según cuenta en su libro ‘Los niños de la Casa Blanca, una tragedia americana’, dos cuidadores le agarraron por los brazos y le arrastraron hasta el edificio maldito ante la mirada de 50 de sus compañeros silenciados por el miedo.
El castigo apenas duró unos minutos, pero a aquel niño de 12 años le parecieron horas. “Todo pasaba a cámara lenta”, rememora Kiser, quien asegura que primero le golpearon, luego le asfixiaron y por último le dieron decenas de latigazos por todo el cuerpo hasta que cayó casi inconsciente. Sólo entonces le llevaron a ver al médico.
Denuncia, investigación y cierre
Medio siglo después de su ingreso en la Escuela Industrial para Jóvenes, Roger Dean Kiser se decidió a relatar sus vivencias en un libro que llegó a las tiendas en enero de 2009 y que provocó una exhaustiva investigación impulsada por el propio gobernador del estado, Charlie Christ.
Al final aquel campo de concentración para niños problemáticos cerró definitivamente sus puertas el 30 de junio de 2011 después de más de un siglo de controvertida historia. Desde entonces, educadores y alumnos han cedido el protagonismo a los antropólogos de la Universidad del Sur de Florida (USF).
El profesor Richard Estabrook y su equipo han confirmado que 84 menores murieron en el centro, en cuyos registros únicamente constan 31 fallecimientos ‘oficiales’, recordados por unas cuantas cruces de madera anónimas en un pequeño cementerio situado en el jardín trasero del complejo.
Estos restos pertenecen a los niños que perdieron su vida por accidentes o causas naturales, incluidos los que murieron abrasados en el incendio de 1914 o los que fallecieron víctimas del brote de gripe de 1918.
Del resto de los ‘desaparecidos’ aún no se sabe nada. La mayoría de estos chavales que ‘se evaporaron’ en la década de los 60, la más dura entre los muros del complejo reeducativo, descansa bajo tierra en un bosque cercano.
Nuevos hallazgos
Ahora los investigadores peinan los terrenos adyacentes a la tristemente famosa ‘Casa Blanca’ en busca de los restos de los al menos 50 menores que presuntamente fallecieron por las torturas que les infligieron sus cuidadores y de los que nunca se volvió a saber. De momento, los antropólogos de la Universidad del Sur de Florida ya han descubierto 18 tumbas con restos que aún no se han podido identificar.
Pese a los avances, el caso sobre las torturas de la Escuela Industrial para Jóvenes Arthur G. Dozier no tendrá un final sencillo no cercano. Los investigadores y las autoridades se enfrentan con un inesperado problema: la ley impide que los restos se exhumen sin la autorización de las familias de las víctimas, lo que provocará el retraso en la depuración de responsabilidades y el castigo a los culpables.