Cuando
hablamos de memoria histórica, rápidamente pensamos en las
atrocidades cometidas durante la guerra civil y las primeras etapas
del franquismo. Quizá algunos también piensen en los grandes hitos
políticos posteriores, como el Proceso 1001, los últimos
fusilamientos de la dictadura o el asesinato de los abogados de
Atocha. Pero casi nadie piensa en el terror social que implantó la
burguesía, más allá de las penurias propias de la posguerra y la
rancia moral católica que impregnó todos los aspectos de la vida. Y
esto es así porque la historiografía oficial cuenta machaconamente
que desde principios de los 60 el régimen inició un proceso
aperturista que culminó con una modélica transición democrática,
capitaneada por grandes prohombres como Adolfo Suárez y Juan Carlos
de Borbón. Falacias que tratan de ocultar la realidad de tres
décadas convulsas, donde un resurgido movimiento obrero fue capaz de
organizarse y tumbar una de las dictaduras más feroces del siglo XX.
Y de paso esconder que esa supuesta modélica transición precisó de
la traición de los dirigentes políticos de la clase trabajadora
para imponerse (con Santiago Carrillo y Felipe González a la
cabeza), y que tuvo que ser apuntalada con el silencioso genocidio de
la heroína y el mito de la inseguridad ciudadana para conseguir que
todo quedara atado y bien atado. Fueron los años en los que mientras
Madres Contra la Droga se enfrentaban a narcotraficantes, policías y
políticos (gracias a su lucha existe la red de asistencia a personas
drogodependientes que el PP está desmantelando), Tierno Galván
gritaba aquello de “el que no esté colocado, que se coloque”.
En
toda historia siempre están los olvidados entre los olvidados, los
que ni siquiera han podido contar a los suyos su historia. Papel que
la sociedad capitalista patriarcal suele otorgar a las mujeres
pobres. Sobre ellas habla “Las desterradas hijas de Eva”, de
Consuelo García del Cid. El libro, tomando como base el testimonio
de las víctimas, relata el brutal maltrato sufrido por miles de
niñas a manos de la Sección Femenina de Falange. Esta escoria
organizó los llamados preventorios (en funcionamiento hasta 1975),
donde se internaba a niñas reclutadas en colegios con la excusa de
prevenir enfermedades como la tuberculosis y que se vendían a las
familias más humildes como si fueran una especie de colonias
infantiles de esparcimiento y prevención sanitaria.
También
relata las barbaridades cometidas por el Patronato de Protección a
la Mujer, que tutelaba a jóvenes de entre 16 y 25 años al ser
consideradas “caídas o en riesgo de caer”. Dirigido por Carmen
Polo y el obispo de Madrid-Alcalá, funcionaba como un elemento
controlador de la moral pública, principalmente dirigido a las
adolescentes de familias sin recursos. Aunque cualquier joven rebelde
o inconformista podía acabar en sus manos. Al Patronato se llegaba a
través de redadas callejeras, denuncias de familiares, de vecinos,
de maestros o en caso de abandono. Muchas chicas del servicio
doméstico terminaron bajo su tutela por no acceder a las
pretensiones de los señoritos. El mayor de los delitos era el
embarazo fuera del matrimonio (con lo que el Patronato era una
magnífica solución para encubrir violaciones). Las jóvenes eran
encerradas en reformatorios gestionados por monjas, donde eran
torturadas física y psicológicamente. Trinitarias, Terciarias
Capuchinas, Oblatas, Adoratrices...La tétrica silueta de una monja
simboliza a la perfección el terror fascista en nuestro país.
Allí
sufrían una absurda disciplina cuartelera, aislamiento en celdas de
castigo, hambre, palizas, trabajos forzados para empresas como El
Corte Inglés , todo tipo de vejaciones...Muchas se suicidaron, todas
quedaron marcadas de por vida ante tal derroche de caridad cristiana.
Un horror que perduró hasta 1983.
Especialmente
salvajes fueron el reformatorio de San Fernando y la Maternidad de la
Almudena Peña Grande, gestionados por las Cruzadas Evangélicas
(congregación que a día de hoy sigue gestionando centros para
madres solteras, residencias de ancianos y colegios). Peña Grande
era un reformatorio para madres solteras. Estas fanáticas
consideraban el parto como una continuación del pecado, por lo que
ponían todo su empeño en hacer que fuera lo más doloroso y
traumático posible. A muchas de estas jóvenes les robaron a sus
hijos, vendidos a parejas pudientes. Estos reformatorios surtían al
entramado de compra venta de bebés del que formaba parte gentuza
como Sor María y el doctor Vela. Al centro, de vez en cuando venían
parejas a ver a los niños, como si se tratara de un supermecado.
También se hacía desfilar a las internas frente a varones
pretendientes, para que éstos eligieran esposa. Otras terminaron en
burdeles llevadas allí por policías que prometían que iban a
ayudarlas a fugarse del reformatorio. Un entramado miserable, vil y
corrupto, como la moral nacionalcatólica de sus impulsores.
Días
de antigua moral que parecen volver (LOMCE, Ley de Seguridad
Ciudadana, Ley del Aborto...) pero que en realidad nunca se fueron
del todo. La claudicación ante el capital de los gobiernos del PSOE
supuso no sólo la impunidad de asesinos y torturadores y que nadie
tocara a las fortunas creadas bajo el yugo y las flechas. Tampoco se
depuró de fascistas el aparato del estado y nunca se denunció el
concordato con El Vaticano. La Iglesia mantuvo sus privilegios y la
religión no salió de las aulas. Las congregaciones religiosas
campan a sus anchas en unos servicios sociales privatizados. Y sectas
como el Opus Dei siguen infestando todos los aspectos de nuestra vida
(ocupan ministerios, cátedras universitarias, juzgados, controlan el
Banco de Alimentos, etc).
Es
cierto que la conquista de las libertades democráticas trajo enormes
avances sociales. Pero también lo es que muchos piensan que todo
cambió para que no cambiara nada. Por ejemplo, la filosofía
subyacente al funcionamiento de los reformatorios sigue vigente en
nuestros centros de reforma y centros terapéuticos de menores: la
anulación de la persona a través de una disciplina espartana, el
maltrato y la humillación permanente (en estos sitios siguen
suicidándose demasiados niños). Aunque ahora lo justifican como
científica reeducación en lugar de como tarea evangelizadora. Los
términos “díscola”, “rebelde” o “débil mental” que
poblaban los informes del Patronato de Protección a la Mujer y del
Tribunal Tutelar de Menores han sido sustituidos por
“oposicionista-desafiante”, “disocial” o “hiperactivo” en
los informes de las consejerías de las comunidades autónomas.
Incluso las “putas” ahora presentan una “promiscuidad
patológica” o una “sexualidad desacorde con su edad”.
Hasta
el robo de bebés sigue presente. Los abusos en la retirada de
tutelas son frecuentes. E incluso el Servicio de Menores de la Xunta
de Galicia en Lugo está bajo investigación judicial por la retirada
arbitraria de tutelas para dar a los bebés en adopción. Según
denuncia El País (16/06/2013), estarían implicados policías,
proxenetas, médicos, trabajadores sociales y las Hermanas Terciarias
Franciscanas del Rebaño de María, que gestionan el Hogar Madre
Encarnación, residencia para madres y niños desamparados. El mismo
modus operandi y las mismas víctimas: mujeres sin recursos, víctimas
de violencia de género, mujeres prostituidas e inmigrantes sin red
de apoyo social. Muchas cruzadas de Cristo siguen con su lucrativa
tarea hoy día. En la Comunidad de Madrid el 75% del dinero público
destinado a ayudar a madres lactantes termina en manos de
organizaciones ultras como ProVida. Como dijo aquel, la única
iglesia que ilumina es la que arde.