“El destino de la finca donada será el de Hospital-Asilo para pobres,
ancianos y necesitados”. Así reza la segunda cláusula de la escritura
de donación que el Obispado de Cartagena otorgó a la Congregación de
Franciscanas de la Purísima, en 1982, de lo que era conocido como el
Asilo de Mazarrón.
Sin que los vecinos de Mazarrón fueran
conscientes, en aquel momento se cerraba una etapa de trabajo y esfuerzo
colectivo que había empezado en 1889 con el proyecto del doctor
Filomeno Hostench: la creación de un Hospital de Caridad, un
establecimiento benéfico que pudiera atender a vecinos, transeúntes y
trabajadores del distrito minero de Mazarrón.
Con el paso de los
años el hospital pasó a convertirse en Hospital Asilo y fueron numerosas
las peticiones de ayuda para su sostenimiento que encontraron eco en
vecinos de dentro y fuera de Mazarrón. Muchos de estos vecinos rememoran
aún las tómbolas y campañas que organizaron y aún guardan recibos de
las limosnas realizadas. Todo este esfuerzo permitió que se mejoraran
las instalaciones para que el edificio pudiera seguir asistiendo a
ancianos de pocos recursos.
Pero desde hace unos pocos años los vecinos de Mazarrón tomaron
conciencia de que su asilo, ahora residencia de ancianos, era una
institución privada con una actividad comercial cada vez más exigente a
la hora de admitir el ingreso de ancianos. Ancianos, sí, pero pobres y
necesitados en ningún caso.
Lo que comenzó a preocupar a los
vecinos no fue solo la no admisión de algunos candidatos, que tuvieron
que buscar opciones de ingreso en residencias de otros municipios, sino
también las denuncias sobre el trato despectivo a algunos ancianos y el
enfrentamiento a familiares que exigían mejores cuidados y más
transparencia en la gestión económica.
Un negocio para las Franciscanas
Pese
a que el Ayuntamiento de Mazarrón se hace cargo de los gastos de luz,
agua y teléfono, los ancianos deben pagar el servicio telefónico de
requerirlo y entre las exigencias detalladas en los formularios de
solicitud de ingreso se incluye la del testamento del solicitante. La
congregación que regenta la residencia de manera privada recibe también
la ayuda de la Cruz Roja y el Banco de Alimentos.
Los mazarroneros lo tienen claro. Han solicitado incluso asistencia
legal, pues la cláusula segunda por la que el Obispado hizo donación del
Asilo no se está cumpliendo y por lo tanto la Diócesis, como donante,
podría reclamar lo donado. Sin embargo el Obispado les ha dado la
callada por respuesta cada vez que han solicitado su ayuda. Ni siquiera
la congregación que gestiona la residencia, la misma que regentó el
Hospital murciano de San Carlos -ahora hospital privado por el que
reciben un sustancioso alquiler- se avino a razones cuando los vecinos
solicitaron que se recuperara la actividad caritativa de la residencia.
La
indignación de los vecinos ha sido acallada en numerosas ocasiones
desde la propia Diócesis, que colabora con la Congregación, y desde
ciertos ámbitos y medios de prensa locales, que han dado voz a las
monjas en su cruzada por silenciar las voces críticas de la población
por su comportamiento y actitud.
Indignación y vergüenza en los mazarroneros
Multitud
de anónimos han recorrido las calles de Mazarrón denunciando
comportamientos de lesa humanidad con los ancianos, como el de una
residente que falleció encerrada en su habitación por no permitir las
monjas a ningún familiar que la acompañara en sus últimas horas. Los
vecinos reclaman que lo que construyeron entre todos no sea una
residencia privada más de alto standing. La indignación y el
enfado han tenido consecuencias progresivas en la falta de apoyo de los
vecinos a su parroquia, que se encuentra en dificultades para poder
acometer la restauración de uno de sus templos.
La palabra que
recorre cualquier rincón de Mazarrón es una: vergüenza. Vergüenza por el
maltrato a algunos ancianos, vergüenza por lo que consideran un robo,
vergüenza porque se sienten traicionados por una Iglesia a la que dieron
muchas horas y esfuerzo en nombre de la caridad, tantas veces esgrimida
en anuncios y campañas que reclaman a sus feligreses una cooperación
creciente.
El último movimiento de la congregación ha sido el de subcontratar
los servicios de asistencia a los ancianos, ya que ha dejado de
encargarse de la contratación de personal. Personal que también asiste
en todo a la propia comunidad de religiosas de la residencia y que
también habría sido presionado en ocasiones para no evidenciar
irregularidades. Los vecinos comienzan a temer que pronto la residencia
pueda pasar a otras manos, sepultando aún más la cálida relación que los
mazarroneros siempre tuvieron con los residentes, con quienes solían
compartir días de fiesta y convivencia, truncados en los últimos años
por la actitud autoritaria y desafiante de la congregación, que habría
convertido la institución en algo más parecido a una prisión.
Una congregación con viviendas y casas de veraneo en Mazarrón
Como
ha ocurrido con otras congregaciones, la de Franciscanas de la
Purísima, que comenzó su andadura al servicio de los necesitados, ha
visto incrementado su patrimonio de una manera exponencial. En el caso
de Mazarrón cuentan con viviendas y casas de veraneo, pero a lo largo y
ancho de la geografía peninsular son numerosas sus propiedades, muchas
de ellas conseguidas a través de donaciones testamentarias. Sin embargo,
lo que comenzaron siendo proyectos de caridad, han terminado, en muchos
casos, convirtiéndose en negocios muy lucrativos, en una suerte de
privatización del esfuerzo colectivo en nombre de la ayuda y servicio a
los más vulnerables.