Hablamos mucho de los desaparecidos de la dictadura franquista. Pero no
nos hablan y casi no hablamos de los desaparecidos en esta supuesta
democracia. De Santiago Corella, el Nani, desaparecido el 12 de
noviembre de 1983. El primer (y no último) desaparecido en manos de la
policía tras la “pacífica” Transición.
Él era un joven delincuente de poca monta, pero que empezó a servir a una trama de mucho montaje. La mafia policial, en la que estaban implicados más de 30 policías y un gemólogo, Francisco Herrero Venero.
Se dedicaban a tramar planes para robar bancos y joyerías, que realizaban chorizos de baja estofa. Y lo que conseguían en joyas y dinero lo fundían y los convertían en lingotes. Los beneficios iban para los policías, los ladrones y el joyero, todos juntos, pues eran lo mismo. El Nani, a través de un confidente, entró en la red. Pero a medida que los corruptos agentes querían más, el también. En el tercer encargo, donde robó una joyería en Benafarces (Valladolid) se llevó 48 millones de pesetas en oro. Y los escondió.
A finales de 1981 fue detenido por este caso. Pero los policías no consiguieron saber donde estaba el motín. Y mira que lo golpearon, lo torturaron, lo insultaron. Pero nada de nada. El oro seguía desaparecido. En agosto de 1983 recuperó la libertad. Pero poco lo iba a durar. Al poco de salir, Herrero Venero le pidió que atracara la joyería Payber, en calle Tribulete, en Lavapiés. El se negó.
Pero otros lo hicieron. Y mataron al dueño, Pablo Perea Ballesteros. Uno de los trabajadores identificó en fotografías al Nani como uno de los que participaron en el asalto. No hacía falta investigar para los policías.
De inmediato, el 12 de noviembre de 1985, irrumpieron en su vivienda cinco agentes pistola en mano. Lo detuvieron junto a su mujer, Soledad Montero, ambos de 29 años de edad, y sus hermanas Inmaculada, Lourdes y Concepción.
A continuación arrestaron a su amigo Ángel Manzano, junto con su esposa, Concepción Martín. Todos fueron trasladados a las dependencias de la Dirección General de Seguridad (DGS.). A ambos matrimonios sorprendentemente se les aplicó la ley de banda armada, es decir la antiterrorista. No tenían más pruebas que la confesión bajo presión del trabajador. Pero a los policías les daba igual. Realmente lo que les importaba era aquel botín que no aparecía desde hacía dos años.
Su preocupación por aquel tesoro se notaba en los interrogatorios. Mientras le pegaban, los policías gritaban “Canta Nani, canta ¿Dónde está el oro?” Pero el Nani no les respondió nada. A su compañero, al que golpeaban con un cubo en la cabeza, tampoco dijo nada. Así que fueron torturados hasta la extenuación.
Pero se pasaron. Tenía hematomas en los ojos, sangre en las cejas y los labios partidos y con todo el cuerpo cubierto con un mono azul de mecánico. De esa guisa se lo llevaron hasta un descampado junto a la carretera de Canillejas a Vicálvaro, a fin de recuperar, según su versión, unas armas e identificar al gitano que las vendió.
Iban con el comisario responsable del Grupo de Antiatracos de la Policía Judicial, Francisco Javier Fernández Álvarez, el inspector Victoriano Gutiérrez Lobo, El Guti, jefe del Grupo III Antiatracos a Joyerías, y el también inspector Francisco Aguilar González.
Tres horas después de llevárselo, avisaron de su desaparición. Nadie sabía dónde estaba. Once horas después fueron avisadas todas las comisarías. Media año después, se avisó a la Interpol. Primero se dijo que se había escapado. Luego que le dispararon y fue enterrado en cal viva. Luego que sufrió un infarto a causa de las torturas. Pero nadie contaba toda la verdad, que aquellos policías sólo querían el oro del Nani. El Nani y su desaparición les daba igual.
Además de las torturas y las especulaciones, también hubo irregularidades. Las firmas de Nani en los atestados eran falsas. En el aparatado sobre Santiago Corrella en la DGS ponía RIP, que después fue borrado. Luego se comenzó a fabular de nuevo. Que si el cuerpo estaba en la finca del vizconde Jaime Messía Figueroa, que colaboraba con la mafia policial. Que si lo habían enterrado en Córdoba.
Su desaparición hizo aparecer una tejido de
corruptelas policiales, de policías que se llenaban los bolsillos a
costa de lo que supuestamente combatían. El joyero Venero tiró de la
manta y dio los nombres.
Sin embargo, de los agentes implicados, sólo 3 fueron condenadas por la trama de mafia policial y por la desaparición del Nani. El comisario Fernández Álvarez y los inspectores Gutiérrez Lobo y Aguilar González fueron condenados a penas superiores a 29 años. Se les consideraba autores de delitos continuados de falsedad y detención ilegal con desaparición forzada, amén de otras penas menores por torturas a su mujer y a Manzano.
Los otros cuatro encausados, a los que el fiscal culpaba de haber participado en el interrogatorio y torturas al Nani, quedaron libres. Y de los demás, ni interrogatorio ni juicio ni nada, total impunidad. En 1985 se archivó. Se ha intentado reabrir muchas veces, por la tenacidad de su familia y su abogado defensor. Pero ni la policía, ni la justicia quieren recordar su corrupción, que sigue en muchos casos muy viva.
Si les importan un carajo los más de 120.000 fusilados en las cunetas por el franquismo ¿Qué les va a importar un pobre diablo desaparecido? Y casi cuarenta años después, seguimos sin saber nada del Nani. El primero (que no último) desaparecido de esta nuestra supuesta democracia y pacífica Transición.