Dice Enrique Martínez Reguera que la esencia
de la pedagogía es la complicidad, "pero hubo un momento en que los
educadores se convirtieron en funcionarios y los niños sintieron que se
habían quedado sin cómplices". Desde los inicios de su carrera, el
pedagogo, filósofo, psicólogo y escritor tomó partido
"incondicionalmente" por los menores solos, "los niños a los que no
quería nadie".
De 60 años dedicados a la educación,
45 los pasó con ellos: en el barrio madrileño de La Celsa, el gran
arrabal chabolista de Madrid en los 70, convertido después en el
mercado de la heroína, también para esos niños que a menudo enterró.
Luego se posicionó contra la criminalización de todos
esos menores que él acogía en su casa, cuando la asistencia social,
dice, "dejó de ser un servicio para convertirse en un agente de
control". Según el experto, muchas ONG pasaron a ser fundaciones, que
finalmente mutaron a empresas, y hoy, asegura, estamos en la fase de la
"pobreza rentable": "Nuestros niños pobres son una de las fuentes de
ingresos más importantes del país".
eldiario.es
entrevista al pedagogo durante su visita a Melilla, con motivo de la
presentación del el último informe de la ONG Harraga. Durante su
estancia en la ciudad autónoma, Martínez Reguera se declara abrumado por
lo que ha visto y oído de los niños de la calle de la ciudad: "Se ha
desregulado la vida de estos pequeños ciudadanos hasta convertirlos en
alimañas. Para que lleguemos a una situación así con niños de 11 años,
¿qué relación hemos creado?", se pregunta. "La solución tiene que ser
coherente con la naturaleza del problema. La pedagogía bajo un sistema
de miedo es imposible", concluye.
Usted ha dicho que estaba abrumado, sorprendido. ¿Qué percibió en Melilla?
Pues lo mismo que he percibido en los últimos 40 años, pero a mogollón.
Llego aquí y me doy cuenta de que las leyes no existen, ni los tratados
internacionales ni las cosas más cotidianas como un empadronamiento. Yo
siempre pensé que el Estado está para regularizar la vida, y veo que
aquí está para irregularizarla, para que los de Melilla sean racistas y
los de fuera alimañas. ¿Cómo consiente el Estado español que Melilla sea
un foco de anormalidad tan espectacular?
Me gustaría saber su opinión sobre el trato a los niños de la calle en
Melilla, un tema recurrente en la ciudad. ¿Cree que se privilegia su
condición de inmigrante sobre la de niño?
La
idea de la pedagogía es educar niños, no cabe hablar de educar
migrantes. Educas niños, sean de Marruecos, blancos, negros… Yo no
imagino a niños de 12 años de clase media de Madrid aquí, y a la Guardia
Civil corriendo detrás de ellos a palos. Hemos interiorizado el racismo
y todas las categorías se desploman.
Participó recientemente en la presentación de un informe titulado "De
niños en peligro a niños peligrosos". ¿Cómo llega la población a tener
miedo de los niños?
Se diseña, se construye.
Somos víctimas permanentes de un lavado de cerebro. Yo he visto cómo en
los años 80 el primer PSOE consiguió mudar la vida de las ciudades a
base de eslóganes. En La calle es de todos recogí
ejemplos de la prensa. Y empecé a escuchar a los maestros decir que
tenían niños peligrosísimos. Los medios de comunicación tienen tal
capacidad de penetración que, sin darnos cuenta, estamos sometidos a un
lavado de cerebro.
El gobierno de la ciudad también dice estar muy preocupado por esta criminalización. ¿Qué opina?
Yo es que lo que me digan las autoridades no me lo creo, porque nunca
en 40 años fue verdad. Le digo más: se las creen ellos pero no son
creíbles. Necesitan fabricarse un discurso que les permita mantener su
buena imagen ante sí mismos. Lo cual es legítimo, pero si estás en
contacto con la realidad es un discurso completamente falso. Creo que
viven en una burbuja que ellos se creen y es probable que crean estar
haciendo el bien. Nunca fue tan evidente la disociación entre la
autoridad y lo que vive la población.
Me gustaría que comentara algunas de las explicaciones que da parte de
la sociedad y las autoridades a la presencia habitual de niños en la
calle: se repite mucho que están porque quieren.
Cuando la gente dice esto tiene toda la razón, pero la noción del niño
es completamente distinta de la del que está en el bar. El que está en
el bar no conoce el dato de primera mano, y fantasea según el discurso
oficial: "En la calle están muy mal, les persiguen; en el centro están
bien, les cuidan y hay una ley de protección. Y sin embargo elige la
calle: está porque quiere y es culpable de elegir mal".
El discurso del niño es: "En la calle pasan cosas terriblemente malas:
paso hambre, frío, me persiguen y me golpean; y corro, y río, y salto y
lloro… En el centro paso menos frío, me golpean de otra manera, pero no
vivo yo, sino que están viviendo mi vida. Me tienen asfixiado, me
agobian". La gente fantasea que estos centros son una maravilla, pero
son monstruos que han inventado un sistema de tortura desapercibida, que
te asfixia con las mejores formas y apariencias.
Buena parte del discurso oficial se apoya en el argumento de que que
son niños que ya vienen de familias desestructuradas y que se resisten a
aceptar las normas.
Es una fantasía que no
tiene nada que ver con la realidad. Yo he llegado a la conclusión de que
la noción de familias desestructuradas es perversa, racismo puro. Hay
familias muy desestructuradas en un aspecto y maravillosas en otros.
Ahora tienden a identificar persona y conducta, y eso pasa con la
familia desestructurada.
No es que no acepten las
normas: no aceptan normas irracionales. La norma tiene que tener en
cuenta la realidad. Si quieres ponerle una norma tienes que saber con
qué niño estás tratando, qué ha vivido, qué ha experimentado… Adaptas la
norma y el niño ve la norma como solución. Pero si le pones una norma
ajena a las vivencias del niño, a su memoria y su experiencia, una norma
arbitraria y la impones con gestos autoritarios, el niño se defiende
porque sabe que no es para su ayuda sino para controlarlo o manejarlo.
Ocurre siempre.
¿Cree que la educación se dirige hacia un modelo basado en el miedo?
Estamos profundamente en ese modelo. Hubo tres leyes, la Ley de
Protección Jurídica del menor, la Ley Penal de menores y la que ha
tenido más trascendencia, el Decreto de Derechos y Deberes de los
Alumnos. Este último documento revela que el Estado ha cambiado de
noción de la Educación.
La Educación tiene por su
propia naturaleza ciertas características imprescindibles: el adulto
trata de sacar lo mejor de sí mismo, su cultura, sus costumbres, su
ética, y meterlo en el niño. Luego el niño lo filtrará y lo encarnará a
su manera. Es, por esencia, una labor interiorista que requiere que el
niño esté abierto, que los intereses del adulto y el niño coincidan y
que el adulto intente hacer ver al niño qué le conviene. El derecho es
lo contrario, pura formalidad exterior, y un juez con un delincuente no
pueden tener complicidad.
¿Cuál ha sido esa evolución a la que hace referencia?
Hace unos años los niños eran niños; de repente dejan de serlo y son
menores. Eso es una consideración estrictamente jurídica, una
falsificación de la realidad. En los 90 pasan a ser usuarios, y de
repente pasan a ser plazas disponibles, que ni sienten ni padecen. Un
niño tiene vivencias, recuerdos… pero eso queda fuera. Ha habido un
proceso de cosificación de cierta infancia, perfectamente tecnificado.
¿Cree que faltan recursos para la educación de los niños?
En un sentido relativo, jamás faltan recursos. Con poco se puede hacer
mucho cuando se cuenta con la población y con la vocación. Si se crease
otro clima con estos niños, cuántas familias no habría que les dijeran
"vente a comer por aquí". Con pocos recursos materiales se puede hacer
mucho si se cuenta con recursos humanos.
Hay una
segunda idea: lo peor no es que haya pocos recursos sino en lo que los
emplean. Si se utilizan en crear buena imagen o pagarse sus intereses
y comodidades, ¿en qué se emplean?
Y, por último, les
doy la razón en un tercer aspecto: siempre la educación ha sido uno de
los ámbitos peor cultivados. Aparentemente el Estado da dinero para los
niños necesitados, pero en realidad no, porque lo da para las
estructuras que ha creado para su control. No se destina a los niños,
sino para las ONGs, las empresas, los profesionales, de modo que al niño
no le llega nada.
¿Se pueden encontrar grietas para humanizar el sistema?
Sí, nadie está fuera del sistema, vivimos en el mismo mundo. La idea de
dentro y fuera es un cuento chino. Yo invito a estar de dos maneras:
por una parte inventando su vida como ser sociable y, por otra, siendo
consciente de que estás dentro del sistema.
Tenemos
que estar dentro de la realidad, afirmándonos, creando nuestra vida como
nosotros la queremos, pero dentro del sistema, a veces pasando
desapercibido. Yo creo más en la infiltración que en la denuncia, porque
la denuncia tiene réplica y la infiltración pone difícil la réplica.
¿Qué se puede hacer para empezar a solucionar el problema de los niños de la calle?
Mi respuesta es muy humilde: todos los bosques nacen de semillas
mínimas. Es algo que tenemos que reconstruir en nuestro interior. Hay
que recuperar nuestras cualidades de persona: el sentido de pertenencia,
la autonomía, etc.
Si cultivamos nuestro sentir en
común, el sentido de la realidad, nos brota otra actitud. ¿Por qué vengo
a dar una charla? Porque sé que voy a estimular a unas cuantas
personas, que luego pueden estimular a otras.
Tenemos
que reconstruir el tejido social, porque hemos caído en manos de un
mundo financiero y político tan desbordante que no existimos y tenemos
que empezar por afirmar que existimos. Yo soy este, y quiero vivir esto y
lo quiero vivir contigo, y el resto del mundo que vaya por donde
quiera.